Capítulo 18
—Los machos se dirigen a ellos mismos de formas diferentes —susurró el pequeño dragón.
La leona se acurrucó más cerca de él para calentarse, el Pozo siempre era frío y cuando dormían todos se amontonaban unos sobre otros para mantenerse calientes. Todos eran hijos del mismo macho, pero no de la misma hembra y por ello sus especies variaban notablemente; a excepción del dragoncito. Él y ella tenían la misma madre, ambos portaban en su sangre el poder de un fénix con capacidades extraordinarias.
—¿A qué te refieres?
La leona no comprendía.
El dragón la miró a los ojos, aquellos faros luminosos como el fuego que constituían el único ápice de luz dentro de la oscuridad rocosa del agujero donde los arrojaban cuando terminaban de utilizarlos.
—Ellos se dicen Abdón, Ciro o Zelón —explicó el niño comparando sus garras con las de su hermana mayor—. Es interesante.
—Quieres decir nombres. Los machos tienen diferentes nombres. Jamás pensé en eso ¿Te gustaría uno?
Un eco, como el de una piedra cayendo en el vacío, repercutió en las paredes del agujero negro que los rodeaba, ella aferró a su hermanito y en un único movimiento todos los niños levantaron la cabeza alarmados por la interrupción en el inconcuso silencio. Sin embargo, solo fue eso. Un sonido externo a ellos y volvieron a acomodarse para dormir juntos.
Ella se relajó y lo soltó, pero el dragoncito permaneció acurrucado en su pecho con sus pequeñas manos abrazándola como su mayor foco de protección.
—Me gustaría tener uno —admitió el chiquillo. Entonces le brillaron los ojos—. Quiero llamarme... tomate.
La hembra mitológica estalló en una carcajada rabiosa, se tapó la boca para tratar de parar porque haría sentirse mal al infante.
—¿Por qué querrías algo así?
—Es que son rojos y suavecitos, son bonitos como yo.
Vaya lógica infantil.
—No creo que llamarte tomate te siga gustando cuando crezcas, déjame pensar... Tohma. ¿Qué te parece? A mí me suena lindo, es similar a tomate y cuando la gente del nuevo mundo te pregunte que significa puedes decirles que quiere decir pequeño, bonito y rojo dragón.
Él rió emocionado, asintiendo rápidamente entre risotadas felices. La leona lo acunó en sus brazos como hacía cuando era un recién nacido, ella sabía que existía un mundo fuera, lo había visto y olido en las ocasiones en que los guardias la llevaban con el repulsivo rey con manos sudorosas. Existía algo más allá del Pozo. Más allá de la oscuridad. De la violencia en que vivían. La gente de ese nuevo mundo no podía ser tan cruel como los machos que los tenían encerrados, tenía que haber una oportunidad para los desprotegidos ¿No es cierto?
—¿Tú no quieres un nombre, hermana? Puedes llamarte "Hermosa" porque eres hermosa o "Colmillos" porque tus colmillos son muy grandes.
Eso era porque ya no era una niña, le dio un hormigueo al pensarlo. A su vez, NUNCA permitiría que su nombre fuera "Hermosa"... el rey la llamaba así cuando la invitaba a su habitación. Sonrió recordado como lo había mordido en la mano luego de que sus avejentados labios le tocarán la piel. Decidió ser graciosa con su hermano.
—No hay una palabra que me resulte lo suficientemente gloriosa como para nombrarme, si un día existe un grupo de letras que me hagan estremecer... entonces las haré mi nombre y solo yo lo tendré. Nadie más podrá usarlo.
Él le pellizcó el rostro.
—Eres muy tonta. No hay palabra que sea tan gloriosa como para ser un nombre.
—Ya es hora de dormir, me llevaran ante el rey mañana y tengo que descansar.
—¿Cuándo puedas convertirte nos sacaras de aquí? Tú y los demás serán fuertes ¿Nos iremos juntos al nuevo mundo?
Besó la frente sudada del cachorro de dragón.
—Te lo juro por mi vida, Tohma.
Lo prometió con cada fibra de sinceridad en su alma, pero ella no sabía lo que pasaría en las restantes horas.
No sabía que su madre los sacaría a ambos a su libertad, no sabía que al rechazarla nunca más tendría la oportunidad de volver a ver a Tohma.
No sabía que el rey estaba muy enfadado con ella por negarse a ser su amante.
No sabía que, tras esa noche, jamás podría dormir con sus hermanos... no vivos.
Gavriel despertó de su sueño cuando un cristal se rompió, la sorpresa provocó que se levantara de un salto y mirara en todas direcciones aturdido. Se le erizó el bello del cuerpo al encontrarse a Maleon hecha un ovillo en el suelo, le había dado un puñetazo al vidrio de las puertas del balcón con tal fuerza que consiguió atravesarlo y en consecuencia cortado sus manos. La sangre se confundía con la bata de seda roja que la cubría, su cabello le tapaba la cara en una marea anudada de los colores del sol.
Corrió hasta ella y escuchó el desalmado llanto que emitía. No era un llanto normal de cuando simplemente la tristeza te obligaba a desahogarte, sonaba como la crudeza del sufrimiento que la destruía desde dentro hacía afuera en un carbonizante y agónico dolor.
Tomó una de las sábanas y las arrancó de la cama, regresó con la mujer para cubrirle las manos heridas. Simba también comenzó a llorar mientras trataba de subirse sobre su "madre", el humano creyó oírlo llorar como un niño real.
—Dios, Maleon... calma. Aquí estoy. —La sentó sobre sus piernas y la meció de adelante hacía atrás—. Está bien, voy a ayudarte. Tranquila.
Ella no rechisto ni se movió, solo continuó llorando entre ahogos, él tuvo miedo de dejarla ir y de no hacerlo al mismo tiempo; la reina que sostenía era una antiquísima mujer con millones de memorias atroces, que por mucho que tratara, en su mayoría no comprendía. Hundió la nariz en su cabello manteniéndola caliente porque se hallaba mortalmente helada, cada cinco minutos repetía la misma línea "Estoy contigo, estas a salvo. No me iré" porque realmente no podía hacer nada más que acompañarla y rogar porque el contacto entre los dos bastara para que no padeciera un desvanecimiento en donde correrían peligro.
No quería que la encadenaran. Odiaba la idea de que saliera lastimada por algo que no controlaba.
Tal vez fueron un par de horas las que transcurrieron al momento que la leona se tranquilizó. Gavriel se limitó a consolarla con sus caricias y suaves besos en la frente, pero la angustia aun palpitaba en su pecho en compañía de su respiración. Deseaba preguntarle, no obstante, desconocía si ella le confiaría el origen de esta faceta destructiva que la ensombrecía.
—Tengo muchos años, Gavriel... —susurró la reina con una voz apenas audible.
—Y aun así te vez genial, mejor que yo diría —contestó él rozando su mejilla y la sintió sonreír, pero no duró mucho.
Un corto silencio y la soberana de los híbridos bajo la mirada.
—Nací en un criadero llamado el Pozo, que era dirigido por un octogenario rey hada que amaba cruzar especies para sus divertidas peleas o para vendernos a los cazadores de criaturas mitológicas —habló con tanta ira que se la contagió. El hombre apretó los dientes porque presentía que lo que iba a contarle era inhumano—. También tuve veinte hermanos, yo era la menor de las hembras y el más pequeño de los machos, ese cachorro de dragón se llamaba Tohma... no necesité que nadie me enseñara lo que es el amor porque él hacía que todos se lo diéramos sin darnos cuenta. Era tan curioso, tan lleno de vida... tan inocente. Le habrías agradado, tus chistes le hubieran divertido. Si, él amaba reír.
Otra pausa.
—No siempre pude transformarme, Gavriel, algunos híbridos tardamos mucho en hacerlo y si se pasa la edad de 15 años sin que podamos cambiar... nunca podrás hacerlo.
Él tragó saliva, se le olvidó el alfabeto y como combinar las palabras.
—Pero tú lo conseguiste, el león...
—Mi criatura apareció luego de ser azotada por matar a mis hermanos.
A Gavriel se le frenó el corazón al oírla y ni siquiera pudo emitir sonido, gimió de repente incrédulo frente a lo que le revelaba.
—¿Qué?
Ella volvió a llorar.
—Cuando crecí y me convertí en una mujer, el rey quiso que me convirtiera en su concubina, como si fuera una prostituta privada para él o para aquellos que pagarán la cantidad elevada por pasar su noche conmigo. Él me consideraba una hembra de belleza única. Una noche trató de aprovecharse de mí, pero mordí su mano y arranqué uno de sus dedos... yo sabía que eso me mataría y aun así lo hice con gusto. Sin embargo, el maldito no me iba a dejar vivir sin castigarme... —Respiraba agitada—. Mi mamá, la hembra más bella que una vez vi, logró escapar con Tohma una noche. Me dio la oportunidad de irme con ella, pero la rechacé porque no quería dejar a mis hermanos pudriéndose allí. Ellos ya no eran niños, no obstante, a mis ojos siempre serían pequeños... Vestal maldita, si hubiera elegido irme con mi madre... —Un lamento salió de su garganta cortando el aire—. Si no hubiera sido tan estúpida. Al día siguiente, ese infeliz del rey nos drogó, a cada uno de nosotros, y orquesto un espectáculo donde apostarían por qué hibrido conseguiría sobrevivir. Nadie pensó que lo lograría, no podía transformarme y... mierda, yo... peleé días, pero en aquel tiempo mi fuerza no era nada. Mis hermanos eran criaturas colosales con un poder arrasador y yo... no tuvimos opción. Éramos monstruos. Éramos reemplazables, como si fuéramos mercancía.
Maleon se apartó de él y gateó cabizbaja a un rincón, sus garras se hundían en el piso dejando zarpazos profundos como los que la herían. Gavriel se quedó congelado oyendo su historia.
—Recuerdo sus gritos, la sangre y el dolor... yo no quería. No quería lastimarlos ¡Pero gané! ¡Yo gané! ¡¿Por qué no pude morir en su lugar?! Ese infeliz del rey me azotó por horas por sobrevivir a su sádico castigo, me clavó un puñal en el vientre dejándome una herida que jamás me permitió tener hijos... morí desangrada en un piso frío y sucio, rodeada de los cuerpos de mis hermanos. —Ella se llevó las manos a la cabeza enloquecida—. Fue la primera vez que renací, el león rompió mi cuerpo para salir y los despedazó a todos... destruyó el Pozo. Recuerdo las últimas palabras del rey, cuando lo acorralé en su habitación... tartamudeaba incapaz de hablar y quería insultarme incluso a punto de morir, él deseaba gritar "¡Maldito león!" ... Pero lo que salió de sus labios fue "Ma... león". —Rió destruida—. Esas fueron las palabras más gloriosas que había oído nunca y las hice mi nombre.
—Maleon...
—¡He estado luchando desde entonces, muriendo y volviendo a morir, porque quiero alcanzarlos! ¡Pero ellos están tan lejos! —gritó entre sollozos—¡¿Por qué no pude transformarme antes?! ¡¿Qué me hacía diferente de mis hermanos?! ¡¿Qué me hacía más fuerte?! ¡¿Por qué tuve que vivir luego de que ellos murieran?!
Gavriel no podía dejar de temblar y tampoco lograba despegar sus ojos de la vulnerable figura de Maleon desmoronándose delante de él. La forma en que se sacudía, los gruñidos que emitía y el llanto le alertaron que un desvanecimiento se acercaba, ella enloquecía por los recuerdos de un acto cruel del que por mucho que quisiera echarse la culpa. No lo había sido. Ella no había controlado los horrores del mundo en que nació y tampoco deseado ser obligaba a cargar con semejantes cargas sobre sus hombros.
Él se movió rápido antes de pensar claramente, la cubrió con su cuerpo y la abrazó por la espalda mientras lloraba traumatizado por la desazón de la mujer que amaba.
—Soy una asesina —dijo enfurecida.
—No es tu culpa, Maleon —exclamó con el corazón encogido.
—¡Sí lo es! ¡Podría haber dejado que me matarán! ¡Tal vez él los habría dejado vivir, si hubiera muerto tal vez se habría quedado satisfecho y se hubiera detenido!
—No puedes saberlo, tal vez los habría matado de todos modos porque el espectáculo ya había empezado. Tal vez si no eras tú habría acabado siendo otra de tus hermanas la que hubiera sufrido lo mismo.
Ella le gruñó salvaje y contrario a lo que esperaba, Gavriel no sintió miedo o tuvo escalofríos; se enfadó porque quisiera alejarlo con eso. Al darse cuenta de que no la dejaría, la leona intentó apartar sus manos, usando su último ápice de cordura para no herirlo en consecuencia.
—¡No, escúchame! ¡No quiero tu compasión! —amenazó furiosa.
—No siento compasión —contestó él—. Creo que te culpas por algo que no podías controlar.
—Era mi deber protegerlos y fracasé. Fui débil.
—Eras una niña —protestó él acariciándole la mejilla húmeda por las lágrimas.
—Era una hembra adulta.
La obligó a enfrentarlo a pesar de que huía a su mirada. Besó su frente y sus párpados cerrados, también la punta de su nariz.
—Hasta donde yo sé —Puso un dedo sobre sus labios y lo acarició para que dejara de temblar esporádicamente—, una niña con quince años no es ninguna mujer. Creo que nadie debería culparte por eso y mucho menos tú. No seas injusta contigo misma.
—Gavriel...
—Para mí no fue culpa tuya —confesó mirándola con ternura—. Lo que pasó fue que un hijo de puta torturó a un grupo de niños hasta su muerte. Eso es un abuso, es juego sádico y sucio.
—Yo era mayor para...
—No lo eras.
—Sí, para nosotros. En aquel tiempo así eran las cosas, la cultura era diferente y muy antigua.
—De verdad, Maleon, me parece una atrocidad que hace 400 años juzgaran la madurez tan a la ligera. Es una locura para mí escucharte hablar así... —contestó—¿Eso piensas de Lily? ¿Qué habría pasado si ella hubiera estado en tu lugar?
Lo miró horrorizada y enfadada al mismo tiempo.
—Cuidado con lo que dices, maldición. —La reina negó con la cabeza—. Estas son eras diferentes, Lily... ella es inocente y no debería pasar por algo así jamás. Pero mi caso es distinto...
Gavriel tomó una de sus fuertes manos y le besó los nudillos magullados. Secó las lágrimas de su rostro para luego peinar su cabello con los dedos.
—Eres muy susceptible ¿sabes? Sólo digo que no me parece justo. Es mucha responsabilidad la que estas arrojando sobre una "mujer" de quince años. —Suspiró—. Eres de una época donde hacía falta mucho trabajo de educación sociocultural, vaya dilema.
—Me duele la cabeza de llorar... no lo hacía hace años. —Se recostó sobre su hombro y él le dio un ligero masaje en la nuca—. Estoy cansada y lo estaba antes de enfermar. Nunca he podido enterrar a esa esclava. Ni a mis hermanos. Estoy muriendo en un ciclo interminable tratando de disculparme, pero me di cuenta de que soy una cobarde. —Lloró nuevamente—. Yo no quiero morir, Gavriel. No quiero.
La rodeó con sus brazos y también lloró, sintiendo que se desgarraba por dentro. Obstinado al contemplar un futuro donde irreparablemente ella desapareciera del mundo para siempre. Hablarían con el Consejo, derrocarían a Hera y salvarían a Maleon de alguna manera, eso debía pasar.
—Encontraremos una solución. No te dejaré morir. Te lo juro por todo lo que amo.
—No es cierto, no me mientas... Vestal, quiero marcarte y hacerte mío, pero no puedo arruinarte la vida al emparejarme seriamente contigo... traeré a tu hermana y luego te llevaré a un sitio seguro. Lo juro... pero no puedo seguir con esto... te amo, pero no quiero que mi muerte te obligue a amarme. No quiero...
—Maleon, no me digas eso...
—Tú no entiendes y no quiero explicarte porque me temerás más, la verdad del vínculo es muy compleja para que un humano lo comprenda... dame tiempo para aceptarlo y te dejaré ir...
—No quiero hacerlo, vamos tranquila lo resolveremos.
—No... esta es mi decisión, Gavriel. Debo hacerlo porque es lo mejor para ti.
Entonces ella lloró de nuevo.
Daraan se quedó callado detrás de la puerta de la habitación de la reina, su agudo oído le había permitido escuchar todo el escándalo desde su propio cuarto y sin pensarlo acudió instantáneamente para encargarse de Maleon, pero alguien le ganó de ante mano. Él llevaba casi un milenio junto a esa bestia, fue testigo de casi todas sus reencarnaciones y estaba presente desde el comienzo de su enfermedad.
Le aliviaba que alguien lo sustituyera, pero tampoco era tan confiado. El vínculo podía equivocarse. Si Gavriel quería a Maleon como decía tan orgullosamente, pues tenía que conocer los pros y contras de ello, demostrar que pondría a su compañera por encima de todo. Incluso de sí mismo. Ese era el juramento de un macho vinculado. Y Daraan se consideraba un hijo de puta, pero uno muy leal y su esposa iba a morir así que no permitiría que jugaran con ella.
El rey alejó por el pasillo pensando que aun debía leer el expediente de la interesante hembra humana, Luce Jaslene Darcy. Su olor todavía le cosquilleaba en la nariz y lo hacía estremecer, pero él era un viejo macho con muy poca valía como para pensar en... en que "eso" le ocurría.
El dragón de oro se sintió solo mientras contemplaba el único tesoro que no podía poseer.
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