capítulo 1

Guts avanzaba con paso firme, sumida en sus pensamientos, cuando el sonido de cascos rompiendo el silencio la hizo detenerse. Un grupo de soldados apareció en su camino, bloqueando su paso.

Uno de ellos tomó la palabra.

Soldado 1: Será mejor que te detengas. Nuestro líder quiere hablar contigo.

Corcus sonrió con aire burlón antes de añadir:

Corcus: Te conviene cooperar, o podrías terminar lastimada.

Guts los observó con calma, antes de curvar los labios en una sonrisa desafiante.

Guts: Si su líder tiene algo que decirme, que tenga el valor de venir él mismo. ¿O acaso necesita que sus perros hablen por él?

La burla encendió la ira de Corcus, quien frunció el ceño con molestia.

Corcus: Muy bien, chicos, enseñémosle una lección… pero sin pasarnos demasiado.

Los soldados se lanzaron al ataque, pero Guts reaccionó con velocidad. Su espada silbó en el aire, cercenando el brazo de uno, mientras que otro cayó de rodillas tras recibir un corte profundo en el costado.

Corcus observó la escena con los ojos abiertos de par en par. Un escalofrío recorrió su espalda al darse cuenta de lo que enfrentaban.

Guts se preparó para rematarlo, pero un dolor agudo la detuvo. Una flecha se había incrustado en su brazo.

Gruñó con furia y alzó la vista, encontrando a un jinete montado, sosteniendo una ballesta.

El jinete se acercó rápidamente, levantando su espada para atacarla, pero Guts reaccionó primero. Con un poderoso golpe, lo derribó de su caballo, haciéndolo rodar por el suelo.

Para su sorpresa, al ver a su oponente más de cerca, se dio cuenta de que era una mujer de piel morena.

Guts (pensando): No imaginé encontrarme con otra mujer guerrera… pero eso no hace ninguna diferencia.

La mujer morena se levantó con rapidez y lanzó un ataque contra Guts. Ambas entrechocaron sus espadas con fuerza, pero Guts terminó imponiéndose y la derribó.

Estaba a punto de asestar el golpe final cuando una voz resonó con autoridad.

Griffith: ¡Detente!

La mujer en el suelo levantó la vista, reconociendo de inmediato al recién llegado.

Casca: ¡Griffith!

Guts dirigió su mirada al hombre que se acercaba a caballo.

Guts (pensando): Así que este es su líder… Griffith.

El jinete la miró fijamente y habló con voz firme.

Griffith: Baja tu espada de inmediato.

Guts: Así que al fin tuviste el valor de presentarte en persona.

Griffith: Es una advertencia. Suelta tu espada ahora.

Guts: Oh, claro… la soltaré, pero sobre tu maldita cabeza.

Sin dudarlo, se lanzó contra Griffith con toda su fuerza. Sin embargo, él desvió su ataque con facilidad y, para su sorpresa, le clavó su espada en el hombro.

Guts: ¿Q-qué…? ¿C-cómo…?

Su cuerpo perdió fuerza y cayó al suelo.

Griffith: No ha sido un golpe mortal.

Corcus: ¡Jajajajajaja! Esa idiota nunca debió enfrentarse a alguien más fuerte que ella.

Casca le lanzó una mirada fulminante antes de replicar con desdén.

Casca: Cállate, imbécil. Justo tú eres el menos indicado para decir eso.

Corcus tragó saliva, sintiéndose incómodo ante su reproche.

Griffith, sin prestarle atención, comenzó a hablar.

Griffith: Bien, podemos llevarla a…

Se interrumpió al ver algo inesperado: la mujer, con esfuerzo, volvía a ponerse de pie.

Guts: ¿C-cof… eso es todo lo que tienes?

Guts se apoyó en su espada, intentando mantenerse en pie. Con esfuerzo, levantó el arma para atacar de nuevo, pero antes de poder hacer cualquier movimiento, su cuerpo cedió y cayó al suelo, perdiendo el conocimiento.

El jinete observó en silencio a la mujer desmayada en el suelo. Con un gesto pausado, se quitó el casco, dejando al descubierto su cabello blanco como la nieve y un rostro de facciones casi etéreas, digno de un ser celestial.

Hace años, un grupo de mercenarios se desplazaba por un territorio plagado de muerte. En su camino, se toparon con un árbol extraño, cuyos troncos estaban adornados con cuerpos colgantes. Mientras avanzaban, un llanto infantil quebró el silencio. Al acercarse, se encontraron con una bebé, yaciendo en un charco de barro, oculta bajo el cadáver de una mujer suspendida.








Una mujer llamada Shisu se acercó a la bebé y la sostuvo en sus brazos. Uno de los mercenarios la observó y le preguntó a su líder, —Oye,










Gambino, no sé si sea tan buena idea que dejes que tu esposa se acerque a esa niña. Es un mal augurio. Gambino simplemente lo miró y respondió, —¿Mal augurio? No soy de los que creen en esas tonterías. Luego miró a su esposa, quien ya parecía haber hecho un lazo con la bebé, pues la sostenía con cariño. Entonces, dijo, —Ah, bueno, supongo que no queda de otra. Estará con nosotros. Pero al volver a mirar al árbol de la muerte, comentó, —Hmm, ¿un mal augurio, eh?

En una pequeña tienda improvisada, dos mujeres atendían a una mujer gravemente enferma. Junto a ellas, una niña observaba la escena en silencio. Su corta edad no le impedía notar la gravedad de la situación, pero su mente aún no lograba comprenderlo del todo. Su mirada, cargada de tristeza y confusión, se clavaba en su madre agonizante.

—Gambino no tiene corazón —murmuró una de las mujeres con amargura—. Ni siquiera ha venido a despedirse de su esposa.

La otra suspiró y le lanzó una mirada de advertencia.

—No hables así, podría oírte. Además, por muy duro que sea, verlo no debe ser fácil para él. Perder a la persona que amas… eso deja cicatrices.

La primera mujer guardó silencio un momento, luego miró a la niña y le hizo un gesto con la cabeza.

—Guts, acércate. Tu madre quiere verte antes de partir.







La pequeña dudó, pero al final se acercó con pasos inseguros. La mujer moribunda la miró con dulzura, tomó aire con dificultad y, con su última fuerza, susurró:

—Guts...

Y con ese último aliento, cerró los ojos para siempre.

Los años habían transcurrido, y aquella niña frágil de antes ahora había crecido un poco más. Su vida, sin embargo, no había sido como la de otras niñas. Bajo la severa tutela de su padre, fue forjada en el campo de batalla, entrenada con dureza sin recibir la más mínima muestra de ternura. Para Gambino, su género y su corta edad no eran excusas; jamás le dio un respiro ni mostró compasión alguna.

A pesar de ello, la niña no dejó de esforzarse. Buscaba su aprobación, anhelaba una mirada de orgullo, una palabra de reconocimiento… pero solo recibía indiferencia y desprecio. Para él, ella no era más que una carga, un estorbo que arrastraba sin interés.

Pero entonces, llegó el día en que todo cambió. Un acontecimiento inesperado marcó su vida para siempre, dejándole una cicatriz imborrable en el alma, un trauma que la acompañaría el resto de su existencia.

Donovan miró a Gambino con una sonrisa torcida y dijo con voz baja:

—Mmm… tres monedas de plata. A cambio, la quiero solo por esta noche.

Gambino bajó la vista hacia las monedas brillantes en la mano del hombre y soltó una risa seca.

—Hah… haz lo que quieras.

Una expresión de satisfacción cruzó el rostro de Donovan mientras dejaba caer las monedas en la mano de Gambino.

—Gracias, Gambino. Voy a disfrutar cada momento.

Mientras tanto, la pequeña Guts dormía profundamente en su tienda, ajena a lo que estaba por suceder. Su sueño se interrumpió cuando escuchó el sonido de alguien entrando. Aún adormilada, entreabrió los ojos y vio una silueta conocida.

—¿Donovan…? —murmuró con voz somnolienta.

Pero antes de que pudiera reaccionar, el hombre se abalanzó sobre ella. En cuestión de segundos, el miedo la invadió al sentir su peso sobre su pequeño cuerpo. Trató de zafarse, de gritar, de escapar, pero era inútil. Donovan era demasiado fuerte. Su resistencia era insignificante ante la brutalidad del adulto.







Donovan, con una expresión perturbadora y una voz cargada de una enfermiza emoción, murmuró:

—Pequeña… esta noche te convertirás en una mujer. Espero que lo disfrutes tanto como yo lo haré.

El miedo paralizó a la pequeña Guts. Su corazón latía con fuerza, su mente se negaba a comprender lo que estaba ocurriendo. Con la voz quebrada, apenas alcanzó a suplicar:

—No… Gambino, por favor… ayúdame…

Pero su ruego se perdió en la oscuridad. Nadie acudió a salvarla. O quizás, aquellos que podían escucharla simplemente eligieron ignorarla. Y así, ocurrió lo más atroz e inhumano que podría sufrir una niña inocente, un hecho que la marcaría para siempre.

Guts se removía inquieta en su sueño, su rostro reflejaba angustia.

—No… no me toques… aléjate… no… no me toques… —murmuraba entre susurros, atrapada en una pesadilla.

A su lado, una mujer de piel morena permanecía junto a ella, manteniéndola cerca para darle el calor necesario que mantenía su frágil cuerpo con vida.

Después de un tiempo, Guts abrió los ojos. Se sentía desorientada y sin saber qué hacer. Al examinarse, notó que su cuerpo estaba cubierto de vendajes, especialmente en el hombro. Con un leve esfuerzo, se incorporó, apartó la tela de la improvisada tienda en la que parecía estar y descubrió que se encontraba en un campamento.

Guts no pudo ocultar su sorpresa, pero pronto se percató de la presencia de dos personas. Uno de ellos era un hombre de largo cabello blanco y rasgos atractivos, mientras que la otra era una mujer de piel morena. Ambos parecían estar enfrascados en una discusión

Tras un momento, la morena notó que Guts había despertado. Con el ceño fruncido y una expresión de disgusto, se acercó con paso firme. Antes de que Guts pudiera siquiera formular una pregunta, sintió un golpe directo en su hombro herido. El dolor la obligó a arrodillarse. La mujer la observó con frialdad y escupió con desprecio:

—Ojalá Griffith te hubiera matado.

Judeau: No te sorprendas, ella suele ser bastante ruda.

Guts dirigió la mirada hacia un joven de cabello rubio antes de preguntar:

Guts: ¿Qué es lo que quieren de mí?

Judeau intercambió una mirada con la mujer antes de responder:

Judeau: Solo somos un grupo de mercenarios, pero nuestro líder quiere hablar contigo.

Griffith se acercó a Guts con una expresión serena y dijo con voz calmada:

—Me alegra ver que te estás recuperando.

Su mirada se posó en la enorme espada de la mujer. Con un gesto curioso, la sostuvo entre sus manos y comentó:

—Para ser una mujer, tienes una fuerza impresionante. Yo no sería capaz de manejar un arma como esta.

Guts lo observó con una expresión neutral antes de responder:

—Gracias... supongo.

Luego, tomó su espada de vuelta. Griffith asintió levemente, indicándole que lo siguiera, y ella, sin decir palabra, lo hizo.

Mientras caminaban, Guts rompió el silencio con una pregunta:

—¿Quiénes son ustedes exactamente?

Griffith sonrió con orgullo y respondió:

—Somos la Banda del Halcón.

Al escuchar ese nombre, Guts pareció reconocerlo.

—La Banda del Halcón... He oído rumores sobre ustedes. Se dice que son un grupo formidable de mercenarios, capaces de arrasar con sus enemigos sin dificultad.

Se alejaron del campamento hasta llegar a una pequeña colina apartada, sin notar que Casca los seguía en silencio desde la distancia.

Guts se encontraba frente a Griffith cuando él la observó con una sonrisa y comentó:

—¿Sabes? Vi tu combate contra Basuzo. Me pareciste alguien muy interesante.

Guts arqueó una ceja y respondió con curiosidad:

—¿Ah, sí? ¿Y qué fue lo que te llamó la atención de mí?

Su tono era insistente, como si buscara comprender las verdaderas intenciones del hombre de cabello blanco que tenía delante.

Griffith mantuvo su sonrisa y explicó:

—Cada vez que lanzabas un ataque, parecía que estabas dispuesta a jugarte la vida, como si siempre estuvieras al borde de la muerte, sin miedo a caer. No te importa arriesgarlo todo con tal de ganar.

Hizo una breve pausa antes de agregar con naturalidad:

—Me caíste bien.

Las palabras de Griffith hicieron que Guts se sintiera un poco incómoda.

Guts lo miró fijamente y, con tono desafiante, preguntó:

—¿Y qué? ¿Qué es lo que realmente te interesa?

Griffith la observó calmadamente y, con una sonrisa, respondió:

—Te quiero a mi lado.

Las palabras de Griffith desconcertaron a Guts, quien, visiblemente sorprendida, replicó con un toque de sarcasmo:

—Ah, lo siento, pero no tengo interés en hombres como tú.

Griffith, manteniendo su compostura, intentó aclarar sus intenciones:

—Creo que me entendiste mal. Lo que quiero es que te unas a mi banda.

Guts lo miró, frunciendo el ceño, y respondió con desdén:

—¡Ah! ¿De verdad crees que me interesa?

Con un gesto molesto, se acercó a él, su tono de voz lleno de ira:

—¡Me clavaste tu maldita espada en el hombro! ¿De verdad esperas que me una a tu banda como si nada? ¿Crees que sabes algo sobre mí?

Su enojo era palpable mientras lanzaba esas palabras.

Griffith, algo sorprendido por la reacción de Guts, la miró y dijo con calma:

—No estoy pensando en nada, solo te compartí cómo me siento.

El enojo de Guts creció aún más, y con firmeza, respondió:

—¿Qué tal si mejor hacemos esto?

Sacó su enorme espada y, con determinación, propuso:

—Un duelo. Si tú ganas, me uno a tu banda y haré lo que quieras. Pero si yo gano, te corto la cabeza.

Griffith, sonriendo con una expresión confiada, la miró como si viera un desafío que ya estaba seguro de ganar, y respondió con tono juguetón:

—Está bien, supongo que esto me gusta más. Es mejor que las cosas se resuelvan por la fuerza.

Sus palabras y su actitud juguetona hicieron que Guts se sintiera aún más irritada.

En ese instante, Casca, visiblemente preocupada, emergió de los árboles y gritó:

—¡Griffith, no lo hagas!

Griffith la miró brevemente y respondió con firmeza:

—¡No te metas, Casca! ¡Este es un duelo que voy a ganar!

Guts, irritada, exclamó con fuerza:

—¡Me desesperan esos aires de superioridad!

Entonces, desenfundó su espada y la chocó contra la de Griffith, quien la esquivó con elegancia y destreza. Comenzó un violento enfrentamiento de espadas, con el sonido metálico de los choques llenando el aire.








Al otro lado del campamento, varios miembros de la Banda del Halcón, atraídos por el ruido, se acercaron para ver qué sucedía, sorprendidos al ver a Guts y Griffith enfrentándose en un combate.

Corkus, con una sonrisa burlona, comentó:

—Esa gorila nunca aprende. Creo que es hora de darle una lección.

Sin embargo, Casca se interpuso rápidamente y, con firmeza, le respondió:

—Son órdenes de Griffith, nadie puede intervenir.

Corkus, molesto, intentó apartarla, pero Casca, con su espada en mano, la apoyó contra su cuello y le dijo:

—¿Desde cuándo tú das las órdenes, Corkus?

Corkus, intimidado, se quedó quieto, sabiendo que era mejor no enfrentarse a ella.

Mientras tanto, el duelo entre Griffith y Guts continuaba. Griffith, manteniendo su tono juguetón, comentó:

—¿No podríamos posponer esto? Aún no te has recuperado completamente de tus heridas.

Esto solo hizo que Guts se encolerizara más, y, con rabia, le respondió:

—¡Cállate, idiota!

Mientras esquivaba con agilidad los ataques de Guts, Griffith comentó, manteniendo su tono calmado:

—No me gusta ser grosero ni brusco con las mujeres. Creo que sería mejor detenernos un momento, solo para descansar.

Esto enfureció aún más a Guts, quien redobló sus ataques con mayor furia. En un momento, intentó realizar un golpe directo, pero Griffith, con destreza, saltó sobre ella y se posicionó sobre su espada.

Colocó su espada frente a su rostro y, sonriendo, dijo:

—Parece que he ganado, ¿verdad?

Guts, riendo, replicó:

—¡Idiota! Si vas a hablar, ¿por qué no usas la boca de una manera más efectiva?

De repente, mordió la punta de la espada, sorprendiendo a Griffith. Con un movimiento inesperado, logró que ambos se resbalaran y cayeran rodando por la colina.

Al caer, Guts aprovechó para golpear la cara de Griffith y, con tono burlón, dijo:

—Parece que a esa cara de príncipe nunca le habían dado un par de golpes, ¿verdad?

Griffith no reaccionó inmediatamente, pero cuando Guts intentó golpearlo de nuevo, él la sujetó del brazo y la inmovilizó en una llave.

—He ganado. Ríndete, o tendré que romperte el brazo, —dijo con calma.

Guts vaciló un momento, pero luego respondió con firmeza:

—Vete al demonio.

Griffith, moviendo el hombro, produjo un crujido audible. Guts soltó un gruñido de dolor, y así la pelea llegó a su fin, con un claro vencedor.

Corkus:
—Ja, esa idiota nunca tuvo oportunidad.

Rickert, con los ojos brillando de asombro, exclamó:
—¡Fue impresionante!

Por otro lado, Casca, con una mirada llena de celos, solo soltó un gruñido de frustración.

Guts, por su parte, sintió la sensación de las manos de Griffith sobre su rostro. El hombre la miró con una expresión de satisfacción, como si hubiera ganado algo valioso, y con una sonrisa amplia, similar a la de un niño que acaba de conseguir su juguete favorito, dijo:

—A partir de ahora, serás mía.

Esas palabras, sin que ninguno de los dos lo supiera en ese momento, marcarían el comienzo de una serie de eventos que transformarían sus vidas de una manera que jamás habrían imaginado.

fin espero les haya gustado.

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