BENNET
— NOMBRE DEL PERSONAJE: Señora Bennet
— NOVELA: Orgullo y prejuicio
— CANTIDAD TOTAL DE PALABRAS: 2807
Es una verdad mundialmente conocida que una madre, con mucho tiempo libre, se dedique a, principalmente, dos cosas: enterarse de todos los cotilleos posibles y meterse en dónde no le llaman.
Nuestra señora Bennet no es la excepción a esta regla, claro que no. Sus aficiones no eran tan variadas y variopintas como las de otras señoras mayores en pleno siglo veintiuno, pero sí muy laboriosas ha de decirse. Aunque, en este caso, una de sus labores como madre está traspasando una de las fronteras a la que toda hija desearía llegar sin ayuda alguna, el amor.
Y ahí se encontraba, como cada mañana de un viernes cualquiera, enfrascada y concentrada en la pantalla de su ordenador buscando pareja, o quizás un futuro suegro, para sus hijas.
La señora Bennet era una mujer exigente en cuando a posibles pretendientes para sus hijas, sobre todo para las mayores, Elizabeth y Jane. Estaba tan obsesionada por encontrarles el partido perfecto que acabó creándose dos cuentas en una página de ligues, poniendo en cada perfil una foto de sus hijas y escribiendo lo maravillosas que eran.
En el caso de Jane no había que exagerar absolutamente nada: era honesta, bondadosa, dulce y encantadora, pero en el caso de Elizabeth había que echar alguna mentirijilla que otra... o quizás unas cuantas.
Había que destacar que ambas muchachas resaltaban por su belleza, sobre todo para la señora Bennet, ya que su ojito derecho siempre sería Jane, la cual había cautivado a muchos potenciales maridos debido a su hermosura, mientras que su marido, el señor Bennet, adoraba a la inteligente, ingeniosa y a veces sarcástica Elizabeth (o como él la solía llamar Lizzy). En resumen, sus hijas eran totalmente opuestas.
Estuvo aproximadamente cuarenta y cinco minutos para encontrar el pretendiente prefecto en aquella página, la cual su nombre lo decía todo: ricos y solteros. Y allí estaba la señora Bennet, extasiada y emocionada por la cantidad de perfiles de hombres solteros y asquerosamente ricos que estaba viendo, todos ellos buenos posibles partidos para sus hijas. ¡La cacería de hombres sólo había empezado!
Estuvo ojeando multitud de perfiles hasta llegar a uno que le llamó bastante la atención, se llamaba Charles Bingley. Su foto de perfil decía todo lo que la señora Bennet quería saber: allí estaba un hombre joven y sumamente guapo subido a un yate de proporciones inmensas, rodeado de agua cristalina, y tomando, lo que parecía, una piña colada. Sin pensárselo dos veces, miró su perfil y no dudó en leerlo dos veces. ¡Vivía muy cerca de aquí! Según éste, había comprado una mansión, y por la foto sabía que mansión era: la preciosa y enorme Netherfield Park.
Una sonrisa maliciosa de oreja a oreja aparece en la cara de la señora Bennet y, al cabo de quince minutos y tras algunas charlas con ese tal Bingley por chat, concierta una cita entre él y su hija para dentro de dos días. ¡Perfecto! Se lo comunicaría a su hija esa tarde, sabía que Jane accedería sin problema alguno.
Decidió que ya era hora de parar un rato, así que se tomó un café y se distrajo con las telenovelas de media mañana hasta que, al cabo de una hora, decidió que tenía que continuar con su "trabajo" de Cupido.
Ahora era el turno de su hija Elizabeth.
Le fue imposible encontrar a alguien que fuese tan buen partido como Bingley. En las fotos sólo aparecían hombres poco agraciados, bastante mayores... ¡hasta encontró un perfil de un fetichista adicto al sadomasoquismo! Pero no iba a desistir, sería una completa celestina pero no se rendía fácilmente. Estuvo mirando otros miles y miles de perfiles hasta que la puerta principal se abrió de golpe:
—¡Hola mamá! —exclama Elizabeth—. ¿Dónde estás?
—En el salón.
Lizzy se aproximó a la sala de estar, dejando su mochila en el sofá y mirando a su madre con mala cara y con los brazos en forma de jarra exclama:
—Desde que te enseñamos como funciona Twitter y Facebook no haces otra cosa que estar todo el día enganchada al ordenador, te estás convirtiendo en una adicta a Internet.
La señora Bennet mira de reojo a su hija y sonríe para sí misma maliciosamente, tapando con sutileza la pantalla del ordenador. Su hija se había vuelto aún más intelectual y sabionda desde que entró en la universidad y decidió hacer el grado de psicología, escrutaba cada uno de sus comportamientos al milímetro.
—Me gustan las nuevas tecnologías, no sabes de lo que te enteras. El otro día vi que la señora Lucas había posteado una foto en el Inasgram.
—Es Instagram, mamá —le corrige Lizzy con una risilla contenida.
—Pues eso, Inasgram. ¡Salía su hija, la que es un poco feúcha, de la mano de tu primo Collins!
—¿Charlotte? —pregunta confusa y su madre asiente.
Lizzy arquea una ceja confundida. Sabía que su amiga Charlotte Lucas estaba obsesionada y desesperada con tener un novio a toda costa, pero nunca se hubiera imaginado que quisiera algo con su primo Collins. Ante la dudas que emergían en su cabeza, tendría que preguntárselo.
—Bueno, mamá, me voy a estudiar —y antes de irse, adjunta—. Lydia y Kitty me mandaron un mensaje, dicen que no van a venir hasta la hora de comer, y Mary todavía sigue en clases de piano.
—¿Y Jane? —pregunta su madre sin despegar la mirada del ordenador.
—Supongo que estará al caer —responde encogiéndose de hombros—. Si necesitas ayuda con algo me llamas.
La señora Bennet hace aspavientos con las manos para que Elizabeth dejase que su papel de alcahueta diera sus frutos y ésta, sin encenderlo del todo, se va sin darle importancia alguna.
Al caer la hora de la comida, había un ajetreo alrededor de la mesa. Lydia y Kitty, dos de las tres hijas más jóvenes, no hacían otra cosa que hablar del chico nuevo de clase, George Wickham, alabándole maravilladas como si fuera un monumento andante al cual adorar, dotándole de adonis perfecto y malditamente guapo. Por otra parte, Mary no hacía otra cosa que reprocharles, con alguna que otra cita de Sartre o de Nietzsche, a éstas argumentando que el amor no reside en el físico sino en el alma. Al otro lado de la mesa, Jane se encontraba demasiado pensativa y Lizzy simplemente se mantenía igual de serena ante el estruendo que hacían sus tres hermanas más jóvenes . Mientras tanto, el señor Bennet miraba la televisión intentando prestar atención a las noticias y su mujer, la señora Bennet, no hacía otra cosa que regocijarse por todo lo que contaban sus hijas pequeñas de ese tal George Wickham.
—¡O sea, es que está tan potente! —suspira Lydia y mira su móvil—. ¡Me acaba de agregar al Instagram! —grita alocada y Kitty le mira celosamente—. O sea, me muero.
—Será porqué no paras de acosarle dándole "me gusta" a todas sus fotos —comenta Kitty—. Desesperada.
—Alguien está celosa... —responde Lydia riéndose, provocando más a Kitty—... Kitty está celosa...
—¡Cállate Lydia! Eres una creída porque...
—¡Callaos todas ya! —grita el señor Bennet aporreando la mesa, haciendo que todo el mundo se mantenga en completa tensión—. Es viernes y sólo quiero un momento de paz y tranquilidad.
La señora Bennet quiere reprocharle a su marido por lo tajante que acaba de ser, pero opta por no enervarle más.
La comida se va volviendo algo más dinámica y cada hija narra cómo le ha ido el día, cambiando el ambiente de menos tenso a más ameno.
Después de comer, cada hija se va a estudiar a su cuarto y el señor Bennet se va de nuevo al bufete de abogados. No eran una familia pobre, ni mucho menos, pero sí bastante acomodada. Vivían cerca, pero no dentro, de un barrio bastante rico y, de vez en cuando, se topaban con algún que otro Bugatti o Lamborghini. Todo glamour.
La señora Bennet, vuelve, con emoción, a su oficio como Cupido para Elizabeth, no sin antes contarle a Jane sobre su cita del domingo.
—Es un buen partido Jane... además, está estudiando la carrera de literatura, igual que tú —comenta a media sonrisa la señora Bennet, enseñándole una foto de Charles Bingley a Jane—. Mírale qué guapo es... y haríais una pareja perfecta. ¡Si hasta tiene un yate enorme!
—Pero mamá... quedé con Lizzy para ir de compras el domingo...
—Tu hermana lo entenderá, tú tranquila cariño. Está todo planificado, no te preocupes.
Jane, no muy convencida, acepta sin oponer mucha resistencia a las decisiones que había tomado su madre por ella, era fácil persuadirla. Aun así, decide darle una oportunidad a aquel hombre.
Satisfecha consigo misma, la señora Bennet vuelve triunfante a su ordenador y, esta vez, se topa con su hija Elizabeth, la cual está leyendo todo su perfil en la página de citas:
— ¡¿Pero mamá...?! —exclama Lizzy—. ¿Tú estás loca o qué?
—No estoy loca, cielo. Esto lo estoy haciendo por tu bien.
—¿Gran defensora de las langostas en vías de extinción? ¿Vegana al cien por cien? ¿Catadora de vinos profesional? ¿Experta en la compra y venta de acciones? ¿Bróker profesional de la Bolsa? Pero si yo no tengo ni idea de economía... ¡¿Abierta a cualquier cosa?! ¡¿Mamá, estás majara?! —pregunta al borde de un ataque de pánico y su madre le mira sin saber qué responder—. Cuando pones "abierta a cualquier cosa", significa a todo. ¿Y si me quiere conocer uno al que le gusta el bondage y es un presunto delincuente acusado por violación, eh?
—¿Qué es el bondage? —pregunta con cara de interrogación la señora Bennet—. Parece un tipo de carne. ¿Es cómo el chuletón Premium?
—Ahora ese no es el punto mamá —intenta cambiar el panorama de la situación y centrarse en lo verdaderamente importante—. Así no soy yo —señala Lizzy a la pantalla—, son completas mentiras además, odio el vino y lo sabes, no soporto ni su olor ni su sabor.
—Todo el mundo echa alguna que otra mentira...
—¡Pero no miente en todo su perfil! Y ya que hablamos de eso, ¿quién te ha dado permiso para registrarme ahí? Porque, que yo sepa, yo no te lo he... —de repente suena una campanita y Lizzy va bajando más el todo de voz, volteándose a la pantalla del ordenador.
—¿Ves? Alguien quiere hablar contigo.
Ambas miran atentamente la petición de chat de un tal Fitzwilliam Darcy y, sin perder tiempo, van directamente a su perfil para ver su foto. Lizzy hasta se sonroja de lo guapo y agradable que parece, aunque su información de perfil decía todo lo contrario de lo que Lizzy podía pensar en un primer momento de él. Según su perfil, él se autodenominaba dueño de una de las grandes cadenas de hoteles más famosas del país, decía tener una casa de campo en cada continente y había comprado una de las miles islas griegas del Mediterráneo. Pero un dato, sobre los demás, hizo que madre e hija se sorprendiesen. ¡Era dueño de Pemberley! La mansión más exuberante y espectacular que habían visto en su vida y, además, ubicada a pocas manzanas de allí.
—Es el suegro de mis sueños —suspira la señora Bennet—. Es como si fuera una oferta del tres por uno del súper: guapo, rico y poderoso. Tienes que hablar con él.
—No —responde Lizzy tajante—. Seguro que es un presuntuoso.
—¿Y qué más da que lo sea? —sonríe la señora Bennet con fingida comprensión por su parte—. Mira cielo, la vida es como una oferta, sino la aprovechas, la oportunidad se la lleva otra.
—Eh... ¿supongo? —responde Lizzy intentando entender lo que su madre acababa de decir—. Pero esto no es una oferta mamá. ¿Sabes cuándo compras una camiseta por Internet pensando que es barata y muy bonita y después resulta que cuando te llega es cutre y no es de tu talla y te sientes estafada? —la señora Bennet asiente sin prestar mucha atención a su explicación mientras Lizzy recobra el aliento—. Pues esa mentira es la base del perfil que me has creado, todo es un cúmulo de mentiras. Si ese hombre no se hubiera fijado en mi perfil, esa petición de chat no existiría.
—Cielo, simplemente dale una oportunidad al suegro de mis sueños. Hazlo por tu madre aunque sea, ¿vale?
Lizzy se lo piensa unos instantes. Obviamente aún no había comenzado a hablar con aquel hombre, pero tampoco no tenía nada que perder así que acepta:
—Vale, está bien —responde y la señora Bennet se levanta de su silla celebrando su victoria—. Pero si esto no funciona dejarás de entrometerte en mi vida amorosa. ¿Prometido?
—Sí, prometido —responde y Lizzy arquea una ceja—. Que sí, que sí, hipermegasúperprometido.
Elizabeth suelta un suspiro y se sienta en la silla para empezar a hablar con aquel hombre, no sin antes hacerle señas a su madre para que no meta más el hocico y se vaya. Al principio la conversación se fue a pique y hubo alguna que otra discusión sobre la sociedad y los valores que se habían inculcado pero, tras muchos intentos por parte de ambos, lograron quedar para dentro de una semana y, lo más importante, Lizzy aclaró las mentiras que había escrito su madre en su perfil.
Por otra parte, nuestra señora Bennet no sabía cómo distraerse, dado que ya había cumplido con el trabajo de Cupido con sus dos hijas mayores, así que para pasar el resto de la tarde hasta la cena, llamó a su amiga, la señora Lucas, y quedaron en un Starbucks.
No hablaron de cosas sumamente importantes, más bien de cotilleos y simplezas varias:
—¡¿Qué vistes a la señora Long el otro día comprarse un tanga?! —asiente la señora Lucas con contundencia y ambas ríen.
—Y encima de leopardo, ¡qué hortera! —responde ésta—. Y para colmo, después, va y pone un tweet con el hashtag "atrevida hasta por dentro" y "la gata de mi hombre". Penoso.
—¡Qué vergüenza!
No hicieron otra cosa en toda la tarde que no fuera hablar mal de sus conocidos y causar un gran alboroto en el Starbucks, tanto que al final acabaron echándolas del sitio, se mostraron indignadas pero, aún así, se despidieron y volvieron a quedar el lunes con otras dos amigas suyas.
Después de regresar a casa y ordenar a la cocinera que preparase la cena, la señora Bennet se sentó un par de segundos a reflexionar sobre cómo había transcurrido el día de hoy, y lo único que pudo decir a sí misma para resumirlo todo en una sola palabra fue: perfecto. Eso sin contar que se auto-felicitó por lo que había conseguido.
La cena transcurrió sin muchas novedades, Kitty se había comprado un juego nuevo para la Play Station, Lydia no hacía otra cosa que estar enganchada a su móvil, Mary simplemente se mostraba callada y comía pausadamente y Jane y Elizabeth hablaban con su padre de política mientras veían la televisión. No es que fuera una cena normal y corriente pero al menos era lo más familiar posible.
Al terminar la cena, su marido se fue pronto a la cama, sus tres hijas más pequeñas estuvieron viendo una película típica de adolescentes con las hormonas demasiado revueltas y Elizabeth y Jane se fueron a repasar los apuntes para sus posteriores exámenes de la universidad pero, antes de marcharse a su habitación, Lizzy le susurró a su madre:
—Quizás tengas un don mamá.
—¿Un don? —pregunta ingenuamente.
—Ya sabes a lo que me refiero.
Y con una sonrisa Lizzy se marcha a su cuarto.
Quizás fuera una metomentodo, pero sabía que en temas de amor, posiblemente no fuera un experta, pero su habilidad como Cupido casi nunca fallaba.
Cuando fueron las doce de la noche, la señora Bennet comenzó a tener sueño, aunque la tentación de seguir cotilleando el Twitter de la señora Long le podía, acabó caída en batalla y se durmió delante del ordenador. Después de veinte minutos, decidió que lo mejor sería irse a la cama y así estar más a gusto.
Nada más entrar en la cama, su marido le aborda con una pregunta:
—¿Qué tal te ha ido el día, cariño?
—Bastante movido —contesta con un amplio bostezo—. Pronostico que dentro de poco vamos a tener dos suegros.
—¿Qué habrás hecho...? —pregunta irónicamente y frunciendo el ceño mientras mira a su mujer, la cual se está poniendo dos rodajas de pepino en los ojos.
—¿Yo? Nada, nada. Simplemente les he dado a nuestras hijas un empujoncito sin importancia, querido.
El señor Bennet se siente tentado a seguir preguntado qué demonios estaba tramando su mujer pero, como la señora Bennet, está bastante cansado y, sin entablar mucha más conversación, apaga la luz.
—Buenas noches.
Y así durmió plácidamente la señora Bennet, esperando a que los logros que había conseguido hoy durarán por mucho tiempo...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top