Nos debemos diez años
La mañana está siendo infernal, sobre todo por la cantidad de papeleo y burocracia que tengo acumulados sobre mi mesa. Creo que necesito un café bien cargado porque hoy toda la energía que suelo tener por las mañanas se me ha ido pronto. Si Víctor me viera se reiría de mí porque hoy me parezco un poco a él.
Además estoy ansiosa, demasiado. Yo no soy así y me está empezando a molestar. Escucho el sonido de notificación de mi móvil, una vez más, como lleva sonando toda la mañana sin parar. Estoy harta de tanto teléfono hoy, me están dando ganas de tirarlo por la ventana y no saber nada más de él. A ver quién es ahora y cuál es la prisa.
Mi Jose_12:13
«¡Hola, Rocío!»
Sonreí inconscientemente. Desde que nos habíamos encontrado el sábado por la noche, cada mañana me había mandado un mensaje con su saludo. Hoy me lo había mandado más tarde que de costumbre.
Roc_12:15
«Hola, tardón.»
Dejo el móvil de nuevo sobre el escritorio o seguiré perdiendo el tiempo. En realidad apenas hemos hablado por Whatsapp. A él no le gusta demasiado y casi prefiero que nos veamos en persona para por fin ponernos al día. El problema ha sido que no he podido parar en lo que llevamos de semana. Apenas lleva ahí unos segundos cuando vuelve a sonar el teléfono, que me apresuro a mirar.
Mi Jose_12:16
«Aún es por la mañana, estoy en hora :p»
«Cómo tienes hoy? Me lo prometiste.»
¡Qué tío! Se cree que es que no quiero quedar, pero es que no he podido. Hoy es jueves, siempre hay planes para tomar algo todos los que podamos del grupo y yo pocas veces me lo pierdo desde que entré en la tradición. Sin embargo, mis amigos seguro que lo entienden y harían lo mismo, así que le contesto que sí y que solo me tiene que decir sitio y hora, siempre y cuando sea después de las seis de la tarde.
Después también escribo en el grupo que esa noche no voy y propongo playita para el fin de semana, ya que el verano hay que aprovecharlo. Tras eso silencio el grupo, que sé que va a tener actividad, y me dispongo a seguir trabajando sin hacer caso de ninguna distracción más.
Consigo terminar una parte antes de las seis. Mi trabajo, por desgracia, no acaba nunca porque siempre entra algún caso nuevo, o porque hay que preparar alguna charla preventiva para institutos, o mil cosas que hacer. Pero ya no puedo más con mi alma y necesito salir de aquí, resetearme y así tener fuerzas para volver mañana.
Salgo del edificio, despidiéndome de los compañeros que aún tienen que aguantar allí hasta que acabe su turno. Voy entretenida rebuscando en mi bolso las llaves del coche cuando noto que alguien se acerca hacia mí invadiendo mi espacio personal, lo que hace que de un par de pasos hacia atrás y me ponga en guardia tal y como he aprendido en kick boxing.
—¡Hey, hey! Tranquila Jackie Chan —dice el asaltante, que no es otro que Jose, quien levanta las manos en señal de inocencia.
Dejo la postura y vuelvo a estar delante de él.
—¿Qué haces aquí y acercándote así, chalao? Me has dado un susto de muerte —digo algo nerviosa por la situación y con cierto enfado.
Jose frunce el ceño, creo que no entiende bien por qué me he puesto así, por lo que trato de relajarme un poco.
—Perdona, en serio. No te quería hablar así...
—Entiendo que estés enfadada si te he asustado —me interrumpe—. Lo que no sé es por qué has llegado a enfadarte hasta ese punto. Y cómo es que te has puesto en guardia.
En realidad me resulta complicado decirle que no sería la primera vez que alguien me aborda para pedirme explicaciones que no pienso dar.
—¿Qué haces aquí? ¿No hemos quedado más tarde? —Cambio de tema y a ver si se le olvida.
Se encoge de hombros.
—Quería verte ya. Me dijiste dónde trabajabas y he probado suerte. Mira por dónde la he tenido —concluye sonriendo.
Sonrío con él. Siempre tuvo esa especie de poder porque me hacía reír hasta en los peores momentos. Y cuando estaba contento su alegría era de lo más contagiosa.
—¿Vamos?
¿A dónde quiere que vaya con estas pintas? ¿Este no sabe que llevo trabajando todo el día y que tengo que oler fatal?
—Yo tengo que ir a mi casa aún —le digo finalmente.
—¿Qué? ¡No! Estás perfecta. Vámonos a un parque a comer pipas, a simplemente hablar durante horas sin mirar el reloj. No sé cuándo voy a conseguir que nos veamos de nuevo...
—¡Para, tío! —lo interrumpo ahora yo—. ¿Vas de viaje o qué? Joder, vivimos en la misma ciudad.
—Me da igual. —Efectivamente pasa de mí. Me echa el brazo por los hombros y me hace andar—. Nos debemos diez años.
Vuelvo a sonreír y me dejo guiar por él. Dejo mi coche porque me lleva al suyo y acaba aparcando en un sitio que me trae grandes recuerdos. El parque junto al instituto. No mentía cuando ha dicho que vendríamos a comer pipas, así que vamos al kiosko que hay justo en una de las esquinas del parque y compramos un par de paquetes de pipas y gusanitos.
Caminamos hacia uno de los bancos libres, que está rodeado de palomas que buscan algo que picotear. Cuando me voy a sentar me para negando con la cabeza, y se sienta él primero pero sobre el respaldar, dejando los pies sobre el propio asiento. Sentarse de esa manera era la moda hace años.
—¿Estás queriendo retroceder en el tiempo? —pregunto con sorna.
—Naaaah —dice comiendo un par de pipas más—. El tiempo del insti fue muy chulo pero ya se acabó. Solo quería ir a un sitio familiar, por si estabas incómoda o algo así.
Lo miro curiosa. Él tiene también su cabeza girada hacia mí, aunque sigue comiendo con total tranquilidad. Lo imito y me pongo a comer pipas yo también con un gesto tranquilo. Esto parece más un duelo de miradas que otra cosa.
—¿Te has operado los ojos? Los tienes más verdes —dice con voz divertida.
—¿Eres tonto o qué te pasa? —contesto riendo.
—No sé, has podido hacer mil cosas en este tiempo. —Se encoge de hombros—. Y siempre has sido algo rara, así que lo mismo te has tatuado de verde los ojos.
—Puaajjjj. Eso es horrible. ¡Y una estupidez! ¡Ya tengo los ojos verdes!
Suelta una carcajada y yo lo imito. Después la rara era yo, pero él siempre ha estado algo loco y ha sido propenso a decir tonterías de esas que luego nos tenía riendo por horas.
—Ya en serio. ¿Qué ha sido de tu vida? Ya sé que eres una fantástica y seguro eficiente trabajadora social.
—¿Cómo puedes saber eso? Has estado solo en la puerta de mi trabajo y apenas un minuto.
—No sé —contesta encogiéndose de hombros. No para de comer pipas y eso me está poniendo un poco ansiosa, ya no estoy acostumbrada a sus manías, pero aún así tiene un punto de diversión—. Creo que has tenido que aprender defensa personal, y que has tenido que tener algún susto para planteártelo, así que has tocado las narices a algún malo, y eso es de buena trabajadora social.
Es curioso su análisis, aunque de lo más acertado. Afirmo con la cabeza dándole la razón y hace un gesto de suficiencia.
—Hasta donde sé tú estabas en la INEF* y no haciendo criminalística.
—Ya ves. Soy fan del CSI —responde irónico.
Me quedo mirándolo un rato, esperando que me corrija si estoy equivocada.
—Lo terminé —me dice aclarando cualquier duda absurda sobre cambio de carrera—. Me costó mucho pero terminé. Dejé cosas atrás... dejé gente.
De pronto se ha puesto serio. Me levanto del respaldar y, tras limpiar un poco el asiento del polvo de mis propios zapatos, me siento en el banco como una persona de treinta años, incluso lanzo un sonido de satisfacción al apoyar la espalda.
Escucho su leve risa y hace lo mismo que yo. Casi se ha acabado el paquete de pipas y no me extraña, porque parece que no puede parar.
—Estoy ya mayor para eso —explico por qué me he sentado bien.
Mi amigo solo sonríe. Ya no me parece una sonrisa alegre sino melancólica.
—Todos dejamos gente, Jose —comento sincera—. Las amistades tienen que cuidarse y a veces en la distancia no siempre podemos. Es lógico y normal.
Le sonrío tratando de dejarlo tranquilo. Porque de verdad pienso que no fue culpa de ninguno que perdiéramos el contacto durante tanto tiempo y así se lo hago saber. Son edades complicadas, se hacen nuevas amistades que también tenemos que cuidar. Se amplía el círculo y no siempre se puede incluir en él a quien estaba antes, por importante que fuera.
Al mirarlo veo que mi explicación no le está sirviendo de mucho. Y no es que esta vez esté diciendo ninguna barbaridad. En fin, sé que estoy un poco loca, pero suelo decir verdades como puños, eso no ha cambiado desde que nos conocemos, me sigue pareciendo mentira que dude todavía de mí.
—¿Tienes novio? ¿Estás casada? —Parece que decide irse por otros derroteros.
Me río y niego con la cabeza.
—Ningún tío soporta que vaya por ahí besando chicas —bromeo y esta vez sí sonríe con ganas—. ¿Y tú?
—¿Novio? Naaaah. —Niega. ¡Qué tonto que es! —. Sí estuve casado —decide contestar finalmente.
—Vaya. ¿Divorciado? —Asiente con la cabeza—. Con treinta y ya divorciado, a ver si vas a estar camino de convertirte en Ross —bromeo.
Sonríe por la broma pero se pone de nuevo serio demasiado pronto.
—Me casé con Clara.
¡Walaaaaaa! Eso no me lo esperaba. Mientras estuvimos en el instituto nunca quiso pedirle salir, y en el par de años que sí que tuvimos contacto estando yo estudiando en Málaga y él en Granada no me dijo nada al respecto, así que es normal que me sorprenda. Trato de que no se me note, pero sé que no lo consigo.
—Apareció por la Universidad nuestro último año, ella se había cambiado de facultad —continúa sin que yo le pregunte nada, aunque no voy a pararlo—. Tú y yo ya no teníamos contacto y... simplemente surgió.
Tengo la sensación de que me está dando explicaciones que no solo no le he pedido, sino que no tendría derecho de hacerlo. Se lo hago saber y me para.
—Sé que no tengo por qué, pero siempre tuve la sensación de que te estaba fallando de alguna forma, ¿sabes?
—¡Qué dices! ¡Siempre te animé a que salieras con ella!
—Lo sé, lo sé —reconoce—. Pero ella hubo un momento en el que no se portó nada bien contigo y... seguía con la idea de que te traicionaba.
Mi amigo más leal desde siempre. Lo adoraba entonces y estoy comprobando que no he dejado de hacerlo.
—¿Y qué pasó? Para que os separarais digo.
Sonríe un poco triste.
—Creo que ella también supo que yo me sentía así de alguna forma. O no se sentía bien del todo consigo misma, no lo sé. Un día encontré una foto nuestra del viaje de estudios y me quedé mirándola. Esa en la que estamos colgados en una percha en el armario del hotel de Venecia, ¿te acuerdas?
—¡Me encanta esa foto! —admito y él asiente también.
—Pues a ella no le gusta tanto —dice al final—. Y es una estupidez. En realidad creo que solo quería estar conmigo por el mero hecho de conseguir estar conmigo. Puede que a los dos nos pasara lo mismo. Algo como corregir ese "y si..." que no hicimos en el instituto.
No me lo puedo creer.
—Lo siento mucho, Jose. No pretendía crearte problemas aún en la distancia.
Me da una sonrisa que pretende tranquilizarme.
—Ya todo está más tranquilo. Pero fue complicado, sobre todo por...
De pronto se queda callado y yo frunzo el ceño porque no sé el motivo y me está fastidiando no saberlo.
—¡Si empiezas algo lo terminas! —le recrimino para que siga hablando.
—Comenzamos a salir y todo parecía ir bien hasta que dejó de ir bien. Lo achaqué a que yo me estaba pensando bastante el segundo paso: el matrimonio. El que se supone que viene después. Pero es que yo estaba con oposiciones, estresado, pensando en temarios y exámenes. Y luego, cuando por fin tras mucho esfuerzo conseguí entrar en la bolsa de profesores pues decidimos casarnos.
—Pero no hay pasos que seguir en estas cosas. ¿Nadie te lo dijo?
—No estabas tú para hacerlo —comenta con una mueca en la cara. Niego con la cabeza por la mala suerte de no estar ahí cuando le hacía falta—. Y cuando me di cuenta de que no íbamos a ningún lado y que íbamos a acabar perdiéndonos el respeto me dice que está embarazada.
¡La hostia puta! Este tío no deja de sorprenderme.
—Intentamos aguantar por el peque, pero por suerte ambos nos hemos dado cuenta de que no vamos a ningún sitio así.
—Me estás dejando loca —reconozco—. ¿Cómo se llama?
—Jose.
—¡No! —Lo que siempre dijo que nunca haría—. No me puedo creer que a tu hijo le pusieras tu nombre.
—¡Me negué! Pero ella insistió —se defiende—. Al final me tuve que conformar con ponerle José Antonio, pero todos acabamos diciéndole Jose.
Nunca nos gustó eso de ponerle a un niño el nombre del padre, o a la niña el nombre de la madre. Siempre bromeábamos con que si llamaban por teléfono diciendo: "¿está Jose?", tendrían que aclarar: "¿qué Jose, padre o hijo?". Claro que hoy por hoy con los móviles nadie va a llamar a un teléfono fijo, que poca gente tiene aún en sus casas, así que ese problema deja de existir.
Se le ilumina la cara cuando comienza a hablarme de él. Cuando me enseña la foto de un pequeño de tres años que tiene la mezcla perfecta de los que fueron mis dos amigos. Tiene su mismo remolino en la frente y se le sube un mechón del flequillo, lo que me hace mucha gracia cuando lo veo.
Cuando habla de él está feliz como no lo ha estado hacia el final de nuestra conversación, y me descubro disfrutando con él de esa felicidad.
Sigue contando anécdotas de ellos, y me pregunta a mí por mi vida. Cómo me ha ido, cómo me decidí a trabajar con mujeres maltratadas, con adolescentes que sufren bullying o con personas con adicción. Reconoce que le costaría hacer mi trabajo igual que yo reconozco que estar toda la jornada laboral trabajando con adolescentes sudorosos en sus clases de Educación física en el instituto también tiene mérito.
Me alegra en cualquier caso que consiga trabajar en lo que siempre le ha gustado. Pero algo deja de cuadrarme cuando recuerdo que me dijo que el domingo trabajaba y que era una mierda la hostelería.
—¡Ah, eso! Le estaba echando una mano a mi padre en el bar. Está malillo —contesta sin darle mayor importancia, así que imagino que no será tan grave.
—¿Y cómo lo haces con José Antonio si trabajas todos los días?
—Estamos en verano, ¿lo sabes, no? Ya han terminado las clases. —Rio—. Además, solo fue ese fin de semana. Tenemos custodia compartida y esa semana le tocaba con Clara. Puede que no sea lo más óptimo para el niño estar de semana en semana danzando de una casa a otra, pero no pienso dejar que solo tenga un padre de fin de semana sí y otro no.
Sonrío. Orgullosa del hombre en el que se había convertido. Orgullosa de haber sido su amiga durante tanto tiempo, de haber forjado su carácter igual que él forjó el mío. Un agradable calor se expande por mi cuerpo cuando veo como responde a mi sonrisa de la misma forma.
*INEF: Facultad de Ciencias de Deporte de la Universidad de Granada para adquirir grado, máster y postgrado en Educación Física.
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