No sé qué hago aquí

Algo me ha traído a este mismo instante. A este punto en el que estoy ahora, que no es otro que en la puerta de alguien que me detesta. Mi mano se detiene justo en el momento en el que voy a tocar el timbre, sé que de manera nerviosa e insistente, y no quiero entrar así.

No puedo hacerlo, no puedo llamar. No sé siquiera qué hago aquí. ¿Qué me ha traído a este preciso lugar en este preciso momento? No tengo ni idea. De pronto mi impulso no me parece para nada acertado y doy un par de pasos hacia atrás. Me doy la vuelta para irme de allí pero sigo parada sin moverme más. No, no quiero irme. Y no, tampoco quiero entrar, no en este estado al menos, con los ojos rojos y secos porque ya no me quedan lágrimas.

Me siento en el penúltimo escalón de la escalera que me llevaría al piso de arriba. Me tengo que relajar, no puedo estar en este estado. No puedo permitir que alguien me vea así y sin embargo aquí estoy, con la cara entre mis manos intentando recordar qué he hecho yo para merecer esto. Genial, ahora me siento una puta dramática de mierda, pero es que no lo puedo evitar, yo siempre he tratado de portarme bien con el mundo.

Aún recuerdo el veinte... no, veintiuno. No, el veinte. Bueno, da igual. Recuerdo que era el veinte o veintiuno de abril del noventa y siete. Sé el día porque tuve la canción 20 de abril de Celtas cortos en la cabeza. O no, un momento. Definitivamente fue el veintiuno, porque el tarareo me duró todo el domingo y todo el insufrible lunes en el colegio.

Llevaba canturreando todo el día, no había salido de mi cabeza desde que mi padre la había desafinado el día anterior. Digo desafinado porque a eso no se le podía llamar cantar. Me alegra no haber salido a él y tener una voz más parecida a la de mamá. Aunque cada vez me cuesta más recordar su voz, aún recuerdo cómo me cantaba y me tarareaba para dormir o cuando no me encontraba bien, o cuando canturreaba mientras hacía la comida.

Pero no me quiero poner más triste, así que vuelvo a mis recuerdos para tratar de descubrir en qué momento me he comportado mal con la vida. Y sí, Celtas cortos no dejaba de resonar en mi cabeza, lo que me daba la ventaja de poder olvidarme de todo lo demás, y ya hasta me daba igual lo que don Ángel pudiera decir en sus clases, que yo la seguiría cantando.

Lo peor venía cuando hacía una pregunta y yo no sabía de qué estaba hablando, aunque la verdad es que solía ser bueno conmigo y si me veía un poco alelada no me preguntaba nada. Eso sí, me tiraba una tiza a la mesa para que despertara. Siempre funcionaba. Le caía bien aunque lo veía normal, porque papá siempre me dijo lo encantadora que puedo llegar a ser.

Miré mi reloj de Flik y Flak, regalo de comunión adelantado de mi tío Vicente, esperando que pronto fuera la hora del recreo. Por suerte, solo tuve que esperar unos minutos y en cuanto sonó la sirena, se escuchó el estruendo de las sillas separándose del pupitre y de treinta jaleosos energúmenos de nueve años, que lo único que teníamos en mente era salir al patio. Parecía que no hubiéramos visto la luz del sol en años.

—¡Hola, Rocío! —me saludó mi amigo Jose aunque ya me había visto en clase.

Jose. ¡Qué de recuerdos tengo con él! Empecé mi amistad con él en primero. Era de los más revoltosos de la clase y yo —al contrario de lo que pueda pensar la gente—, la más callada, así que don Ángel nos puso como compañeros de mesa, imagino que para hacerme hablar un poco, o para hacerlo callar a él. No fue mala idea, porque nos compensamos bastante bien y nos hicimos amigos.

Pero mis pensamientos no se han trasladado tan lejos solo para acordarme de Jose, sino para buscar el karma. El puto karma. Aquel día llegó una chica nueva al colegio. Lo recuerdo porque la vi sola en el patio y no la había visto nunca. Al ser de mi edad tendría que haberme sonado su cara o algo, pero no era así.

Comió allí mirando todo a su alrededor. Nadie se metió con ella, pero tampoco nadie se acercó a hablar. Camino a mi casa, cuando iba contándole a mi papá lo que habíamos hecho en el día, le conté que me encontraba mal. Se preocupó y me tocó la frente, pero no era sensación de fiebre, era otra cosa que no le pude describir bien. Una sensación rara en el estómago. Le comenté que lo noté en el recreo, mientras me comía mi bocadillo de jamón cocido.

Mi padre me vigiló toda la tarde pero yo ya estaba bien y no tenía ninguna molestia, así que lo dejó pasar y yo me olvidé del tema. Estaba "sana como una manzana" como había escuchado decir a un médico alguna vez.

Pero al día siguiente me volvió a ocurrir. El bocadillo era distinto, yo ya tenía otra canción en la cabeza seguramente, pero la sensación fue la misma. Miré a la chica nueva y volví a verla sola, mirando todo a su alrededor con una sonrisa que no me pareció que fuera tal. Aquel día no le dije nada a mi padre porque no lo quería preocupar, y fue lo mejor, porque luego volví a olvidarme de todo y a estar perfecta. Bueno, no sería nada.

El miércoles era el peor día de la semana para mí. El día de en medio en el que se sigue viendo muy lejos el bendito sábado. Pasó lento, lentísimo. Y encima aquella sensación no se iba ni aunque Jose me convenciera de ir a jugar al Mate*, a pesar de que era uno de mis juegos favoritos y la verdad es que se me daba muy bien porque siempre fui muy rápida y con reflejos.

—Papá —le llamé la atención mientras volvíamos a casa. Cuando vi que me miró continué—. Hoy me ha pasado lo mismo que el otro día. Creo que me lo provoca la nueva. ¿Crees que tenga poderes?

Él soltó una carcajada que no me gustó en absoluto.

—¡No te rías! Estoy hablando muy en serio.

En su favor diré que, aunque se rio un rato más, trató todo el tiempo de calmarse.

—Nena, no creo que tenga poderes. ¿Por qué te va a provocar cosas malas?

—¡No lo sé! —No entendía cómo pretendía que supiera aquello—. Solo sé que estoy perfecta y que a la hora del recreo la veo allí y me duele el estómago. Llevo tres días dándole la mitad de mi bocata a Jose. Se va a poner gordo.

Mi padre frunció el ceño, no supe exactamente por qué.

—¿Esa chica te hace algo? —Reconocí entonces que su actitud era preocupación.

—No.

—¿Se mete contigo de alguna forma?

—No.

Su ceño se frunció aún más, y como siguiera así iba a meter sus cejas en los ojos. ¿Eso era posible?

—¿Y qué hace entonces?

—Nada.

Papá apretó los labios. Mis escuetas respuestas no le estaban gustando mucho.

—Explícate mejor —me pidió finalmente.

—¡Es que no hace nada! —insistí—. Se sienta ahí en un escalón de la grada sola a comerse su desayuno. Se pone a mirarlo todo y cuando termina el recreo se va a clase. Creo que está en la clase de la seño Mercedes.

—¿Y qué haces tú?

Entonces la que frunció el ceño fui yo. ¿Qué quería que hiciera?

—Sí, que qué haces —repitió—. ¿Alguien se acerca a ella? ¿Habla con ella? ¿Le hablas tú?

—¡Qué dices! ¡No la conozco de nada!

Lo vi sonreír, y recuerdo que no entendía nada en absoluto el por qué.

—No sé. Si te sientes un poco culpable porque está cada día sola sin hablar con nadie, cualquiera podría pensar que en algún momento has tratado de hablar con ella.

—Yo no me siento culpable de nada. No tengo la culpa de que sea nueva.

—Ni ella —contestó con su amable sonrisa.

—Ni illi —imité con burla.

Por suerte estábamos llegando a casa y dimos por finalizada la conversación. No volví a pensar en aquello en toda la tarde. Sin embargo al día siguiente, en el patio volvió a pasarme lo mismo. Y ahí lo ignoré de nuevo. Mi padre no podía tener la razón, por primera vez en mi vida creí que se equivocaba.

Jose vino corriendo para que me uniera al juego del día. Habían cambiado el Mate por el Látigo, pero no tenía muchas ganas de acabar con raspones en la rodilla porque a uno le había dado por correr más de la cuenta, así que negué con la cabeza y le dije que estaba loco. Él solo sonrió y se fue, ni siquiera se molestó en llevarme la contraria, porque sabía que tenía toda la razón.

Miré a la chica nueva, que seguía en su sitio de siempre con su habitual expresión. Mi padre estaba equivocado seguro. Continué mirando a los locos que corrían por la pista agarrados con las manos, buscando que los que no pudieran seguir el ritmo se soltaran del "látigo". Normalmente en algún giro brusco la fila se rompía y salían niños despedidos en todas direcciones. El resultado no podía ser otro que caídas, moretones, muchas risas y algún que otro llanto por alguien que se había acabado haciendo daño. Era más divertido verlo que estar ahí dentro y me lo estaba pasando muy bien.

Toda esa semana estuve pensando si acercarme o no a aquella chica que no se relacionaba aún con nadie. Pasó el jueves, pasó el viernes y continué sin hacer nada. Porque empecé a ver que los demás la consideraban rara y por no quería que me relacionaran con la rara del colegio.

Puedo pensar que el karma ha venido ahora porque me la tenía jurada de cuando, a la tierna edad de nueve años, no entablé conversación inmediata con una chica nueva. Pero recuerdo que estuve tan mal aquel fin de semana que me prometí a mí misma que el lunes haría algo al respecto. No podía seguir sin terminarme mi bocadillo cada día, no era bueno para mí aunque Jose disfrutara de él. Pero de verdad se iba a poner gordo.

Efectivamente, el lunes tras la agotadora clase de matemáticas, sonó la maravillosa sirena del recreo. Era el mejor sonido del mundo, lo juro.

—¡Hola, Rocío! —me dijo Jose que llegaba corriendo hasta mí.

No sabía cómo lo hacía para salir siempre el último de clase. Tampoco entendía que me saludara como si fuera la primera vez que me veía cuando llevábamos todo el día juntos en clase, pero siempre lo hacía. No fallaba.

—Ya me está empezando a preocupar que no comas —me dijo serio.

—Y te estás poniendo gordo —le dije sin poder evitarlo.

—¡No me estoy poniendo gordo!

—Vale —concordé con un encogimiento de hombros, y él pareció complacido hasta que volví a hablar—. Pero te estás poniendo gordo.

Entrecerró los ojos mirándome con odio. Bueno, sabía que no me odiaba realmente porque papá siempre me decía que era adorable.

—Venga, vamos —le dije resuelta levantándome de la grada en la que estaba sentada.

No entendió en absoluto dónde tenía que ir, así que no se movió del sitio. Lo apremié con un gesto.

—¿A dónde quieres que vayamos?

—Vamos a hablar con la chica nueva —expliqué con poca paciencia.

¿Por qué no podía simplemente seguirme sin que tuviera que justificar nada? Era mucho más sencillo eso que poner en tela de juicio mis siempre buenas decisiones.

—¿La rara? —preguntó bajando la voz porque tampoco es que la chica estuviera tan lejos sentada.

—¿Por qué es rara?

—No sé, es lo que dice la gente.

—¿Y si la gente se tira de un puente tú vas detrás? —le pregunté yo poniendo las manos en jarras.

—Cuando mi mamá dice esa frase tiene más sentido que cuando lo has dicho tú.

—Sí, es verdad. También pasa cuando lo dice la mía —concedí.

Y la tenía. Ninguna frase de ese estilo sonaba igual.

—Pero no quiere decir que no tenga razón. Me da igual lo que diga la gente, tú tampoco eres muy normal y aquí estoy hablándote.

—¡Eeeeeeh! ¡Yo soy de lo más normal!

—No lo eres.

—Sí lo soy.

—Vale, lo eres. Un aburrido normal —cedí al final cruzándome de brazos.

—¡No soy aburrido!

—En serio, aclárate que se nos va el recreo.

Supe por su cara de odio que había ganado yo.

—Tú eres la más rara del mundo —farfulló poniéndose de pie.

Bizqueé los ojos para darle la razón, provocándole una carcajada y nos acercamos hacia aquella chica que hacía lo mismo que había hecho durante toda la semana anterior, solo estar sentada y observar a todo el mundo a su alrededor con una expresión perdida.

—¡Hola, soy Rocío! —le dije cuando llegué a su lado.

Levantó la cabeza para mirarme a la cara un tanto sorprendida porque alguien le hubiera hablado.

—Este es Jose —lo presenté. Este levantó la mano y la sacudió a modo de saludo. Para ser tan parlanchín estaba bastante callado.

Seguí mirándola esperando que ella devolviera el saludo. Y seguramente no había pasado tanto tiempo, pero la verdad es que se me estaba haciendo eterno su silencio.

—Yo soy Clara —dijo finalmente con una tímida sonrisa.

Ambos le correspondimos con otra y nos sentamos. Le costaba hablar porque era muy tímida, pero después entró en confianza y nos tiramos el resto del recreo poniéndola al día de todos los compañeros que veíamos pasar por delante mientras jugaban y corrían.

Sé que mi karma por mi silencio inicial se estabilizó en ese momento, así que no ha podido ser por eso por lo que estoy en esta escalera.


*Mate: conocido en otros sitios por Balón prisionero. Dos equipos tienen que lanzar una pelota al contrario con la finalidad de darles en el cuerpo y que caiga al suelo para que queden eliminados. Si son capaces de coger la pelota, el eliminado es la persona que lo ha lanzado. 

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