¡Es una zona sensible!
Me siento genial. Y no tiene nada que ver con el alcohol, porque solo me he tomado una copa y ni me ha dado tiempo a que se me suba a la cabeza. Belén es una gran compañera de fiesta. Ya lo sabía de ir con todo el grupo, pero hoy es una noche para las dos. He conseguido sacarla de casa y que deje de pensar en setas y en el cabrón de su ex. Ha sido difícil pero no se ha podido resistir a mis encantos, mis poderes y sí, a mis súplicas.
Estamos bailando con nuestras copas en la mano, haciendo un poco el tonto, solo divirtiéndonos. La tía se está llevando las miradas de más de uno en el pub pero ya me advirtió que no quería saber nada de nadie, así que le prometí que la salvaría, repitiéndole que si la tenía que besar lo haría. Se rio bastante de esa posibilidad y no me creyó demasiado, pero ahora estoy viendo que tal vez tenga que hacer uso del plan.
Se le ha acercado un chico y ella le ha rechazado varias veces, pero parece que no entiende lo que no le da la gana, así que me acerco a ella y la agarro de la cintura plantándole un beso en la boca. Un leve roce en los labios, todo muy casto.
—¿Todo bien, cariño? —le pregunto lo suficientemente fuerte para que él nos escuche.
Se va acto seguido, dando por hecho que no tiene posibilidad alguna con ella. Belén está más roja que un tomate, pero comienza a reírse de la situación y yo con ella. No perdemos tiempo y seguimos moviéndonos al compás de la música, que podría estar mejor pero no está tan mal. Es bailable, cumple su función en la vida.
Mi amiga se lo está pasando bien y yo disfruto con ella, así que me vuelvo a jactar de la ideaza que he tenido y no tiene más remedio que darme la razón. Estoy tan entretenida en disfrutar y que ella no esté incómoda que no me espero escuchar a nadie a mi lado.
—¡Hola, Rocío!
La música está alta pero lo he escuchado perfectamente porque casi me lo ha dicho en mi oído. Pego un brinco por el susto que me he dado y parte de mi cubata salta hacia mi vestido sin que pueda esquivarlo. Creo que tendría que estar enfadada por el estropicio, pero el shock por la sorpresa de escuchar esa voz es mayor aún.
—Parece que sigues besando chicas siempre que tienes oportunidad —dice de nuevo acercándose.
Me quedo quieta en el sitio, con cierta vergüenza que seguro se refleja en mi cara y lo miro. Es un poco más alto que yo, solo un poco —tal y como recordaba—. Su pelo corto y negro tiene un pequeño remolino en la frente que hace que se pongan de punta, muy al estilo de Tintín. Su cara está cubierta por una ligera barba de algunos días. Sonríe y veo un picotazo en uno de sus dientes. Y entonces me fijo esos ojos marrones, que ahora tiene algunas arrugas alrededor que se le acentúan al sonreír, pero siguen siendo amables y brillantes. Y veo cierta emoción en ellos que me hacen por fin aterrizar. Jose.
No lo pienso y me lanzo hacia a abrazarlo. Me agarra en el aire y me aprieta contra él, dándole igual que he olvidado que tenía aún una copa en la mano y que lo poco que quedaba se lo he tirado sobre la espalda, aunque sí que noto su escalofrío, seguro que efecto de los hielos.
No puedo evitar reírme de él por eso. Me suelta de nuevo en el suelo y vuelvo a notar que hay música alrededor —o lo que quiera que sea esto—, y vuelvo a ser consciente de mi amiga a mi lado, que también ha dejado de bailar y lo más probable es que crea que me he vuelto loca... más aún.
Trato de hacerme escuchar por encima de la música y presentarlos. Parece que lo consigo porque se dan dos besos de cortesía. Sigo mirándolo con cara de embobada porque hace demasiado tiempo que no lo veo. Más de diez años que no tenemos contacto.
La música de pronto está demasiado alta, no me deja pensar, no me deja escuchar si dice algo, aunque le miro a los labios y solo está sonriendo. De pronto no me apetece tanto estar aquí y sí que nos vayamos a algún sitio a solo hablar, ya que es imposible decir nada y no dejarse la voz en el proceso.
Se acerca a mi oído, parece que a él tampoco le apetece estar gritando.
—Dame tu teléfono —me dice separándose y poniendo su mano delante con la palma hacia arriba.
Abro mi mini bolsito, en el que cabe el móvil de puro milagro, y lo pongo en su mano ya desbloqueado con mi huella. Miro a Belén, que parece de lo más entretenida y divertida con mi actitud, mientras él trastea en el teléfono. Cuando me lo da se vuelve a acercar.
—Me tengo que ir ya. —No puedo negar que tengo una pizca de desilusión de pronto—. Promete que me vas a llamar.
El muy capullo se separa después de haberme hecho cosquillas. No lo puedo evitar, hay un punto en la oreja y el cuello que me da escalofríos. Miro sus ojos y asiento, dándole otro abrazo —esta vez más comedido—, antes de que se vaya. Le da dos besos de Belén y veo que le dice algo que no puedo escuchar.
Me parece increíble cómo me doy cuenta sin más de todo lo que lo he echado de menos. Fue mi primer y mejor amigo durante mucho tiempo. Fue una constante en mi vida. Vuelvo mi vista a Belén que sigue con una sonrisa en la cara. No sé lo que está pensando, o puede que sí, pero no sabe lo equivocada que está por lo que sonrío y niego con la cabeza. Ella tan solo levanta las manos en señal de inocencia, diciéndome en silencio que no ha dicho nada.
Me hace un gesto con la cabeza señalando la salida. Miro el vaso en mi mano ya vacío, así que tras un encogimiento de hombros asiento y comenzamos a andar hacia fuera. Voy yo primera, haciéndome hueco como puedo a través de todos los que aún están animados bailando y bebiendo.
Fuera hace un calor agradable, no el calor bochornoso que hacía dentro del local debido a la cantidad de almas que estábamos metidas. No sabía hasta este momento la falta que me hacía el aire limpio. La ligera brisa que hace me da la vida. Belén también respira hondo y sé que a ella le pasa lo mismo.
—¿Ya te has hartado de estar aquí? —le pregunto.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta ella pasando de mí.
Miro a mi alrededor buscando a lo que se refiere cuando me da un golpe en el hombro para que vuelva mi vista hacia ella.
—¡Lo que ha pasado ahí dentro, idiota! —me aclara.
Aunque ella diga que no, yo sé que es una romántica empedernida, porque busca que haya algo donde lo que ha habido es un encuentro del pasado. Fantástico y que no me esperaba, sí, pero nada de lo que ella está planteando en su cabecita llena de setas.
—Me has visto abrazar a mi mejor amigo de toda la vida. ¡Es Jose! Te he tenido que hablar de Jose.
Niega con la cabeza mientras comienza a andar con lentitud. Parece que la noche la hemos dado por terminada, pero tampoco me parece mal porque la música ya estaba siendo una mierda.
—Comenzamos en primero de EGB* y desde entonces no nos separamos casi. En el colegio estuvimos en la misma clase hasta octavo. Después en el instituto no, pero nos veíamos todos los días. Era genial —continué hablando para ponerla al día—. Hará diez años que no sé nada de él.
—Ya he visto que te has alegrado mucho —comenta con una sonrisilla.
Le doy un leve empujón con el hombro y ella suelta una carcajada.
—Nada de lo que crees. ¡Era mi mejor amigo, tía!
—¿Y qué? Ahora es un hombre que te produce escalofríos.
¡Pero será!
—¡Me ha hablado en el oído! —Se ríe aún más—. ¡Oh, vamos. Es una zona de lo más sensible!
Se lo está pasando de lo lindo a mi costa. Vale, yo quería que disfrutara de la noche y que reseteara su mente para continuar un poco más libre sus estudios y su vida, pero no estaba en el plan que se carcajeara en mi cara.
Aunque la verdad es que su risa es contagiosa y no tardo en unirme a ella. En el fondo me alegra que se lo esté pasando bien.
—¿Lo vas a llamar? —me pregunta cuando termina de reír.
—¡Claro que lo voy a llamar! —contesto con un tono de tanta obviedad que si lo usaran conmigo me molestaría que me llamaran tonta.
Por suerte ella no es yo y se lo toma bien. Es que sería una estupidez no llamarlo. Quiero saber qué ha pasado con su vida, ponernos al día. Y lo reconozco, quiero volver a escuchar su: «¡Hola, Rocío!» Lo había echado de menos.
—Pues venga, llámalo.
No sé cuántas copas se ha tomado esta chica. Creí que estábamos bebiendo a la par, pero lo mismo ha tomado alguna sin que yo me diera cuenta.
—Son casi las tres de la mañana, Bel.
¿De verdad no le molesta mi tono de obviedad?
—No es que esté dormido precisamente. ¿Se ha ido hace cuánto? ¿Veinte minutos?
Sonrío y niego con la cabeza.
—Después soy yo la loca —alego sin más.
Sabía que Belén era expresiva, pero ahora puedo comprobar que es muy expresiva. Con apenas un gesto puedo saber qué me quiere decir. Como ahora, que me está diciendo sin hablar que lo dejará estar pero que cree que soy idiota.
Me río por enésima vez en la noche y la agarro del brazo, enredándolo con el suyo. Estamos casi llegando a su casa —ventajas de vivir en el centro aunque fuera del casco histórico—, y no quiero seguir con esta conversación, así que comienzo otra en la que Jose no sea el protagonista y yo pueda jactarme de tener razón sobre tener que salir más.
Llegamos a su portal y nos despedimos con un par de besos. La verdad es que me lo he pasado genial esta noche y sé que ella también, así que insisto en que tenemos que repetirlo más veces. Las dos solas si no puede nadie o con los demás.
He aparcado casi en su portal, apelando a la suerte que suelo tener para eso, así que sigo hacia mi coche. Voy pensando en cómo me ha cambiado la vida en estos últimos nueve años. Sobre todo en los últimos tres, en los que pude conectar mucho más con esos geniales amigos que me acogieron cuando peor estaba. Ir aquella mañana a casa de Víctor fue lo mejor que me pudo haber pasado en mucho tiempo.
Tengo la llave en el contacto pero no la giro, sino que me decido a sacar el móvil del bolso y buscar el contacto. Como no lo he vuelto a tocar después de que me lo devolviera, al desbloquearlo me sale directamente la aplicación de contactos, donde puedo ver el que está abierto: «Mi Jose». Sonrío, porque efectivamente no podía haber puesto un nombre más acertado.
Menuda locura la mía.
—Hola, Rocío —contesta al segundo tono de llamada e inconscientemente vuelvo a sonreír.
—Perdona por la hora. —Creo que es lo justo porque es tardísimo—. ¿Te he despertado?
—Para nada, estaba esperando que me llamaras.
—¿Qué? No te creo —contesté riéndome.
Se escuchó su risa a través del teléfono también.
—Me lo has prometido. Tú nunca incumples una promesa ni eludes un reto, ¿no?
Él sabe que eso no es verdad. Que una vez nos prometimos ser siempre amigos y en algún punto del camino se nos olvidó. Ojalá todas las promesas fueran igual de fáciles de cumplir como la que he hecho hoy. Sin embargo, en su tono no hay reproche, así que me relajo.
Enciendo el coche, colocando el bluetooth para poder seguir hablando y, sin que le de otra opción, me acompaña a casa. No quiere colgar ni siquiera cuando le digo que ya he llegado y que se puede quedar tranquilo. Sigo en el coche sin apagarlo porque se cortaría la llamada y en realidad yo tampoco quiero colgar, aunque creo que es mejor que nos pongamos al día hablando en persona.
Al final, a regañadientes, consigo que entre en razón, sobre todo porque en un momento me ha insinuado que trabaja al día siguiente a pesar de ser domingo. «la mierda de la hostelería» ha dicho literalmente. Y sí, no puedo estar más de acuerdo.
—Prométeme que nos vamos a ver un día sin prisas. Sin nada que hacer luego, sin compromisos a los que acudir.
—No tienes que hacer que te prometa algo para que lo cumpla, so tonto —le digo divertida.
Se queda callado. Por el teléfono no se escucha siquiera su respiración y no sé por qué, lo visualizo mirándome fijamente apenas sin pestañear.
—De acuerdo, lo prometo —me rindo al final.
En mi mente vuelve a aparecer su gesto sonriente, porque sé que lo está haciendo a través de la línea. Consigo despedirme sin tener morriña y apago el motor, dejando así que se corte la llamada.
La casualidad ha hecho que mi mejor amigo vuelva de golpe a infiltrarse en mi vida y eso mismo me deja con una estúpida sonrisa en los labios y con una añoranza de tiempos pasados, en los que todo era más fácil, más sencillo y simple. Tiempos en los que cada día tenía un: «¡Hola, Rocío!».
* EGB: Educación General Básica. Sistema de educación que tras una reforma educativa pasó a ser Educación Primaria.
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