El asco lo tengo superado

Estar aquí no me sirve de nada, lo sé. Y sin embargo no soy capaz de irme. Llevo mirando la fea pared que está delante de mí un rato largo. ¿Qué clase de color es ese? No es una pared blanca, no llega a color crema. Puede que sí que fuera blanco alguna vez pero las manazas de la gente al pasar por aquí, seguramente a toda prisa; o de los niños con sus manitas sucias de jugar en la calle; o simplemente el aire y el polvo han creado un color nuevo. O a lo mejor tiene nombre pero yo no lo conozco.

Puede que toda esta situación haya conseguido por fin volverme loca del todo, ya que estoy pensando en nombres de colores que no me incumben para nada. Siempre estuve un poco loquilla, pero este tipo de locura que observo en mí no es del tipo bueno. Tengo que respirar hondo, esto no va a poder conmigo. Tengo que relajarme.

Sigo pensando que no he hecho nada, ni siquiera aquella vez que...

Mi cerebro me lleva de nuevo al instituto. Me cundió bastante esa época, lo tengo que reconocer. Estaba en mi último curso, ya casi terminando, y era emocionante pensar si entraría en la carrera que quería, pero eso mismo también era lo más estresante. Desde que Clara había contado sobre mi claustrofobia apenas habíamos hablado fuera de lo estrictamente necesario para temas académicos.

Y eso tampoco había sido mi culpa, solo que ella no quería, así que no la iba a obligar. Jose siempre trataba de mediar, pero no dejaba de repetirle que no era a mí a quien tenía que convencer. No lo consiguió.

Sé y sabía también entonces, que los motivos de que no me hablara estaban relacionados con mi amigo. Posiblemente ella no sabía cómo gestionar sus absurdos celos, porque ni yo le gustaba a él ni él me gustaba a mí, pero parecía que a Clara no le entraba en la cabeza.

Lo que me daba más pena era que a Jose sí le gustaba ella.

—¿Por qué no la invitas a salir? —le pregunté por enésima vez en los últimos dos años.

—No voy a invitarla a salir, pesada. No quiero hacerlo —contestó como si estuviera harto de mí, y de verdad no me extrañaría que así fuera.

—Te gusta y lo sabes. Le gustas y lo sé.

—No me gusta su comportamiento y lo sabes.

En honor a la verdad, siempre le tendré que conceder a Jose que fue mi amigo más leal. No quería elegir y si salía con ella seguramente, aunque lo intentara evitar, se alejaría de mí porque por algún motivo que no lograba entender, Clara no entraba en razón y veía lo obvio.

Nos quedaba ya solo un mes de clase y la verdad es que echaría de menos esas charlas de recreo. Nos relacionábamos mucho con otros compañeros de clase, no es que siempre estuviéramos los dos solos ni mucho menos, pero la verdad es que siempre buscábamos un hueco para nosotros.

—¿Os apuntáis, chicos? —nos preguntó de pronto Susana, una compañera que apareció de la nada.

Solía hacer esas cosas, aparecía sin más y hablaba como si supiéramos el contexto que tenían sus palabras. Jose le sonrió amable y le preguntó a dónde quería que nos apuntáramos.

—¡A la moraga* por supuesto! —dijo con obviedad—. Este sábado moraguita en la Malagueta**.

No sabíamos siquiera que se estaba planteando, y la verdad es que suponía no solo perder una noche de estudio, sino perder casi todo el día del domingo en la recuperación. Me lo estaba pensando bastante porque no me terminaba de convencer, pero Susana me miró inclinando la cabeza y haciendo un puchero con la boca de lo más cómica.

—Vamos, Ro. No será lo mismo sin tus locuras.

Tenía una fama totalmente inmerecida para mi gusto, pero mis compañeros no estaban de acuerdo con que no me lo hubiera ganado. Al final no pude más que reírme y asentir con la cabeza, aunque le dije que me lo pensaría. No se lo creía nadie.

Efectivamente, el sábado allí estábamos nosotros y casi todo nuestro curso. Habíamos puesto dinero para bebida, patatas y chucherías, pero éramos tantos que quedamos en que cada uno llevaría su comida y así no haríamos barbacoa ni nada. Se había convertido en un botellón en la playa, pero nos parecía bien.

Alguien se trajo una radio con pilas nuevecitas que sonaba a todo volumen, otro se trajo una pelota de fútbol y alguno que otro se estaba matando en la arena por meter gol. Todos charlábamos en grupo criticando a los profesores y lo poco que echaríamos de menos a más de uno.

Cada uno había comido lo que había llevado, y estábamos en grupos más grandes o más pequeños. Unos estábamos sentados, otros se mantenían de pie o jugando a algo. Por suerte con nuestros gritos y música no estábamos molestando a nadie pues estábamos pegados al espigón y allí no había edificio de pisos sino un club marítimo que estaba cerrado a esas horas, sino no dudaba de que alguien habría llamado a la policía.

Nos hacía falta algo así para poder comenzar nuestro último y más duro mes con fuerzas. Una manera de coger aire para continuar. No me arrepentía de estar allí, y podía ver que Jose tampoco, pues charlaba muy animadamente con Clara. Estaban de pie echándose algo más de beber.

Sonreí un poco triste, porque se estuviera conteniendo de hacer algo que quería por mí. Era mi mejor amigo, me lo había demostrado mil veces y tenía que hacer algo para demostrarle que yo también era su mejor amiga por algo. Así que le hice un gesto para que no se preocupara por mí y atacara. Lo mismo el alcohol que había ingerido con la sangría tan rica que alguien había hecho, le ayudara con eso, pero él solo me ignoró.

—¡Mira quién está aquí! ¡Rociiiii! —gritó Seoane sentándose a mi lado.

—¡Mira quién ha venido a molestar! ¡Gumersindoooo! —contesté en su mismo tono.

Después de que me intentara fastidiar encerrándome en el armario de las escobas me enteré de su nombre, para comprobar que efectivamente, era tan horrible como esperaba. No me extrañaba que siempre quisiera que lo llamáramos por su apellido, aunque seguía sin saber qué era peor.

Habíamos conseguido una relación cordial, dentro de que a ambos nos gustaba molestarnos mutuamente siempre que era posible.

—¿Con qué nos vas a sorprender hoy, Roci?

Sonreí un tanto irónica, porque seguía sin creerme que esta gente tuviera esa concepción de mí. Yo era una chica de lo más normal y tranquila, siempre que no vinieran a tocarme las narices.

—No sé. Lo mismo te hago sangrar por la nariz la próxima vez que me llames Roci —contesté con una falsa sonrisa.

Los que estaban cerca se rieron por la conversación que estábamos llevando —tampoco es que estuviéramos hablando en voz baja ni mucho menos—, incluido Seoane, que me dio un golpecito con su hombro en el mío.

—¿Sabes qué? —dijo volviendo a llamar mi atención. Lo raro es que no me parecía que estuviera borracho, pero seguro que diría una tontería digna de uno—. Nunca te he visto decir que no a un reto.

—¡Eso es verdad, Rocío! —concedió otro compañero.

Sin saber el motivo vi que, de pronto y sin buscarlo, estaba siendo yo el foco de atención de más de uno. Por suerte la mayoría seguía entretenido en lo suyo. Yo, elocuente como siempre, solo me encogí de hombros.

—¡Oh, venga ya! —insistió Seoane—. ¿Por qué?

—Eres tú el que me reta la mayoría de las veces, ¿por qué tengo que ser yo la que de explicaciones?

Alguien me llevó otra sangría. Bueno, no alguien, Jose fue quien me la llevó, y se puso de pie a mi espalda. Levanté la cabeza y miré hacia arriba agradeciéndole. No sabía si era bueno para mí más alcohol pero lo agradecí igual.

—¿Es alguna clase de promesa que le has hecho a una virgen? Lo de no poder rechazar ningún reto —volvió sobre el tema.

Todos reímos por las tonterías que estaba diciendo.

—A ver, pesao. Seguramente si me retas a algo será algo que no he hecho. Y si no lo he hecho antes puede que sea porque no se me ha ocurrido hacerlo. Y tal vez si lo hago puede que incluso aprenda algo que antes no sabía.

—¿Qué aprendiste de comer hormigas? —preguntó incrédula Susana que estaba frente a mí.

El muy tonto me desafió a comer hormigas. Yo lo hice pero él perdió su pago cuando no fue capaz de comer un simple gusano. Cierto es que fui a por el gusano más grande y asqueroso que pude encontrar en una tienda de artículos de pesca, pero desde entonces dejó de proponerme retos.

—Yo que son crujientitas y que los chinos saben lo que hacen —contesté con sorna.

—¿Sabes que tendrías que hacer? —dijo Seoane mirándome y sonriendo como solía hacer antes de decir una tontería—. Un último reto, antes de terminar el curso.

—¿Qué aprendiste tú de la última vez que perdiste un reto?

Me divirtió mucho ver como su cara perdía un poco de color al recordar el bicho aquel.

—Me arriesgo. Tendrías que besar a una chica.

Recuerdo que lo miré enarcando una ceja. Si bien ahora la sexualidad de cada uno llega a estar más aceptada, aunque nos queda mucho aún por aprender y aceptar, hace nueve años y más en el instituto, no era como ahora. Por desgracia, a esa edad uno escondía si era gay o lesbiana por temor a ser rechazado por los demás. Yo no soy lesbiana, pero en aquel momento bastaba con que besara a una chica para que tanto a ella como a mí nos pusieran una etiqueta sin más.

—¿Qué pasa? ¿Te da asco besar a una chica? —me preguntó picándome.

Lo miré entrecerrando los ojos y noté el veneno ascendiendo hasta mi boca.

—Te besé a ti la última vez que fuimos de juerga al centro, lo del asco lo tengo superado.

Se escuchó un «pooooooo» por parte de los que estaban en nuestro grupo y al idiota se le borró un poco la sonrisa de la cara. Y sí, nos habíamos enrollado una noche en el centro y la verdad es que besaba bien.

Reconozco que tenía cierta debilidad por los chicos malos que no lo eran tanto, pero todo eso cambió cuando encontré a uno bueno... ¡No quiero! Me pongo de pie y vuelvo a pasear por el rellano. No quiero pensar en eso ahora mismo. Estoy buscando el motivo de mi karma y a donde me lleva mi mente no tiene nada que ver con eso, pero aún así me vuelvo a sentar para ver si algo tiene relación.

No, porque recuerdo que le ofrecí mi mano para que la estrechara, en señal de que lo haría. Lo que no sabía es que me diría de hacerlo en ese momento.

—Espera, ¿con quién se supone que me voy a besar?

—¡Con Susana! —dijo casi inmediatamente. Parecía que ni siquiera lo había pensado—. ¡Es tu fan!

—¿Qué? ¡No! ¡A mí me dejas! Yo no soy fan de nadie.

Lo cierto es que Susana era el mal menor porque me caía bien. No quería besar a una chica y que encima fuera idiota, ya había tenido bastante con haberme besado con él en un momento de enajenación mental totalmente transitoria.

—¡Venga, Susana! —animé ahora yo.

Noté que Jose me quitaba el vaso de la mano. Sí, el traérmelo fue una mala idea, quitármelo ha sido una muy buena, ya podría haberlo hecho antes.

Los de alrededor comenzaron a jalearla y yo me acerqué un poco y me puse frente a ella que seguía negando con la cabeza.

—Beso que te cagas, Sus —le dije—. Y ya de camino le damos una lección al idiota este que se cree que es asqueroso besar a una chica, como si no lo hiciera él cada semana con una distinta.

Y en cuanto vi un poco de duda la besé. Al principio se quedó un poco estática pero luego me correspondió el beso. Teníamos un coro de jaleos de fondo y nos separamos, un poco rojas por la vergüenza.

Miré a Seoane que me devolvía la mirada con una sonrisa socarrona.

—¿Y qué has aprendido de este reto, Roci?

—Que si estoy en una isla desierta contigo y con Susana, me hago lesbiana sin duda. Besas como el culo. ¡Chicas, Gumersindo besa como el culo! —grité para todos los de la playa, que ya prácticamente estaban congregados alrededor nuestra y no dejaban de reírse.

Se levantó enfadado y se fue a donde estaban las bebidas. Miré a Susana y le pregunté si estaba enfadada conmigo, por suerte me dijo que no. Miré a Jose que se veía divertido aunque negaba con la cabeza, y venía a sentarse a nuestro lado. Los grupos volvieron a dispersarse dedicándose cada uno a lo que quería otra vez.

Ahora que lo pienso ni siquiera busqué la aprobación de Susana antes de pillarla desprevenida y comerle la boca. ¡Oh, Dios mío! ¡Eso es! La besé en contra de su voluntad. Ella me había dicho que no quería y aún así yo pasé de su decisión.

¿Cómo es que estoy otra vez de pie? No lo sé, aunque de pronto veo claro por qué el karma ha venido a buscarme. Ha tardado un poco pero el muy cabrón al final me ha alcanzado.


* Moraga: Fiesta playera malagueña. Consiste en reunirse en la playa por la noche para beber, comer y cantar (siempre hay alguien que lleva guitarra) hasta que el cuerpo aguante.


** Malagueta: nombre de la playa más popular de Málaga, también conocida por lavachochos

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