Día 1 | ¿Subí al cielo?

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El motor del auto carraspeó tantas veces que creyó que le daría un ataque,

—¡Por favor, no me dejes a pie, ¡no ahora! —Jimin, sobre el volante de su viejo autito rojo, juntó sus manos en una súplica inútil porque el coche no solo se detuvo, sino que la tormenta pareció volverse loca y largar unas ráfagas de viento congeladas y peligrosas.

—Maldita tormenta, justo ahora se te ocurre llegar y arruinar mis planes.

Antes de quedar varado completamente bajo la inclemencia del clima, Jimin tomó una sabia decisión, abandonar la lata colorada que por milagro de Dios lo había llevado hasta allí. Su novio le rogó de mil maneras que él no se arriesgara a subir a la montaña en ese auto maltrecho. Pero Jimin es Jimin, caprichoso y testarudo, por supuesto no le hizo caso...

La nieve caía cada vez más densa y temió que si no salía rápidamente, encontraría un horrendo final dentro de su coche.

Él se dirigía a pasar Navidad a la casa de su prometido, debería haber llegado a destino unas cinco horas atrás pero la tormenta tenía otros planes.

Se echó encima todo el abrigo que encontró en su maleta, se colgó a los hombros la mochila con todo aquello que creyó que sería necesario para sobrevivir en esa montaña desierta y partió sin rumbo fijo.

Sabía que debía encontrar con urgencia un refugio donde guarecerse de la furiosa nevada que amenazaba con borrarlo del mapa, pero por más esfuerzo que puso, sus fuerzas llegaron a su límite y cayó desvanecido de cansancio y frío.

Lo próximo que sucedió fue que al abrir los ojos, sintió el crepitar de los leños ardiendo y el oscuro olor del delicioso café y solo se le ocurrió decir:

—Me morí y subí al cielo…

Una risa a su lado lo sacó del sortilegio.

—No, claro que no moriste, te encontré aquí cerca y te traje a la cabaña.

Jimin no salía de su asombro. Solo recordaba haber salido de su auto, haber caminado una eternidad y lo ultimo que recuerda es el vahído en sus oídos, ver plateado y ya... nada más. Pero ahora, frente a él había un ángel con los ojos más profundos y bellos que hubiera visto.

—Hola, mucho gusto, soy Jungkook.

Jimin lo pensó pero no lo dijo:

«Sí, me morí y tú eres un ángel. Gracias, tormenta... bendita»
















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