Blues de invierno
Ya habían transcurrido tres días desde que la Fortaleza Móvil, el Destructor, había tratado de destruir el pueblo de Axel, la mal llamada Ciudad de los Principiantes. Tres días desde que la súperarma ancestral finalmente encontró su final a manos de Izuku Midoriya y su compañera Megumin, la Demonio Carmesí más famosa en la generación actual.
También habían sido tres días desde que el pueblo sufrió su más aterrador confinamiento en toda su historia.
Adentro de su oficina, cierta recepcionista voluptuosa suspiraba mientras continuaba escribiendo su reporte.
Luego de que Izuku destruyó al Destructor, y se quedó en silencio, pasaron muchas cosas. Primero, el Archidruida salió del pecho del titánico antárbol siendo cargado gentilmente, junto a Megumin, por un grupo de dríadas. Esto no habría sido una vista fuera de lugar, considerando quién era el héroe, pero el grupo estaba... vestido, en el sentido de que, no sólo no estaban desnudas, sino que estaban sorprendentemente bien cubiertas. Muchos testigos se abstuvieron de comentar en voz alta ese hecho, pero había opiniones al respecto, algunas de las cuales decían que las dríadas probablemente temían sufrir retribución de la pequeña Demonio Carmesí, y otras de que se parecían a niñas traviesas que se mostraban tímidas enfrente de sus padres.
Luna podría haberse sentido igual de molesta al ver eso, pero el hecho de que el Titán Verde permaneció después del evento fue lo que capturó su atención, casi toda, de hecho.
Al echar un vistazo a su reporte, observó las palabras con las que había escrito la siguiente parte, y pensó en cómo iban a sonarle al Gran Maestro...
Con el Archidruida fuera de comisión, y su novia incapacitada, los sonidos ominosos que provenían de la carcasa de la súperarma ancestral casi le dieron un ataque cardíaco. Cualesquiera que fueran los mecanismos antiguos que mantenían ensamblada la monstruosidad habían comenzado a colapsar, lo que habría resultado en una explosión seriamente destructiva... si no fuera porque todo el bosque de repente cobró vida y cargó contra la obstinada maquinaria.
Los antárboles eran una amenaza seria incluso para aventureros de nivel intermedio. Uno solo de ellos podría aniquilar a un grupo promedio de novatos con gran facilidad. Y había docenas de ellos, que estaban haciendo pedazos la carcasa del Destructor, asegurándose de que no hubiera posibilidad alguna de explosiones adicionales.
Luna quería creer que este ejército de antárboles no era una amenaza para el pueblo, que estaban bajo el servicio de Izuku, y por lo tanto que serían una magnífica línea defensiva para Axel. Desafortunadamente, Izuku todavía no había hablado con nadie respecto a esto, y nadie tenía el valor de ir con los antárboles o las dríadas para preguntarle...
Excepto por un conocido enano artesano, y un recientemente redimido lich que se había establecido a vivir allí.
En cuanto los restos del Destructor dejaron de dar señales de que iba a explotar, Keel y Talenof se aproximaron a los guerreros arbóreos para hacer sus demandas. Keel quería llevarse algo como trofeo para Izuku, un recuerdo de su victoria sobre el enemigo más peligroso del mundo. Talenof sólo quería echarle mano a tanto metal y artefactos como pudiera. Los antárboles estuvieron más que felices de dejar que Keel seleccionara cualquier cachivache que quisiera de los escombros en lo que parecía ser una sala de control con un trono, mientras que Talenof designó un área donde podría colocar toda la basura metálica y aceitosa; aunque para ser justos, Talenof dijo que era un "sitio de recolección de basura, para poder removerlo del bosque de manera ordenada".
Luna desvió la mirada del documento, dejando que su mente se distrajera mientras se preguntaba cómo iba a trabajar con todas las piezas de la armadura del Destructor. Dudaba muchísimo que el enano tuviese una fundidora lo suficientemente caliente para derretir el metal, o un martillo lo bastante fuerte para darle forma a los lingotes, en el caso improbable de que se los pudiera llevar.
La voluptuosa recepcionista suspiró, preguntándose cómo iba a acercarse a Izuku ahora. Si no era para fastidiarlo en busca de respuesta, tal vez para pedirle una oportunidad de unirse a su...
*¡KNOCK! ¡KNOCK!*
El incesante golpeteo de su puerta sacó a Luna de sus pensamientos, aunque no tuvo tiempo de darle a la persona permiso de entrar antes que la puerta se abriera. Una mujer vestida con ropas reveladoras y cabello verde claro ingresó sin invitación alguna.
– Lamento la intrusión. Me dijeron que debía venir aquí para aclarar mi... situación con el gremio.
Luna reconoció a esta mujer como una de las compañeras de Kyouya. No había necesidad de preguntar, o adivinar, qué asuntos tenía con el gremio; todo el equipo había sido puesto en la lista negra debido a una serie de estupideces que cometieron. La primera y principal fue su incursión no autorizada en la mazmorra de Keel. La misma que por poco hizo que toda la ciudad fuese devorada por los no-muertos... bueno, según lo que dijo Keel sólo iba a sellar su tumba por un siglo o dos mientras controlaba su ira, pero ella no sentía la necesidad de corregir los miedos del maestro del gremio en ese momento. Además, la situación igual resultó en que la ciudad perdió la mazmorra.
– ¿Y tú eres? – preguntó Luna, haciendo un esfuerzo para dejar claro que estaba mirando por encima del hombro de la mujer, obviamente esperando a que entrara más gente.
– Clemea, la Ladrona. – se presentó Clemea, haciendo un esfuerzo por dejar claro que era de orígenes humildes, y se sentía orgullosa de ser una aventurera. También se esforzó por indicar que se encontraba sola.
Aunque su primera transgresión fue tan mala que les dejaría sus tarjetas marcadas durante tres años, el haberse metido con la casa de vacaciones de un noble fue suficiente para incrementar la penalización a diez años completos. Resultó ser que el reciente problema de los fantasmas espantando por la ciudad también fue rastreado hasta este grupo de idiotas en particular. Los fantasmas y espíritus causando problemas por la ciudad ya habían sido una molestia, pero cuando la mayor concentración de ellos cayó en la casa de vacaciones de uno de los pocos nobles amables de la región, terminó escalándose hasta convertirse en una preocupación muy real.
Diez sacerdotes trataron de exorcizar la casa, y todos ellos fallaron; terminaron siendo enviados a las calles desnudos y cubiertos en varias sustancias coloridas, y ocasionalmente con plumas. Cuando la situación parecía perdida, el noble decidió vender su casa de vacaciones, lo que por supuesto significaba que el gremio tuvo que comprarla y lidiar con el problema, o al menos eso fue lo que Alderp ordenó cuando escuchó sobre esta tragedia.
– No voy a decir que mi antiguo grupo sea inocente, o que la penalización sea injusta. – empezó a hablar Clemea, tomando asiento en frente de la voluptuosa recepcionista, e ignorando completamente el papeleo que la susodicha estaba tratando de terminar. – Sólo quiero aclarar mi participación en todo el embrollo, la situación de mi antiguo grupo, y negociar una... forma de salir.
Por joven que pareciera, Luna seguía siendo una veterana al lidiar con aventureros, especialmente los que eran como Clemea. La chica se había esperado tener que lidiar con un hombre, esa parte era obvia, y por lo mismo se le notaba un ligero pánico, así que ahora estaba actuando sumisa para compensar por su error. Luna supuso que, si la ladrona hubiera sabido que se enfrentaría a otra mujer, habría sido más educada, en lugar de invadir su oficina.
Si la situación hubiera sido diferente, Luna podría haber estado de humor para mostrar algo de clemencia, pero... fueron quinientos millones de Eris. Tal vez para los nobles eso fuese una miseria por una mansión, pero para el gremio eso eran cinco años de su presupuesto. De hecho, de no haber sido por Keel, ¡esta rama del gremio habría quedado en la bancarrota por culpa de ese incidente!
El antiguo lich apenas pagó ciento cincuenta millones, pero al haber resuelto el problema de los fantasmas pululando, se ganó la palanca necesaria para pedir un contrato de arrendamiento, el cual el noble aceptó de buena gana al oír de sus valientes esfuerzos.
Resultó ser que todo el problema se debió a que el cementerio estaba sellado por una barrera divina, que impedía que las almas de los difuntos encontraran su lugar de descanso. El antiguo lich inmediatamente reconoció las marcas de dicha barrera, y señaló a los rufianes que vandalizaron su tumba como los responsables, lo cual, una vez que Aela reconoció la misma descripción, agregó todavía más culpas a la ya creciente lista de transgresiones de Kyouya.
Luna dejó el papeleo de lado, y le indicó a la ladrona peliverde que se explicara. Sin embargo, no iba de ninguna manera o forma a ayudar a la ladrona a salir de sus problemas. Aunque el líder del grupo había sido el cerebro detrás de todos los embrollos recientes del pueblo, esta ladrona en particular había sido delatada por su antigua compañera, a la cual ellos habían dejado abandonada y traicionada. Si había una cosa que Luna no perdonaba era la traición, y Clemea la ladrona estaba a punto de descubrirlo por las malas.
(–0–)
En el área común del salón del gremio...
Los aventureros reunidos se la habían pasado chismorreando sin parar desde hacía bastante rato. Durante días se la pasaron intercambiando ideas sobre lo que significaban las hazañas recientes de su celebridad local, desde el hecho de que el pobre Izuku se había hecho dueño de un harem masivo de dríadas, hasta que se había convertido en alguna clase de semidiós. No ayudaba mucho que pensar que sus logros previos habían sido resultado de ser alguien especial los hacía sentirse menos como basura.
Y luego estaba el hecho de que un grupo de aventureros previamente etiquetados como "inútiles" habían saltado casi al estatus de héroes. Se hablaba mucho de las razones detrás de esto, desde la idea de que era gracias a su nuevo equipamiento, a la posibilidad de que Izuku los hubiera bendecido con actos lascivos.
Hoy era un día especial, sin embargo, ya que la llegada de Clemea trajo consigo una nueva fuente de chismes.
El aventurero Kyouya, antigua estrella de Axel, era conocido anteriormente por ser invencible, capaz de completar cualquier misión que decidiera tomar. Incluso la corona había buscado reclutarlo como un héroe potencial. Pero luego de tratar de buscarle pleito a cierto archidruida peliverde había...
Caído en deudas masivas. Abandonó a una de sus compañeras, a las que juró nunca traicionar. Huyó en lugar de proteger la ciudad a la que había jurado defender en contra de Beldia. Metido la pata hasta el fondo en la mazmorra de Keel y los cofres que se regeneraban. Y ahora... ¿enviaba a una de sus compañeras sola para arreglar sus errores?
Los chismes se volvían cada vez más salvajes; algunos especulaban que la peliverde había sido enviada para obviamente tratar de pacificar a Izuku, usando sus encantos femeninos para cumplir la tarea, lo cual por supuesto hacía quedar a Kyouya como un bastardo ante los ojos de la mayoría de la gente. Unos cuantos sacaron la posibilidad de que el espadachín había abandonado también a esta linda chica, esperando que no llegara a la ciudad, o dando por sentado que nadie le creería por encima de su palabra. Algunos incluso apoyaban la idea de que el ahora cobarde del pueblo estaba tratando de deshacerse de sus compañeras originales para poder comenzar de nuevo en alguna otra parte.
En los ojos de los aventureros reunidos, Kyouya Mitsurugi era...
*¡BAM!*
La puerta del salón del gremio se abrió con un poco más de fuerza de lo que lo haría un grupo normal. Inmediatamente después, un par de jóvenes mujeres entraron, silenciando a todos los aventureros reunidos con su sola presencia.
– ¡No te estoy diciendo que tengas que holgazanear! – gritaba a los cuatro vientos Darkness, con aspecto de sentirse muy molesta al volver de donde fuera que ella y su compañera se habían ido. – Sólo estoy diciendo que no tienes que matar a cada enemigo que está a punto de alcanzarme. ¡Puedo enfrentarme a un par de docenas de ellos sin problemas!
– ¡Esas eran Avispas Crueles! ¡AVISPAS CRUELES! – gritó Aela con clara exasperación, incluso alzando las manos para enfatizar todavía más. – ¡Esas cosas no solo te pican! ¡Te pican una y otra vez sin piedad hasta matarte! ¡Sin mencionar que su veneno causa tanto dolor que una sola picada puede provocarle convulsiones a un aventurero veterano!
Todos en el salón sufrieron un escalofrío. Los monstruos a los que describían era frágiles, pero eran tan rápidos que derribarlos con flechas era considerado una hazaña heroica. Muchos comenzaron a entrar en pánico ante la realización de que hubiera semejante amenaza acechando cerca del pueblo de principiantes. Empezaron a formarse rumores alrededor del prospecto de cómo sobrevivir a la amenaza, y de si huir seguía siendo una opción.
– ¡Y tú las mataste a todas! – se quejó Darkness sin un ápice de vergüenza, como si fuera alguien a quien le destruyeron sus juguetes. – ¿Cuánto tiempo crees que tendré que esperar a que alguien vuelva a contrabandear con ellas? Viajar a las Tierras Baldías de los Espantos ya es bastante raro, ¿sabes?
Nadie pudo ocultar su alivio al escuchar la clarificación no intencionada. No era extraño que los nobles inescrupulosos hicieran peticiones tan irrazonables. Tratar de conseguir Avispas Crueles vivas era algo nuevo, sin embargo; usualmente los nobles más desagradables estaban felices con recolectar sus aguijones para usar de herramientas de tortura, especialmente con lo violentos que eran esos bichos del tamaño de gatos.
– ¿Escuché eso correctamente? – preguntó cierto noble rubio, asumiendo el riesgo de aproximarse a las compañeras de grupo del Héroe de Axel. – ¿Dices que pelearon y mataron a una docena de Avispas Crueles?
Aunque el avaricioso noble había aprendido su lección y se había mantenido lejos del grupo del archidruida, todavía le echaba el ojo al arma de Aela con avaricia. Los lanzadardos habían empezado a circular por el mercado, demostrando ser de muchas maneras superiores a las ballestas. Sin embargo, los complicados mecanismos internos, el delicado mantenimiento que requerían, y la necesidad de munición muy especializada, hacía que muchos combatientes de largo alcance se replantearan comprarlas.
Para empeorarlo, sólo Talenof sabía cómo hacerlas de calidad aceptable. Muchos herreros, y no pocos de ellos eran enanos, habían intentado recrearlas. Algunos desde cero, con sólo mirarlas de lejos, mientras que otros decidían soportar la humillación de comprar una, sólo para luego desmantelarla intentando copiar el diseño. Todas las copias siempre resultaban inferiores.
– Un par de docenas, sí. – replicó Darkness mientras Aela la usaba como escudo, sin creerse por un segundo que ese noble idiota no fuera a tratar de ponerle las manos encima a su Bianca, – ¿Y eso en qué te concierne, Yavin?
El noble idiota le echó otra fugaz mirada a Aela por un segundo.
Para echar más sal en la herida, los lanzadardos de Talenof, aunque de calidad soberbia, seguían palideciendo comparados con el original. Bianca era única, una pieza de arte tan refinada que hacía que todos los demás parecieran basura en comparación. Él y otros nobles demandaban la misma calidad, pero sin importar la cantidad que ofrecieran, o las amenazas que le lanzaran, el maldito enano seguía rehusándose.
Su excusa era la falta de materiales, que resultaron ser unas cosas indignantemente raras de las que nadie había oído escuchar antes. ¿De dónde iba a sacar alguien mitrilo de plata fundido con llamas infernales? ¿Y qué diablos era la Corteza de Hierro tocada por los Dioses?
– Antes que vendan los restos al gremio, quiero hacerles una oferta. – comenzó a decir Yavin, buscando sonar tan neutral como fuera posible. – Un millón de eris por cada cuerpo intacto, y trescientos mil por cada uno que sólo se le pueda cosechar el aguijón.
Todos en el gremio se giraron hacia el noble. La oferta parecía bastante justa; esos pequeños monstruos eran ridículamente valiosos, aunque fuese sólo como herramientas para propósitos nefastos. El gremio los compraba tanto para mantenerlos lejos de los nobles inescrupulosos, como para usar los aguijones como armas especiales contra los monstruos humanoides, si bien que pagaban menos por ellos.
– No podemos. – replicó Darkness simplemente, y luego fue a acercarse al mostrador de la recepción. Pero el noble no planeaba darse por vencido tan fácilmente.
– ¿Qué? ¿Por qué? – Yavin seguía tratando de llamar su atención, para molestia de las dos chicas.
– Porque los quemamos. – explicó Aela, sin dejar de usar a Darkness como escudo. – Eso es lo que habría querido Izuku, después de todo.
La respuesta no sorprendió a nadie. Izuku era asquerosamente rico, lo suficiente como para comprarse un título de nobleza y más. Para empeorar las cosas, era conocido por no gastar más de lo necesario, lo que significaba que ahorraba una cantidad masiva de eris cada día.
Aunque siendo justos, sí gastaba mucho en mantener a su harem feliz, pero al sopesarlo contra lo poco que gastaba en sí mismo o en comprar comida cara y elegante, eso compensaba con creces los gastos... especialmente al considerar que sus chicas eran de élite. Como si se hubiesen olvidado de lo poco que pensaban de ellas hasta no hacía mucho...
– ¡¿Por qué hicieron eso?! – gritaron las mujeres que acompañaban al noble idiota como si fueran una sola, todas sintiendo que las recompensas de la familia de Yavin se convertían en cenizas junto a los malditos bichos.
– Porque era lo correcto. – espetó Darkness, mandando una mirada que indicaba que no estaba de humor para seguir hablando de ese tópico en específico.
Aela sabiamente decidió no añadir que, si bien Izuku les habría ordenado hacerlo para evitar que los aguijones fueran usados en otras personas, también lo había hecho para no tener que explicarle a Izuku por qué Darkness los habría utilizado en sí misma.
– Hola, Maria. – saludó Darkness a la recepcionista. La joven elfa tuvo un pequeño respingo ante el prospecto de lidiar con este grupo en particular. – ¿Asumo que Luna está ocupada en otra parte?
No era más que una pregunta amistosa, pero desde su ascenso a aventureros de élite, lidiar con este grupo, o más bien, con el grupo sin Izuku, era algo que todos temían. Por lo mismo fue que Luna había recibido el puesto como recepcionista designada para ellos.
– Ah... bueno... ella... – Maria trató y falló en sacar alguna conversación para ganar algo de tiempo. Afortunadamente para ella, no tuvo que rezar por un milagro.
La puerta de la oficina se abrió, revelando a una Luna con expresión muy satisfecha consigo misma, seguida de una chica de pelo verde con aspecto decaído que parecía bastante familiar.
– Ya tienes tus opciones, ahora vete, y no quiero volver a escuchar que estás causando problemas. – le ordenó Luna a la chica que salió con ella, y luego se giró para ver a Darkness y Aela, cambiando su humor dramáticamente. – ¡Darkness, Aela! ¡Bienvenidas de vuelta! ¿Qué tal les fue con la recolección de hierbas?
Todo mundo tembló al entender que, una vez más, una simple misión de novatos se había convertido en algo totalmente irracional. Algo común en Axel, en realidad.
– No hay quejas de parte de nosotros... – replicó Darkness casualmente.
– ¡Habla por ti! – interrumpió Aela rápidamente. – ¡Algún idiota intentó contrabandear dos cajas llenas de Avispas Crueles vivas!
– Las cuales tú mataste e incineraste antes de que tuvieran una oportunidad de atacar. – argumentó Darkness vehementemente, ganándose un suspiro de alivio de la voluptuosa recepcionista, y una quijada que casi se cayó hasta el suelo en cierta ladrona.
Aunque Luna se sentía agradecida de que Izuku hubiera regresado, y salvado a todos en la ciudad, todavía seguía en una situación muy seria. El grupo de Izuku seguía tomando misiones, aunque eran menores, y a un ritmo mucho menor, lo que significaba que el ritmo de completación seguía desplomándose.
Pero no podía quejarse, ya que, igual que cuando Beldia atacó, Izuku había salido herido salvándoles el pellejo a todos los demás.
(–0–)
Entretanto, en la Mansión del Solsticio...
Izuku Midoriya, Archidruida y portador de demasiados títulos que realmente no quería, se quedó observando el dosel de la enorme cama donde estaba descansando. Se había despertado apenas ayer, aunque sólo había podido empezar a moverse desde esta mañana. Y eso tuvo que evitar hacerlo debido al dolor.
– "¿Por qué?" – se preguntó mentalmente, sabiendo que encontrar una respuesta era inútil. – "¿Por qué tuvo que pasar esto?"
No debería estar sintiéndose cómodo, no había razón para ello. Su confort pasivo demandaba condiciones extremadamente duras para relajarse apropiadamente, después de todo. Sin embargo, en este momento se sentía bastante bien, o al menos tan cómodo como podría estarlo alguien que le dolía todo el cuerpo. Y todo porque estaba descansando encima de Liza.
La chica cocodrilo estaba entrando en hibernación, cayendo frecuentemente en arranques de sueño que eran casi entrar en coma, los cuales buscaba resistir valientemente para poder cuidar de su querido amo; esfuerzos que probaban ser inútiles ante sus instintos y necesidades biológicas. Afortunadamente, había estado comiendo sin parar desde el incidente con el Destructor, lo que significaba que estaba a salvo para dormir todo el invierno sin preocuparse de morir de hambre.
Izuku movió su cabeza sólo un poco, sintiendo emociones en conflicto sobre disfrutar demasiado el usar los pechos de Liza como almohadas. Por un lado, ella seguía teniendo su mentalidad de esclava, lo que convertía esto en una clase de abuso. Por el otro, ella ya estaba prácticamente en estado suspendido debido a su hibernación, lo que significaba que estaba indefensa. De nuevo, se veía extremadamente feliz por tener este tipo de contacto, como indicaba su lento meneo de la cola.
Le estaba tomando toda su fuerza de voluntad el no... atacarla... o a cualquiera de las otras chicas.
– "Por favor..." – comenzó a suplicar Izuku mentalmente mientras se daba cuenta que la única razón por la que sus manos no intentaban agarrarle los senos a Liza era porque sería muy doloroso moverlas. – "Al menos intenta demostrar que no quieres que te haga esto..."
Para bien o para mal, Keel fue quien le explicó por qué estaba teniendo tantas dificultades para contenerse. Resultó ser que las clases tenían un impacto en las personas.
En lugar de ser conocimiento común, era una realidad aceptada en el sistema de aventureros. Los guerreros eran bulliciosos, los magos eran inteligentes, y los ladrones eran escurridizos. Era algo tan entrelazado con la personalidad base que nadie le ponía atención. Sin embargo, ciertas clases hacían algo más que exacerbar la personalidad original.
Los druidas eran misteriosos no porque el conocimiento de su clase estuviera protegido, sino porque rara vez mantenían contacto con la civilización. Keel solía tener amigos druidas en la época antes de volverse un lich, y por lo tanto sabía un poco más que la mayoría. Y como les explicó, los druidas estaban un poco demasiado en sintonía con el mundo natural.
Esa sintonía los hacía más inclinados a ceder ante los impulsos naturales, y a aceptar las necesidades de sus propios cuerpos y las de los demás. El conocimiento por sí mismo era inofensivo, ya que eso significaba que eran más asertivos, y más propensos a aceptar los avances de otras personas.
Desafortunadamente, los druidas también se veían afectados por las estaciones.
Los cambios de estación afectaban a los druidas de muchas maneras, y en la mayoría de los casos, estos diferían de un druida a otro. Para Izuku, esto afectaba qué tan enérgico era al abordar las cosas. Durante el primer mes, al final de la primavera, había sido muy comprensivo y piadoso, y luego durante el verano se había vuelto extrañamente activo. El otoño lo volvió estúpidamente intolerante, y ahora que finalmente llegó el invierno...
La puerta se abrió lentamente, revelando la cabeza asomándose de una Megumin con expresión muy tímida. Apenas esa misma mañana se había puesto muy intenso con los besos y los abrazos, aunque no podía moverse libremente. Ese incidente la había espantado un poco, lo que la llevó a salir a caminar para enfriarse un poco.
– ¿Cómo está mi novio gruñón? – preguntó Megumin con un pequeño rubor, todavía sin atreverse a entrar a la habitación.
Izuku la miró sin siquiera tratar de salir de sus almohadas. Su pequeña novia dejó muy claro que no le disgustaba esa atención tan enérgica, sino que simplemente no estaba preparada para ir más allá... por el momento. También había decidido aceptar la oferta de ella sobre permitirse ser más juguetón con Chika y Liza.
– Todavía gruñón. – replicó Izuku, sin lograr transmitir ni una pizca de animosidad, o del hecho que echaba de menos su cálido y pequeño cuerpo. – Aunque me vendría bien un abrazo y un beso.
Por su parte, Megumin no pudo evitar mirar a su maravilloso novio, el hombre que seguía logrando lo imposible, que sorprendía a todos volviéndose más y más fuerte con cada hazaña. Su Izuku, que ahora estaba tan indefenso como un gatito recién nacido, cambiado debido a sus extraordinarias hazañas dignas de un semidiós.
Lo que fuera que hizo contra el Destructor vino con un precio. Su cabello se había tornado de hojas, aunque no se notaría a menos que se lo tocaran; le habían brotado unos cuernos que parecían astas de ciervo disfrazadas de ramas. Keel había hablado sobre su sintonía con las estaciones, algo que se volvió aparente cuando su cabello pasó de verde profundo a un gris cenizo. Combinado con el cambio radical de su comportamiento cuando comenzó el invierno, parecía que fuera una persona completamente diferente.
Dicha persona seguía siendo su Izuku, a pesar de todo. Ninguna actitud gruñona, deseos de toquetear, o avaricia de corazón que demostrara cambiaba el hecho de que seguía siendo el chico benevolente que la cambió para mejor. El hecho de tener más atención romántica no se sentía mal en absoluto; el saber que estaba conectado a la temporada donde prefería permanecer adentro ciertamente era otra ventaja.
– Perdóname por asustarte... – se disculpó Izuku, aparentemente aceptando que su novia probablemente estaría algo alerta debido a su repentino arranque de... afecto.
– ¡No! ¡No es por eso! – Megumin entró en pánico, y finalmente decidió ingresar al cuarto. – Es sólo que... no sabía cómo...
Izuku rápidamente sintió que algo andaba mal, o más bien, que la pequeña archimaga escondía algo... en su pecho, debajo de sus pijamas... sosteniéndolo con el brazo que todavía tenía enyesado.
Aunque Cecily y las dríadas habían hecho un esfuerzo por curarlos a ambos, todavía necesitaban de varios hechizos curativos. Hechizos que ninguna de las iglesias parecía muy feliz de realizar.
Aun así, observar a Megumin moverse con casi total libertad alivió el corazón y la mente al archidruida. Todavía se preguntaba que podría estar escondiendo debajo de la ropa, y por qué se veía tan nerviosa.
Entonces, ella llegó hasta él, poniéndose a su lado. Su posición le permitió a Izuku notar que el bulto en su pecho era irregular. Luego algo se asomó por el cuello de sus pijamas, accidentalmente abriendo los dos botones superiores.
– Nyaaa...
Lo que se asomó fue la cabeza de un gato negro, aunque con un pequeño símbolo en la frente. Aunque el maullido había sido obviamente fingido.
– Megumin... – empezó a hablar Izuku, lanzándole una mirada inexpresiva a la pequeña Demonio Carmesí. – ¿Por qué escondías a ese pequeño?
La pequeña archimaga tembló ligeramente. Siempre había querido una mascota; no un familiar, atado a su voluntad por la magia, sino una mascota normal. Sus circunstancias familiares y financieras nunca se lo permitieron, al punto que la última vez que tuvo un gato en sus manos, se vio forzada a dejarlo ir antes que su hermana fuera a comérselo.
– ¿Me la puedo quedar? – suplicó Megumin, con unos enormes ojos llorosos. – ¿Por favor?
Ya estaba lista para el típico discurso sobre ser responsable del gato, especialmente cómo se aseguraría de alimentar bien y mantenerlo fuera de problemas con los demás. Pero fue completamente innecesario.
– Está bien. – dijo Izuku simplemente, mientras le hacía un gesto a su novia para que dejara lo terca y se recostara con él. – Sólo mantenla a salvo.
Con una gran y brillante sonrisa, Megumin se movió para asumir su lugar en la cama. El pequeño animal fácilmente salió de su ropa y se anidó encima de la cabeza del druida. Izuku encontró la acción adorable, lo suficiente para luchar contra sus impulsos gruñones.
– ¿Tiene nombre? – empezó a preguntar Izuku, todavía cuestionándose qué clase de criatura habría traído su pequeña novia consigo. – No creo que...
– Chomusuke.
El nombre que lanzó fue completamente inesperado, haciendo que Izuku mirara a su novia con confusión en sus ojos.
– Nya...
El falso maullido claramente hacía notar que la criatura se había dado por vencida en discutir sobre el nombre, y se resignó a responder a él. La carita de Megumin tampoco ayudaba a la escena; parecía una niña que acababa de hacer una travesura y ahora quería pasar por inocente. Con sus niveles de mal humor subiéndole de nuevo, decidió que no valía la pena discutir contra ella.
– Seguro, ¿por qué no? – replicó Izuku, y luego se acercó para darle un besito. Megumin tuvo que ser la que cerrara la distancia, y pronto empezaron una lenta sesión de besos.
En efecto, la cama, las mantas, incluso las paredes bien pintadas eran incómodas, y lo estaban poniendo de los nervios. ¿Pero los besos y abrazos? ¿El calor de sus chicas? ¡Todo eso lo sobrepasaba con creces, y se sentía grandioso!
(–0–)
Afuera de la mansión...
Wiz, la última de los Avariel, observaba a su presa desde la cobertura de un arbusto. Adoraba mucho más que las plumas de la arpía negra que estaba admirando, era linda, adorable, y preciosa. Por encima de todo, le recordaba a esa pequeña niña a la cual adoptó hacía mucho tiempo, antes de su caída.
– Hmmm~ hmmm~... – Chika tarareaba mientras afilaba sus garras contra una de las múltiples piedras en el patio trasero. El sonido producido por sus filosas garras era casi tan malo como su voz.
Aquella niña probablemente ya fuera una mujer mayor, con su propia familia y preocupaciones. Por mucho que habría querido verla crecer, ese barco había zarpado mucho tiempo atrás como para hacer algo. Al menos le dejó todo lo que poseía cuando era la Bruja del Hielo.
– Hmmm~. – Chika se tomó un momento para admirar sus garras, igual como lo hacía cuando admiraba sus plumas para limpiárselas una por una.
Mientras la archimaga alada se movía sigilosamente hacia su presa, no pudo evitar admirar a la arpía; cómo pasó de ser otra esclava a alguien que podía pararse con orgullo al lado de su amante. Wiz siempre supo que no podría recuperar su antigua vida, no que quisiera hacerlo, pero Izuku le había dado algo mucho mejor. Ahora podía tener una nueva vida. No tenía necesidad de volver a los comportamientos que casi mataron a sus queridos amigos y que obligaron a esa pequeña niña a crecer sola cuando le había prometido una presencia constante.
No. No cualquier vida. Ella quería una vida con Izuku.
Se había enamorado del chico no hacía mucho. No por su dinero, o su poder, sino por su tierno corazón. Pero no iba a tratar de forzarse a los brazos del lindo druida, pese a todo. Había concedido que Megumin siempre estaría primero, y que el chico ahora estaba en una situación precaria en la cual no quería lastimar a nadie, pero sabía que era sólo cuestión de tiempo.
Wiz se colocó al alcance de la arpía negra, lista para echársele encima con un cálido abrazo.
Los druidas, como una clase, eran mayormente desconocidos. Sin embargo, una cosa que aprendió era que los druidas recibían un enorme incremento en su resistencia, algo que a la pequeña Demonio Carmesí no tenía. Izuku podría negar que tenía un harem, pero sabía que no pasaría mucho antes que las chicas en él comenzaran a buscar más hermanas para poder seguirle el paso a su hombre. Y ella estaría allí cuando ese momento llegara.
– ¡CHIKA! – gritó Wiz con absoluto deleite al saltar con los brazos estirados, ya podía sentir las suaves plumas, especialmente las de la larga y majestuosa cola...
*¡WHAM!*
En lugar de eso, se estrelló con la piedra que la arpía estaba usando para afilarse las garras.
– Ugh... – Wiz no podía empezar a entender lo que acababa de pasar, y cómo fue terminó estampando la cara contra la piedra.
– ¡Tonta! – murmuró Chika desde la rama donde estaba posada, encima del árbol junto a la roca donde Wiz se había estrellado.
Chika había aprendido casi desde su nacimiento a estar siempre al pendiente de sus alrededores. Notar que Wiz la estaba acechando era la tarea más fácil del mundo. De allí, todo lo que tuvo que hacer fue usar una ilusión menor para hacer una imagen de sí misma, y atraer a la maga alada. Por toda su inteligencia, Wiz era demasiado fácil de engañar.
...
Un poco lejos del dueto alado, una archimaga diferente estaba haciendo gala de su propia obsesión.
– ¡FUNCIONA!
Yunyun estaba celebrando de alegría abrumadora mientras observaba el resultado de estudiar el conocimiento prohibido de Izuku. En sus manos, estaba sosteniendo la linda varita que el druida había comprado para ella, cuya gema de magecita en forma de corazón brillaba intensamente mientras era utilizada como punto de emanación de la espada de rayos que había creado; la luz violeta era tan hermosa como ominosa.
– No, no son rayos... – Yunyun trató de aclarar su mente mientras repasaba la teoría detrás de este resultado. – Los rayos son sólo el efecto, la electricidad es el nombre de la energía, el flujo de electrones.
La hermosa Demonio Carmesí dio algunos tajos lentos con su nuevo juguete. El zumbido casi malévolo que hacía envió a los subordinados de Keel en un ataque de pánico, forzándolos a echar unos pasos atrás. Habían visto muchas espadas mágicas, pero ninguna de ellos recordaba sentir tanto terror ante la presencia de uno.
– Contener los rayos, y esperar usarlos como armas no es eficiente. – Yunyun hablaba más para sí misma más que para nadie más, evocando la línea de pensamiento de Izuku. – Una vez que golpea, el rayo desaparece, gastando o dispersando su energía. La electricidad se usa mejor para cargar parte del aire y con eso súper cargar los elementos, los cuales al ser contenidos dentro de un campo mágico especial...
Yunyun invocó las lecciones de esgrima que los de su clan forzaban a todos a tomar, los ejercicios interminables que le ayudarían a controlar su icónico Sable de Luz.
*¡SWOOSSSHHH!*
Al blandirla contra un muñeco de entrenamiento previamente preparado, un muñeco de paja hecho a las carreras y cubierto en una armadura de hierro barata, se reveló el potencial del hechizo que había desarrollado.
*¡THUD!*
La mitad superior del muñeco cayó al suelo, pues su armadura no le ofreció absolutamente ninguna protección contra la hoja hecha de pura energía. Para hacerlo aún más preocupante, la división de la armadura estaba brillando de rojo y se había derretido ligeramente; la paja adentro se había convertido en un desastre de chamusquina.
– Se convierte en una fuente de calor comparable al sol. – Yunyun observó los efectos de su nueva magia, y no pudo evitar que una sonrisa adornara su lindo rostro. – Esto es plasma. ¡El núcleo de mi Sable Láser!
No era más que un juego de palabras basado en el hechizo usado como base. La bien dotada Demonio Carmesí sólo había optimizado el desperdicio del hechizo Luz de Sable, y luego añadió el conocimiento de Izuku. Comparado con el Big Bang de Megumin, y la subsiguiente Ráfaga Destructora, el Sable de Luz de Yunyun' requería mucho menos esfuerzo. Ninguno de los amigos de Keel tenía las agallas para mencionar eso, sin embargo, ni siquiera a sus espaldas. El hecho de que esta arma mágica requería sólo un cuarto del maná usado para invocar la Luz de Sable también era aterrador.
– Hmmmm... todavía necesito probarla en combate... – murmuró Yunyun, deslumbrada por la hoja luminosa. – Hey chicos, ¿podrían...?
En el momento en que se giró para hablar con los aventureros reencarnados, notó que se encontraba totalmente sola. Los hombres y mujeres, veteranos con siglos de experiencia en combate, habían salido corriendo. Yunyun sólo pudo hacer un puchero mientras adoptaba una expresión seca. Casi había olvidado esta sensación tan solitaria gracias a Izuku, y ahora estas personas se la habían recordado.
Aun así no podía quejarse, ya que le estaban dando una habitación en esta mansión de tamaño medio sólo por ser amiga de Izuku. El pensamiento de tener amigos la hacía sentir mariposas en su estómago... especialmente al recordar esas palabras de aliento que Izuku le había dado...
(–0–)
De vuelta en el salón del gremio...
Clemea suspiró. Sentada sola mientras consideraba sus opciones, se dio cuenta de que se había movido demasiado tarde para hacer una entrada significativa, y demasiado pronto para entender a su nuevo objetivo.
Regresar a Axel le tomó mucho más de lo que esperaba, y le requirió mucho más trabajo físico del que anticipó... del tipo que más detestaba. La razón de esto fue por tratar de ahorrar todo el dinero posible. Esa decisión la llevó a tomar las caravanas más baratas, y unirse a los guardaespaldas de gratis, aunque no era que pudiera tomar de manera oficial peticiones o cobrar por ningún tipo de servicio. Lo único que podía hacer era presentar una bolsa llena de dinero como ofrenda de paz para Aela.
Pero eso no funcionó. La cazadora de pelo rosado rechazó el dinero, incluso cuando Clemea le explicó que era el dinero que se suponía que deberían haberle dejado para que sobreviviera antes de que pudieran regresar para salvarla. A Aela no pareció importarle eso, sin embargo, y le dijo cortésmente que se lo podría quedar para su propia supervivencia, pues podía garantizarle que Izuku iba a rechazarla. Incluso le aseguró que si intentaba congraciarse con el druida sólo resultaría en que le saliera el tiro por la culata de la forma más horrible posible.
Suspirando de nuevo, Clemea observó lo que le esperaba. La recepcionista del gremio, esa mujer pechugona que no debería tener tanta autoridad, la había sentenciado a pagar por lo menos un tercio de las reparaciones por las metidas de pata de su grupo, o completar cien misiones sin recibir pago.
– ¿Por qué tengo que trabajar tan duro? – se lamentó Clemea en voz baja, acunando cómicamente su vaso de agua, otro triste recordatorio de la difícil situación en la que estaba. – ¡Odio trabajar duro!
Las habilidades de la clase de Clemea eran más apropiadas para evitar el combate, el trabajo duro, y el peligro. Su experticia personal era tratando con los hombres. La mayoría de hombres sólo necesitaban una sonrisa, unas palabras bien dirigidas, y mostrar un poco sus piernas para hacer que se doblegaran a su voluntad. Unos cuantos requerían el tipo de trabajo físico que sí disfrutaba, aunque rara vez lo hacía debido a sus propios altos estándares.
¿El dueño de la carreta? Con ese habría estado gustosa de "trabajar", pero iba acompañado de su esposa e hijo, lo que significaba que tenía que hacer trabajo real para pagar su asiento. Conseguir algunos favores extras de Kyouya había sido también un buen "trabajo", pero ese tonto ya no le era más de utilidad. Había hecho un plan muy detallado para "trabajar" con Izuku, escalar hasta la cima de su harem y encontrar una vida fácil y plena. Ahora acababan de advertirle que no valía la pena intentarlo.
Tenía sentido, pese a todo. Aunque los rumores que escuchó antes de abandonar a Kyouya eran algo impresionante, lo que escuchó mientras viajaba la dejó sin aliento. Inventar nuevos hechizos, ganarse reconocimiento de la corona, y para superar todavía más el haber acabado con Beldia, aniquiló al Destructor. No había lugar para dudas de esa última hazaña, pues la evidencia estaba allí, en un lado del camino principal que llevaba a las afueras del pueblo.
Clemea tuvo un escalofrío ante la memoria del titán, durmiendo a un lado del camino, como si esperara un llamado para despertar y volver a causar estragos en el mundo. El llamado de Izuku, sin duda.
– ¡Hola! – Un repentino saludo alegre sacó a Clemea de sus pensamientos, junto con una taza de ale que colocaron frente a ella. – No pude evitar notarte deprimida. ¿Cuál es tu historia?
Al ver a la recién llegada, Clemea no pudo evitar notar que la recordaba de alguna parte. Su pelo corto y plateado, y la atmósfera de picardía a su alrededor eran muy conocidos entre otros ladrones.
– Tú eres... Chris, ¿verdad? – preguntó Clemea mientras agarraba la taza ofrecida con cautela. – ¿La ladrona que la iglesia de Eris suele contratar?
– Sí... – dijo Chris secamente mientras esperaba a que su camarada ladrona tomara un sorbo del perfectamente seguro ale. – Y tú eres Clemea, una de las perras de Kyouya.
La peliverde no pudo evitar escupir su bebida ante el apodo. Si se esparcía, sus oportunidades de asegurarse un puesto en un grupo fuerte se habrían ido como cenizas en el viento. A los aventureros fuertes no les gustaba que sus "compañeras" fueran confundidas con prostitutas comunes, después de todo.
– No te preocupes, los ladrones habilidosos son aceptados fácilmente independientemente de sus inclinaciones. – ofreció Chris, lo que le ganó otra mirada seca de la otra ladrona. – Podemos esparcir un rumor de que ese falso aspirante a héroe se estaba aprovechando de ti.
– Eso fue lo que pasó en realidad... – gruñó Clemea, sabiendo que una historia como esa tardaría mucho en circular, y que además requería mucho trabajo duro.
La ladrona de pelos plateados soltó una risita juguetona, una que decía por sí sola que no se tragaba ni una sola palabra.
– Tú también eres una ladrona. – declaró Clemea regresando a su bebida, saboreando el último trago de alcohol que probablemente tendría en un largo tiempo. – Ya sabes lo que pasó.
Por supuesto que Chris lo sabía, aunque no de la manera en que Clemea lo pensaba. Como Chris la Ladrona, estaba al tanto de los rumores que viajaban rápido y alimentaban las apenas legales profundidades del bajo mundo. Como la diosa Eris, sin embargo, había estado al tanto de cada paso que había dado el reencarnado Kyouya. Todos sus errores, al igual que los de sus compañeras de equipo. Sabía de los planes de Clemea, y lo que podrían augurar para Izuku, pero más importante aún, lo que podría significar para sus amados.
No podía permitir, ni como Chris ni Eris, que esta humana avariciosa tuviera éxito.
– Sí. Claro que lo sé. – replicó Chris tomando un sorbo de su propio ale. – Sé que estás en un serio aprieto, y lo difícil que es tu situación.
Clemea simplemente se hundió más en su depresión, que iba en aumento. No había ninguna forma fácil de salir de esta situación.
– Así que te propongo que hagamos un pequeño esfuerzo conjunto. – comenzó a explicar Chris, usando sus habilidades divinas para sonar aún más convincente de lo que debería. – Uno que te permitirá salvar tu reputación con el gremio, e incluso hacer que Izuku voltee a verte en una luz mucho más favorable.
Clemea hizo una mueca, sabiendo muy bien que, entre ladrones, esto era conocido como el preludio al infierno. Esta otra ladrona estaba a punto de explotarla, pero al mismo tiempo, con tan pocas opciones disponibles, tal vez fuera mejor que nada.
– ¿Cuál es el trabajo? – preguntó Clemea, sabiendo que escuchar a Chris no iba a lastimarla más de lo que ya estaba. – ¿Y en qué te beneficias tú?
Chris levantó las manos en un gesto pacificador, tratando de mostrar que estaba siendo honesta,
– El trabajo en sí mismo es relativamente más fácil. – declaró Chris, adoptando una postura todavía más relajada. – De hecho, tu parte del trabajo está más en la línea de ser una testigo.
– ¿Vamos a incriminar a alguien? – preguntó Clemea rápidamente.
Era uno de los trabajos más fáciles que ofrecía el bajo mundo. Ser testigo falso, plantar evidencia, esparcir rumores falsos, o verdaderos. Era uno de los trabajos más seguros y mejor pagados, más todavía cuando era la iglesia quien te contrataba, pues eso significaba que hacer un trabajo santo seguramente resultaría en bendiciones.
– Casi. – replicó Chris, adoptando un tono conspiratorio. – Vamos a investigar el caparazón del titán. La iglesia quiere asegurarse que no es un titán real, pero les da miedo confrontar a Izuku al respecto... por obvias razones.
Las historias antiguas sobre los titanes que habían sido casi olvidadas por la gran mayoría de la población. Sólo los sacerdotes en el templo todavía hablaban de esas leyendas, de los enemigos de los dioses, destructores de continentes. Hasta había una teoría de que la Fortaleza Móvil Destructor había sido construida para luchar contra los titanes.
Todo era una mierda, por supuesto.
– ¿Tú crees que de verdad sea un titán? – preguntó Clemea. Si lo era, supuso que ocultar la verdad ciertamente la haría verse bien a los ojos de ese lindo druida.
– ¡Claro que no lo es! – Chris se rio de su preocupación. – ¿Tú crees que un titán real, incluso uno dormido, dejaría que la gente le pasara por enfrente? ¿Crees que este pueblo seguiría aquí?
Clemea no pudo evitar reírse de la idea, sabiendo que un cataclismo vivo y andante no sería capaz de diferenciar entre amigo o enemigo, ni tendría la capacidad de contenerse y evitar borrar a toda la civilización dando sólo unos cuantos pasos.
La risa de Chris había sido completamente falsa, sin embargo; ella pudo sentir el momento en que el Druida Esmeralda tocó algo más allá del reino de los mortales, más allá de lo que podían hacer los héroes. El planeta mismo había respondido a la llamada de una sola persona, y eso no era posible. Aunque de nuevo, si Izuku era más que un simple reencarnado, eso explicaría por qué había podido obrar tantos milagros, y por qué pudo traer de vuelta a sus amados.
La iglesia no sólo le tenía miedo, estaba totalmente aterrada de él. Los idiotas hasta se habrían sentido tentados a asesinar al chico y a sus compañeras, de no ser por los sueños que ella le envió a los Arzobispos. El objetivo de esta pequeña aventura era clarificar el estatus de Izuku, promocionar su poder como divino, y dispersar cualquier posible noción de herejía. Si usaba a Clemea como única perpetradora, quedaría como malvada ante los ojos del druida por profanar su trabajo, lo que le haría imposible unirse a su grupo; al mismo tiempo que ayudaba a su colega ladrona a salir de sus problemas.
¿Y si Clemea terminaba metiendo la pata y acababa muerta? Bueno, ¿quién la iba a extrañar de todas maneras?
Esta historia continuará...
(–0–)
Omake – Caídos en desgracia.
El día de la partida había llegado, y Kyouya estaba ahogándose en la vergüenza.
Cuando la posadera averiguó de sus planes para abandonar el pueblo minero para no volver, la enorme mujer le ofreció una propuesta demasiado difícil de rechazar. Solicitó un día y noche completos de entretenimiento para ella y sus amigas, y a cambio le pagaría a él y a su linda arcipreste el pasaje en una caravana decente.
– Lady Aqua. – llamó Kyouya mientras chequeaba dos veces su bolsa de viaje. – ¿Segura que no estamos olvidando nada? Porque NO vamos a regresar.
El cuerpo del Espadachín dio un respingo de sólo recordar aquella sonrisa tan horrenda, que se relamía los labios.
– ¡Doblemente segura! – replicó Aqua, que solo llevaba una pequeña bolsa con un puñado de cachivaches. – ¡Nunca más voy a volver a este aburrido lugar!
Por su parte, Aqua ya había terminado de ser tratada como esclava por la dueña del puesto de ventas. A la mujer le encantaba gritarle por las razones más insignificantes. Cada vez que no lograba vender todos los objetos, cada vez que se comía algo que obviamente no iba a venderse...
– ¡Bien! – respondió Kyouya, feliz de saber que ya estaban listos para marcharse. – ¿Cuándo podremos partir?
Si no fuese un héroe de verdad, habría borrado todo el pueblo de la existencia con su espada maldita. Casi lo hizo, de hecho, pero no podía demostrar tal comportamiento. ¿Qué bien le haría enfrentarse a All Might si cargaba el estigma de ser un villano? Tenía que probar su valor, completar su tarea, y entonces todo volvería a ser cómo debería ser.
Él, en la cima del mundo, disfrutando de la veneración de las masas y del amor de las mujeres más hermosas.
La imagen mental inmediatamente fue destruida por la memoria de la posadera.
– En un par de horas, chico. – le dijo el conductor, sin inmutarse mucho ante el aparente entusiasmo de su cliente. – No me iré sin los demás pasajeros, o los grupos de escolta. Pueden ir por algo para comer o tomar una siesta mientras tanto.
– ¡NO NOS VAMOS A MOVER! – gritaron ambos al mismo tiempo, claramente indispuestos a volver a poner un pie en aquel pueblo nunca más.
Kyouya no era un chico virgen. Podía recordar bien a todas las chicas con las que había estado. Bueno, al menos las partes más importantes. Su primera experiencia fue en su viejo mundo, con una chica que realmente le gustaba, y que resultó que tenía un novio con tendencias violentas. Aunque en su defensa, él no sabía nada de dicho novio.
En este mundo, pudo probar a dos hermosas jóvenes. Una de las cuales lo había traicionado no hacía mucho.
Ahora, temía quedar traumatizado para siempre al haber aceptado ese trato. No podía creer lo atroz que se había vuelto su suerte tras abandonar Axel; ¡fue como si hubiese recogido algún tipo de talismán de la mala suerte obscenamente poderoso!
En serio, ¡¿cuáles eran las posibilidades de que un grupo de mujeres tan horribles supieran hechizos que les permitían... hacer brotar partes masculinas por pura diversión?!
– Tratemos de descansar por un rato... – dijo Kyouya en tono derrotado.
– No pienso usar más hechizos purificadores en ti. – espetó Aqua rápidamente. – Si quieres más, ¡tendrás que esperar hasta que salvemos a mis lindos devotos!
Kyouya maldijo su propia suerte en silencio, preguntándose qué hizo para merecer semejante abuso.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top