70

Elizabeth Thompson. 3 de enero del 2018, el Olimpo.

Los pasos resonaban en ese pasillo vacío, y Elizabeth caminaba hacia el salón del trono ya que su padre le había hablado.

Miraba al suelo, con la mente en otro lado, dispuesta a olvidar todo lo que había vivido durante los últimos dos años, pero sin poder hacerlo.

Sin poder olvidar aún aquellos ojos verde oliva, tan vidriosos y vacíos, que alguna vez la habían mirado con cariño.

Seguía sin poder olvidar aquella sensación de perder lo que más amas, aquella sensación de tenerlo junto a ti, pero que ya se haya ido.

Aquella sensación de culpa que la seguía recorriendo cada vez que caminaba por esos pasillo, que entrenaba con unos semidioses que ya no hablaban o bromeaban entre ellos, no cuando su líder, el joven que los unió y los lideró, cómo un amigo, compañero y líder, había muerto.

No cuando Astra la veía con resentimiento, por no haber salvado a su único amigo de la muerte, la única persona que le quedaba.

No cuando Evan la miraba sin emociones, sabiendo que no era su culpa, pero aún así sintiéndose mal por la muerte de su amigo y no logrando ocultarlo.

No cuando se sentía tan sola... porqué lo estaba. Sin nadie que hablara con ella, por más que intentara acercarse a alguien, sin nadie que la pudiera escuchar gritar y llorar por la pérdida de aquel chico que, en tan poco tiempo, le había prometido la vida que había soñado, a su lado.

No cuando lloraba todas las noches, abrazando la almohada del cuarto de Arsen, recordando cómo la vida escapaba de su rostro y la espada de su propia madre atravesaba su cuerpo sin piedad, una y otra vez.

No cuando en sueños, aún veía el débil cuerpo de Arsen, luchando para salvarla y ayudarla, y aún así muriendo cómo si su esfuerzo no hubiera valido nada.

Después de eso se había agotado, física, mental y mágicamente, no podía usar su magia aún, y en su pierna aún sentía la punzada que recorría el músculo cada vez que pisaba. Tenía varias cicatrices nuevas, la del brazo, aquella que le había hecho Rosé, la de la pierna, y otras cuantas mas pequeñas que no recordaba haberse hecho.

Había dormido una semana entera, después de eso, y no había podido levantarse de la cama por un mes más, ya que tenía muchas heridas, y estaba tan agotada.

Llegó a la puerta del salón del trono y tocó tres veces, escuchando un “adelante” por parte de Zeus.

Entró y cerró la puerta detrás de ella, haciendo una breve reverencia a los doce dioses que estaban ahí presentes, prestándole toda la atención del mundo.

Evan estaba ahí, a la derecha de los dioses, con su rostro inflexible y lleno de seriedad, mirando al frente cómo si Elizabeth no estuviera ahí, respirando tan tranquilamente que parecía estar todo en orden.

Pero la realidad era que no estaba en orden, él también había estado muy cerca de la muerte, y cuando Elizabeth lo vio se aferró a él, tan fuerte que sus manos dolieron, y lloró.

Él también lloró, y la abrazó, pero después de eso no pudo verla otra vez, no sin sentir que Elizabeth había sido la última en ver a Arsen, y que no le parecía justo.

Arsen se había ido sin que él se despidiera, y se sentía tan culpable por haberlo enviado a su muerte con sus palabras, no culpaba a Elizabeth, pero tampoco podía estar cerca por el momento, y ella lo entendía, muy a su pesar, pero lo hacía.

—¿Para qué me llamaste, papá? —cuertionó en poco más que un murmuro.

—Sé que es muy pronto, pero tenemos que hablar, Elizabeth —dijo con seriedad.

Los ojos azules de Zeus, tan similares a los de ella, la escaneaba de arriba a abajo, viendo cómo iban sus heridas y en qué estado se encontraba.

Analizando si estaba lista para escuchar la información que le iban a dar en breve, supo la albina.

Respiró, trabquilizándose y preparándose, ya que, por lo que había dicho Zeus no serían buenas noticias.

—¿Qué sucede? —cuestionó, notando cómo Evan se ponía tenso en su lugar, también preparándose para lo que venía.

Zeus suspiró.

—Algo nuevo se acerca, y puede que sea más grande aún de lo que acabamos de pasar —soltó.

—¿Qué se acerca? —preguntó, tensa y con el ceño fruncido.

—No lo sé, pero es demasiado poderoso. Se siente muy similar a ti Elizabeth, por eso te llamamos —confesó Zeus, muy nervioso, pudo notar Elizabeth por primera vez.

—¿Estás diciendo que yo soy esa amenaza? —dijo a la defensiva, sin poder evitarlo.

—No. Es... difícil de explicar. Esa energía se parece mucho a la tuya, es demasiado poderosa y apareció de la nada, mi propia magia no sabe que es, no lo puede identificar, pero lo relaciona contigo.

—Y me dices esto para...

—¿Eres la única? —interrogó sin rodeos—. Elizabeth, ¿estás totalmente segura de que Rosalía sólo tuvo una hija?.

—Sí, obvio, yo estoy completamente...

Se detuvo, y recordó.

Años atrás, en una fiesta, no recordaba bien, pero un rostro se hizo presente en su mente, uno idéntico al suyo, con ojos verdes cómo los de su madre y el cabello tan rojo cómo en fuego, pero era su misma cara.

No estaba segura, ¿que probabilidades habían de que su madre hubiera dado a luz a gemelas y hubiera decidido conservar a una?. Muchas, le dijo una voz en su cabeza, recordando que no tenían mucho dinero en esos tiempos y que, dado cómo habían terminado las cosas, Rosalía la nacesitaba para algo.

—No. No estoy segura —respondió al fin.

Aquellos ojos verdes cómo esmeraldas no abandonaban su mente, no podía dejar de pensar en si esa era su gemela, ¿enserio sería un peligro para el Olimpo?. ¿Cómo había llegado a eso?.

No lo sabía, pero otra cosa en la que no podía dejar de pensar era en Arsen, y sus últimas palabras: volveré.

Sólo esperaba que Arsen volviera a cumplir sus promesas.

[ EDITADO ☑️ ]

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top