58

Arsen Makri. 19 de septiembre del 2017, el Olimpo.

Las luces empezaban a notarse a una distancia no muy lejana, todos los semidioses y guerreros del Olimpo estaban puestos en las posiciones que Elizabeth había dicho.

Los líderes de los cuatro grupos en el campo de entrenamiento se mantenían firmes frente a sus compañeros, atentos a cualquier cambio o problema.

—¡Preparen sus armas! —exclamó Evan a los cuatro grupos apenas alcanzó a ver las luces acercarse.

Arsen se acercó a Evan por el costado derecho, sin despegar la mirada del frente y con la espada en alto.

—¿Dónde demonios está Elizabeth? —en su voz había preocupación, más no enojo.

Si la decisión dependiera de él, no permitiría que la albina saliera al campo de batalla, menos aún con tan poco tiempo de entrenamiento, claro que eso no significaba que dudara de su habilidad.

Pero la decisión no era suya, Elizabeth era la salvadora elegida, por mucho que le asustarla perderla en ese lugar, confiaba en que saldría con vida de ahí, al igual que él.

En esos momentos, luego de tanto tiempo de correr hacia el peligro, el pelinegro se daba cuenta de lo muy cansado que estaba de todo. Se daba cuenta de lo mucho que deseaba una vida normal, al igual que la mayoría de semidioses en ese lugar, probablemente.

Nadie hacía el más mínimo sonido, atentos a las luces que habían parado de repente.

Una pelirroja a sus espaldas, una integrante del equipo dos, sollozó. La miró de reojo. Era de las semidiosas más jóvenes, con sólo diecisiete años, la única aparte de Elizabeth que tenía menos de veinte años.

Su armadura de cuero marcaba su cuerpo atlético, la forma en la que agarraba el arco mostraba talento. Pero la madera en sus manos temblaba y sus nudillos estaban blancos de apretar tanto el arma.

Estaba aterrada, sus destellantes ojos de un azul cristalino la delataba, era la hija de Poseidón.

Miró nuevamente hacia el frente, calculando el tiempo que tenía, y se dirigió hacia la chica.

—¿Eres hija de Poseidón? —cuestionó con un tono de voz muy bajo.

No podían hacer ruido, el sol de la madrugada estaba por aparecer y parecía que esa era la señal que esperaban. Cualquier sonido que provocaran llegaría a los oídos enemigos por el silencio que había, y eso podría adelantar todo.

La pelirroja asintió, tragando saliva y adoptando un semblante sereno que, si Arsen no la hubiera visto segundos atrás, se hubiera creído.

—Bien, escúchame. Si te sientes insegura entra ahora, pero si te vas a quedar aquí mantente a una buena distancia de los otros, y usa tu poder para defenderte que cualquier cosa, no te desgastes rápidamente —explicó, cómo un comandante—, ¿Qué harás?.

—Me quedaré —afirmó.

Arsen asintió y volvió con su equipo.

Astra no estaba, había acompañado al equipo cinco a los pasadizos olvidados que habían entre las paredes del Olimpo.

—Manténganse alerta, podrían avanzar en cualquier momento —advirtió a su equipo.

Cada equipo constaba de seis semidioses, treinta guerreros con ascendencia lejana a los dioses –descendientes de semidioses un tanto antiguos– entrenados desde niños y los líderes junto con sus manos derechas.

Por ende, tenían ciento cincuenta y dos guerreros esperando el ataque de quién sabe cuántos enemigos, no estaban preparados, no tenían a los suficientes guerreros para acabar con quizás una ciudad de otros guerreros.

Por eso habían escogido ese momento, para tomarlos desprevenidos y tener más posibilidades de ganar.

La muerte le podía llegar a cualquiera ese día.

Los murmullos empezaron a sus espaldas, los guerreros preguntaban por su salvadora, por Elizabeth. La única persona que les podría dar seguridad y esperanza en esos momentos, aunque lo negaran.

Ella era su vela en la oscuridad desde hacía mucho más tiempo de lo que cualquiera creía.

Así que cuando los primeros rayos del sol aparecieron y las cabezas enemigas empezaron a asomarse por la colina y Elizabeth no aparecía, la desesperación parecía hacer eco en su cabeza.

La guerra había empezado.

Elizabeth Thompson. 19 de septiembre, el Olimpo.

El sol empezaba a iluminar la habitación a oscuras, la albina se mantenía a su lado viendo el cielo aclararse poco a poco.

Necesitaba tiempo, pero no lo tenía, aún así lo estaba robando. En cualquier momento la guerra estallaría a sus pies y ella no estaba ahí.

Pero necesitaba prepararse para lo que venía, sabía que, incluso con la promesa que le había hecho a Arsen, ella salvaría a cualquiera que pudiera aunque eso le costara la vida.

Sentía que algo, aparte de todo aquello que atormentaba al Olimpo, iba a pasar. Algo que sólo ella iba a entender, y que sólo ella iba a lamentar.

Su vida pasó frente a sus ojos, unos años totalmente carentes de alegría y emoción, y todos esos sentimientos que no había tenido antes los había encontrado ahí, con Arsen y Evan, incluso con Astra, a la cual ya consideraba una amiga y consejera.

En otro momento no le habría importado, pero ahora, morir, era algo que no se podía permitir, tenía tanto que perder si eso pasaba.

Dirigió su vista a su mano derecha, un chisporroteo iluminó su mano y pronto una esfera de energía rodeada de truenos apareció, finalmente había logrado controlar sus dones.

Pero aún no encontraba el fondo de su pozo de poder.

Parecía un hoyo sin fin, habían veces que se adentraba tan profundo que luego se perdía en la oscuridad y tardaba mucho en volver en sí.

No podía retener magia por mucho tiempo, así que solía soltarla en ligeras ráfagas de brisa de tormenta, pero ahora necesitaba recolectar toda la posible.

Si expulsaba su magia sin conocer el fondo o el fin de ella, se arriesgaba a usar de más, eso la podría debilitar en medio de la batalla, dejarla indefensa y finalmente dar la oportunidad para matarla.

Tendría que sobrevivir lo más posible sin usar su poder, no tenía muchas opciones.

Una fuerte explosión la sacó de sus pensamientos. El Olimpo y la montaña entera temblaron por el impacto.

Los gritos no tardaron en hacerse escuchar, gritos de miedo y de guerra, guerreros listos y preparados para luchar y proteger su hogar, pero temerosos de morir en el intento.

Los arcos también empezaron a resonar, y los pocos francotiradores a disparar. Tenía que bajar ahora.

Respiró profundo y no lo pensó dos veces antes de salir de la habitación con la trenza ondeando a sus espaldas.

Llegó el momento.

[ EDITADO ☑️ ]

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top