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Elizabeth Thompson. 19 de septiembre del 2017, el Olimpo.

El saco de box era golpeado sin piedad, era golpe tras golpe, patadas y más golpes. La albina tenía el cabello pegado a la frente y su ropa mojada cómo si fuera una segunda piel.

Apenas habían pasado tres días desde que los semidioses habían aparecido muertos, la “coronación” se había cancelado por obvios motivos y Arsen había pasado todo el día consolando a Damián y a sus otros compañeros.

Había pasado los últimos días rechazando sus ofertas de entrenar juntos o de simplemente estar en un mismo lugar que él, no podía evitar que la culpa le recorriera el cuerpo.

Ella era la supuesta heroína que estaba ahí para salvarlos a todos, pero en lugar de proteger a los otros semidioses cómo debía haberlo hecho, ella estaba más preocupada en tener a Arsen entre sus piernas.

Por su culpa, todos los semidioses habían bajado la guardia momentáneamente, se habían distraído con todo eso de la ceremonia misteriosa y de las apariciones de la “maldita salvadora ” –apodo que muchos le habían puesto por el cambio de aires entre los tres mejores amigos del Olimpo, que era su culpa– en sus áreas de entrenamiento.

Incluso con el círculo amoroso que había entre Arsen, Evan, Astra y ella.

No podía dejar de pensar que la muerte de esos tres semidioses no era más que su culpa.

Por ello había empezado a entrenar a cada segundo de su día. Llevaba tres días sin comer nada más que frutas y agua, no salía del salón de entrenamiento e incluso dormía en él.

Sólo iba a bañarse en la mañana y en la noche a su cuarto, por la comida al comedor –uno que estaba vacío en la madrugada– y luego volvía a entrenar practicando con la espada, el arco o el saco de box, cómo en esos momentos.

Detuvo sus golpes por un segundo, se quitó uno de los guantes y tomó agua de la botella que estaba a un lado.

—¿Ya terminaste? —cuestionó una voz que no le fue muy difícil de reconocer.

—¿Necesitas algo, Astra?.

—Yo no, pero parece que tú sí —se acercó a Elizabeth y detuvo el saco que aún se mecía.

—No sé de qué hablas.

—Yo era muy cercana a Jacky —empezó Astra—, ella era la hija mayor de Asclepios, cuidaba de sus hermanos como si su vida dependiera de ello. Por eso sé mejor que nadie lo mucho que todos están sufriendo sus pérdidas.

—No entiendo por qué me dices todo esto. Agradezco tu consejo de la otra vez, pero ahora no lo necesito, lo que necesito es entrenar.

—Lo que tú necesitas es descansar, y hablar con Arsen —respondió de forma brusca—. Él también era muy unido a esos hermanos, está sufriendo la perdida de sus amigos y no puede descargarse en paz porque está cuidando de todos.

Elizabeth frunció el ceño, ruborizada por la furia que le causaba el no haber pensado en nada más que su propia culpabilidad.

—Está sufriendo mucho más que tú y no puedes pensar en nadie más que en ti misma, por Zeus, ¿puedes demostrarme que no me equivoqué?, o me harás saber lo muy hija de puta que eres, si te desgastas así no nos servirás de nada en la maldita guerra, parece ser que será mucho más pronto de lo que todos esperábamos.

Con el ceño fruncido, Astra salió del salón de entrenamiento, escuchando cómo Elizabeth pateó fuertemente el saco de box.

—¿Cómo estás? —preguntó Elizabeth cuando Arsen le abrió la puerta.

Claramente, Astra tenía razón, cómo al parecer siempre la tenía. Así que sólo había recogido sus cosas en silencio, había ido a tomar un baño rápido, y se fue a hablar con Arsen.

El cabello aún chorreaba de agua cuando Arsen le dijo que entrara.

—Estoy bien, ¿tú cómo estás, dónde estuviste? —cuestionó Arsen con la voz apagada.

El pelinegro hizo que Elizabeth se sentara en la cama, fue al baño y volvió con una toalla. Corrió una silla hasta ponerla frente a la albina y se sentó en ella.

—Yo… estuve entrenando. Perdón por no haber hablado estos días, me sentía muy culpable y no fui capaz de pensar en otra cosa más que en eso, lo siento muchísimo, Arsen —bajó la cabeza con los ojos cristalizados—. ¿Arsen?.


—¿Porqué rayos no te secas bien el cabello? —puso la toalla en su cabeza y la empezó a frotar de forma desordenada—. Si no lo haces te vas a enfermar, y estoy seguro de que no quieres que eso pase, ¿o si?.

Detuvo sus movimientos y quitó la toalla de la cabeza de Elizabeth para poder ver su cara. Su cabello estaba todo despeinado y en sus mejillas habían lágrimas.

—No, no quiero eso —sollozó.

—Ya, ya, tranquila —la abrazó—. No estoy molesto, claro que no esperaba que desaparecieras de la noche a la mañana, pero también sé lo muy frustrante que pudo ser, no te preocupes, yo estoy bien, la pregunta es, ¿tú lo estás?. Estás más delgada que hace unos días, ¿has comido bien? —acarició sus cachetes con sus manos.

—Sólo quiero dormir —susurró.

Unos toques en la puerta la hicieron suspirar, apoyó su cabeza en el hombro de Arsen, sabiendo que algo iba a impedir su descanso.

—Ya voy —dijo Arsen lo suficientemente alto para que la otra persona al lado de la puerta lo escuchara—. Apenas haga lo que me digan que debo hacer dormimos, ¿bien?.

Elizabeth asintió y se alejó para que Arsen pudiera pararse.

Abrió la puerta y Evan estaba ahí.

La mirada del rubio se dirigió a Elizabeth al instante, pero de forma inesperada, no hubo rencor, tristeza o decepción en sus ojos. Sólo comprensión y quizás un poco de ansiedad.

—Me esperaba encontrarlos aquí —dijo rápidamente—, Zeus los busca, a ambos.

—Ya estamos yendo.

El camino hacia el salón del trono no fue incómodo, al menos no cómo Elizabeth se esperaba. No tardaron en llegar con Zeus, y ambos mostraron sorpresa al notar a los tres semidioses que los esperaban en la sala, todos los dioses estaban ahí.

No parecía que a los dos chicos y a la chica que estaban ahí les agradara la presencia de Elizabeth, pero también era notorio que eran lo suficientemente profesionales cómo para dejar sus pensamientos y desacuerdos a un lado.

—Si puedo saber, Zeus, ¿qué hace ella aquí? —no fue un comentario ofensivo, todos lo supieron, sólo era un líder investigando la situación para saber cómo actuar.

—Ella necesita escuchar esto, igual que ustedes —le respondió a la semidiosa—, ella es la heredera del Olimpo, después de todo.

Si los semidioses se sorprendieron lo supieron disimular muy bien, no hicieron ni una mueca.

—¿Para qué nos llamaste, Zeus? —cuestionó Arsen.

Zeus lo miró, y luego vio a Elizabeth, notando la repentina cercanía entre ellos, no dijo nada.

—¿Qué ven en la ventana? —cuestionó el dios.

Todos fruncieron el ceño, confundidos, pero Elizabeth caminó hasta la ventana, se asomó con el viento golpeando su rostro con violencia. Miró hacia abajo.

—Demonios —murmuró.

—¿Qué sucede? —cuestionó uno de los semidioses, acercándose a Elizabeth para ver lo que ella veía, no tardó en voltearse hacia los otros líderes con el rostro más blanco que el papel—. Luces. Alguien encendió una fogata en la playa, están por empezar a escalar.

[ EDITADO ☑️ ]

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