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Elizabeth Thompson. 14 de septiembre del 2017, el Olimpo.

El día había empezado más rápido y agitado de lo usual, faltaban menos de veinticuatro horas para que todos supieran finalmente que no era una humana con poderes que no comprendía.

Sino que era una semidiosa, con poderes que aún no terminaba de comprender, claro.

Todos esperaban –Arsen, Evan y Zeus– que los semidioses dejaran de tenerle tanto rencor a Elizabeth luego de la proclamación de heredera, ella por su parte, creía que sólo iban a pasar a la siguiente etapa; odio.

Sin embargo se mostraba sonriente frente a Arsen. Más aún luego de lo que habían acordado días atrás.

No iba a ser una ceremonia completamente sorprendente, ella se había rehusado por completo a celebrar cuando la Sombra podía estar en cualquier lado en esos momentos, incluso en la puerta del Olimpo.

Así que sólo sería nombrarla heredera y a entrenar.

Todos –las mundanas con ascendencia lejana a los dioses– arreglaban la ceremonia, sería en el salón del trono. Habían escogido un elegante vestido blanco para la ocasión, claramente, Elizabeth no lo usaría.

Iban a servir un pequeño banquete en el salón del trono y ponían telas blancas con detalles tejidos en oro por doquier a modo de decoración. Zeus le había dicho que tendría una tiara, que todos los dioses tenían una y que por derecho una le correspondía a ella.

No sabía qué pensar.

—Estás distraída —observó Arsen cuando la sostuvo de la cintura al hacerla caer con la espada.

—O tú estás muy confiado —su brazalete se hizo látigo y lo enredó en el tobillo de Arsen haciéndolo caer de espaldas.

—Mierda, me rompí la espalda —gruñó en el suelo.

Ambos estaban empapados en sudor, entrenaban con la espada en el salón de entrenamiento, habían estado tan ocupados los últimos días así que sólo habían podido verse un par de veces para entrenar.

No iban mal, en realidad iban mucho mejor que eso, compartiendo besos a escondidas y comiendo el almuerzo bajo la sombra de un árbol en el campo de entrenamiento.

Pensaban que era muy pronto para decir y mostrar su relación, planeaban hacerlo después de la proclamación, cuando todo estuviera más tranquilo.

Quizá incluso después de la batalla que sentían a la vuelta de la esquina.

Lo que menos querían era distraer a los semidioses con eso, aunque los rumores de un posible triángulo amoroso iban esparciéndose por todo el Olimpo. La cercanía entre ellos dos era cada vez más notoria, no había forma de ocultarla por más tiempo.

—Lo siento —se carcajeó Elizabeth mientras se sentaba a su lado. Él se mantenía acostado viendo al techo.

—¿Soy el único que siente que algo va a pasar? —murmuró.

Elizabeth lo analizó, notando su mirada perdida y su cuerpo cansado, hasta que él conectó sus miradas.

—¿Porqué piensas en eso?. Todo está bien —evadió la pregunta—. Nosotros estamos bien, piensa en eso.

Acarició los negros cabellos de Arsen hasta que él habló, más tranquilo.

—Tienes razón —exhaló—. Mañana es mi cumpleaños.

—¿Enserio? —cuestionó, sorprendida—. ¡No me dijiste nada!.

Una risa suave invadió el salón.

—Mañana será un día ocupado, lo más probable es que no podamos ni hablar. Los semidioses seguramente irán a algún bar en la tierra como en cada cumpleaños o celebración —explicó con la voz neutra.

Elizabeth se sentó sobre el abdomen de Arsen, con una sonrisa sensual en los labios mientras acercaba sus rostros.

—No te preparé nada —ronroneó.

—Qué mal pero… se me ocurre un buen regalo —le siguió el juego mirando sus labios.

—¿Cuál?. Tendré que dártelo adelantado.

Sus labios se unieron en un fogoso beso, sus lenguas chocaban y sus manos recorrían sus cuerpos de forma desesperada.

—Espera, Arsen —un beso la interrumpió—. Cariño, vamos al cuarto, ¿si?. Nos van a ver.

El pelinegro elevó las caderas simulando una embestida y ella soltó un gemido bajo.

—Bien, vamos.

Elizabeth Thompson. 15 de septiembre del 2017, el Olimpo.

Unos golpes desesperados en la puerta los despertó.

La luz de luna bañaba sus pieles desnudas. Las cortinas se mecían con el viento de la madrugada, no serían más de las cuatro de la mañana.

—¿Quién es? —murmuró Elizabeth por lo bajo, aún medio dormida.

—No lo sé, ignóralo —respondió Arsen de la misma forma.

No pasó mucho antes de que la puerta volviera a ser golpeada con más insistencia, parecían ser dos personas.

—Mierda —susurró el pelinegro.

Se puso unos pants holgados de forma rápida y abrió la puerta de golpe.

—¿Qué quieren? —gruñó.

Astra y otra chica de su equipo  estaban frente a él, sus caras estaban blancas y sus ojos desorbitados, parecían haber visto a un fantasma. Eso bastó para que el sueño abandonara a Arsen de inmediato.

—Arsen… —murmuró Astra—. Te necesitamos, a ti y a Elizabeth.

—¿Qué pasó?.

—Asesinaron a tres semidioses.

—Ya voy.

Cerró la puerta al instante y vio a Elizabeth vistiéndose. Tenía su blusa entre sus manos, apestosa por el sudor del entrenamiento.

Arsen caminó hasta su armario y le dio una camiseta negra de manga corta, le quedaría inmensa pero aún así se la puso.

No tardaron mucho en estar vestidos y salir apresurados de la habitación, caminando de forma veloz hasta llegar al salón del trono.

Los semidioses estaban amontonados en la puerta, y no tuvieron que hacer mucho para que les abrieran el paso hasta el interior.

El lugar era un desastre.

Las decoraciones que habían puesto los últimos días estaban salpicados de sangre y rotos en ciertas partes. Habían charcos de sangre en el suelo de mármol y señales de lucha por doquier.

Pero los tres cuerpos decapitados era lo principal en esa escena. Un chico y dos chicas.

—¿Sabes quiénes son? —preguntó la albina por lo bajo.

Los semidioses a sus espaldas no dejaban de dar exclamaciones de terror y ansiedad, algunos lloraban en silencio, probablemente porque habían reconocido a sus amigos.

—Por las marcas en sus clavículas —unas estrellas de cuatro puntas—, son los tres hijos mayores de Asclepios.

Damián apareció a su lado con la mandíbula y los puños apretados, una muñeca de odio y tristeza reemplazaba la sonrisa con la que Elizabeth lo había conocido. Eso confirmaba sus sospechas, esos cuerpos eran de sus tres hermanos mayores.

La albina se fijó en el mismo tatuaje que tenía en sus clavículas, una estrella de cuatro puntas.

—Voy a matar a esa maldita Sombra —gruñó con rabia.

[ EDITADO ☑️ ]

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