⚔️ 23 ⚔️
Elizabeth Thompson. 19 de febrero del 2016, el Olimpo.
Eran las seis de la mañana en punto, y la puerta de su habitación estaba siendo golpeada insistentemente, pero ella lo ignoraba totalmente.
La puerta se abrió de golpe y Evan apareció por el umbral con el ceño fruncido, cómo siempre. Se acercó a la cama de la albina que dormía tranquilamente y levantó las sábanas debajo de ella para tirarla al suelo con un golpe sordo.
—¡Dios! —gruñó Elizabeth al sentir el fuerte golpe en su hombro izquierdo—. ¡¿Qué rayos te pasa, idiota?!
—Lamento decirte que te avisé ayer. Ya es tarde, son las seis y cuarto, levántate, tienes quince minutos —advirtió con un tono que garantizaba un duro entrenamiento.
Evan salió y una mujer entró, tenía el cabello castaño –seguramente largo– atado en una corona de trenzas, también tenía algunas perlas que le daban un toque delicado, su ropa consistía en un vestido largo de color blanco hueso con tela de seda, y un cinturón delgado en la cintura de color dorado. La ropa resaltaba sus voluminosas curvas y la hacían ver muy femenina. Sencilla pero hermosa.
En sus manos tenía lo que parecía ser ropa doblada, y su rostro delicado estaba en una mueca de seriedad absoluta. Dejó la ropa en la orilla de la cama, y con una pequeña reverencia salió igual de silenciosa que cómo entró.
Elizabeth tomó la ropa con el ceño fruncido, confundida y adolorida por la caída, entró al baño y se desvistió lo más rápido posible, se dio una pequeña ducha y luego salió.
Se vistió rápidamente, era una blusa blanca sencilla, holgada y de manga corta, ligera, unos pantalones negros ajustados de tela elástica y unas botas marrones al tobillo, cómodas, para que pudiera entrenar.
El cabello mojado goteaba sobre su ropa, provocando que unas partes se pegaran a su piel y se vieran un poco transparentes. Por fortuna, no mojaba lo suficiente cómo para revelar su ropa interior blanca.
Salió de la habitación diecisiete minutos después, con una liga en mano para atar su cabello cuando se secara, y encontrando a un Evan enfurruñado.
—Dije quince minutos —empezó a caminar a pasos rápidos con Elizabeth siguiéndolo por atrás.
—Perdón —murmuró apenada—, no me suelo despertar a esta hora.
En realidad sí lo hacía, pero solía recibir ayuda del señor Choi para eso, abriendo sus cortinas en la madrugada, encendiendo la calefacción, y entregándole su uniforme y mochila lista.
—¿Pues qué crees, niña? Ya no estás en tu vida soñada en esa mansión, acóplate a las circunstancias del momento.
Elizabeth bufó, enfadada, pero no hizo ni un comentario, odiando por completo la idea de pelear tan temprano en la mañana. Observó a su izquierda, por los espacios sin ventanas de las paredes.
El cielo aún estaba oscuro, pero habían algunos rayos iluminando levemente la oscuridad, apenas estaba amaneciendo, también se veía la lejanía, un mar azul oscuro que se aporreaba suavemente con la costa rocosa y arenosa de la base de la montaña, seguramente estaba por bajar la marea para mostrar una pequeña playa.
—No podemos ir ahí —dijo Evan al notar el interés de la albina en la costa.
—¿Porqué?
—Monstruos —dijo con simpleza—. En esas aguas no sólo hay peces y tiburones, también hay sirenas, cetus, caribdis y muchas criaturas más de las que no querrás saber ni el nombre.
Elizabeth tragó saliva, un tanto intimidada por el mar que se extendía hacia el horizonte, prefirió observar sus pies mientras caminaban a quién sabe dónde.
Cuando Evan se detuvo, Elizabeth casi choca con su amplia espalda por el repentino movimiento, observó por sobre su hombro y vio el mismo lugar al que había llegado el día que despertó en ese lugar.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó confusa al no notar qué harían.
—Calentar, por si no lo notaste, caminamos treinta metros, lo suficiente para entrar en calor antes de correr —se quitó su collar y lo lanzó al aire.
Se abrió un portal y Elizabeth retrocedió con un jadeo, asombrada y quizás un tanto asustada.
—¿Qué esperas, niña? Entra —gruñó—. ¿O estás asustada?
—No estoy asustada —frunció el ceño y cruzó la misteriosa nube con los ojos apretados.
Al abrir los ojos, se encontró en la base de una colina, el sol era más fuerte y no habían árboles por el lugar. Para llegar a la cima eran alrededor de diez kilómetros, y era bastante empinada, sería un tanto difícil subir.
—¿Cómo…?
—Es la montaña de entrenamiento, los semidioses venimos a correr aquí, pero eso suele ser en la tarde así que en la mañana está vacío —notó que Elizabeth se refería al cómo habían llegado ahí y continuó—. Es un portal, es una especie de teletransportación, nos lleva al lugar que queramos con sólo pensar en él.
Elizabeth parpadeó un tanto anonadada, deseosa de poder tener uno de esos portales para ella.
—¿Planeas quedarte aquí todo el día? Tienes una montaña que subir y bajar, no nos iremos hasta que termines.
Llevaba casi una hora subiendo esa maldita montaña y apenas parecía estar por medio camino, sus piernas quemaban por el esfuerzo de ir colina arriba.
Su piel estaba húmeda por el sudor, y quince minutos después de empezar a caminar se había amarrado el cabello en una coleta alta.
Sus mejillas tenían un tono rojizo y empezaba a sentirse mareada, el sol estaba más intenso que una hora atrás y la luz ya le daba picazón en la piel.
Ya tenía sus uñas marcadas en rojo por su piel por tanto rascarse para quitar la picazón, sus ojos también le ardían y parecía ver estrellas con cada parpadeo.
Evan iba unos pasos más adelante que ella, y supo que mantenía un paso lento para esperarla.
La albina intentó llamarlo, decirle que el sol le estaba afectando, pero su lengua estaba más seca que una lija y solo le salió un jadeo agitado que pareció ser lo que necesitaba para desplomarse.
Evan escuchó ese jadeo y volteó para lanzarle un comentario burlón sobre su poca resistencia, pero sólo vio cómo el cuerpo de la albina empezaba a caer al suelo lleno de pasto y tierra.
Sus extremidades se movieron por cuenta propia y sostuvo a Elizabeth entre sus brazos poco antes de que su torso tocara el suelo.
—Oye, Elizabeth —se forzó a mantener un tono tranquilo, acercó su mano a la piel rojiza del rostro contrario y sintió cómo calentaba al instante—. Maldición.
La cargó y la pegó a su pecho, su cabeza quedó recostada en su hombro y su aliento golpeaba su cuello, caliente, demasiado caliente.
[ EDITADO ☑️ ]
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