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Elizabeth Thompson. 22 de agosto del 2015, Orlando.
Finalmente, Elizabeth cumplía diecisiete años, en los últimos siete meses, habían pasado varias cosas que cambiaron la vida de la albina para bien o para mal.
Después de la boda y de que firmara los papeles con el señor Jonson, Elizabeth había empezado a tomar clases de canto y un poco de baile para perfeccionar sus técnicas, iba bastante bien con eso.
Y las pesadillas habían vuelto, aquellas que habían desaparecido cuando se había mudado a Orlando siete años atrás.
Dejó de soñar en eso cuando la presión se volvió tan grande que, al dormir, no soñaba. Pero Rosalía había dejado de exigirle tantas cosas los últimos meses y la presión había disminuido considerablemente, así que las pesadillas habían regresado.
Como en esos momentos.
El sonido metálico del choque de espadas resonaba fuertemente a tal punto de que era ensordecedor. A cada golpe, pequeñas chispas salían, pero a las dos sombras les importaba más ganar la batalla.
De un momento a otro, la sombra con el cabello largo ignoró la presencia de su enemiga y la de cabello trenzado hizo lo mismo.
Ambas parecían estar juntas cuando empezaron a pelear con otras personas, hombres y mujeres con grandes espadas doradas y brillantes, con grabados en otro idioma que no reconocía pese a sus estudios.
Con la respiración agitada, Elizabeth se incorporó en la cama, sus ojos brillaban intensamente con un azul eléctrico pero en un segundo el resplandor se esfumó antes de que la peliblanca lo notara. Su piel estaba brillosa por el sudor y su ropa húmeda, todo lo contrario al aire acondicionado en la pared frente a su cama.
Se talló los ojos y se quitó el cabello de la frente con una mano.
La puerta fue tocada dos veces y Choi, su mayordomo, entró a la habitación.
—Veo que está despierta, feliz cumpleaños, señorita Elizabeth —sonrió cálidamente y abrió las pesadas cortinas grises para que la luz pudiera pasar.
Las ventanas estaban empañadas por el frío matutino, apenas eran las seis de la mañana y toda la noche anterior se la había pasado lloviendo fuertemente, aún así, todavía caían unas pequeñas gotas de lluvia.
Choi apagó el aire y prendió la calefacción para que pudiera vestirse sin tantos problemas, era viernes y como ya era costumbre, saldría con Cristell y Sam un rato y luego cenaría con Rosalía, su madre, en algún restaurante de por ahí.
Se levantó de la cama cuando la habitación calentó un poco y su mayordomo le entregó la ropa de ese día –posiblemente escogido por su madre–. Era un pantalón de mezclilla azul de cintura alta y ajustado, una blusa corta y de tirantes a cuadros blancos y negros, botines negros, un suéter negro hasta medio muslo y una cartera negra.
—La espero abajo con su desayuno —se acercó a la albina y le dio un abrazo paternal—. Que tengas un hermoso día, pequeña Eli.
Choi salió de la habitación y Elizabeth sonrió un poco. Se metió a la ducha y en unos cuantos minutos ya estaba vestida a la perfección.
Ella también salió de su habitación pronto, se había hecho una coleta alta con su largo cabello que, aunque estuviera con ese peinado, le llegaba a la cintura.
Llegó al comedor y las mucamas junto con Choibestaban reunidos con un pastel, le cantaron el feliz cumpleaños y al terminar la felicitaron individualmente, eran como una parte de su familia.
Pasó un rato agradable con sus amigos, salieron a desayunar, de compras y al cine. Claro que el ego de Sam y las críticas de Cristell no faltaron, pero todos estaban acostumbrados a todos así que no hubo ni un problema, no todos cambian.
Aunque Cristell dejó de criticar y tratar mal a Elizabeth, aún lo hacía con otras personas, aunque claramente la peliblanca solía ser la que la alejaba de esas cosas, normalmente distrayéndola con un buen par de tacones.
Pese a todas las pequeñas risas que se le escaparon y diversas cosas más, la albina no pudo dejar de pensar en la pesadilla de la noche pasada, nunca veía caras, sólo siluetas y gritos ya que tampoco podía distinguir voces.
Miró a su izquierda donde estaban las bolsas de un montón de tiendas caras que sus dos amigos le habían regalado y pronto se vio pensando en que antes no tenía nada de eso.
Aún recordaba la desesperación de no tener que comer antes de dormir, era demasiado delgada, tanto que los huesos se notaban claramente bajo su desgastada piel, no tenía bolsas ni ropa bonita, no tenía ese exceso de dinero que ahora le parecía innecesario.
Se sentía agobiante, desde su punto de vista.
—Eli, ya puedes bajar —le dijo Choi desde el asiento del conductor.
Volvió su vista hacia su derecha nuevamente y observó el gran y elegante restaurante de tres pisos. The Melting Pot, así se llamaba el lugar.
Iba a encontrarse con su madre ahí.
—Muchas gracias, nos vemos al rato —se bajó del auto y entró al restaurante—. Reservación a nombre de Rosalía Thompson, por favor.
La mujer revisó la lista y al instante la guió por entre las mesas hasta llegar al fondo del lugar. La instaló en una pequeña habitación privada en la que había una gran mesa y, en un extremo de ella, estaba su madre.
Su cabello castaño hasta casi la cintura estaba atado en un chongo, sus fríos ojos verdes tenían un contorno oscuro y seguían sus movimientos. Como siempre, su posición era firme y elegante, segura. Junto a ella, cualquiera pasaba como un cordero asustado.
—Buenas tardes, madre —hizo una pequeña reverencia de cabeza –cosa que, inevitablemente, le parecía excesivo– cuando la puerta detrás suyo fue finalmente cerrada.
—Siéntate Elizabeth, no sé que esperas.
Hizo lo indicado y pronto llegó toda la comida que seguramente había pedido la mujer antes de su llegada, comidas de todas partes del mundo, pastas, sushi, carnes. Una delicia por completo.
Ya habían empezado a comer.
—¿Cómo van tus clases? —interrogó la castaña mientras comía con elegancia.
—Bien. Las calificaciones finales fueron de diez, en unos días empezará el nuevo curso escolar y... —el teléfono empezó a sonar-. ¿Responderás?
—Sí, dame un segundo —mencionó al ver la pantalla de su celular—. Saldré un momento a responder, quédate aquí.
—... Sí.
Salió de la pequeña habitación y Elizabeth se mantuvo sentada, o al menos por unos segundos hasta que le intriga le ganó.
Se levantó en silencio y se pegó a la puerta corrediza, no podía escuchar nada así que la abrió levemente.
—¿Ya la tienen? —se mantuvo callada mientras le respondían—. Buen trabajo, voy para allá, dame diez minutos.
Se estaba volteando y Elizabeth regresó a su asiento olvidando cerrar la puerta nuevamente.
Rosalía entró y recogió sus cosas con rapidez.
—Me tendré que ir, nos vemos en la casa. Está todo pagado —y con la misma se fue.
[ EDITADO ☑️ ]
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