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Zeus. Hace dos mil años, en el Olimpo.
Un grupo de personas se encontraban alrededor de una mesa redonda de mármol blanco, aunque su descripción más precisa sería dioses griegos.
Los once seres mitológicos estaban en la espera del dios que completaba la docena, después de que había sido expulsado del Olimpo era muy rara la vez que iba al mismo, por no decir que nunca lo hacía, pero ahora era un momento importante.
—¿Porqué debe de venir Hades? —preguntó de mala gana la diosa del amor.
—Escuché a Perséfone decir que era muy importante... espero que no sea una trampa —inquirió Apolo.
La presencia de Hades era, sin dudas, algo que tomarse enserio, más aún si su esposa, Perséfone, lo acompañaba.
Por ese motivo todos estaban alerta, no era secreto el deseo que el dios del inframundo sobre dominar en el olimpo tenía, así que debían tener cuidado con caer en una de sus trampas.
Las grandes y pesadas puertas blancas se abrieron de par en par, dejando pasar a un hombre alto y de hombros anchos con ojos y rizados cabellos negros, junto con una chica de mediana estatura de ojos verdes como el pasto más fresco y cabellos rojos como las rosas. Sin duda era digna de llamarse diosa de la primavera, y reina del inframundo.
—Llegamos —la grave y fría voz de Hades resonó por todo el lugar.
—Eso veo —dijo Zeus con ironía pero manteniendo su seriedad.
Perséfone se limitó a hacer una pequeña reverencia haciendo destellar los brillos de su elegante vestido negro.
—¿Qué es lo que debían decirnos? —preguntó Hera, sin rodeos.
—Tú siempre tan amable —dijo Hades de forma sarcástica—. Perséfone, puedes empezar.
La pelirroja asintió de forma sumisa e inhaló un poco de aire antes de empezar a hablar.
—Una bruja me habló hace unos días, me informó de una predicción que había tenido hace poco, y es algo difícil de explicar —la preocupación y nerviosismo era notable en su voz.
Todos sabían de la increíble relación que Perséfone mantenía con las criaturas mitológicas, principalmente con las brujas, ya que eran las encargadas del servicio de limpieza en la mansión de Hades.
—Pues inténtalo —la voz de Atenea sonó más brusca de lo esperado.
—Se aproxima una guerra —soltó sin cuidado, alertando a todos—. Dijo que había visto a dos siluetas luchando entre ellas, pero que no estaba muy claro que era, que una de ellas podía estar luchando para salvarnos, o que ambas podrían estar del mismo lado —explicó de forma confusa.
—¿Qué? —la voz de Zeus rebotó en las paredes.
—Que una persona podría salvarnos o destruirnos —abrevió—. Tenemos que buscar la forma de detenerlo si no queremos morir, y la única forma de que esa persona consiga salvarnos es que tenga la bendición de los dioses.
—Estás jugando —gruñó Afrodita alborotando sus dorados cabellos—. Las bendiciones no son cosas que se tomen a la ligera, con una bendición los dioses otorgan parte de su poder a esa persona y la vuelven más fuerte que un humano normal. No planeo dar mi bendición.
—Si no se le da la bendición será imposible saber quién podría salvarnos, es un arma de doble filo, pero prefiero arriesgarme a morir que morir sin tener la esperanza de sobrevivir —por primera vez el dulce rostro de Perséfone se desfiguró en una mueca llena de molestia.
—Yo... creo que Perséfone tiene razón —confesó Artemisa con timidez.
El lugar se mantuvo en silencio durante unos tortuosos minutos mientras todos los presentes barajeaban sus cartas en busca de la mejor jugada, sabían que sería arriesgarse demasiado, pero sería peor dar el fin del Olimpo por hecho. ¿No era mejor tener una mínima oportunidad?.
Con ese pensamiento, Zeus concentró sus poderes en sus manos, haciendo que sus ojos destellaran con una fuerza electrizante y un brillo entre blanco y azul, cómo si fueran unos rayos en una gran noche de tormenta, empezó a florecer en sus palmas.
De sus manos apareció una esfera de una brillante luz blanca, la pasó al centro de la sala, bajo la mirada atónita de los presentes.
—Háganlo —ordenó Zeus con voz neutra.
—Pero... —la voz de Afrodita fue frenada por el dios del rayo.
—Dije que lo hagan —usó un tono demandante que provocó escalofríos en la rubia que antes había intentado contradecirlo.
La esfera fue pasando de uno en uno recibiendo la bendición de cada uno de los dioses, incluyendo a Hades y Perséfone.
Sin previo aviso, aquella bola brillante salió disparada por una ventana del gran lugar, recibiendo miradas molestas por parte de todos los dioses del lugar, si Zeus no diese el suficiente miedo, seguramente todos ya estarían gritando y maldiciendo sobre lo supuestamente tonto que el dios había sido.
Pero si se pensaba de forma coherente, había sido una buena decisión.
Una nueva luz apareció en el centro de la sala y una tabla de piedra sólida se mostró, tenía unas letras talladas en griego, era un oráculo.
Una persona nacerá,
bendecida por los dioses estará,
el destino del mundo en sus manos se mantendrá,
y el trono del Olimpo ocupará.
El asombro de los dioses fue mínimo, por lo que pronto el mal humor en la mayoría volvió.
—No sabemos ni siquiera si ese o esa humana ha nacido, ¿cómo diablos vamos a encontrarla? —murmuró Afrodita entre dientes y con molestia.
—Mañana, ustedes van a ir al mundo mortal —su ceño fruncido mostraba que no tenía ganas de escuchar quejas, por lo que todos se guardaron sus reproches y maldiciones en lo más profundo de sus mentes—. Buscarán por todos lados a esa persona, no me importa cuánto tiempo pase, pero la deben encontrar.
Afrodita intentó hablar nuevamente, pero Hera negó con la cabeza en su dirección, diciéndole que era una muy mala idea reprochar en ese momento, tomando en cuenta los ánimos que el rey de los dioses tenía.
Se levantó molesta y, sin pedir permiso o decir alguna palabra, salió del lugar echando humo por las orejas, con el ceño fruncido y empujando a Perséfone a su paso, recibió un gruñido de Hades en el proceso y una queja baja de la golpeada.
El fuerte sonido de la puerta al ser aporreada duramente sobresaltó a la mayoría de los dioses, y Zeus resopló por la falta de autocontrol que la rubia tenía. No se le podía negar nada sin que se enfureciera.
—Largo. Prepárense para mañana —dijo secamente, y con la misma se fue del lugar mientras todos hacían lo mismo.
Mujer desconocida. Hace dos mil años, lugar desconocido.
En una parte del mundo, una mujer descansaba en una cama matrimonial, su enorme panza delataba su embarazo y su cuerpo estaba en posición fetal aliviando la molesta presión sobre sus costillas.
Sus párpados temblaban entre sus sueños debido a la pesadilla que estaba teniendo en ese momento, y la oscuridad de la noche envolvía su cuerpo como una hermosa manta fresca.
Una brillante luz voladora interrumpió esa oscuridad, y tomando más velocidad de la que tenía antes, se adentró en el vientre de la mujer, provocando así que ella se incorporara lo más rápido que podía debido a la ligera molestia que se había manifestado, como una presión o un golpe.
Sus ojos miel brillaron brevemente durante unos segundos hasta que la molestia desapareció por completo.
Con el ceño fruncido acarició su estómago, pensando que fue una más de las muchas patadas de su pequeño bebé, y se recostó nuevamente, cerrando los ojos dispuesta a volver a dormir, consiguiéndolo con éxito.
[ EDITADO ☑️ ]
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