UN NUEVO HOGAR

Jardín de los Sueños. Monte Olimpo.

24 de enero del 2020

CAMILA

Ya estaba oscureciendo y aún no teníamos rastro alguno de María. El lugar pasó de ser un jardín muy bien arreglado a una especie de bosque macabro en donde se escuchaban pasos y se veían sombras en los árboles.

Varios minutos después, escuchamos que alguien o algo se acercaba rápidamente por el frente.

– ¡Alto! – ordenó Hera desenfundando su espada.

Poco a poco apareció la silueta de una chica. Era Jennifer que llegaba con algunos manchones de sangre y muy cansada.

– ¿Qué te pasó? – pregunté aterrada.

– Nada grave, solo un pequeño rasguño – dijo levantando un poco su camisa dejando ver una cortada superficial que recorría parte de su cintura y abdomen.

– ¿Quién te hizo esto? –

– Ellos – dijo señalando a dos criaturas repugnantes que aparecían desde el mismo camino por el que llegó Jennifer.

– ¿Qué son esas cosas? – pregunté aterrada.

– Son los guardias del palacio de Hades. Tengan cuidado, son muy letales –

Las dos creaturas empezaron a acercarse rápidamente, venían a terminar su trabajo. Pero justo cuando estaban a menos de cinco metros, varias plumas doradas cayeron sobre ellos matándolos. Era Horus quien llegaba junto con Zeus, Poseidón y Esteban.

– ¿Están bien? – Preguntó Horus.

– Si, gracias – respondí.

– ¿Qué hacen los guardias del palacio en el jardín? – preguntó Jennifer confundida.

– Esos no son guardias, son las creaturas que habitan este bosque – contestó Poseidón.

– ¿Así que ya habías visto esas cosas antes? – preguntó Hera, la esposa de Zeus.

– Si, durante la batalla de Roma – contestó Jenny.

– Valla, estos chicos han visto más de lo creía – comentó Zeus.

– Ya tuvimos una muestra de los que nos espera –

– ¿Alguna idea de dónde está María? – interrumpió Esteban.

– En este momento no, pero sabemos que Jennifer estuvo con ella –

– ¿Sabes dónde puede estar, Jennifer? –

– No, nos separamos cuando esas bestias nos atacaron –

– Debemos encontrarla ahora, de lo contrario perderán su oportunidad de obtener sus poderes –

– ¿El eclipse no que es dentro de cuatro días? – pregunté.

– No, hoy es veinticuatro de enero – dijo Horus.

– ¡¿Qué?! – exclamamos Jennifer y yo al mismo tiempo.

– Este lugar manipula el tiempo a su antojo, despistando a todo aquel que entra –

– Maldición. Separémonos, es la única forma de cubrir una gran extensión del jardín – opinó Esteban.

– No será necesario – dijo una voz familiar que provenía del mismo camino por el que llegó Jennifer.

– ¡María! – gritó Jennifer para luego salir corriendo a abrazar a María. – Que bueno que estés bien –

– Creí que estabas muerta–

– ¿Yo? ¿Muerta? Ja, se necesitan más de dos monstruos para eliminarme – dijo con una sonrisa.

– María, no vuelvas a hacer eso nunca, ¿Me oíste? – le dije abrazándola cálidamente.

– Perdóname, no sabía qué hacer. Te prometo que no volverá a pasar – respondió dejando escapar algunas lágrimas.

– Bueno, muchachos. Es hora de volver al Olimpo. Ya llamé un helicóptero para que nos saque de este lugar – dijo Horus lanzando una señal de humo de color rojo.

Algunos minutos después llegó un helicóptero, que por culpa de la abundante vegetación no podía aterrizar, lanzó una cuerda para que pudiéramos abordarlo. Luego, salimos de aquel jardín encantado que tantos problemas nos había traído con destino a la ciudad.

Al llegar, fuimos conducidos por Zeus hasta una mansión no muy lejos del gran salón. Al entrar, había un corredor en forma de cuadrado con un pequeño jardín que tenía un árbol en el centro.

– Las habitaciones de las mujeres están en el segundo piso, mientras que las de los hombres en el primero. Cada una tiene el nombre de uno de ustedes en la puerta. Disfruten de su estadía en el Olimpo muchachos – Explicó Zeus retirándose de la mansión.

Todos nos dispersamos hacia nuestras habitaciones. Subí las escaleras y busqué mi habitación. Era la primera. Abrí la puerta y lo que vi me dejó asombrada, era grande, con un gran armario, un gran televisor y un espacioso baño privado. Entré y me lancé a la cama, era muy cómoda y suave. Este era el cuarto con el que siempre había soñado.

Miré el reloj y vi que la eran las ocho de la noche, era hora de arreglarme para la ceremonia. Me paré de la cama, fui a la bañera y preparé un baño de burbujas para relajarme. Luego, me acerqué al armario. Al abrirlo miré una gran variedad de vestidos y calzado de todo tipo con una gran variedad de colores. Inmediatamente comencé a ver los vestidos para escoger el indicado para la cena creando un gran desorden sobre la cama.

En ese momento, alguien tocó la puerta.

– ¿Quién es? – pregunté.

– Soy Atenea. ¿Puedo pasar? –

– ¡Sigue! –

Al abrirse vi que era una de las diosas que nos recibieron cuando llegamos al Olimpo.

– Veo que te gusta el lugar – dijo.

– Es muy acogedor –

– Menos mal, aquí vivirán hasta que todo esto termine, así que ponte cómoda –

– Si me lo permiten me podría quedar a vivir aquí – dije bromeando.

– Claro, me vendría bien tener una amiga para charlar, a veces este lugar es muy aburridor con esos viejos cascarrabias hablando sobre política y diplomacia –

– Me lo imagino. ¿Qué te trae a mi habitación? –

– Quería avisarte que en dos horas iniciará la ceremonia –

– Gracias, espero estar lista para entonces –

– ¿Quieres que te ayude a escoger? –

– Si, por favor. Serías de gran ayuda –

Comenzamos a inspeccionar los vestidos hasta que luego de mucho tiempo apareció el indicado. Justo a tiempo para la ceremonia.

– Es hora de irnos, ya es tarde – dijo Atenea mirando el reloj. Ya eran más de las nueve de la noche.

– Vale. Ve adelantándote, ordenaré un poco este desorden –

– Bueno, te veo allá. No te demores mucho – Se despidió saliendo de la habitación.

Unos minutos después ya había organizado la habitación, es hora de irme.

Al salir, noté que ya no estaba nadie, ni una sola alma. Bajé las escaleras y comencé a caminar hacia la salida del complejo. Pero el ruido de unas hojas siendo aplastadas me detuvo.

– ¿Quién anda ahí? – pregunté asustada esperando que nadie me respondiera.

Una figura masculina apareció desde detrás del árbol y comenzó a acercarse.

– Rayos. Tendré que mejorar mi sigilo, ¿Verdad hermosa? –

Esa voz me resultaba familiar. ¿Cómo es eso posible? No hay manera de que estés aquí... ¿O sí?

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