Khuyana
Khuyana se encontraba recostada sobre la fría yerba. Se empinó con delicadeza y observó a su rebaño alimentarse. Nada la hacía más feliz que la sencilla vida del campo. Acostumbrada a ver belleza en todo lo que le rodeaba, disfrutaba con espiritu joven cada momento de su vida. Lo que no imaginó jamás era que su caracter alegre y jovial se vería empeñado por el capricho de una diosa que no tuvo reparos en arrebatarla de todo lo que amaba para situarla en un palacio de cristal en medio de la nada.
Triste dejó de comer, sus mejillas sonrosadas empezaron a apagarse. Su piel, tersa como la seda comenzó a agrietarse. Su color moreno empezó a palidecer, y su pelo, brilloso como la seda, se marchitó.
Afrodita nunca imaginó que al despojar a la muchacha de todo lo que amaba también la despojaría de su belleza natural.
Mientras tanto, la madre de Khuyana con el corazón roto rogó a la Pachamama para que ayudara a su hija.
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