Capítulo 3
Ankor
Todo se ha sumido en la oscuridad, las plataformas que sostienen al reino y al pueblo cayeron, pero seguimos fuertes, no ha habido heridos y el Reino del Cielo continua con su estructura a pesar de que estamos varados en la arena.
El Reino de los Desiertos pidió asilo luego de su derrota, actualmente soy dueño de ambos reinos, el poder ha recaído en mí. Mis múltiples consejeros me alaban porque creen que mi padre no hubiera podido con esto, expresan que soy un líder más rígido y firme, que tengo mano dura para esta situación. Me han puesto un peso sobre mis hombros que es difícil mantener y ahora todo empeora, una carta de mi hermano menor, Askar, ha llegado.
Demonios, mis próximos enemigos son demonios.
Me mantengo sentado en mi trono, leyendo el documento una y otra vez. Creo que mis manos tiemblan. Mentiría si dijera que no estoy preocupado, pero el miedo nunca es enemigo, el miedo es poder si lo controlas, si lo enfrentas. Alzo la vista a quien me entregó este papel.
—¿Y dices que mi hermano te dio esta carta en persona? —consulto al Rey del Reino de las Sombras, Zionitt.
Ahora también les doy asilo a él y a su gente.
—Todos fuimos echados del castillo, su majestad. —Me hace una reverencia—. Solo podemos confiar en su grandeza, ¿por qué le mentiría?
—¿Dónde está él ahora? —digo ignorando sus alabanzas.
Me encuentro cansado de toda esta gente buscando mi protección, sin contar que tengo ya suficiente con mis problemas personales.
Miro a mi esposa de forma disimulada, pero me ignora e incluso aparta su mano de la mía, la cual había tocado despacio hace un momento. Sé que se encuentra enfadada y no paramos de discutir, pero no es tiempo para que esté en mi contra, son momentos difíciles.
—Pues... —El Rey no puede responderme.
—Lo vi caer por un agujero de arena —contesta el príncipe Alisther.
—Vaya —digo sorprendido.
—Había cavernas debajo, quizás sobrevivió —opina altanera la princesa pelirroja, Ditia.
—No perderemos las esperanzas. —Miro a mis guardias y les entrego la carta—. Emprendan un pequeño grupo para la búsqueda —ordeno y estos se retiran, luego observo a nuestros invitados—. Se terminó la reunión, pueden volver todos a sus aposentos, mañana será un día complicado. —Me levanto de mi trono y sigo a mi esposa que se ha ido antes de la sala.
En el pasillo a solas la detengo.
—¿Crees que puedes ir por ahí con esas actitudes? —la reprendo, así que se digna a mirarme.
La castaña está furiosa.
—¿Con qué derecho vienes a decirme eso?
—Serenity, por favor, estamos en guerras constantes.
—¿Y por eso me tengo que aguantar tus asquerosidades? —expresa sin filtros y me tenso.
—Cállate, no es lugar para hablar de eso. Respétame, soy el Rey.
—Y yo la Reina, tu esposa y a la que engañas ¡Con un hombre! —grita.
La golpeo.
—No vuelvas a decir eso. —Presiono los dientes. Se sostiene la cara adolorida y sus ojos se llenan de lágrimas. Veo que le partí el labio y cuando me doy cuenta de lo que hice es demasiado tarde—. Lo siento, yo...
—No me toques. —Se aleja cuando me acerco ayudarla.
—De verdad lo siento —digo angustiado—. No sé qué me está pasando, tengo muchas cosas en la cabeza, y tú no mereces esto, lo lamento —insisto.
—¿Sabes lo que tienes? —expresa indignada y presiona los dientes—. Tu boca en su...
—Serenity, por favor —la interrumpo—. Lo que viste no va a volver a ocurrir, te lo juro.
—Ya sabía qué pasaba. —Se refriega los ojos—. Pero verlo es totalmente distinto, me duele y a ti lo único que te importa es usarme de adorno, disfraz, soy tu fachada para ocultar eso... eso que me da arcadas de solo pensarlo.
—Ah, yo... lo lamento. —Suspiro.
—Tus disculpas no sirven de nada. —Me observa con tristeza—. No puedo besarte, no puedo tocarte, no sé ni si te gusto.
—Claro que sí, eres mi esposa.
—¡¿Entonces por qué no estás terminando con tu amante?! —Más lágrimas empapan su rostro.
—Hay gustos que no se pueden comprender, eso es todo —opino mirando a un costado, teniendo vergüenza de mí—. Son solo fetiches, nada más. Tú solo entiéndeme, no puedes decírselo a nadie, soy alguien respetable e importante, no deben saber de esto, mantente callada.
—Termina con ese hombre, Ankor —me pide.
—No, y no lo digas en alto.
—¿Tu hombría está en juego? —exclama indignada—. Me importa una mierda. —Se gira pero todavía no se va—. Si tú no vas a terminar con él, olvídame, ni creas que te voy a dejar tocarme.
—Serenity, por favor.
—Es él o yo, punto. —Se mantiene de espaldas—. Este no es el Reino de los Desiertos que tienes un harem o lo que sea, que ni siquiera es eso, porque es un hombre ¡Ay! —Se sobresalta cuando la abrazo—. ¡Suéltame!
—Eres mi esposa —le recuerdo y apoyo mi barbilla en su hombro—. Cumple tus deberes como mi mujer, olvídate de lo demás.
Me pega un codazo, así que me aparto, se da la vuelta para mirarme.
—No, querido, así no funciona y ni siquiera voy a intentar darte hijos, porque no me vas a tocar ni un pelo, nunca más. —Se va indignada.
Mierda.
—¡Maldición! —Agarro el mueble que está a mi costado y lo tiro, todo sobre este se cae y se rompe.
Los sirvientes gritan y corren a levantarlo, mientras yo sigo mi camino.
Serenity
Avanzo por el pasillo y lloro pasando mi mano por mi rostro que sigue empapado en lágrimas.
—Querida. —Veo a la madre de Ankor—. Oh, cielo. —Saca un pañuelo y me limpia—. ¿Otra vez te peleaste con tu esposo? Ya verás que cuando vengan los bebés ya no tendrás problemas.
—No va a haber bebés —expreso molesta, luego la miro detenidamente, no viste de negro—. ¿Ha dejado el luto, mi señora Esmetriah?
—No iba a llorar para siempre a mi marido, ¿no? —Se ríe—. Después de todo ni siquiera lo amaba.
—Pero él sí, él estaba loco por usted.
—Qué bueno que hablamos de esto. —Sonríe con malicia—. De hecho no, no lo estaba, lo atrapé con una pócima, se obsesionó conmigo simplemente por eso. —Pone su mano en su barbilla—. Su majestad, ¿usted quisiera una poción para Ankor? Aunque claro, le costaría —expresa con maldad.
Me estremezco.
—¿Qué dice, señora Esmetriah? Es su hijo ¿Cómo puede hablar así?
—Bueno, también puedes deshacerte del problema, ya sabes, del chico que le gusta a Ankor, es un sirviente, nadie lo extrañaría.
—No me gusta lo que estoy oyendo —digo nerviosa—. Mejor me adelantaré. —Comienzo a caminar.
—Solo piénsalo.
Avanzo más rápido, salgo a la terraza y me agarro de las barandas, estando agitada. Todo esto es una locura, un infierno, necesito respirar. Apoyo la cabeza en el caño, cierro los ojos y suspiro.
—Quiero desaparecer.
—No parece una solución. —Escucho a mi lado y levanto la cara.
—Príncipe Alisther, quiero decir, ¿eres el príncipe Alisther, no? Te vi en la sala del trono, ¿qué haces aquí?
—Disfruto de la vista, es la primera vez que estoy tanto tiempo fuera de mi Reino o peor, de mi cuarto. —Ríe nervioso y veo que tiene un flor en su mano—. Están todas marchitas, esto empeora cada día más, me preocupa alguien en especial —opina.
—¿Alguien?
—Sí, mi prometida, desapareció de la nada y me gustaría saber si está bien.
Sonrío.
—Ojalá alguien se preocupara por mí de esa manera, ella es afortunada.
Me alcanza la flor.
—¿La quieres? Está marchita, pero incluso así es hermosa, así te ves, así sigue sonriendo.
Acepto su ofrecimiento, así que la tomo entre mis dedos.
—Gracias por el cumplido, Alisther, ojalá cuando termine todo esto, encuentres a tu prometida y visiten muchos lugares juntos.
—Sería estupendo.
Nos quedamos mirándonos largo rato y luego solo disfrutamos de la vista en silencio.
Es un chico agradable.
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