Capítulo 18
Serenity
Voy a la sala del sanador, así que sonrío cuando encuentro a Ankor allí. Veo que está sentado en una silla con la mirada perdida y sosteniendo su mano vendada. Miro para todos lados viendo que está solo, entonces cierro la puerta, él oye el "clic" y alza la vista.
—¿Qué haces aquí? Es tarde, deberías ir a dormir —aconseja.
—Ven a la cama.
—Quiero estar solo. —Observa a un costado—. Me queda poco tiempo del día festivo.
Camino, agarro una silla y la pongo en frente de él, me siento.
—Tienes que descansar.
—Es el único día en que los consejeros no me molestan, así que estoy bien así, quiero quedarme despierto.
—Pues te acompañaré entonces.
—No es necesario.
—Yo quiero —insisto y tomo su mano vendada—. Lo siento, no quise insultarte, tengo un carácter de porquería.
—Yo también lo tengo. —Cierra su mano agarrando la mía.
—No la muevas, te dolerá.
—Estoy bien, ya me dieron un calmante.
—De verdad necesito que me disculpes —pido de nuevo.
—¿Por qué me pides disculpas si yo soy quien hace todo mal?
—Porque dije palabras hirientes.
—Quizás me las merezco.
—No lo creo, no conozco a nadie que tenga el corazón tan grande como tú. Siempre estás protegiendo a las personas, no puedo pensar en que te merezcas algo malo, jamás.
—Mis buenas acciones no justifican las malas. —Suspira.
—¿Sabes? Hoy fue la primera vez que hablé con tu amante.
Se paraliza y su mano se tensa sosteniendo la mía.
—Yo...
—No te preocupes. —Apoyo mi otra mano sobre la suya, para que no me suelte—. Entendí porque te gusta.
—Esto se está volviendo incómodo.
—Se ve pequeño y frágil —continúo triste—. Es la clase de persona a la que protegerías.
—Yo solo... no debiste hablar con él, no te hace bien.
—No intentes protegerme a mí también, sé lo mucho que significa que él no tenga que ver con la realeza, lo comprendí cuando lo miré. No puedo darte esa bocanada de aire fresco que te entrega ese chico, lejos de todas tus obligaciones, pero quiero que comprendas, que puede haber otra forma de que respires esa paz. Sabes perfectamente que estamos atados, no vas a tener a ese muchacho para siempre, él tiene que seguir su vida. Va a terminar muy mal si continúas con esto y para que quede claro, no te estoy amenazando, jamás pondría en peligro la vida de un inocente.
—Entiendo lo que dices pero...
—No me contestes ahora —lo interrumpo—. Solo déjame ver tu mano. —Muevo mis dedos entre los suyos—. Te lastimaste por mí, muchos te impedirán no ir a la batalla y sé que tú quieres estar al frente, para asegurarte de su bienestar, así que necesito pedirte disculpas, porque no vas a poder hacerlo, lo lamento tanto.
—Ya te dije que no tienes que darlas, tendría que matarme si te vuelvo a tocar un cabello con la intención de herirte. Llevo sintiéndome culpable desde la vez que lo hice y no puedo sacarme esa carga de encima, me merezco tu odio.
—Nunca podría odiarte, yo te amo.
—Si no me odias, yo mismo lo haré por ti, puedo odiarme, me odiaré por ambos.
—No digas eso —expreso triste.
—No te merezco.
—Claro que sí. —Mis ojos se humedecen.
—Mírate, otra vez te hice llorar, tú no eres así, tú eres una guerrera, una rebelde, por eso me enamoré de ti.
—Creí que te habías comprometido conmigo porque no sabías que era una de tus pretendientes. —bromeo así que me río y me refriego los ojos con una sola mano, ya que la otra no deja de sostener la suya—. Tú eras el rebelde, no yo.
—Te escapaste de la reunión, ¿cómo iba a saberlo? —Sonríe.
—¿Disculpa? ¿Cómo iba a saberlo yo? ¿Yo qué sabía cómo era el príncipe? Tú también huiste de esa reunión.
—Te acuestas con un desconocido, eres una depravada —se burla.
—¡No es cierto! —Me sonrojo—. Tú viniste con tus palabras seductoras y me engañaste.
—¿Engañarte? Tú eres la pervertida que se me tiró encima.
—No digas bobas, yo no... —me callo cuando agarra mi nuca y atrae mi cabeza para besarme.
Rápido le correspondo.
La distancia es incómoda, así que sin pensarlo mucho, me levanto de mi silla y me siento sobre él.
Abro mi boca, entonces nos seguimos besando con más intensidad. Ankor comienza a desatar mi vestido. No tengo idea de cómo el ambiente se volvió tan acalorado. Alzo la cabeza cuando chuponea mi cuello.
—Te lo dije... —Respira agitado y siento el aire caliente de su boca en mi piel—. Tú eres la que se tira encima.
Bajo la cabeza, entonces él deja de besar mi cuello, voy a responderle pero su boca se une de nuevo con la mía.
Es tan satisfactorio.
De repente la puerta se abre, me sobresalto, así que por acto reflejo oculto mi cabeza en el cuello de Ankor, mientras intento volver a atar mi escote y que no se me vea nada.
—Madre —expresa mi marido.
—Siento interrumpir. —Sonríe Esmetriah, la cual miro por el rabillo de mi ojo sin apartarme de Ankor—. El general Duret te está buscando —le informa.
—¿Ya? —Enarca una ceja mi esposo—. ¿No es muy tarde? ¿No puede dejarlo para mañana?
—Está preocupado, la Belleza del Desierto despertó y dice que tus sospechas pueden ser ciertas.
—¿Qué sospechas? —pregunto y me inclino alejándome un poco de su torso para mirarlo.
—Nada. —Me agarra de la cintura mi marido, se inclina para levantarme y hacerlo él también—. Ve a descansar. —Me da un leve beso en los labios.
Cuando oigo la puerta de que se ha ido, miro a Esmetriah de mala manera, la cual ha quedado a solas conmigo, aunque ella sonríe.
—Siento interrumpir, pero el sexo no arreglará sus problemas —expresa altanera.
—Qué raro, creí que quería niños como todos los demás.
—Oí que Ankor se había lastimado y vine a advertirte. —Camina hasta mí de forma prepotente, pero ni me inmuto—. Tienes pocas opción, o te callas y te comportas como una esposa sumisa, o tendré que hacer que desaparezcas.
—No me amenace. —Frunzo el ceño.
—Te ofrecí mi ayuda y no la quisiste, ahora atente a las consecuencias.
—Soy la Reina, esposa del Rey de los Cielos, no puede hablarme así, ese ya no es su puesto, es el mío, acéptelo y respéteme.
Sonríe con malicia.
—Tu comportamiento hace que pendas de un hilo, podrías desaparecer.
—Siempre le he caído mal, siempre lo supe, pero tiene un problema con eso Esmetriah, estoy atada a Ankor y no puede deshacerse de mí tan fácilmente, va a tener que aceptarlo hasta el fin de sus días.
—¿Y quién dice que voy a morir primero?
—No sé, su edad, quizás —me burlo.
Frunce el ceño.
—Compórtate como la gestante que deberías ser y trae herederos, por lo que a mí respecta, no tienes ni uno, yo traje cinco. —Se va indignada y se escucha el portazo.
Está loca, se le fue todo de control y quiere culparme a mí, pero no me voy a dejar pisotear por ella, jamás.
Y si tanto me quiere como creadora de herederos, no me hubiera interrumpido.
Indignada debería estar yo.
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