Capítulo 8
Aerix
Un chirrido en mi mente, es muy intenso, ojos observándome en todas partes, ronchas aparecen en mi cuerpo, siento que me descompongo, no puedo respirar.
—Hey... —Oigo que me llaman—. Despierta, quítate.
Abro los ojos de forma abrupta. De repente veo que me encuentro abrazando con fuerza a Blus. Giro mi vista fuera de la cama, entonces visualizo a todas las ninfas gruñendo. No les tengo miedo, ellas no saben lo que es temer realmente.
—¿Ya me vas a soltar? —pregunta el dios y me quedo observándolo fijo.
—¿Estás seguro que tu padre no puede venir aquí? —insisto con el tema.
—Ya te dije mil veces que no va a venir, deja de preguntar eso, ya cansa.
—¡Ya suéltalo! —grita Quinientos.
—Me está irritando. —Llora Trescientos doce—. ¡¿Por qué siempre duerme con Blus?! ¡Yo quiero!
—Ya, ya —la anima Trece.
—Cálmense —aclara Blus y se sienta en la cama—. Antes no se quejaban tanto.
—Que se vaya con Morket, ella no es Veinticuatro —expresa Diecinueve.
—¿No es Veinticuatro? —exclaman algunas confundidas, son las más jóvenes, así que no entienden.
—Que se vaya con Morket, es una Belleza —insiste la mayor.
—Ay, ya me voy —me quejo y me levanto de la cama—. Cuando se calmen avísame, tener al rebaño junto es demasiado.
—¡Las tengo que proteger! —Blus me grita cuando llego a la puerta.
—¡Estás exagerando! —me burlo, yéndome con las últimas palabras.
Camino por el pasillo y en soledad, así que me agarran escalofríos. Siento como si esos ojos me observarán, como si mi piel se arruinara y la debilidad volviera a mí. Me detengo, entonces visualizo esos ojos de reptil mirándome al final de un corredor, mis lágrimas quieren escapar, siento que mi respiración se corta, no puedo esconderme de él, lo sé.
—¡Ah! —grito cuando alguien toca mi hombro. Respiro agitada, entonces me giro, visualizando a Morket, luego vuelvo a mirar al pasillo y Ketran, Dios de la Fertilidad, ya no está ahí—. ¿Tu padre no puede venir aquí, cierto? —insisto con mi pregunta a pesar de que a cualquiera ya podría cansarle.
—No, no vendrá —responde tranquilo—. Todo estará bien —me aclara—. Mírate. —Agarra mi barbilla, así que nuestros ojos se encuentran—. No deberías sufrir tanto.
Me suelto y me alejo.
—Tengo que... seguir caminando.
—Te vas, pero pareciera que no quieres estar sola —opina.
—El silencio me avisa que se halla cerca. —Observo al suelo, perdida en mis pensamientos de preocupación.
—No lo está, no se encuentra aquí —me aclara y alzo la vista a mirarlo—. Te lo prometo.
—No necesito tus promesas. —Frunzo el ceño—. Me voy. —Me giro, pero me agarra la mano para detenerme como la otra vez, así que no me queda otra que volver mi vista hacia él de nuevo.
—Deja de evitarme —me pide.
—No puedo, si me quedo tendré que hacer cosas que no quiero.
—¿Isela te pidió eso?
—¿Qué te importa?
—Es que me compete todo lo que tenga que ver con una Belleza, además yo quiero conocerte.
—Yo no —expreso cortante.
—¿Y a Blus sí lo sigues?
—Es diferente.
—¿En qué?
—En ese momento estaba más desesperada.
—¿No crees que tus paranoias con mi padre son porque ya no lo estás? —consulta.
Tiene un buen punto.
—¿Dices que Isela intenta asustarme?
—Es probable, sea lo que sea que te haya pedido, es una amenaza indirecta.
—¿Y la puede volver directa? —Mis labios tiemblan.
—No lo sé.
—Dijiste que tu padre no podría venir aquí, ¿mentiste? —Suspiro pesadamente—. ¿Blus también mintió?
—No vendrá —insiste—. ¿Esa es su amenaza?
Respiro agitada y mis ojos se humedecen.
—No estás seguro, ¿verdad?
—Tranquilízate, aunque viniera, ni Blus ni yo lo dejaríamos acercarse a ti.
—¡Mientes! —Lo empujo, logrando apartarme de su agarre, así que salgo corriendo—. ¡Ah! —chillo cuando aparece en frente de mí.
—No te asustes. —Sonríe.
Frunzo el ceño.
—¡Maldita seas, Morket, me diste un susto de muerte!
—No puedes morir, estás en el inframundo.
—Es una expresión —me quejo.
—Me encanta tu carácter, cuando no estás asustada, parece que vas a arrasar el mundo.
—No voy a arrasar nada, me estás acosando. —Hago puchero.
—Solo quiero estar en buenos términos contigo.
Enarco una ceja.
—¿Qué es lo que no entiendes de que yo no?
—Quizás si no olieras tan bien, no tendríamos esta conversación.
Me sorprendo.
—¡No me digas que mis esporas se me escaparon sin querer! —Miro mis manos avergonzada.
—No creo que puedas evitar ese aroma hechizante.
Me sonrojo al volver a observarlo.
—No es hechizante, es... bueno, es lo que es, son esporas de diferentes tipos.
—Y una de esas tantas debe ser afrodisíaca.
—¡No! —expreso avergonzada.
—Debes atraer a muchos con esa esencia tan particular, una fácil manipuladora, aunque no me molestaría ser manipulado por ti.
—¡Cállate! Yo... yo... no puedes decir esas cosas.
—Puedo y quiero. —Se me acerca, así que intento retroceder—. Me pones en una encrucijada, no sé si estoy hechizado, si eres una niña mala o alguien muy adorable. —Pone la mano a un costado de mi cabeza, cuando termino apoyando mi espalda en la pared—. Dímelo, porque me estoy volviendo loco por ti. Dime, quizás sean todas las opciones —susurra cerca de mi boca.
—Yo...
Una compuerta se abre y miramos hacia allí, luz sale de ese camino.
Salvada por una distracción extraña ¡Uf!
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