Capítulo 30

Morket

Cielo se retira y me dirijo en dirección a Océano, que se me había escapado el día de ayer.

—¿Dónde has estado? —le consulto.

—Jugando al gato y al ratón con mi marido y molestando a Desierto. —Se ríe.

Entrecierro los ojos.

—No andes por ahí, es peligroso.

Camina y se acerca a mi rostro.

—Déjame aclararte algo, todas tus mujeres te rechazan, ve y búscate otras distintas.

—¿Sabes que tus argumentos no funcionan conmigo? —Sonrío.

—Sí, soy la más consciente de eso, porque soy la que más te ha rechazado, las otras tienen un largo recorrido hasta acostumbrarse como yo lo hice.

—¿Y entonces por qué me ofreces que busque otras si ya sabes mi respuesta?

—Es por deporte, es divertido ver tu cara tristona, me lo he tomado como un hobby.

—Ya veo. —Mantengo mi sonrisa—. Eso me enciende más. —La tomo de la cintura.

Ella también sigue sonriente.

—Pobrecito, está en un círculo vicioso, nunca vas a salir de ahí —se burla.

—Pero no quiero salir de ahí. —La beso y me corresponde.

Recibo un cachetazo y me aparto de ella, así que se ríe.

—Creo que Rebecca se enojó.

—¿Ya jugando desde de temprano? —Veo venir a Blus, comiéndose un dulce.

Océano rueda los ojos.

—¿Qué no te cansas de molestar? —se queja—. Patético.

—Que te haya pedido disculpas, no significa que me aburra molestarte. —Se acerca a su rostro—. Oye, te arreglaste, muy bien —le hace un cumplido—. Así sí me gustas.

Ella se aparta.

—Aléjate de mí, loquito, si quisiera halagos de un idiota, ya lo tengo a este. —Me señala.

—Pido disculpas —expresa Blus, observándome—. Estaba rememorando viejos tiempos.

Frunzo el ceño.

—No me provoques —le aclaro.

—Ya me voy, ya me voy —repite, chasquea los dedos y sus ninfas dejan de estar invisibles. Saltan de las paredes, entonces lo siguen, pero él se detiene justo a mi lado—. No te enfades, pero si ella te molesta, me avisas.

—Que le coquetees me molesta —le aclaro.

—Perdón, mis viejos hábitos no se quitan tan rápido.

Lo detengo antes de que siga su camino.

—¿Y Aerix? —le consulto—. No la veo contigo —opino.

—Seguro en su refugio natural, quiero cuidarla, pero no me deja, dice que exagero como con mis otras ninfas y se va.

—No es una ninfa —le recuerdo.

—Lo sé. —Sonríe y mira a Océano—. Controla a tu Belleza y yo controlaré a la mía, aunque no me molestaría vigilarla también.

A ella le agarra un escalofrío.

—¡Agh, qué insoportable! —Océano se gira para irse y la sigo.

Pero al final me detengo, entonces miro a Blus.

—¿Hablabas en serio? —consulto. 

Él alza una ceja.

—¿Qué? —expresa confundido.

—Si la vigilas, deseo hablar con Aerix. —Soy honesto.

Me mira desconcertado.

—Eso está bien raro, pero de acuerdo.

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