XIV
Todo en ella había dado un cambio drástico y no era porque su cuerpo estaba envuelto en un hermoso vestido hecho por manos humanas, se refería al sentimiento extraño en su pecho que le causó el verlo. El insolente humano, que solo reconocía por recuerdos borrosos, estaba dormido con una sonrisa en sus labios y roncaba ligeramente haciéndola sentir rara, su cuerpo estaba sentado sobre una de las sillas mientras que su cabeza estaba recostada sobre la mesa. Parecía una superficie dura e incomoda, pero por la expresión en la cara del blondo esté parecía estar de lo mejor ahí.
No sabía cómo explicarlo con exactitud, lo que sí podía decir era que sus ganas de irse se habían evaporado y la gran necesidad de devolverle el favor floreció en su pecho como la magia rosada que la había resucitado.
¡No! ¡No podía! ¿Qué iban a decir las otras diosas cuando se enteren que cuido a un simple y sucio humano? Eran inferiores a ellas. Eran inferiores a ellas. Eran inferiores a ellas. Eran inferiores a ellas. Eran...¿Lo eran?
Una raza tan débil y frágil que había conseguido sobrevivir con inventos que iban revolucionando cada vez más, manos callosas por el trabajo, ropa llena de bellos diamantes que relucian como la luna, las coronas, los bailes llenos de emoción o las galas, su forma tan única de enamorarse y dar la vida por su amado o amada. Hizo una mueca. ¿De verdad eran una raza inferior? Empezaba a pensar que la única raza inferior entre ellos dos eran las diosas, frías y sin la necesidad de evolucionar por el bien de todos, solo estaban cómodas con su magia y no se daban la oportunidad a nuevas cosas.
—Mierda—
—¡Oink! —la diosa volteo rápidamente a ver al cerdito que había resoplado detrás de ella. Esa bola rosada la veía con el ceño fruncido como si pudiera comprender lo que estaba en su cabeza, como si pudiera saber perfectamente que estaba dudando en su escapar o quedarse a cobrarle el favor y cuidar de su persona. Se quedaron mirando fijamente a los ojos, en silencio, esperando a que alguno de ellos bajara la mirada y demostrará debilidad, pero cuando la diosa fue la que terminó desviando la mirada todo en ella explotó.
—¡No puedo creer que un sucio cerdo me está ganando! —y salió como si fuera un furia hasta el exterior, sacudió sus alas y con un fuerte aleteo se elevó entre los aires sin mirar atrás. Dejando a un hawk decepcionado y a un meliodas dormido que empezó a sollozar entre sueños.
*
Bostezo levemente cuando el calor le impidió seguir entre las mantas de su querida cama, odiaba eso, cuando el calor era tan sofocante que no podía seguir metido en sus mantas, sin embargo también odiaba cuando en invierno se estaba casi muriendo pues sus cobijas no eran lo suficiente como para mantenerlo cálido en las heladas.
—Petit cochon—murmuró aún con los ojos medio cerrados esperando ansioso escuchar el sonido de su querido amigo y mascota, cualquier cosa, un ronquido o quizá un bufido que lo regañaba por haberse quedado dormido y no haber ido al campo a conseguir sus efímeras monedas de cobre, pero no sucedió nada. Frunció su ceño molesto y le obligó a su adormilada cuerpo abrir los ojos bien para poder ver su alrededor. Lo primero que notó fue que se encontraba en su cama y no en la mesa, recordaba perfectamente haberse quedado dormido sobre la madera mientras esperaba a...a...
¡Joder! ¡La diosa!
—Merde!— exclamó tan fuerte que estaba seguro que se escucho por toda su casa. Se puso de pie con tanta rapidez que una de sus sábanas se quedó atorada entre sus piernas y lo hizo caer al suelo en un golpe igual de ruidoso que su anterior grito—Ugh—se quejo en voz baja, carajo, eso le iba a dejar un moretón notable sobre la cara. ¿Por qué los humanos debían de ser tan débiles? Si tan solo fueran como tal diosas, así de resistentes y majestuosas serían una mejor raza.
—Oh cielos. ¿Estas bien? —
—¿Eh? —pronto se vio entre los delgados brazos de una figura más alta que él y su trasero sintió lo suave de la cama en vez de lo duro del sueño. Sus mejillas se tiñeran de un color rosado cuando la diosa lo miró con preocupación y luego lo tomó del mentón haciendo contacto entre sus pieles. Ambos se quedaron quietos en segundos que parecieron milenios mientras que algo en ellos pasó tan fugaz como un relámpago. La sensación de hormigueo en las yemas de los dedos de la diosa, la calidez que el humano podía sentir fluyendo por su rostro. Las mejillas coloradas. Justo cuando meliodas parecía decirle algo, elizabeth frunció el ceño evaporado cada rastro de lo que pareció ser su inesperada conexión, iluminó su mano con su magia curativa alejando el dolor del golpe en la cara masculina y luego se dio media vuelta acomodando un poco su vestido azul.
El blondo se quedó tan estupefacto por su repentino cambio de humor que se hubiera recostado otra vez en su cama de no ser porque el calor lo estaba matando. Salió de su habitación aún con las piernas temblando por lo ocurrido anteriormente y el shock que le causó el saber que todo lo ocurrido no había sido solo una mala broma de su mente y por fin percibió un aroma a comida que no había llegado a él por la prisa de querer encontrarla a ella. Carraspeo un poco la garganta incapaz de alejar la incomodidad de su pequeño cuerpo humano y mejor intentó distraerse al ver a su amigo cerdo plácidamente dormido a los pies de la...¿Dulce mujer?
Tenía el rostro más bello y dulce que había visto nunca, su parte más luminosa quería acariciar esa piel nivea de sus mejillas sin importarle el perder una mano por su insolencia al tratar de tocar a una diosa, pero la otra parte, la más oscura de su ser, deseaba pasar la lengua por su cuello para saborear de cerca el aroma a cielo y prado que ella desprendía. Alejó esa idea con tal rapidez que ella ni siquiera noto como sus ojos se habían oscurecido y luego se habían iluminado de nuevo como si él fuera alguien inocente y confundido. Cuando fue claro que el blondo no iba a dignarse a decir palabra alguna, la diosa dejó de acariciar el regordete cuerpo del cerdito dormido y miró profundamente al ser sin magia.
—Te prepare algo de comer, llevas durmiendo dos días así que pensé que tendrías algo de hambre—Esbozo una leve sonrisa nerviosa y luego señaló el plato que desprendía humo y un olor fuerte a hiervas, por más que quisiera llevarse por su hambre, había algo más que estaba picando su cabeza. Espera, ¿había dicho...?
—¿¡Dos días!? —no podía con eso. ¿Tanto tiempo había dormido? ¿Cómo es que su cuerpo había resistido tanto tiempo sin moverse? Eso explicaba el golpe que se había dado anteriormente y el porqué su estómago empezó a rugir de manera inesperada. Se maldijo internamente, había mantenido a la diosa descuidada sólo por tomar una siesta, esperaba que ella no estuviera molesta, el paciente era la chica no él—Lo siento—murmuró en voz baja, se acercó sigilosamente a la chica con alas que frunció el ceño al verlo tan repentinamente cerca y luego le extendió la mano amistosamente—Debí de estarte cuidando, alimentarte, mostrarte donde podías darte una ducha y luego permitir que regresaras a tu hogar—el corazón de la dama empezó a latir fuertemente, no creía lo que sus oídos estaban escuchando, ¿de verdad se estaba disculpando por descuidarla? —Lamento haber hecho que te quedaras aquí para cuidarme—ese chico era realmente...
—No, disculpame a mi—mordió levemente sus labios pálidos y agachó la cabeza demostrando lo único que una diosa nunca debía de demostrar, debilidad—Yo tuve en mis manos el poder para poder evitarte tanto cansancio a ti, pero no lo hice, si tan solo lo hubiera hecho desde el inicio tu no habrías estado tan agotado— meliodas parpadeo un par de veces confundido, ¿Era real lo que sus oídos estaban escuchando? ¿De verdad se estaba disculpando con él, un humano, por haber causado su fatiga? Suspiro de manera involuntaria y sus ojos se entrecerraron dedicándole una mirada cálida. La tomó del mentón para levantarle la mirada y se quedaron unos segundos mirándose fijamente, luego ocurriría algo que la diosa nunca iba a olvidar ni aunque su alma esté condenada a renacer. El humano la tomó de la mano, se inco a sus pies y luego beso la palma con la misma suavidad que sus ojos desprendían. Su corazón se agitó por el mínimo contacto de esos labios sobre su piel y no pudo evitar morderse la mejilla, no debía caer ante esos encantos, estaban destinados a estar separados de todas formas—S-Si, d-debes de demostrarme respeto y aprecio, soy una diosa y te he estado cuidando así que m-me lo debes—
El corazón del humano sufrió un pequeño cambio, su pecho dolió levemente regresando repentinamemte a la realidad. ¿Cómo había sido tan ingenuo? Es cierto, ella era un ser celestial que merecía que besaran su mano y sus pies sólo por el simple hecho de ser tan poderosa, nunca iba a agradecerle nada y mucho menos iba a volver a disculparse, debía de aprender su lugar. Ella era un ser hermoso, él era un rastrero humano que no tenía nada para ofrecerle.
Se puse de pie al volver en si y se sonrojo por la vergüenza que le había causado aquel repentino hecho, fue hasta la mesa para sentarse frente al plato de comida y tomó sus cubiertos para probar el delicioso filete que parecía casi brillar por el hambre que tenía. Cortó un pedazo ante los iluminados ojos de Elizabeth, se llevó un trozo a la boca y luego se tenso por completo y tuvo que obligar a su débil cuerpo a mantener la comida adentro y no afuera de la boca.
Sabía horrible...
La desilusión brillo en los ojos de la diosa. ¡Por supuesto que sabía horrible! Ella había estado probando su propia comida durante esos dos días en los que el humano había dormido y mejor terminaba por dársela al cerdo por lo mal que sabía, incluso ella estaba hambrienta ya que apenas y había podido probar bocado por su comida horrenda, tenía la esperanza de que ese filete supiera bien, pero ya pudo ver que no.
Elizabeth pudo sentir sus ojos llenarse de agua salada y a su mente debatirse entre mostrarse débil y desilusionada por arruinarle la comida o aguantar las ganas de llorar y seguir mostrando ese orgullo estúpido que debía de mantener y que temblaba cada que lo veía a los ojos.
—Esta...bien—murmuró meliodas para sorpresa de la de ojos azules—Pero aún así es rica, el hecho de que te hayas preocupado por mi la hace deliciosa—y partió otro pedazo del mismo tamaño que el anterior y se lo llevó a la boca masticando con un poco de dificultad, pero devorandolo aún así y le sonrió a elizabeth para alejar sus dudas. Ella no pudo evitar reír un poco y verlo como un suicida, ¿a quien se le ocurría acabar todo el plato de algo que sabía horrible? —Mi comida sabe aún peor, descuida estoy acostumbrado a comer cosas así. Nishishi—no pudo evitar sentirse mal por él—Además, aprecio mucho tu esfuerzo por intentar alimentarme. Gracias, su divinidad—
"Su divinidad" eso lo había escuchado muchas veces de muchos humanos, pero por alguna extraña razón no quería que ese chico de cabellos rubios como el sol la llamara...
Cabellos rubios como el sol...
¡MAEL!
—¡MIERDA! —grito de inmediato poniéndose de pie asustando al humano y despertando al cerdito de su sueño tan reparador. Lo había olvidado por completo, su querido amigo que acababa de nacer hace solo pocos años estaba moribundo por culpa de ese pueblo francés. Sabía que estaba cerca, podía escuchar las plegarias humanas y en ese pueblo cercano sólo se escuchaban pocas o incluso nulas. Debía de ir, aparecerse, demostrarles que las diosas eran reales y no debían de hacerlas enojar y luego largarse de ahí para volver con su raza, volver con su querido amigo y dejar...dejar...
—¿Todo bien, su divinidad? —escuchó al humano llamarla al ver el repentino ataque de nervios que ella había tenido, su cabello le había hecho recordar la misión que la había hecho llegar a sus brazos en primer lugar. Salió corriendo hacia afuera justo como lo había hecho dos días atrás cuando había pensado en la posibilidad de dejarlo ahí dormido y olvidarse de todo. Extendió sus alas dispuesta a volar, pero apenas pudo separar los pies del suelo unos centímetros cuando él joven la tomó de la muñeca y la miró con la expresión de alguien que parecía estar muriendo de un corazón roto—¡Espera, por favor! Lamento si decir que la cómoda sabía mal la hizo molestar, pero yo podría...podría...—
—Humano—le habló suavemente intentando detener el pánico en esos ojos verdes tan brillantes, se dio la vuelta para verlo con una sonrisa que brillaba como la luna llena que volvia a los hombres lobo unas bestias—Tranquilo, la luz siempre va a guiar tu camino—y luego hizo algo que lo dejó con el corazón palpitando desbocado. Se inclino hacia él, le hizo a un lado los cabellos que le caían rebeldemente por la frente y finalizó con darle un beso sobre su piel que lo hizo sufrir de un furioso sonrojo—Yo te bendigo para que la luz nunca abandone tu alma y te guíe hasta en los momentos más oscuros de tu vida—Meliodas no pudo evitar soltarla por la impresión de sentir esos labios rosados sobre su frente, la miró aún algo dudoso con el miedo de perderla y que ese sea el último momento que pasarán juntos.
—Por favor, espera—volvió a llamarla cuando Elizabeth estaba por despegar—Al menos quisiera saber el nombre de la diosa a la que le dedicaré cada plegaria por el resto de mi vida—su nombre, le estaba pidiendo su nombre en verdad. Sonrió llena de ternura olvidándose de su expresión apática que había intentado mantener en pie de manera inútil y luego finalmente abrió su boca para poder darle la respuesta que el rubio más anhelaba en su vida.
—Elizabeth, mi nombre es elizabeth—
*
—Elizabeth...Elizabeth...¡ELIZABETH! —
—Hmm—gimió levemente al escuchar un grito y luego su cuerpo siendo movido con violencia. ¿Qué había sucedido? Había descubierto que la chica que estuvo con meliodas antes de su tragedia era una chica con un nombre idéntico a ella. ¿Acaso podía ser que...?
—Gracias a todos los infiernos, elizabeth despertaste —abrió sus ojos finalmente al sentir la mano de su amante acariciando su mejilla y luego dándole un abrazo algo fuerte con alivio.
—¿Qué pasó? —preguntó, no recordaba nada más después de haberle dicho su teoría sobre la otra parte de su cura, la sangre que necesitaba (si es que se refería a verdadera sangre y no a alguna otra cosa) era la de ella. Meliodas la miró con miedo pasándole el tornado de emociones que se acumulaban en su pecho y amenazaban con destruir su paz.
—Te desmayaste, nena, me preocupe demasiado—murmuró aun en voz baja, el sonido de la lluvia seguía siendo más fuerte que sus propias voces—Temí que algo malo te paso después de decir esa tontería sobre necesitar tu sangre—eso la molesto un poco.
—¿Piensas que lo que dije es una tontería? —al notar su error, el de ojo negros se pido ligeramente nervioso. Acomodó bien a su amada entre las almohadas de su cama y luego negó levemente, pero aún así su expresión demostraba mentira y pánico.
—No, pero se que no es tu sangre ellie, es algo más, además...—eso no la convencía, se estaba guardando algo que le impedía a su mentira perfecta ser perfecta por completa. Meliodas prefería seguir maldito toda su vida a aceptar que el líquido preciado de su amada era lo que necesitaba, no recordaba la cara de la deidad que lo había maldecido, pero si recordaba esa voz melosa completamente furiosa que le decía de cosas horribles mientras disfrutaba torturarlo arrancando sus recuerdos. Sabiendo eso, la deidad no iba a querer una gota de sangre, iba a querer una muerte y no iba a permitir que su amada se sacrificara por su vida. Suspiro algo exhausto mentalmente de esa conversación que no había durando más de cinco minutos—De verdad linda, lo se—Elizabeth no tuvo otra salida más que asentir claramente no convencida y luego permitirle al demonio de gran poder recostarse a su lado y abrazarla por la cintura.
Su mente seguía divagando por su más reciente visión sobre el pasado, meliodas claramente se había encariñado con esa diosa. ¿Acaso había sido ella la que lo había maldecido? ¿Qué había hecho meliodas para haber causado la furia de esa mujer? Y peor aún ¿Cómo era que su nombre era el nombre de aquella divinidad? Esa era una coincidencia muy rara.
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