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La noche que llegamos a la mansión de los Jung, nos recibieron en penumbras. Situada en la cúspide de una pequeña montaña y alejada de las otras mansiones a su alrededor. No logré apreciarla bien aquella noche de tormenta eléctrica, la lluvia impidió verla en su máximo resplandor.
Cuando los autos se detuvieron al frente de la puerta principal habían puesto un pasillo con toldo para evitar que los habitantes se mojaran al recorrer el patio delantero hasta llegar a la entrada. Por desgracia el agua se estaba y estancando en el suelo de baldosas de piedra.
En cuanto nos bajamos un séquito de la seguridad de la señora nos dio la bienvenida, todos nos veían raro a mi abuela y a mi. De seguro no estaban acostumbrados a ver a desconocidos en la mansión.
-No se preocupen por su equipaje, mis muchachos lo llevarán a sus habitaciones -la señora nos dio dos paraguas negros para cada una-. Por aquí por favor.
-Muchas gracias -hice una reverencia. Ella me sonrió y agregó:
-Me puedes llamar Tía Jung.
En cuanto dijo el apellido la imagen de una persona surgió en mi mente. No podía ser una coincidencia. Quise preguntarle pero me daba pena que pensara que era una preguntona. Así que me mordí el labio y la seguí hasta entrar a su hogar.
-Wow, todo es tan sofisticado y limpio aquí -mi abuela iba tocando cada mueble que veía en la gran estancia.
-Ja, ja ¿Verdad que si? -la señora Jung le estaba mostrando un jarrón importado- este fue un obsequio reciente de mi hijo.
-Es precioso.
Me quedé parada a mitad de la estancia admirando el gran candelabro de cristales que colgaba más allá de lo que parecían ser cuatro pisos de alto. Entonces vi como la cabeza de una chica se asomaba por el piso tercero. En cuanto me vio frunció el gesto y se escondió o al menos eso me pareció.
-Deben de estar muy cansadas -nos decía, iba guiando a mi abuela con una mano en su espalda. Las seguí aún consternada por el rostro de la chica que había visto. De seguro estaba viendo alusiones, no podía ser ella.
-No es nada ¿En qué le podemos ayudar Tía Jung? -mi abuela tenía esa cara que hacía cuando estaba a punto de limpiar los muebles.
La señora Jung río y negó.
-Oh no querida, Kim Mi. Ustedes son mis huéspedes. Solo tomen asiento en seguida mando traer la tetera y los bocadillos.
Pasando un arco de lo más ornamental, con pilares de esculturas de ninfas aladas, se encontraba una inmensa sala. Lo que más destacaba de la sala era el grandísimo sillón circular de tapiz aterciopelado color magenta y la chimenea de roca y cuarzo blanco. Sobre la chimenea habían muchas fotos familiares. Bajé la mirada, me parecía una falta de respeto quedarme viendo a algo tan íntimo de este lugar.
-¡Cece! -llamó la señora Jung y segundos después una mujer de aspecto simpático entró. Las dos se murmuraron algo y después la recién llegada se fue con paso apurado.
-Y bien... ¿Qué las trae a Seúl?
-Hemos venido a un funeral -solté ante el silencio de mi abuela, quién no despegaba la vista de algún punto de la chimenea.
-Oh, lo siento tanto -se lamentó con una mano en su pecho- espero que pronto encuentren la resignación.
-Muchas gracias señora Jung.
Cece entró de nuevo a la sala y esta vez sobre sus manos cargando una bandeja de madera con una tetera y dos platos de bocadillos: canapés, galletas de chocolate, frutos rojos, nueces y rollitos de jamón con queso. Detrás de ella venía un hombre (supuse era uno de seguridad por su aspecto) con un radio en mano.
-Señora Jung, no hemos encontrado a los cachorros.
-¿Ni a Mr. Pancake y ni a Mickey?
El hombre negó. Nos observó por un momento pero no dijo nada por nuestra inesperada presencia.
-Manda a más de los muchachos a buscarlos fuera de la casa. Quizás están escondidos entre los árboles.
El hombre se limitó a asentir y se fue.
-¿Se le escaparon sus perritos? -preguntó mi abuela de forma casual.
-Oh si, me acaba de avisar hace un momento la cocinera. Son muy queridos por toda la familia. Mis hijos se morirían si se pierden.
-¿Cuántos hijos tiene? si no es mucha indiscreción de mi parte.
-Dos, un niño y una niña -comenzó a reír- aunque ya no son unos niños ya son todos unos adultos responsables. Sin embargo, mi hija que ya está casada vino a quedarse unos días, a despejarse un poco de sus asuntos.
La señora Jung sonrió más allá de nuestras espaldas. Tenía el impulso de voltear pero me contuve. Me estaba conteniendo demasiado. Mi abuela lo notó y se acercó más a mi.
-¿Qué sucede mi niña? ¿Te has resfriado?- Susurró cuando la señora Jung se levantó y se fue. Dejándonos solas.
-Abuela -la tomé fuerte de una mano- ¿Sabes quienes son estas personas?
Reviso si nadie nos está escuchando o viendo. No dudo que tengan cámaras de seguridad pero por el momento no me importa ser vista.
-¿Cuáles personas? ¿La señora Jung?
-Sí, shh -me acerco más a ella.
-Pues no ¿Quiénes son?
Mi abuela no conoce del todo los nombres de los chicos pero quizás los reconozca cuando se los mencione.
-Creo que es la madre de uno de los integrantes.
-¿Integrantes? ¿Cuáles integrantes? -mi abuela voltea a todos lados y de pronto se para y va a la repisa de la chimenea donde están colocadas las fotos familiares.
-No abuela, ven acá.
Cierro los ojos cuando se acerca con un marco de foto. Esto es un sueño. Me pellizco. De seguro si me doy una cachetada funcione y despierte en el suelo con Chester arañando mi cara.
-Son una linda familia ¿Por qué tienes los ojos cerrados?
-Bien aquí están nuestras huéspedes que te mencionaba. Creo que deberíamos de mostrarles sus habitaciones para que estén más cómodas.
-Hola, bienvenidas -su voz no se me hace conocida así que abro los ojos y la veo.
¡Madre mía! ¡Si es! Veo puntitos negros y chispas. Escucho un pitido en los oídos antes de caer desmayada en la sala de los Jung.
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Lo primero que siento al despertar son unos besos húmedos esparcidos por toda mi cara.
Raro. Iuggg.
Sonrió cuando los besos pasan de mi cara a mi oreja. Su nariz me olfatea.
-Mickey, dejala. No es comida.
Risas. ¿Eh?
-Ji Woo llévate a Mickey a tu habitación -la voz de la señora Jung me logra despertar.
Justo cuando la veo cerrar la puerta es cuando me doy cuenta que estoy sola en una habitación de iluminación cálida. La cama es grande y suave, con unas cortinas de seda en cada uno de sus lados. Al frente están unas puertas dobles de cristal, afuera la lluvia ahora solo es una leve brisa que moja los pisos de madera cobriza del gran balcón. Las vistas de la ciudad desde ese lugar deben de ser espectaculares.
Miro a mi izquierda y veo cuadros de figuras de colores y esculturas abstractas. Hay repisas con una gran colección de piezas de edición limitada. Miro a la derecha y es todo lo contrario, hay un escritorio minimalista y varios libros y revistas en varios estantes que simulan ser un librero moderno.
Aprieto los ojos y vuelvo abrirlos una vez más pero nada desaparece. Me incorporo e intento levantar. Me siento mareada en un principio. Veo que me han cambiado de ropa en algún punto de mi inconsciencia. Llevo unos pantalones deportivos negros y una gran camisa blanca con hoyos en un extremo. Tal vez no tenían más ropa y me han puesto esto. Trato de no quejarme por su amabilidad. De no ser por la señora Jung, aún seguiríamos vagando buscando un lugar donde pasar la noche.
Bajo mis pies hay una alfombra de peluche. Eso me hace recordar a mi casa. Vuelvo a sentarme en la orilla de la cama y descubro que mi teléfono también está aquí. Lo tomo y para mí asombro ya tengo Wi-Fi, al parecer alguien le ha puesto un chip nuevo para mantenerme comunicada.
Tengo la curiosidad de revisar mis redes sociales pero descarto la idea de inmediato. Primero tengo que saber si lo que estoy deduciendo es verdad o es que me he vuelto una loca sin remedio. Así que lo primero que hago es observar con detenimiento los objetos que hay en la habitación.
Lo de la colección de figuras es sin duda un punto clave. No cualquiera colecciona algo así. Lo segundo que noto de raro es que en el baño de lujo hay varios productos, entre ellos un cepillo de cabello. Lo examino cuál investigadora del FBI. Unos toques en la puerta me hacen regresar a la cama.
-Adelante -me acomodo el cabello.
-La cena, señorita -Cece entra con una bandeja ahora con solo un sándwich y un vaso de leche.
-Disculpe -la llamo antes de que se vaya. Ella se gira para verme con detenimiento.
-¿De quién es está habitación?
Sonríe de lado a lado. El corazón me late hasta en los oídos.
-Es una de las habitaciones del joven Jung.
¡Pero diga el nombre completo, carajo!
-Y... el joven Jung -carraspeo antes de hacerle la pregunta del millón- ¿Cómo se llama?
-¿Su nombre completo? -me mira de pies a cabeza como si decir su nombre equivale a analizarme si soy digna de su respuesta.
¡Señora diga ya! Mi mente va a mil por hora. Siento que en cualquier momento voy a explotar.
-A pues se llama Jung Hoseok.
Diciendo eso se va. Es obvio que me vio abrir la boca como un pez buscando volver al agua.
No. Puede. Ser. Esto. Es. Una. Broma.
Me tapo la cara con una almohada y grito. No quería perder la compostura pero esto es demasiado. La señora Jung tiene un perro llamado Mickey, una hija llamada Ji Woo... Es demasiada coincidencia.
Ruedo a un lado de la cama y veo el escritorio vacío, ruedo al otro lado y mis ojos van a su colección. He decidido no tocar nada de esta habitación. Mi estómago gruñe y es entonces cuando decido probar la cena.
Estoy en eso cuando unos gruñidos y raspones a la puerta me hacen levantarme y abrir. Mickey entra de inmediato, se sube a la cama y mueve su colita. Es tan precioso. Intento acercarme a él pero temo que me muerda, para él soy una desconocida.
-Hola, Mickey -extiendo mi mano para acariciarlo.
Se levanta y me lame la mano. Sonrió con orgullo. Me siento en la cama y él viene a mi regazo. Le rasco las orejas y lo acaricio.
-Este será nuestro secreto.
He roto solo una fracción de la promesa de no tocar nada de la habitación de él.
-Descuida no se lo diré a mi hermano.
La voz de Ji Woo me hace brincar de mi lugar, de inmediato suelto a Mickey. Ella se ríe y entra del todo.
-¿Cuánto tiempo llevabas ahí de pie?
-Lo suficiente como para ver qué eres otra más de la fans locas de mi hermano. Una s...
-No, no, no -me comienzo a exaltar y negar lo que dice- no es lo que piensas.
Ella me analiza con los brazos cruzados y señala con la cabeza mi teléfono.
-Pero pero -el colera sube de inmediato a mi cabeza, lo que quiere decir que estoy por decirle hasta de lo que no- ¿¡Quién le dio el derecho de espiar mis cosas!? ¿¡No le han enseñado a respetarlas!?
Ji Woo me ve con cara de asombro por mis reclamos y comienza a reír de una forma extraña.
-Ay, niñita -suspira y se acerca a darme una palmadita- más te vale convencer a tu abuela de no quedarse ni un segundo más en esta casa.
-Tu no eres quien para decir eso.
-¿Ah no? -comienza a dirigirse al estante de las piezas de colección. Toma una (se ve muy pero que muuuuy costosa y especial) con diamantes incrustados y la levanta por encima de su cabeza.
-Ve abajo ahora mismo y ruega porque se vayan o si no, romperé esto y tú y tu abuela jamás terminarían de pagarle esto a mi familia. Ni aunque vendieran su pobre alma.
-No lo hagas por favor. -miro a la lluvia que de nuevo a comenzado a caer- Dame solo dos días más y nos vamos. No tocaré nada ni pediré nada. Te lo suplico. Por favor.
Ella deposita el objeto costoso de nuevo en su lugar. Camina despacio y me observa de arriba a bajo con el desprecio asomándose en las comisuras de sus delgados labios.
-Tienes dos días para lárgate de mi casa, ni un minuto más ni un minuto menos.
Se va con Mickey entre sus brazos, cierra la puerta con fuerza y caigo al suelo confundida por lo que acaba de pasar.
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"Oh, las calles por las que suelo caminar, la luz que suelo recibir,
Pero hoy es una escena rara
¿Será que está aburrido o roto?
Pero este trozo de hierro es pesado,
Un rinoceronte gris está viniendo,
Pero solo estoy aquí parado, fuera de foco,
No me siento yo mismo ahora,
Simplemente no tengo miedo." -J-Hope, Blue & Gray.
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