Noche de horror
Ese mediodía había ido a buscar a su bello francés a su trabajo. Tenía la intención de invitarlo a almorzar.
Le mando un mensaje diciéndole que lo esperaba en los bancos frente al establecimiento.
Le mando también un mensaje a su padre contándole sus planes y que no lo esperarán para comer.
Tenía la vista fija en la nada. Parecía que los árboles frente a él eran de los más interesantes.
- Eres mío.
Escucho como un susurro en el viento.
El escalofrío volvió apoderarse se su cuerpo. Sintió una punzada en la nuca.
Fijo si vista al frente y lo vio. Estaba ahí parado entre unos arbustos. Sus ojos rojos lo miraban con intensidad y malicia.
Podía escuchar hasta su risa maligna llegarle con el viento.
Unas manos blancas y delicada taparon su visión.
- Te encontré.
Escucho la voz armoniosa de su pareja. Pero no podía pensar en ello ahora. Desespeerado quitó las manos de sus ojos y buscó al intruso, pero este había desaparecido.
Camus lo miro extrañado. Frunció el seño al notar la mirada pedida de Milo.
- ¿Cariño? ¿Estás bien? - le preguntó poniéndose frente suyo - Milo - lo llamó al no lograr que le preste atención.
- Estoy bien.
Milo se levantó de su lugar y lo abrazo fuerte.
- No me dejes por favor - le suplicaba al oído.
- Nunca lo haré Milo. Siempre estaré contigo.
Camus correspondió al abrazo y acarició dulcemente su alborotados cabello azul.
Luego de almorzar, donde Milo se notaban bastante distraído, Camus lo llevo a su departamento, dónde estarían tranquilos y harían el amor durante toda al tarde.
Admiraba, desde su balcón, como reflejaba la luz plateada de la Luna, sobre el agua estática de la piscina.
Tomaba una cerveza fresca, la noche lo ameritaba, por fin el calor había llegado a Francia.
Pensaba en su bello galo y en como le había prometido que jamás lo dejaría. Sonrió de lado. Degel le había dicho lo mismo.
Sintió un grito de ahogado de dolor que resonó por toda la lúgubre casa, como un eco de terror.
Eres mío y estoy dentro de ti.
Corrió desesperado a la cocina en busca de sus padres. La cocina estaba silenciosa y solitaria.
Agarro una cuchilla y emprendió la búsqueda de aquél grito de dolor.
Buscó en el baño, living y estudio y nada. No había rastro de sus padres.
Miró su reflejo, en un espejo del pasillo que llevaba a las habitaciones, y lo único que veía era la cara del intruso sonriendo con malicia reflejado ahí.
Estoy dentro de ti...
Repetía una y otra vez.
Cerró sus ojos con fuerza, tratando que borrar esa imagen de su mente.
Corrió desesperado a la habitación de sus padres. La puerta estaba cerrado con llave. Miró curioso por la cerradura y lo uno que encontró fueron esos horribles iris rojos llenos de odió.
Se separado asustó de la cerradura y pateó con fuerza la puerta rompiéndola.
Demasiado tarde...
El intruso estaba arriba de Kardia, esté permanecía dormido ajeno a lo que pasa a su alrededor.
Milo petrificado ante lo que veía, se quedó parado en el umbral de la habitación sin poder moverse.
El intruso volteó su vista hacía él y le mostró su típica sonrisa maligna y sin titubear corto, con una cuchilla, la garganta de su padre.
Clavaba una y otra vez aquél objeto cortante en el cuerpo agonizante de Kardia, mientras reía frenéticamente y relamía de su propio rostro la sangre que lo había salpicado.
Su madre despertó de golpe tras escuchar los gritos. Y antes de que pudiera reaccionar, la tomó fuertemente del cuello, ahogándolo, la miró fijo y clavó la cuchilla directamente en su corazón. La retiró y se lo calvo en su cuello, como si el puñal en su corazón no había sido suficiente.
Milo quería correr y detener al intruso, pero por alguna extraña razón su cuerpo no le hacía caso. Solo podía mirar como sus padres eran masacrados.
El intruso volvió a ponerse encima del cuerpo de su padre cortándole con saña. Parecía que desquitaba toda su irá con Kardia.
El ente giró su cabeza, lo miró con sus rostro bañando en sangre.
-Vete.
Le dijo y Milo salió corriendo de aquella casa.
Corría desesperado por el jardín de su casa. Escuchaba pisadas detrás de él y eso lo aceleraba más.
Respiraba agitado por la boca, provocando que su pecho doliera. Pero no pensaba detenerse.
Volteó a mirar hacía atrás mientras corría. Pero cuando miro otra vez hacía adelante chocó contra el la dura figura del intruso.
Lo miró fijo y con fuerza le clavo la mano en lo profundo del vientre de Milo.
El griego cayó al piso inconsciente.
Hola bellos lectores.
Les dejó un capítulo más, el próximo es el final.
Gracias por leer.
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