18

KARA

El vestido era amplio de la parte baja, completamente azul marino; sin embargo en la parte delantera se formaba una especie de triángulo de color blanco, en la parte del alta había unos listones que parecía que de ahí se sostenía el vestido, sin embargo para amarrarlo deberías de meter las manos por dentro y así lo cerrabas. Cada vez que alguien me lo ponía me sentía manoseada. Sentir sus manos al contacto de mi piel, mis piernas, mi abdomen.

El baile real sería pronto, estaban preparando el gran salón para el evento, la bahía se estaba preparando para recibir a tantos invitados como puedan y las cocineras subían y bajaban por todo lo que necesitarían ese día.

El cabello me lo agarrarían en una cola alta y de ahí harían un molino con él, parecía que tenia una bola sobre la cabeza y frente a esa bola. La corona.

Miro mi reflejo en el espejo ¿Por qué me hice esto?

Atrás se reflejaba Erin, quien cargaba todas las telas que usaría el resto del día. Ella se iría a casa junto con tom y Harrison. Ella si puede hablarle, ella si puede estar cerca de él, ella si puede ver vista con su amigo y nadie va a juzgar o a querer su cabeza. ¿Será que me dejó por ella?

No puede dejarme si nunca fuimos nada. ¿Será que me abandonó solo para estar a su lado?

Es la primera vez que siento envidia por alguien así.

— ¿Te gusta? —pregunta la mujer con preocupación.

He pasado mucho tiempo frente al espejo, el baile será pronto y ninguno de los modelos me ha gustado. La preocupación que siente es normal.

—Erin —demando.

— ¿Si?

—Quítame esto —exijo y ella asiente. Deja lo que traía sobre la cama y camina a mi.

Todo el peso del vestido se desliza por mi cuerpo hasta llegar al piso. Quitan el gran miriñaque y me colocan el vestido del día. El corsé se queda aferrado a mi cintura y bajo de la plataforma con ayuda de Erin.

Camino sin detenerme y cada paso que doy alguien abre camino entre todos los posibles vestidos que estaban regados en el piso. Erin se apresura y abre la puerta antes de que llegue. Regreso la mirada a la costurera y su mirada está perdida en aquel vestido azul que me acabo de quitar.

—Usaré ese —aviso y sus ojos encuentran los míos. Irradian felicidad y emoción, después de más de 20 vestidos, al fin ha confeccionado uno que ha sido de mi agrado.

Salgo del cuarto y Erin cierra la puerta. Ahora debo de ir a una prueba de cabello, mi madre quiere intentar algo más que no se vea como si tuviera un estambre rojizo en la cabeza. Caminamos entre los pasillos y las pisadas se Erin se escuchan detrás de mi.

¿Por ella me dejó? Por alguien que no tiene nada que ofrecerle. Yo podía darle el mundo entero si él quería. Debo de dejar de pensar en él. Solo era mi amigo, un amigo que me hacía sentir especial, pero. ¡No! no me gusta y mucho menos extraño su presencia o sus ideas. No lo extraño.

Doy la vuelta en uno de los millones pasillos que hay y entro sin tocar a la habitación en la que sería la prueba. Todos voltean a ver quien era y ahí estaba James junto con mi madre y tom. ¿Qué hacen ellos aquí?

—Tres minutos tarde —regaña mi madre. Se acerca a mi, me toma del brazo y me lleva a una gran silla que estaba frente a un enorme espejo. Desde ahí podía ver la mirada de tom posada en mi y luego la desviaba a Erin.

James se puso junto a mi y mi madre del otro lado. Apareció una mujer por detrás y dejó caer mi cabello, desprendió un olor a lavanda. Hace algunas horas lo habían lavado, así que estaba un poco mojado. Sería más fácil lidiar con él.

—Quiero que le deje unos mechones del frente, lo demás debe llevarlo recogido para que la corona se haga notar. No quiero muchos adornos por que parecerá una de ustedes —hace una mueca de asco— y quiero que se vea todo el esfuerzo que le hemos puesto para que se vea perfecta —mi madre acaba con la orden y la mujer asiente.

Comienza a desenredar mi cabello y a jugar con él de una manera fina.

La mano de James se posaba en mi mejilla y sonreía cuando lo hacía. Debía de mostrarme emocionada y feliz por el compromiso.

Cuando volteaba a ver a tom solo recordaba sus palabras, aquella mañana que destrozó lo único feliz que me pasaba. Y ni hablar de Harry. Ese maldito está en deuda conmigo y lo único que hace es burlarse de mi indirectamente cuando estamos en la misma habitación. Como hace unos días, yo estaba desayunando sola y Harry apareció con otro chico diciéndole que conocía a alguien tan desafortunado que nadie quería estar con esa persona por todo el poder que tenía, lo miré y él solo me mostró una sonrisa cínica. Hace eso siempre que tiene oportunidad.

En el reflejo podía ver como algunas veces él se acercaba a Erin y le susurraba algo, ella reía delicadamente y lo veía como si fuera un nuevo universo. Tensé la mandíbula.

—Erin —llamé la atención y ella me miró seria—, quiero que vayas por mi caballo y lo prepares. En un rato saldré —mi madre me miró confundida. No tenía nada que hacer, pero debía de sacarla de ahí. Debía de alejarla de él— ¡Ahora! —exclamé y salió rápido de la habitación.

Una vez más nuestras miradas se juntaron. Él sabía todo lo de mi hermano, confesé todo lo que le había pasado y aún así me ve como todos. Como un monstruo, sin embargo no le puedo decir la verdad sobre sus padres, lo destrozaría y sería la villana. Una vez más.





Dos mechones rojos colgaban a los lados de mi cara, el resto del cabello hecho un molino, la grande y pesada corona delante de la bola de pelos acomodada elegantemente. El vestido más ajustado, más apretado y mucho más amplio. Los grandes, pesados y costosos accesorios alrededor de mi cuello, colgados en mi orejas, puestos en mis muñecas y dedos. Las zapatillas más incómodas con las que debía de caminar más lento de lo normal si no quería caer.

Era la noche del baile real, todos los reinos amigos estaban aquí, el festín estaba listo, la música, los vestidos, los trajes, las palabras correctas, la política, los arreglos, las amenazas, la hipocresía. Ya nada faltaba en aquel lugar.

Me veía una vez más al espejo buscando alguna imperfección en él, sin embargo se habían encargado de hacerme ver perfecta. Piel de porcelana, labios carnosos, pestañas largas y alzadas, cejas perfectamente hechas. Era como una muñeca recién hecha, recién sacada de la caja para jugar, para admirar y divertirse un rato.

Tocaron la puerta, la abrieron y James apareció detrás de mi. Un traje blanco, el cabello perfectamente acomodado, sus ojos eran tan obscuros. Podría llegar a decir que tan azules como el vestido. Él también jugaba a ser perfecto y a fingir que somos la pareja feliz y perfectamente armada.

— ¿Lista? —preguntó y puso una de sus manos en mi cintura. Suspiré y sonreí falsamente.

—Si.

Salimos de la habitación y llegamos al gran salón. Era una explosión de colores, olores y sonidos. No había nada claro. Caminamos entre la gente y todos saludaban con respeto y entusiasmo, casarnos con el enemigo. Así lo pondría mi padre.

Horas bailando, diciendo por favor y gracias sin parar. Estaba cansada de estar parada todo el tiempo, mi cuerpo seguía perfecto. Así sería mi boda, solo que todos hablarían de la gran responsabilidad que tengo al darle hijos a mi esposo, mi hermano siempre me decía que yo era capaz de reinar todo esto sola, era suficientemente inteligente para lograrlo, pero cuando lo decía en voz alta; sonaba más como un chiste para hacer reír a nuestros familiares durante las comidas y cenas.

En uno de los rincones estaba él, vestido de negro y arreglado. Inmóvil como una estatua, estaba ahí por si a alguien se le ofrecía algún servicio o a James se le antojaba hacer algo y él no podía por tener que estar aquí encerrado. En ocasiones sentía su mirada sobre mi, pero cuando lo miraba su semblante era serio y frío. Seguramente solo era parte de mi imaginación.

—Atención todos —mi padre se subió a una plataforma e hizo callar a todos— como sabrán este baile es en celebración del futuro matrimonio entre la princesa Kara Teagan Mountbatten-Windsor II y el prínciple James William Bernadotte-Middleton III. Estos reinos siempre han estado en una guerra interna, pero hoy gracias a nuestros jóvenes enamorados. La unión entre Vándalos y Burgundios será posible la paz. Pronto nos darán un primogénito y será oficial la alianza.

Un sabor amargo inundó mi boca.

"Matrimonio".

"Jóvenes enamorados".

"Posible paz".

"Primogénito".

Esto sería para siempre, fui una estúpida al pensar que podría llegar a ser feliz con quien quisiera, fui estúpida al pensar que el podría amarme por quien soy y no le importaría nada. Se alejó porque soy un peligro, una desgracia, un mal sabor de boca.

Las lágrimas inundaron mis ojos. James me vio de reojo y me susurró que me fuera a relajar porque no quiere que nadie vea lo débil que puedo llegar a ser. Si hay una guerra ellos no deben saber mis debilidades.

Salí del salón y fui corriendo a mi habitación. Todo el ruido se escuchaba de fondo.

¿Por qué mierda lloro?

¿Por que la vida es injusta conmigo o por que la personas que pensaste que podía llegar a ver algo bueno en ti, renunció a tu presencia?

¿Por qué pensé que algo bueno podía llegar a pasarme?

¿Por qué pensé que podía llegar a ser algo para alguien?

¿Por qué pensé que podrían quererme?

¿Por qué pensé que lo merecía?

— ¡Maldita sea! —grité y aventé una taza que estaba sobre la cómoda de la habitación. Esta se rompió en mil pedazos y después de eso solo se escuchaban mis sollozos.

— ¿Kara? —su voz se hizo presente detrás de mi—. Arruinarás el maquillaje.

Un sentimiento de ira me invadió. Después de todo ¿Eso es lo que me dice?

—No tienes nada que hacer aquí Thomas —escupí con enojo— ¡Lárgate! —grité.

—Kara déjame hablar contigo —insistió y su mano se posó en mi desnudo brazo.

Me quité rápido ante su tacto y lo miré. Lo vi a los ojos y luego bajó la mirada.

—Solo quiero decirte que... —lo interrumpí.

— ¿Que, qué? —espeté— ¿Qué merezco lo que me pasa o que no sé lo que es perder a alguien que amo? —desvió la mirada— ¡Te conté todo de mi! Sabias todas las cosas que he pasado, lo que le hicieron, lo que me han hecho y tu... —suspiré— Tú insististe en que fue mi culpa. En que yo era la mala.

Me alejé de el.

—Puede que haya sido una maldita con todos y que mis emociones pueden llegar a cambiar de un día a otro, pero lo que me dijiste no tenía derecho. ¡Te he ayudado, te he salvado, te he demostrado afecto! Y nada de eso te bastó para que cambiaras tu pensamiento por mi. Nunca te pedí que me quisieras o que hicieras algo imposible —me quedé callada por un momento— o tal vez sí. Pero lo que dijiste no tuviste porque haberlo dicho.

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