II

Rumores rodeaban a nuestra familia desde antes que nosotros naciésemos y no era un secreto para nadie. Para entonces, éramos el centro de muchas conversaciones. Desde "La situación del matrimonio fallido" de mis padres hasta los que insistían en que mi hermana y yo no éramos si no productos de otra infidelidad, la causa por la que papá se había ido.

Mamá nos lo dijo: "La gente dice muchas cosas", y más de las que debería si soy sincero.

No nos lo dijo porque ya fuese el momento de decírnoslo, sino porque ya no había forma de evitar que cualquiera de las cosas que la gente decía llegara a nuestros oídos. Prefirió ser sincera con nosotros a evitar que nos enteráramos por cualquier otro medio que seguramente nos diría algo retocado. Nos lo dijo sin rodeos ni contemplaciones, con toda sinceridad. Ni siquiera endulzó las cosas para nosotros, pues confió en que lo entenderíamos. Siempre confió de esa manera en nosotros. Seguramente supe más de lo que debía de saber desde que era muy joven. 

Y lo agradezco. Agradezco que haya hecho todo eso porque, justo unos días después de eso nos encontramos con la sorpresa de que eran demasiadas las personas que siempre tenían algo que decirnos. 

Murmullos que se colaban entre las charlas cotidianas de las personas, terminaban por transformarlas en puñales. Mamá nos lo dijo y nos lo recordaba cada día: hay gente que es capaz de darse cuenta de que tienes miedo tan rápido como un tiburón huele la sangre. Siempre en busca de algo, mínimo algo que pudiesen roer ese día para llenar sus caras de una sonrisa de desagradable satisfacción a través de otros. Si les mostrabas grietas, ellos buscarían seguir golpeando en esas grietas. 

Ya ninguna de esas cosas que nos decían eran un secreto para nosotros, aunque tampoco decíamos nada de regreso. En realidad, nos importaba poco o nada, pues sabíamos la verdad y eso siempre resultó ser más que suficiente para nosotros dos. Apenas y recordábamos lo que nos habían dicho para cuando volvíamos a casa.

Es increíble, todavía para mí, saber que sucedieron tantas cosas desde que mamá nos tuvo en su vientre.

Para empezar, nunca se mostró realmente angustiada con respecto a la ausencia de papá, o así lo contaban nuestras tías. En cambio, Jayden lo sabía todo: el cómo apenas llegaban a casa, el rostro de mamá adoptaba ese aspecto de haber estado enferma todo el día. Vomitaba, el ruido hacía eco por la casa y Jayden pensaba que se desgarraría la garganta a ese paso. Las comisuras de la boca se le agrietaron y las entrañas se le retorcían. Luego las migrañas y fiebres que en ocasiones no la dejaban siquiera levantarse de la cama. Mi hermano habría llamado al teléfono de emergencias en una de esas ocasiones, solo para darse cuenta que sería hermano mayor.

Yo me imaginaba perfectamente a Jayden de no más de cinco años preocupado por su madre, pero también sabiendo que sería hermano mayor. Para empezar, me pregunté si se le pasó al menos una vez por la cabeza algo como "El bebé está haciéndole daño a mi mamá": Mamá y Jayden se habían tenido tan solo el uno al otro y no me hubiese sorprendido aquel pensamiento mínimo una vez, pero tampoco me sorprendió cuando me dijeron que, desde entonces, Jayden se la pasaba contándole su cuento favorito a su futuro hermano o hermana.

--Podremos leerlo juntos las veces que quieras cuando nazcas. Y podrás ver los dibujos.- se la pasaba susurrándole al bebé en el vientre de su madre. 

Ambos acabarían por mudarse a la ciudad donde vivían los hermanos de mamá antes de su tercer trimestre. La tía Asteria fue quien le ofreció un lugar para quedarse, en uno de los apartamentos que tenía.

Incluso en la actualidad, no puedo evitar pensar en cómo durante aquellos días mamá debió estar realmente angustiada y no solo por su malestar, sino también por la ausencia de papá. Me la imaginaba despertando a la mitad de la noche sin nadie a su lado que pudiera comprender por lo que estaba pasando. Sí, estaba Jayden, pero la confianza de un hijo no debía reemplazar la confianza que se le tenía a una pareja y mamá no quería darle a Jayden una preocupación que no le correspondía. Ni a Jayden ni a nadie más. Y así se la pasó durante casi tres meses más, consumiéndose ella misma entre preocupaciones hasta tal punto que las emociones revueltas tenían que pasar estragos en algún momento, como si se tratase de una especie de bomba de tiempo. Su fuente se rompió antes de lo previsto.

Por suerte, ella estaba allí para ayudar. Fue gracias a Saoirse y su conocimiento de partera gracias a ser estudiante de medicina. 

Mi hermana llegó antes que yo. Fue Saoirse quien cortó su cordón umbilical, quien la lavó y entregó a mamá. Fue la primera de los dos en sujetar uno de los dedos de Jayden cuando él quiso acercarse a ver a la recién nacida. 

He escuchado tantas cosas sobre la expresión de mamá en el momento en el que vio a Robin por primera vez que ya no me cuesta imaginarla. En realidad, me hubiera gustado haber podido ver ese brillo en sus ojos y la expresión de felicidad tan maravillosa que todos mencionan. Simplemente, me parece algo sencillamente extraordinario que todo el dolor por el que estaba pasando se haya convertido en inmediata felicidad al ver a su bebé.

Dicen que yo tardé mucho más en nacer. Hasta el día siguiente y, para entonces, ya habrían trasladado a mamá y a mi hermana al hospital para atenderla mejor y hacerle las pruebas de salud a Robin. Sin embargo, en el resto del parto, mamá ya no sintió tanto dolor como al principio. Ya era capaz de mirar a Jayden y a su nueva hija para decirles que estaba bien, que todo estaría bien. Y también podía decírselo a sí misma, sin el peso de saber que solo intentaba aliviar las cosas. 

Nací cuando los rayos de sol que habían tornado dorado el horizonte ya se comenzaban a asomar por entre las cortinas blancas. 

Según quienes estuvieron ahí, el día que nací lloré más de lo que debía haber llorado. Y mucho. Estuve llorando casi toda la mañana  según todos a quienes les pregunto; la verdad, todavía me cuesta un poco creerlo. Dicen que mi hermana, que había estado tan tranquila, comenzó a llorar poco tiempo después porque yo no me callaba y, aun así, se calmó al poco rato. Yo no.

Pasé por los brazos de muchas personas mientras sus voces intentaban arrullarme, pero yo continuaba llorando.

--¿Está enfermo el bebé? ¿Le duele algo? - preguntó mi hermano. 

--No, Jayden.

--¿Por qué llora tanto entonces? No puede estar llorando así.

Jayden tenía razón y lo sabía, sabía que era lo sensato, por más inocente que les sonara a varios su pregunta. En el hospital, no encontraron realmente una causa para que yo estuviese llorando tanto. Estaba sano, bastante, a decir verdad.

Mi madre entonces me sostuvo. Yo seguía llorando. Ella no me arrulló, ni me cantó algo. Solo se aferró a mí, me abrazó. Sus manos acariciaban mi cabeza y ella no se movió de esa posición. Depositó un beso en mis mejillas llenas de lágrimas y solo entonces habló:

--William. Estás bien.

La miré y ella me miró.

Orbes marrones, oscuros en la penumbra, de brillo dorado si la luz los alcanzaba. Un par de orbes marrones. Otro par. Sus ojos y los míos eran casi idénticos.

Por fin hubo silencio, un silencio perfecto. Yo ya había dejado de llorar. Ese fue el momento en el que mamá me vio sonreír por primera vez, la primera vez que yo sonreí. 

Yo ya no tenía más lágrimas que derramar, pero ella tenía lágrimas cristalizadas a nada de rodarle por las mejillas.

Podía olvidar cada cosa por la que se había preocupado, por la que había sufrido nueve meses atrás. Podía olvidarse de todo. Ahora mismo, estaba más feliz que nunca, sosteniendo la mano de su hijo mayor y acompañada de sus dos nuevos bebés. 

Y yo siempre alcancé a entender esa felicidad. Me bastaba con ver la expresión de todos los que me contaban esa historia, especialmente la de mamá: su rostro se iluminaba de una forma excepcional, mostraba la sonrisa más dulce que yo puedo imaginar y sus ojos adquirían ese suave y cálido brillo dorado...

--Siempre fueron mis milagros

No dudaba en aferrarme a ella en un abrazo, tal y como lo hizo en aquel entonces. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top