Extra 2: Tríada consolidada
Taehyung
Los decoradores hicieron un trabajo de puta madre. Lograron darle una ambientación exquisita al salón que alquilamos para la ocasión. Al fin y al cabo, teníamos previsto casarnos por única vez en la vida. Teníamos que hacerlo a todo culo, sin dejar una mala imagen.
No invitamos a muchas personas, sólo los familiares y amigos más cercanos. Minnie, Jungkook y yo estábamos más al pendiente de nuestra relación que de mantener nuestras amistades, porque la realidad era que hacíamos planes para tener niños dentro de poco y estábamos aclimatándonos tras la compra de nuestra residencia permanente.
Las luces de las velas en los centros de mesa se reflejaban en los rostros sonrientes de los invitados que se sentaban en grupos de a diez. Disfrutaban con apetito de los últimos bocados de comida que trajeron los meseros. La iluminación tenue junto a la melodía de la banda que tocaba en un improvisado escenario dotaba de intimidad al ambiente.
Por ser los novios, nos correspondía una mesa sólo para nosotros, desde la cual podíamos observar las demás a nuestro alrededor. Eso nos daba cierta privacidad para chismosear, con tal de quitarle seriedad a la celebración y distender un poco a Minnie, que se lo notaba al pendiente de que todo terminara bien. No quería que le salieran arrugas antes de tiempo por estar frunciendo tanto el entrecejo.
Él permanecía sentado entre Jungkook y yo, resaltando con su impoluto traje blanco con encaje. Arrugó un poco la cara, impaciente por que retiraran los platos.
—La carne estaba tibia —se quejó mientras bajaba un trago de agua tras el último bocado—. Y ni siquiera pude comer mucho porque mi traje explotará.
Se me escapó una risita, a riesgo de recibir una reprimenda.
—Podrías haber elegido un talle más para estar cómodo —le dije.
—Pero nos hubiéramos perdido de ver una buena obra de arte bien enmarcada —Kook señaló hacia la retaguardia de Minnie, que le lanzó un puño contra el hombro.
Tenía toda la razón. Ese culo era una escultura. Por la forma en que le apretaban los pantalones, era imposible no admirarlo. Ya deseaba poder ponerle las manos encima.
Fuera de cualquier connotación sexual, me sentía feliz, de la clase en la que uno no cabe en sí de alegría, orgullo y paz. Tenía al amor de mi vida justo frente a mí. Era bendecido por poder despertar teniéndolo cobijado entre mis brazos y lo compartía con alguien que irónicamente se convirtió en mi mejor amigo.
Jiminnie era un artesano. Tomó dos almas completamente diferentes y las moldeó con el cariño y la paciencia suficiente como para que abrazaran la suya. Ahora éramos uno, unidos para siempre los tres. Las alianzas en nuestras manos lo simbolizaban.
Suspiré, perdido en su rostro aniñado de facciones angelicales. Estaba maquillado, con una sombra de ojos en tonos terrosos que profundizaba sus ojos verdes. Sus labios brillaban con una capa de bálsamo cereza, combinando con el rubor acalorado de sus mejillas.
Hoy estaba más deslumbrante que de costumbre, como si un halo dorado descendiera sobre él. O quizás era la emoción de los sentimientos que se agolpaban en mi pecho al tenerle conmigo.
Con sutileza, deslicé un brazo tras su diminuta cintura y arrimé el rostro contra su hombro. Lo sentí estremecerse por mi proximidad. Por fortuna, dejó que trazara la longitud de su cuello con la nariz.
—Estás hermoso, bebé —susurré en su oído.
Perdí la cuenta de la cantidad de veces que se lo mencioné en lo que iba del día. Le gustaba que le dijeran lo bonito que era, nada más que se hacía el desentendido. El color de su sonrojo lo delataba.
Sacó más pecho y sonrió, halagado por mi piropo. Deslizó una manita atrevida entre mis piernas, seguido de un apretón a mi muslo.
—Gracias, mi amor —respondió, aleteando sus pestañas—. Tú también estás lindo. Sabes lo mucho que me gusta verte de traje.
Me mordí el labio inferior para retenerlo, porque lo que deseaba hacer era recorrer a besos cada centímetro de su piel ahí mismo. Sería difícil aguantar hasta la luna de miel.
Entonces, absorto en mi pequeño y olvidándome del resto, rompí la distancia, acercándome lo suficiente como para sentir su respiración entrelazada con la mía. Admiré la profundidad del resquebrajado verde de sus irises. Podría memorizar cada una de las grietas que descendían hasta perderse en el agujero oscuro de sus pupilas sin cansarme.
Los que dicen que los ojos son la ventana desde la cual podemos espiar cómo es el alma de alguien, no estaban equivocados. Había luz tras ellos, amor honesto y desinteresado. Me había enamorado de su ser mismo, de la generosidad con la que me trató a lo largo de los años, lo mucho que contribuyó a sanar cada una de mis heridas, hasta las más profundas.
Inclinó la cabeza, cerró los párpados y unió nuestras bocas. Movió los labios con una lentitud devastadora y su lengua tímida entreabrió los míos para tentarme. Sus dedos trazaron un patrón de figuras en mi nuca, estremeciéndome.
Quería subirlo sobre mi regazo, pegarlo contra mi cuerpo, desnudarlo y hacerle el amor ahí mismo, lo suficientemente profundo y despacio como para que pudiera grabar mi tamaño en su interior. Y nada más lindo que compartirlo con Jungkook, devorarlo juntos hasta consumirlo por el placer. Me jodía que hubiera tanta gente alrededor.
Interrumpió el momento y dejó un último beso casto en el borde de mi boca.
—La mayoría ya terminó de comer —murmuró, con dulzura en su voz—. Podemos pedir que toquen el vals para el baile.
Le dije que me encargaría, fui a hablar con los de la banda, el DJ y los meseros. Les guiñé un ojo al regresar, dándoles a entender que ya estaba todo listo.
Pocos minutos más tarde, la música rotó al característico vals con las luces enfocándose en nosotros. Nos pusimos de pie y tomamos a Minnie de la mano, escoltándolo hasta el centro de la pista. Él sonrió para el fotógrafo y las cámaras de los invitados, contento por ser el centro de atención hacia el cual se dirigían las miradas.
Permití que Jungkook fuera el primero en bailar con él. Le correspondía, ya que fue quien apareció antes en la vida de Minnie. Él fue quien compartió sus primeras experiencias y, de no ser por mí, esta sería su boda. Estaban en todo su derecho de inaugurar juntos.
Me quedé observándolos, sin perderme detalle de lo bellos que eran, moviéndose con gracia, a paso lento. Eran dos príncipes sacados de un cuentito de hadas, los muñequitos perfectos del pastel.
Y la forma en que se miraban...
Antes de que me diera cuenta, las primeras lágrimas se desprendieron de mis ojos. Estaba tan contento de poder contar con ellos, de que hicieran un lugar en sus vidas para aceptarme en ella, que me quebré.
Ellos se dieron cuenta y se apresuraron por venir hacia mí. A Minnie le emocionó también, tan sensible como era. Me tomaron cada uno de una mano y me arrastraron a la pista. Se pegaron a mi cuerpo, dejándome en el medio como si fuera la carne de la hamburguesa. Sus brazos se deslizaron detrás de mi cintura y unieron sus palmas a la mía, iniciando el balanceo rítmico.
Los invitados festejaron la improvisación. Las carcajadas entre nosotros no tardaron en instalarse cada vez que nos pisábamos sin querer. No era fácil coordinar una danza entre tres, especialmente si estábamos tan pegados.
—¡Tae, me estás dejando negros los zapatos! —chilló Jimin cuando volví a pisarle sus blancos zapatitos de diseñador.
—No es mi culpa si Jungkook está empujando —me defendí.
—Me acabas de meter un codazo, ¿qué querías que hiciera? —atacó el esposo número 2.
En eso, el fotógrafo se metió para poder documentar el momento. Sonreímos como si no hubiera pasado nada por un segundo y seguimos entre empujones hasta que arrancó la música movida.
Enseguida se unieron los invitados, contoneándose al ritmo de la canción pegadiza que puso el DJ. La primera en sumarse, fue la madre de Jimin, que arrastró a su marido. Esa mujer sí que sabía cómo moverse.
Aunque no era una celebración tradicional coreana, me sorprendió que matrimonios serios como el de mis padres o los de Jungkook accedieran a bailar y disfrutar al estilo occidental. Jimin quiso una boda de este tipo, más informal, influenciado por la crianza europea de su madre.
Lo disfrutaba, a decir verdad. No había nada más aburrido que la ceremonia y la fiesta tradicional. Lo más entretenido que había era una danza de máscaras o escuchar música de percusión. El retumbar de la música se sentía como estar de vuelta en una fiesta de secundaria.
—Saldré a fumar —le avisé a Jimin, tan pronto como me sentí asfixiado por estar entre el calor de los cuerpos.
Me abrí paso y encaré directo hacia las puertas de salida, donde me recibió el fresco viento del otoño. La noche estaba despejada, preciosa. La luna llena resplandecía, intentando que su halo pálido iluminara más que las luces de la gran ciudad. Pero Seúl no descansaba, y la viveza de los colores estridentes terminaba por eclipsarla.
Encendí un cigarrillo entre mis labios, di una calada y liberé el humo a través de mis labios.
Hace unos años, mi pelea con el consumo de drogas depresoras iba y venía. Durante las discusiones con Jimin y Jungkook, entre medio del alejamiento, tendía a recaer. A menudo volvía al bar de Tim, y fue durante una de esas recaídas que empecé a inyectarme heroína.
Fue la peor decisión que pude haber tomado. Salir de eso fue una tortura por el nivel de adicción que se desarrolla. La medicación y el apoyo psicológico fueron claves, pero mantenerlo en secreto de mis padres y someter a las dos personas que más amaba a tener que verme en ese estado, seguía llenándome de culpa.
No tenía derecho a hacerles pasar un mal trago por mis malas decisiones. Pese a eso, ellos hacían lo posible por traerme de regreso a casa. Me llenaban con el amor que no merecía, haciéndome recapacitar.
Por cada uno de esos momentos en los que les hice pasar malos ratos, decidí que, a partir de este día, no volvería a darles un motivo para que sufrieran. Era mi responsabilidad cuidarlos, me tocaba devolverles lo que habían hecho por mí.
—Jimin pasó un infierno por ti.
Di una calada profunda y me giré al escuchar la voz femenina a mis espaldas.
La figura de Ingrid Park resaltó gracias al ceñido vestido de lentejuelas plateadas que traía. Se desprendieron algunos mechones rubios de su recogido por culpa del viento, los cuales ella acomodó tras su oreja. Su mirada estaba perdida en el cielo, como si no quisiera verme, en realidad.
—No podría agradecerle lo suficiente a su hijo por los sacrificios que hizo por mí —le respondí, con mi entera sinceridad. Le dediqué una reverencia de noventa grados y me quedé así, incapaz de mirarla a la cara.
Se opuso a darme la bendición cuando Jungkook y yo pedimos la mano de su hijo. Carajo, realmente la entendía. Ni siquiera sé cómo me dio la cara para pedir su favor, cuando dañé la confianza y cariño de Minnie múltiples veces. Entre el señor Park y ella, Ingrid era quien, fuera de toda discusión, llevaba los pantalones en esa familia.
—Aun así, él te perdonó cada vez que volviste arrastrándote —la seriedad destiló en su voz.
—No volveré a hacerlo pasar por eso, señora Park.
El ruido de tacones resonó cuando disminuyó la distancia entre nosotros. Sus largas y esculpidas uñas se clavaron en mi mentón con fuerza, obligándome a alzar la cabeza. Había gelidez en sus ojos claros, el hielo mismo.
—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos?
Asentí, tragando saliva. Fue cuando supe que era una mujer que se respetaba, por la autoridad que emanaba de sus poros.
—Dijiste que no joderías con sus sentimientos y que, si él te pedía la luna, se la bajarías —murmuró, con tono sombrío. Sus uñas se tensaron contra mi carne, pero me aguanté. No podía demostrarle dolor—. Quiero que lo recuerdes de ahora en más, para no volver a cagarla. Si te pide la luna, un millón de dólares, el divorcio, lo que sea... se lo darás sin rechistar.
—¿Y si me pide un bebé? —la desafié, sonriendo.
Me liberó con tanta brusquedad que por poco me caigo de espaldas. Acomodé las solapas de mi saco, anotándome un punto.
La señora Park no contaba con ser abuela. Al menos, no todavía. Por eso, ignoró lo que le dije.
—Tendrás que cuidarlo mejor de lo que hacías antes —me amenazó con su dedo índice. No lo decía con mal talante, sino preocupada por el bienestar de su hijo—. Sólo así tendrás mi bendición.
—Con mi vida, señora Park. No se preocupe.
—No jodas conmigo, Kim Taehyung. Me importa un cuerno el apellido de tus padres. Si vuelves a lastimar a Jimin, me encargaré de patearte el culo con mis malditos tacones, ¿nos entendemos?
—Perfectamente —asentí, tomando una última calada a mi cigarrillo y lanzándolo al suelo para apagarlo con los pies.
—Bien. Tira esa mierda en un basurero antes de volver —se giró sobre sus tacones de aguja, caminó un par de pasos como si estuviera modelando y se detuvo. Sin darse la vuelta, hizo una última acotación: —No se les ocurra hacerme abuela tan pronto —y desanduvo sus pasos de vuelta al salón.
Recién entonces me acaricié la barbilla, sintiendo la marca en relieve de sus uñas. Doloroso recordatorio, aunque necesario.
Me encargué de tirar la colilla del cigarrillo en un recipiente cercano y volví a la fiesta, dispuesto a pasarla bien con Minnie.
Lo que la señora Park desconocía, era que su pequeño angelito rubio había dejado hace tiempo los anticonceptivos. Le gustara o no, la haríamos abuela pronto.
2/3 extras completos. Sólo falta la luna de miel, así que prepárense para el salseo 😍💖
Como siempre, gracias por el apoyo a la historia, bellezas! No puedo creer que ya se termina, después de dedicarle tantos años a estos tres revoltosos 😭😭 Creo que por eso, en parte, me costó tanto terminar de escribir estos dos últimos capítulos que faltan, que muchos seguramente estaban esperando. Así que daré mi mejor esfuerzo para el último que queda pendiente 💕
Tengan un buen fin de semana y cuídense mucho, chiquis. Les quiero mucho! 😘😘
-Neremet-
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