Capítulo 18: "Al borde"
Taehyung
El incesante golpeteo de la música a todo volumen me despabiló, y me descubrí en medio de una pista de baile rodeado de personas que danzaban desinhibidas. Las luces de colores alteraron mi visión ya de por sí borrosa debido al mareo.
¿Dónde carajo estaba?
Empujé cuerpos sudorosos para poder pasar, buscando escapar del movimiento continuo, de los distintos rostros que se aparecían delante de mí y me sonreían con muecas de placer. Cada uno de ellos lucía perdido en su mundo, como si todos hubieran tomado la misma mierda para unirse al calor de la gran masa.
Escapé del tumulto a través de una puerta trasera, siendo golpeado de inmediato por el fresco aire nocturno.
Apenas se cerró la puerta detrás de mí, tropecé con mis propios pies. Conseguí mantener el equilibrio, que rápidamente se desvaneció cuando una oleada de bilis subió por mi garganta.
Caí de rodillas al piso, lastimándome, cosa que no pudo importarme menos cuando vomité estrepitosamente sobre el pavimento. No dejó de salir porquería de mi boca mientras mi cuerpo se doblaba a la mitad y me apoyaba en mis manos para no desvanecerme arriba de mi propia mierda.
Cuando todo estuvo fuera de mi estómago me sentí más liberado, con un peso menos en el cuerpo. La cabeza me seguía dando vueltas y me pregunté qué clase de droga acepté esta vez para terminar así. Sólo quería que el intenso pitido se desvaneciera de mis oídos y me dejara en paz.
Apoyando el culo a un lado de mi vómito, me limpié los restos con el dorso de la chaqueta y escupí para eliminar la acidez de la boca. Revisé el primer bolsillo de mi pantalón y agradecí que mi celular siguiera ahí. Ojeé entre las conversaciones con mis contactos y caí en cuenta de que fui invitado por Tim a una especie de fiesta alternativa donde su objetivo era vender sus productos.
Volví a guardar el celular y busqué la llave de mi moto. Por desgracia (o suerte) no la tenía conmigo. Esperaba que fuera porque no la llevé en lugar de creer que la había perdido dentro de aquel maldito lugar.
No me quedó de otra que encontrar la forma de salir de ahí, por lo que me incorporé y comencé a caminar arrastrando los pies a través del callejón que olía a basura y agua estancada.
Salí a una calle desconocida, en una cuadra deplorable donde tenía enfrente un estacionamiento vallado y vacío y a un lado bodegas abandonadas. No tenía idea de cómo volver a casa, por lo que pedí un Uber y rogué que apareciera. Saqué mis cigarrillos de la campera, encendiendo uno para quitarme el mal sabor de boca y me quedé recostado contra el alambrado del estacionamiento mientras el humo me envolvía.
El único sonido cercano a la redonda era el de la música alocada de aquel sitio del que escapé. Tenía pinta de ser una vieja bodega que un par de tipos aprovecharon para dar una fiesta. Era ideal porque no habría vecinos que denunciaran el alboroto, no había testigos y las sustancias ilegales circularían sin control. Tim ganaría bien, con las fachas que se traían los de ahí dentro.
Mi cigarro se consumió al mismo tiempo que un sedán plateado me hacía seña de luces del otro lado de la calle. Arrojé la colilla a un lado y agradecí poder regresar a la tranquilidad de mi casa.
El conductor era un tipo que rondaba la treintena. Por mi cara de pocos amigos, pareció entender que no estaba de ánimos como para intercambiar algún tipo de charla trivial. El recorrido se desarrolló en estricto silencio, incluso por parte de la radio.
Acomodándome contra una de las ventanas, observé cómo dejábamos atrás aquellos depósitos de mala muerte y nos incorporábamos al escaso tráfico de la autopista. Las luces a cada lado de la senda iluminaban como si fuera de día, haciendo que me punzaran los ojos.
Me cubrí el rostro con una mano temblorosa y me acurruqué entre el marco de la puerta y el asiento. Tenía los oídos aturdidos por la música, el dolor de cabeza hacía que la visión me bailara y empezaba a sentirme mal. Cerré los ojos en un vano intento por quedarme dormido hasta llegar a casa, dispuesto a perderme en la inconsciencia con tal de ignorar los primeros síntomas de la abstinencia que se hacían presentes. El sudor iba empapándome el cuerpo y tenía una maldita sensación de claustrofobia por compartir un espacio tan pequeño con un desconocido.
Dormité hasta llegar a destino. El conductor fue bastante amable en despertarme para que le pagara y me largara de su auto. Con mucho gusto lo hice.
Entré a casa con el ánimo decaído. Sabía que dentro no me esperaba nadie, pues mis padres se habían tomado unas cortas vacaciones del trabajo, disfrutando cómodamente en un crucero por Japón. Seokjin ya se había asentado en un dormitorio de la universidad y sólo volvía a casa para algún acontecimiento importante o para festejar nuestros cumpleaños; el resto del tiempo se hacía presente con llamadas telefónicas.
Con mi familia fuera, aproveché a darles el fin de semana libre a los miembros del servicio, incluso al viejo Yeongsang, que le hizo asco a la idea de dejarme solo. Quizás se intuía que yo con la casa completa para mí haría alguna locura que enfadaría a mis padres.
De cualquier forma, fue cuestión de relajarlo y prometerle que estaría bien. Tampoco era como si yo tuviera muchos amigos en el colegio como para invitarlos a un desmadre. Ni siquiera estaba de ánimos como para aguantar a nadie.
Cerré la puerta del recibidor y admiré la grandeza de una sala a oscuras, iluminada por la luz de la luna que se colaba a través de las descorridas ventanas. No era más que un elegante cascarón vacío, atiborrado de decoraciones caras y muebles lujosos. Constituía una pantalla de humo bien armada, reflejo del estatus de mi familia. Quienes eran invitados caían cautivados por el interior a la moda, y se quedaban con la impresión que eso les causaba.
Para mí nada de aquello tenía valor. Lo importante, lo verdaderamente significativo a la hora de llenar un hogar, no estaba. No tenía la atención de mis padres, no me sentía contenido. Mamá y papá eran como unos frígidos modelos de revista, que simulaban que tenían una familia perfecta con hijos talentosos, la firma de abogados más prestigiosa del país, los clientes más respetables y adinerados.
Crecí con la idea de que no era más que un suvenir para ellos. Una especie de casilla de objetivos que tenían que tachar de su lista para cumplir con lo que la sociedad demanda. Mamá no reparaba en mí cuando era un niño. Únicamente me presumía delante de sus amigos o de gente influyente, luciéndose como una mujer de negocios que cumple con su objetivo de ser madre. Papá ni siquiera me tenía en cuenta cuando había gente adulándolo. Estaba ocupado presentando a su primogénito, el que heredaría la firma cuando fuera mayor.
Estaba harto de tanta falsedad, de ser excluido. Incluso Tim tomaba ventaja de mi creciente adicción. Parecía que las personas sólo me ignoraban o sacaban ventaja de mí, ya fuera de mi nombre o mi dinero. Realmente no tenía nada más que ofrecer. ¿Qué podría dar alguien como yo?
Subí a mi cuarto como pude. Los escalones se hicieron interminables bajo las sombras de la noche y el sonido de mis zapatillas contra la madera rompieron el ensordecedor silencio. Necesitaba algo que me levantara un poco, cualquier sustancia que me quitara los nefastos pensamientos que me acorralaban. Debía silenciar las voces negativas que me gritaban que todo sería mejor si me muriera.
En el último tiempo me habían acosado esas ideas. Por eso prefería mantener la cabeza ocupada con lo primero que pudiera ingerir. Pero, a la vez, tanta mierda me estaba carcomiendo. Llegué al punto de ni siquiera reconocer mi reflejo en el espejo, porque la imagen demacrada que me devolvía la mirada era la de un tipo que ni siquiera tenía voluntad para seguir batallando con el día a día. Era un muerto en vida, que flota a la deriva esperando encontrar un ancla a la cual aferrarse.
Lo que más me pesaba era que encontré a mi ancla, y la dejé ir.
Rebusqué entre los cajones de mi mesa de luz, desesperado. Las manos me temblaban sin parar y tenía los nervios a flor de piel. No había ni una mísera pastilla que pudiera sacarme del apuro.
Entonces recordé el motivo por el que accedí a ir a la fiesta de Tim en un principio: porque debía comprarle más suministros.
Enfurecido conmigo mismo, arrojé a la mierda todo lo que tuve delante, destruyendo y desordenando mi habitación como si un tornado hubiera pasado por ahí. Mi cuerpo estaba descontrolado. La cabeza me pedía consumir y yo no tenía nada para calmar el vicio.
Me sentía terrible. Era como si las venas me ardieran en necesidad, reclamándome por mi descuido. Es que incluso mis dosis aumentaron, a punto tal de que no tenía control de las cantidades que tomaba. Lo hacía cada vez que los síntomas de la abstinencia amenazaban con aparecer, para deshacerme de ellos.
Era la primera ocasión en que ni siquiera tenía una dosis de emergencia, porque ya me la había consumido. Estaba perdido.
Bajé a trompicones la escalera, y me colé en el estudio de mi padre. Al encender la luz me encontré con las bibliotecas a cada lado de su imponente escritorio de caoba. Dos de las cuatro paredes estaban cargadas con repisas y libros de derecho, sociología, psicología y filosofía, los temas favoritos de estudio de mi progenitor. Al fondo, un enorme ventanal daba a los frondosos árboles que brindaban sombra a la casa.
Sin detenerme a pensar en lo que hacía, rebusqué entre los cajones del escritorio hasta dar con uno que contenía el secreto que papá escondía a mamá: una botella de whisky Macallan oscuro cargada hasta la mitad.
La destapé para beber del líquido agrio hasta que la garganta me ardió. Me detuve a respirar un poco y seguí tomando hasta que dejé un tercio de su contenido. Esperaba que fuera suficiente como para mitigar el ansia.
Luego de devolverla al cajón, me sentí más reconfortado. Me senté en el piso, descansando la espalda contra un borde del escritorio y me perdí observando la copa de los árboles del patio, cuyas ramas y hojas danzaban en respuesta a la brisa que los desacomodaba.
Me alcé la manga de la campera, descubriendo los cortes sanguinolentos sobre mi antebrazo izquierdo. Al menos diez cortes de cuchilla se entrecruzaban entre ellos, unos pocos a medio curar. No eran muy profundos, sino superficiales, ya que mi intención había sido una liberación momentánea en lugar de causarme verdadero daño. Eso no quitaba que de vez en cuando me arrancara las costras a propósito.
Así lo hice, arañándome con fuerza, concentrándome en el dolor en esa porción de mi cuerpo para no enfocarme en el agobiante vacío que despertaba en mi pecho.
Las lágrimas cayeron sin cesar por mi rostro, quemándome las mejillas. No dejé de herirme el brazo, pero no era suficiente.
Era una maldita carga. Ni siquiera pude manejar mis asuntos bien. Estaba perdido, solo, con una adicción que me roía la vida y no había nadie en quién pudiera confiar como para que me sostuviera. Me deshacía en pedazos, sin saber cómo manejar algo en lo que yo mismo me había metido en mi necedad.
Sopesé la opción que me quedaba. Abrí el tercer cajón del escritorio y ante mí apareció una tabla de salvación.
La Glock de 40 mm se sintió pesada en mis manos. El frío del metal caló mis huesos y un escalofrío se deslizó por mi espalda. Casi pude percibir la muerte flotando en la habitación.
Con mano temblorosa, saqué el cargador y se lo coloqué a la pistola. Quité el seguro y me apunté a la cabeza.
¿Así de fácil sería acabar con mi vida? Me pregunté qué diría mi padre cuando se encontrara con que su pulcro estudio estaba decorado con los restos de mis sesos. ¿Siquiera le importaría que me hubiera matado con su propia arma?
¿Qué sentiría cuando la bala me atravesara el cráneo? ¿Dolería? ¿Moriría al instante o me quedaría sufriendo? Me aterraba quedar moribundo por horas. Era el peor escenario posible. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer?
A pesar del temblor de mi mano dominante, afiancé la pistola. Me despedí mentalmente de lo poco que dejaba en este mundo y cerré los ojos con la última visión de los árboles danzarines. El susurro de las hojas se llevó el que creí que sería mi suspiro final, y apreté el gatillo con decisión.
El arma gatilló en falso, y por poco me hago encima.
Un pitido en el oído me dejó en trance, con el corazón en la boca. Bajé el arma sobre mi regazo y las lágrimas siguieron cayendo sobre el metal.
Estaba jodido. Tan jodido que no era capaz de terminar con mi propia vida. ¿Qué tan inútil podía ser alguien que no servía ni para suicidarse?
No dejé de llorar, hecho un mar de emociones, ni siquiera cuando mi celular vibró en mi pantalón. La llamada se cortó antes de que me decidiera a atender.
Al sonar de nuevo, le puse el seguro al arma y la dejé a un lado, intentando recomponerme de la adrenalina. El nombre de Jimin iluminó la pantalla, y no puedo siquiera explicar el alivio que me causó su llamada.
—Tae, ¿estás bien? Tengo un montón de mensajes tuyos de hace unas horas. Acabo de verlos y me preocupaste—su preciosa vocecita aniñada del otro lado de la línea me alegró inmensamente. Poder escucharlo después de tanto era como un sueño.
Sonreí como un tonto. Él despertaba eso en mí. Hacía que mis sentimientos se enredaran y sacudieran y era ajeno a lo que me causaba.
No tenía ni la más remota idea de cómo había hecho para calar tan profundo en mí, a punto tal de que escucharlo me devolvió a la superficie. Era como volver a respirar tras un arduo momento.
—Te quiero mucho, Jimin —me animé a confesarle con la voz temblorosa.
—¿Estás... estás drogado? —titubeó. ¿Tendría que estarlo para confesarle mis sentimientos?
—Desearía estarlo.
—No te escuchas bien. ¿Dónde estás? Voy para allá ahora mismo.
¿Y tener que verme en este estado tan deplorable, al punto del suicidio? El enano se merecía más que un tipo liado.
—No hace falta, bebé.
—¿Te piensas que me voy a quedar tranquilo después de los mensajes que me hiciste y de escucharte así? O me dices ahora mismo donde estás o contactaré a tus padres, Kim Taehyung.
Ja, a mis padres. Qué chistoso. Como si fueran a dejar su caro crucero por culpa del hijo rebelde.
—Después de todo lo que sabes sobre ellos, ¿piensas que lo que me pase les va a interesar?
—De acuerdo. Si a ellos no les interesa, a mí sí —contraatacó el enano, terco. No iba a dar el brazo a torcer—. Tae, por favor.
Me lo estaba pidiendo con una vocecita tan tierna y delicada, que me imaginé que vendría con un puchero y deseé poder comerle la boca.
—Estoy en casa —respondí, enjugándome la humedad bajo los ojos y observando la Glock a mis pies, reposando sobre el suelo de madera. Todavía podía sentir su peso en mis manos y lo cerca que había estado de acabar conmigo mismo—. ¿Está mal que quiera verte? Yo... casi hago algo estúpido porque te juro que ya no puedo aguantar más. Deseo tanto morirme, bebé. Quiero desaparecer porque seguir así me está matando.
—No está mal que quieras verme, cariño, para nada. Yo también quiero verte. Envíame la dirección y estaré ahí para ti tan pronto como pueda, ¿sí? Por favor, prométeme que no harás nada para herirte hasta que llegue. Prométemelo, Tae.
Tragué saliva, desviando la vista a los árboles de afuera mientras mis ojos volvían a empaparse. Aferré el celular con fuerza, mordiéndome el labio inferior para no soltar un sollozo que lo preocupara. Esa sorpresiva conversación con Jimin se había convertido en la promesa de seguridad y contención que necesitaba.
Escuché del otro lado el sonido de su auto al arrancar. No quería que tuviera un accidente por mi culpa, así que hice lo posible por tranquilizarlo:
—Lo prometo, bebé. Pero tu ven con cuidado.
—Por supuesto, Tae. Ya quiero verte.
Sonreí, esperanzado.
—Te enviaré la dirección. Adiós, Jiminnie —me despedí y corté la comunicación. Proseguí a enviarle mi ubicación y cerré los ojos de nuevo, esperando que llegara antes de que mis fantasmas me tragaran.
***
Buenas, bellezas. Tanto tiempo. ¿Qué tal andan? 💕
Les traigo una buena noticia y es que entré en vacaciones así que me verán más seguido por aquí. No saben cuánto esperaba poder disponer de tiempo para avanzar con las historias. Con suerte podremos ver el final de Before the Baby en estos meses! 😍💖
Y bueno, estoy muy feliz de volver a reencontrarme con ustedes, que les tenía muy olvidadxs 😭 Gracias de nuevo por la paciencia y el cariño de siempre. Espero valga la pena cada capítulo lo suficiente como para que lo disfruten. Nos leeremos pronto! Muchos besitos! Cuídense! 😘💖💖
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