Capítulo 12: "Olvídate de mí"
Taehyung
A los seis años escuché a hurtadillas lo que hablaba mamá cuando se reunía a tomar el té en casa con sus amigas aristócratas, esposas de hombres adinerados. Tomando con total tranquilidad un sorbo de su té de canela, elegantemente vestida con un conjunto de tweed y apostando en un juego de cartas, admitió delante de las cinco mujeres que no me quería.
Todas se la quedaron mirando, anonadadas. Detuvieron lo que estaban haciendo en esos momentos para enfocarse en la mirada perdida de mamá. Ninguna se esperó que lo dijera con tanta frivolidad, sin siquiera inmutarse por el peso de sus palabras.
Es que, a su manera, las demás mujeres tenían un cariño especial por sus hijos. El que mi madre no lo hubiera desarrollado por mí, las dejó desconcertadas, puesto que compartíamos nuestro tiempo juntos en casa cuando yo no estaba en el colegio y teníamos muchas oportunidades para acercarnos el uno al otro. Nada más que ella no deseaba entablar ninguna relación conmigo.
Mamá se acomodó un mechón rebelde que le caía sobre el rostro, y pasó a explicarse mejor:
–Pensé que Taehyung sería como Seokjin. Tenía la idea de que sería autosuficiente. No es más que un niño malcriado que busca pegarse todo el tiempo a mis faldas, haciendo berrinche cuando no le presto atención. Lo detesto.
Por alguna razón, sus palabras se grabaron a fuego en mi memoria, aún si a esa edad no tenía mucha idea de lo que significaba el desprecio de los adultos. Con el tiempo, lo comprendí.
Papá y mamá estaban orgullosos de Seokjin. Mi hermano mayor era todo lo que ellos anhelaban de su descendencia. No sólo era íntegro, inteligente y discreto, sino que además nunca se metía en problemas ni hacía cosas que pudieran molestar a nuestro padre. Pedía permiso para ir a cualquier parte e informaba dónde lo podrían encontrar.
A mí no me parecía que eso fuera vivir. Era como estar privado de experimentar la vida misma, encerrado en una cara caja de cristal. Todo el tiempo siguiendo un esquema, una rutina, sin romperla en ningún momento.
Me pregunté si también tendría planeado cómo conocería a su futura pareja. Apostaba a que papá tendría alguna hija de millonarios que presentarle. Y Seokjin no se negaría a complacer su voluntad, a pesar de que eso implicara renunciar a un amor de verdad.
Yo, por el contrario, era otro cantar.
No es que mis padres repararan mucho en mí. Estaban enfrascados en presumir con sus conocidos la larga lista de logros de mi hermano como para darse la vuelta y ver qué estaba haciendo el hijo no deseado. Por más que me esforzara en ser el primero de la clase, en obtener las calificaciones más altas y premios por mi asistencia perfecta, eso no les llamaría la atención.
Desde que tengo uso de razón, la convivencia en casa estuvo llena de silencios incómodos. No volaba una mosca si mi padre no lo autorizaba y el servicio de comida se ofrecía con la segunda vajilla más cara de la casa. Todos los días había que vestir decentemente para sentarse a la mesa, con mayor énfasis durante la cena.
Traer compañeros de clase a casa no estaba mal, pero si mis padres estaban presentes, evaluaban a mis acompañantes con ojo crítico, cuestionándome al día siguiente si sus familias eran gente decente o no.
Tenían una maldita obsesión con querer controlar todo a su alrededor, incluido el aire que respiraban. Si las cosas no se hacían como ellos querían, la puerta principal estaba abierta para un exilio y las cuentas de papá, preparadas para cerrar el fideicomiso de turno.
Tal vez por eso Seokjin agachaba la cabeza y le lamía el culo a papá (no tan literal). Su ambición no era un secreto, como tampoco sus deseos de administrar un hotel. No era un camino aprobado por la familia, aunque la idea pronto fue ganando simpatía.
La cosa era fácil: a Seokjin no le dirían que no. A mí, por el contrario, me señalarían con el dedo.
Si bien eran mi familia, no me hacían sentir como si estuviera en una. Ellos tenían sus propios intereses que cuidar y yo me esforzaba por llegar a su altura. Ni siquiera había amor de por medio. Para mi madre fue como haber parido un hijo y ya, desligándose completamente de mí para dejarme a cargo de nodrizas y niñeras.
Tuve que conocer el cariño por parte del personal de servicio. Las criadas se preocupaban de mi bienestar, de mantenerme entretenido durante sus turnos mientras limpiaban o cambiaban las sábanas. Incluso a veces detenían sus obligaciones para jugar conmigo durante unos minutos.
Al pisar la pre-adolescencia, necesité de otro tipo de contención.
Descubrí que las chicas y los chicos se fijaban en mí, que me encontraban atractivo por alguna razón.
Me extrañaba que no fuesen capaces de ver más allá de mi físico. Si lo hubieran hecho, saltaría a la vista que no era el mejor de los prospectos por estar dañado, roto y herido. Crecí despreciándome por ser menos, así que mi autoestima no estaba precisamente por los cielos, y el que un par de niños se interesan por mí, no me movía el piso.
Hasta que las hormonas estallaron y mi cuerpo me pidió experimentar.
Mi primera experiencia sexual fue con una chica más grande que yo, cuyas intenciones conmigo fueron claras desde el principio. Era bastante promiscua a sus diecisiete y yo un pre-puberto de trece, ansioso por meter la verga en un hoyo y correrme.
No fue la gran cosa. Lo único rescatable fue que me enseñó a usar un condón y me infundió la costumbre de tener uno a mano todo el tiempo. "Nunca sabes cuándo se te puede ofrecer alguien", había dicho, y tenía razón.
En el colegio se corrió la voz acerca de mi experiencia y, de repente, las chicas de cursos elevados se me regalaban.
Con eso, le tomé el gusto a follar y estudiar. Estudiaba en los días entre semana, iba a la biblioteca y a la academia que papá pagaba para mi formación. Dejaba los sábados y domingos para responder a la solicitud de alguna chica caliente.
Siempre eran las mismas, dentro del grupo de quien me había iniciado. Me enseñaron a brindar placer y a recibirlo, cada una a su manera. Nuestros encuentros duraron dos años, hasta que terminaron el instituto y me dejaron en el olvido.
Admito que me golpeó un poco.
Teníamos una suerte de pacto para mantener nuestros encuentros en secreto. Y yo, bien estúpido, me enamoré de una de ellas aun sabiendo que lo nuestro era estrictamente sexual.
Lo que me traía loco era que se derretían como manteca sobre mi polla, lubricando a chorros. Me llenaban el ego al decir que mi polla era la más grande que les había perforado y sus mimos tras el éxtasis me elevaban hasta las nubes mismas. Era una locura.
Cortar de raíz con eso, me sumió en depresión. No podía liberar oxitocina tras un orgasmo por penetración, al no tener a quién penetrar.
Para mi buena fortuna, apareció mi primer hombre y joder, que su culo era un tormento.
Formaba parte de mi círculo de amigos más cercanos. Era el típico machito que en secreto adoraba gemir con una polla abriéndole.
Al principio, le dije que no me iban los hombres. Cambié de opinión al extrañar un agujero caliente envolviéndose sobre mi polla. Así que probamos. Y descubrí que podía encontrar atractivos a los hombres también.
No llegamos a más que unos acostones cada vez que tenía ganas de liberarme en un tipo. Con el tema de la bisexualidad tomando fuerza entre los grupos de jóvenes, no se le dio mucha importancia a que me fueran los hombres también. Me volvía mucho más interesante a los ojos de los demás y tenía la chance de disfrutar lo mejor de los dos mundos.
Confieso que, en las ocasiones en las que intenté construir algo serio con alguien, no resultó. Es probable que las personas no hubieran sido las correctas o el momento el adecuado, no lo sé. La cuestión fue que las relaciones fracasaban.
Busqué que alguien más me diera la contención que no conseguía en casa. Quería sentirme a gusto lo suficiente como para hallar esa sensación de que alguien más podría transformarse en mi hogar, en el refugio que necesitaba cuando no lo encontraba en mi familia.
Nadie era capaz de llenar ese vacío en mi pecho.
Con cada nueva conquista era igual: el placer estaba, pero el amor no.
Luego vino lo de nuestra mudanza a Seúl. Pensé que sería complicado encajar en un curso ya comenzado, y no estuve tan errado.
Sin embargo, la aparición del enano Park ayudó a alivianar un poco esa carga que sentía por ser el bicho nuevo y estar sometido a la observación pública constante.
De cierta manera, él se fue metiendo en mi piel, por más que levantara mis barreras para mantenerlo alejado de la verdad.
Su forma de ser era diferente. Me engatusó con su sonrisa iluminadora, su personalidad efervescente, sus ojitos dulces y su exagerado interés por mí. Él veía más allá del Taehyung egoísta, aprovechado y codicioso, llegando a encontrarse con el pequeño Taehyung abandonado por sus padres, ávido de afecto, solitario.
Al principio pensé usar su bondad en su contra, jugando el papel de víctima. Cayó redondito en la palma de mi mano, cediendo fácil a mis insinuaciones a pesar de tener un novio.
En algún punto, mis intenciones se truncaron. Aquello que no podía hallar en los cálidos cuerpos entre los que me fundía, apareció delante de mí, ofreciéndose como un fruto prohibido que no tenía el derecho de tocar o poseer. No era mío, sino de otro hombre, que lo celaba a la distancia.
Las miradas de Jeon sobre mí derrochaban veneno, a pesar de que no fuera consciente de ello y buscara tamizarlas con desinterés. Entendía al tipo, porque yo también cuidaría a Jimin si lo tuviera para mí. Era un chico valioso, frágil y puro de corazón. Cualquiera podía romperlo si caía en los brazos equivocados.
Sin embargo, jamás le deseé tanto.
Era un anhelo desde lo más profundo de mi corazón. Hacía que mi lado sensible brotara en su compañía, a punto tal de que era capaz de desarmarme, de desnudar mi alma y abrazarla hasta que las partes desprendidas se juntaran.
¿Cómo podría renunciar a esa sensación? Era lo más parecido a ser acariciado por un ángel.
Empecé a quererle, a desarrollar sentimientos más allá del placer carnal y me avergoncé por codiciar su cuerpo cuando en realidad lo que ansiaba era todo de él. Me parecía una injusticia que Jeon se lo hubiera apropiado.
Más tarde, la inseguridad que tanto me afané en cubrir con un manto y sepultar en el rincón más oscuro, salió a relucir. Me hizo recapacitar.
Dijeran lo que dijeran, Park Jimin era puro, benevolente. Había honestidad en él, amor desinteresado y todas esas porquerías que lo volvían distinto a mí.
Mi vida estuvo llena de mierda. En lugar de alejarme de eso, me revolcaba en mi propia inmundicia. Me gustaba estar ahí, ensombrecido por mis desgracias, sin tener el valor de dar un paso adelante para salir a la luz y sentir su calor. Sentía que me lo merecía en cierto sentido por todas las veces que me aproveché de los demás. No había derecho a reclamar otra cosa que no haya sembrado antes.
Y tenía miedo.
Por más que Jimin hubiera extendido sus redes al vacío para prometerme que no me golpearía al saltar, no iba a arriesgarme. ¿Cuántos otros habían hecho la misma promesa y me fallaron?
Estaba aterrado y emocionado, por partes iguales.
La posibilidad de que las ganancias sobrepasaran las pérdidas, me tentaba. Tenerlo en mi vida me aseguraría estabilidad, mantener a raya a mis demonios internos. Era el único que sacaba lo mejor de mí.
Jugar el todo por él implicaba abandonar mis hábitos destructivos.
Él no estaba de acuerdo con mi dependencia por las drogas, así como tampoco aprobaba mi comportamiento inmaduro en el instituto. Me jodería con ser un hombre modelo, como lo era su novio, por el simple hecho de que le correspondía un tipo decente y no un maldito drogadicto. Tenía razón en eso pues, ¿quién aceptaría estar con un inútil que deja que su vida se caiga a pedazos y no hace nada por cambiarlo?
Juro que intenté hacerlo por él, dejar de consumir.
Fue imposible.
Me jodí desde el instante en que la probé. Las drogas eran un camino gratis de ida, y nadie podría jamás imaginar lo tortuoso y destructivo que era el camino de vuelta, si es que uno llegaba a tener el valor de tomarlo.
Ese día no tuve la fuerza de voluntad como para negarme. Había tomado una dosis antes de ver entrar a Jimin de la mano con Jungkook, y no tuve mejor idea que apurarme una cerveza del coraje.
Después llegaría el enano a hacer lo que mejor sabía, que era sonreír y seducirme y ya todo se iría a la mierda con Jeon en el patio.
Estaba tan elevado que no sentí el primer golpe adormeciéndome. Mis ojos se cerraron y no volvieron a abrirse hasta escuchar el molesto pitido de la máquina que registra las pulsaciones en el hospital.
Mientras recobraba la consciencia, me encontré con la figura de mi madre a un costado de la cama. La hubiese considerado una mujer hermosa de no ser porque su mirada severa me garantizaba que no estaría para nada contenta.
–Por fin despiertas.
Sentí mi pulso retumbando en mi cabeza, mareándome. Tenía la boca pastosa, los labios agrietados y la nariz en llamas. ¿Tan mal me había dejado Jeon?
¿Y qué pasaba con mi nariz, que la tenía vendada?
–Mamá...
–Cállate la boca, Taehyung –gruñó ella, cruzándose de brazos sobre el vestido recatado que la cubría–. No puedo creer que te hayas aprovechado de que tu padre está de viaje para cargarme con la enorme molestia que le has causado a la familia Park y a la familia Jeon.
–¿De qué estás...?
–Te quisiste propasar con el heredero de los Park. ¿Acaso estabas loco? Como si no te hubiera sido suficiente, molestaste al hijo menor de los Jeon con un interrogatorio a tu favor...
–Mamá, acabo de levantarme. No tengo ni puta idea de qué heredero me estás hablando.
¿De qué mierda me perdí? ¿Toda la acción pasó mientras yo dormía o qué? ¿Por qué de repente yo soy el malo de la historia cuando Jeon me mandó a dormir? Ese maldito, ¿qué estupideces habría dicho en mi contra para salvar su culo?
–Lo sé –dijo, sin quitar su mirada frívola de mí. Casi pude sentir su desprecio emanando por cada uno de sus poros–. Me imagino que pensabas con la polla y no con la cabeza si creías que Park Jimin, el heredero de las industrias Park, iba a fijarse en una basura como tú teniendo al hijo de los Jeon como futuro prometido. Tuve que solucionar un posible altercado con las dos familias. Tu padre llamó, furioso, y ordenó que detengas la mierda que estás haciendo.
Me la quedé mirando, intentando procesar sus palabras entre su incontenible verborrea y el terrible dolor que me abrazaba el cerebro.
–Lo siento, mamá. Yo no quise...
–Apenas puedas levantar un pie para caminar, te disculparás con esa gente –siguió diciendo–. Y te olvidarás del chico Park para siempre, ¿me escuchaste? Alguien de esa familia perdiendo el tiempo con un delincuente juvenil en potencia como tú, debería darte vergüenza.
–¿Por qué no te vas a la mierda? –le solté con total tranquilidad, presionándome la sien.
Claro que sabía que yo no valía la pena para él, no necesitaba que mi propia madre me lo refriegue en la cara. Era algo bastante obvio.
Por un segundo, aquello la sorprendió. Rápidamente se recompuso y sonrió con sorna.
–Será mejor que cuides tu lengua, hijo. Una sola ofensa más y olvídate de dormir y comer en la casa, tus comodidades, tu moto y tu fideicomiso, ¿me oyes? Y agradece que estemos pagando tu reconstrucción de nariz porque te merecías esa tunda. A ver si con eso reaccionas un poco.
Tras mofarse de mi estado, abandonó la habitación, con sus ruidosos tacones repiqueteando en el suelo.
Suspiré, molesto. Mi cara parecía haber sido golpeada por un camión.
Estaba dispuesto a cerrar los ojos, cuando una cabellera rubia asomó por la puerta de la habitación.
–¿Se puede? –tanteó Jimin, con las mejillas coloreadas.
Mi pecho retumbó ante su cara tan angelical y las estúpidas mariposas revolotearon en mi estómago.
–Pasa –le concedí.
Con timidez, se acercó a un lado de la cama, donde se sentó sobre el borde del colchón. Extendió sus manitas pálidas y envolvió una de las mías entre el calor de las suyas.
–¿Qué tal estás? –inquirió, acariciando mis dedos.
–Para la mierda.
–Pues justo así es como luces –se carcajeó.
–Jimin.
–Lo escuché todo, no te preocupes –sonrió para tranquilizarme, a pesar de que la alegría no le llegó a los ojos–. Intenté hablar con ella y explicarle que me gustas y que lo que pasó fue por mi culpa, no a causa de ti o de Jungkook, pero ella...
–Necesito que te vayas.
Hice lo que pude por mostrarme impasible, por más que me estuviera desmoronando por dentro. No podía perder todo lo que tenía por él. Su red de seguridad no sería lo suficientemente resistente como para absorber semejante impacto, así que lo mejor que podíamos hacer por nuestro futuro, era dejar las cosas hasta ahí.
–¿Qué?
–Lo que escuchaste. Quiero que me dejes en paz, Jimin.
Parpadeó varias veces, conteniendo las lágrimas que se agolpaban bajo sus ojos. Sostuvo con mayor fuerza mi mano y se puso más nervioso.
Le estaba rompiendo el corazón a la única persona que se fijó en mi verdadero ser y que había aprendido a querer incluso a mi versión más putrefacta. Me sentía una verdadera basura por estar haciéndole algo así, cuando lo que más deseaba era estrecharlo entre mis brazos y decirle que descubriría la manera de que funcionáramos juntos.
–T-Tae, no tienes que fingir conmigo. Si tu mamá no aprueba lo nuestro...
–Tú y yo no tenemos nada que ver. Lo que sea que tu fantasiosa imaginación creyó que sucedía, quítatelo de la cabeza, Jimin. Tú y Jungkook se merecen el uno al otro así que espero que sean muy felices juntos. No me busques más y olvídate de mí.
Una lágrima resbaló por sus mejillas coloreadas y quemó sobre mi piel.
Fue el único rastro de su presencia que dejó antes de salir corriendo por la puerta.
Me despedí de mi propia felicidad porque era un cobarde incapaz de enfrentar a mis padres. Entonces sentí que la oscuridad me invadió de nuevo y me asfixió un poco más que antes.
La vida de Tae es tan sufrida. Pero así y todo me gusta que haya sido distinta de la de Jimin y Jungkook, porque ellos van a ser los que le enseñen lo que implica una verdadera familia 😍😍
Cosa increíble en mí, estoy actualizando seguido. No se acostumbren mucho jajaja.
Que tengan una hermosa semana! Muchos ánimos y no se olviden de que les quiero mucho, bellezas! 😘💖
-Neremet-
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