Louis estaba de cumpleaños.

Y estaba condendamente triste.

Había invitado a los chicos de su clase a su fiesta de cumpleaños antes de salir de vacaciones de invierno; y nadie se había presentado en su casa hasta ahora.

Eran las cinco de la noche y Louis tenía que meterse a bañar porque la fiesta de noche buena comenzaría en dos horas, pero él en verdad estaba triste; sus ojitos llorosos y sus mejillas sonrojadas demostraban que el dulce niño había estado llorando.

Unos suaves toques en su puerta lo tuvieron reprimiendo un sollozo.

-¿Lou, bebé?-era su madre.

Los se levanto con rapidez de su cama y fue hacía la puerta abriendo la misma y se lanzo a abrazar las piernas de su madre, importando le poco si manchaba los jeans de ella mientras lloraba.

-Mamí-susurro en un sollozo lastimero que rompía el corazón de su madre.

-Ya, ya-dijo la dulce mujer acariciando el castaño cabello de su hijo mayor-. Todo esta bien, bebé-susurró la mujer separando levemente a su hijo para colocarse de rodillas frente a él-¿Qué es lo que siempre decimos, amor? Cuando las cosas vayan mal...

-S-Solo tienes que aguantar-susurró el dulce niño quitando unas lágrimas que amenazaban con bajar.

La mujer sonrió y beso la mejilla de su hijo con amor:-Ahora pequeño campeón, tienes que bajar porque un niño castaño te espera.

Y Louis miro sorprendido a su madre-Liam-dijo para sonreír y recibir otro beso por parte de su madre.

-Vamos, bebé-y así la mujer acompaño a su hijo hacía la sala de su hogar donde un niño regordete le esperaba junto a su madre y una caja de regalo.