Capítulo 6: una catástrofe

Las reformas veraniegas de Ignature habían llegado hasta la biblioteca. Se había reemplazado toda la iluminación antigua por leds de bajo consumo que emitían una luz cálida e intensa desde los focos automáticos del techo. Casi no podía mirarlos directamente, me hacían daño a los ojos.

Después de admirar las mesas largas de madera clara, organizadas de cuatro en cuatro en dos hileras paralelas, le devolví la atención al libro de biología. Mary escuchaba las clases con auriculares a mi lado y tenía su propio libro, por cuyas páginas deslizaba las yemas de sus dedos cada pocos minutos. Resoplé, estaba harta. Llevábamos ya tres horas allí, pero la semana siguiente tendríamos la primera tanda de exámenes parciales y no nos quedaba más remedio que hacer una maratón de apuntes y libros.

La idea de venir a la biblioteca fue de Mary. Yo siempre había estudiado en mi habitación, en pijama, frente a mi escritorio y con las piernas cruzadas como una india –así sucedía de vez en cuando, que se me dormían los tobillos y cuando quería ir al baño, tardaba media hora en poder ponerme en pie hasta que volvía a sentir todos y cada uno de los dedos, lo cual en la biblioteca no me ocurría–.

Mi amiga y yo habíamos llegado a un acuerdo: estudiaríamos dos tardes en la biblioteca, una tarde en mi casa y otra tarde en la suya. Se había convertido en mi mejor amiga, casi parecíamos hermanas y nos ayudábamos mucho mutuamente a la hora de estudiar. Nos hacíamos compañía… Y a mí me ayudaba a asumir que Paul estaba lejos, ya que no me veía obligada a pasar tantas horas en soledad en mi cuarto.

La quinta tarde, los viernes, yo iba al hospital con la doctora Raj. Me había gustado tanto la neurología, que me resistía a cambiar de especialidad aquel año.

Y, por las noches, conectaba el Skype y pasaba un par de horas hablando con Paul –a veces tenía que ponerme los auriculares para que mi madre no escuchase detrás de la puerta todas las cosas que él me decía y que me hacían suspirar–.

Últimamente Paul me preguntaba mucho por el hermano de Mary. Casi cada día. Cuando, en realidad, yo no había vuelto a verle y su invitación para ir al observatorio cada vez quedaba más en el olvido. Aunque era cierto que Peter continuaba viviendo en la ciudad, solo que estaba trabajando y tenía poco tiempo libre.

Me resistía a creerlo, pero entonces, decidí preguntarle a Mary. Le toqué el hombro y saqué uno de los auriculares de su pequeña oreja.

                     –¿Tu crees que Paul tiene celos? –pregunté en un susurro para no llamar la atención de la bibliotecaria.

                     –¿De quién? –masculló ella visiblemente molesta por haberla interrumpido.

                     –¿De quién va a ser?¡De tu hermano! –exclamé, aún intentando mantener mi voz bajo el umbral permitido.

Escuché un “¡shhhhhhh!” apagado desde una de las mesas de atrás. Lo ignoré, por supuesto.

                     –¿Por qué mi hermano?¿Acaso te gusta Peter? –me interrogó mi amiga con un matiz de amenaza en su voz.

                     –¡No! Claro que no… –su cara se torció en un gesto extraño–. Aunque es muy guapo, no es que sea un chico desagradable…

Mary aireó la mano.

                     –Ya lo sé, Becca… Yo creo que Paul al estar tan lejos de ti se siente amenazado porque venga cualquier otro a tirarte flores. No se lo tomes en cuenta.

                     –Es que me pregunta si al final hemos ido con Peter al observatorio, si me parece atractivo… No sé, me extraña porque yo nunca le hablo de él… –parloteaba yo.

Me mandaron callar de nuevo, pero aquella vez desde la mesa de al lado. Una estudiante de tres cursos inferiores al mío me estaba fulminando con su ojerosa mirada.

                     –Los hombres son unos plastas –apostilló Mary con un tono de cansancio infinito–. Mi hermano el primero, pero Paul el segundo. No se lo tengas en cuenta, ya se enterará de que eres solo para él… Además, Becca, su madre está muy mal y cuando nos sentimos presionados, tendemos a crear muchas paranoias mentales.

Y de nuevo otro “¡shhhhhhhhhhhhh!” desde la mesa de delante, más enérgico. Me mordí la lengua.

                     –Voy al baño –le dije a Mary en el oído para no molestar a nadie más–. Necesito rellenar mi botella de agua.

Ella asintió y volvió a colocarse sus auriculares sobre sus canales auditivos. Se aisló y yo me levanté de la silla. Los servicios se encontraban casi en el último rincón de la biblioteca. Al fondo, detrás de todas las estanterías, había una pared con una puerta que daba a los lavabos de hombres a la izquierda y a los de mujeres a la derecha. Entré y destapé mi pequeña botellita de vidrio para ponerla bajo el grifo. Bebí un sorbo y entonces escuché un ruido sordo muy cerca de allí. Fue como un golpe, o una tela deslizándose. No sabría definirlo exactamente.

Me agaché para ver si había alguien en las cabinas. Pero nada. Sólo había dos puertas semicerradas. Yo estaba sola en el baño –que afortunadamente, estaba muy limpio–. De nuevo escuché otro ruido. Mi sentido común me dijo que debía proceder del otro baño.

Con mi botella en la mano, me asomé al servicio de chicos con cautela. No quería pillar a nadie en pleno éxtasis miccional en ningún urinario. No tuve que esforzarme para ver unos tobillos bajo una puerta.

                     –¿Hola? –pregunté–. ¿Estás bien?

Escuché un gemido ahogado y me asusté. Decidí entrar y abrir aquella puerta. Lo peor que podía pasar sería tener que llamar a una ambulancia. Total, ya había visto penes en urología. No iba a escandalizarme.

Empujé la puerta azul con suavidad, procurando no darle ningún golpe a aquel chico desvalido que había allí tirado.

                     –¡Dios mío! ¡Bryan! –exclamé al ver a mi compañero extremadamente pálido apoyado sobre uno de los paneles que separaba aquella cabina de la siguiente.

Me miró. Parecía algo ausente. Comencé a alarmarme. Decidí agacharme junto a él y sujetar su rostro entre mis manos para forzarlo a mirarme a los ojos. Cuando esbozó una tímida sonrisa triste me relajé. Estaba consciente, pero poco más.

                     –¿Qué te ocurre?¿Estás enfermo? –le pregunté despacio.

Él negó sutilmente con la cabeza. Yo aún sostenía su mentón. Estaba sudando. El sudor era frío. Cogí un trozo de papel higiénico y le sequé la piel como pude.

                     –Tal vez tengas que ir al hospital… –murmuré observándole con preocupación.

Negó de nuevo.

                     –No, Becca… No es la primera vez que esto me pasa, puedo controlarlo… No te preocupes –respondió con la voz rota y apagada.

Aunque aprecié un tinte de desesperación en aquellas palabras, no me atreví a disentir. Retiré mis manos de su rostro y me levanté. Caminé tres pasos hasta el lavabo y empapé un montoncito de papel higiénico con agua fría. Después volví a agacharme junto a Devil y se lo puse sobre la frente. Le escuché respirar con profundidad.

                     –Gracias… –dijo.

Me miró de una manera extraña.

                     –No me atrevo a dejarte solo, ¿seguro que no quieres que avise a nadie? ¿Ni a tus amigos? –pregunté con dulzura.

A pesar de que Bryan no era santo de mi devoción, se trataba de una persona que lo estaba pasando francamente mal y mi conciencia no me permitía abandonarle en aquel estado tan deplorable.

                     –No, por favor, quédate conmigo… No te vayas… En seguida se me pasa –pareció prometer él.

Le miré sin estar muy convencida. Después pensé que Mary ya debía de estar empezando a preocuparse. Hacía casi un cuarto de hora que había venido al baño a rellenar la botella.

Noté que Bryan se incorporaba ligeramente y se erguía para apoyar su espalda sobre el panel de madera, lo cual me obligó a estirar el brazo para mantener el trozo de papel empapado sobre su frente. Entonces escuché el sonido de algo que golpea el suelo y vi una cajita de cartón que se había deslizado de su bolsillo. La cogí con mi otra mano para devolvérsela. Pero de pronto leí. No era paracetamol. Ni ibuprofeno. Ni un antihistamínico. Era una caja de pastillas, eso sí.

                     –Bryan, esto son anfetas –musité con un hilo de voz–. Dime que no te estás metiendo esto… Dímelo por favor.

Le miré a los ojos con decisión, pero él fue incapaz de mantenerme la mirada. Observé de nuevo aquellas cápsulas. Le sonaba el nombre. Después recordó haber leído que aquel fármaco se utilizaba para favorecer la concentración en niños con déficit de atención. Era una anfetamina y se vendía en farmacias. Claro que, a saber qué cantidad desmedida de pastillas había ingerido Devil como para encontrarse de aquella manera.

“Inconsciente”, pensé con rabia.

                     –¿Es… Para estudiar? –me aventuré yo, intentando comprender por qué una persona llega a dañarse a sí misma hasta tal punto.

Cuando él asintió despacio, se le llenaron los ojos de lágrimas y a mí se me partió el corazón. Bryan siempre había dado la impresión, a mí y a todo el mundo, de ser un chico seguro de sí mismo –rozando la soberbia casi siempre– y al que los demás podían seguir como a un líder.

A mí me resultaba muy desagradable esa manera de ser apabullante que lo había llevado a darme un beso sin ni siquiera preguntarme qué era lo que yo sentía por él –aunque la respuesta hubiese sido clara–.

Pero en aquel momento, al verlo tan desvalido y desesperado, me asaltó una oleada de compasión hacia él. “Debería marcharme”, pensé. Pero no fui capaz.

                     –Pero no lo entiendo… –susurré–. Eres inteligente, muy inteligente… Y… No tiene sentido, Bryan.

                     –Para ti es fácil decirlo. Eres doña perfecta… –él me sonrió y yo percibí el sarcasmo en su voz.

Sin embargo, de un momento a otro, encontré uno de sus dedos enredándose en mi cabello. Me alejé de un brinco, alarmada. Pero él se tambaleó y tuve que acercarme a sujetarlo.

                     –Perdóname, no me encuentro bien… –me dijo después–. Soy un idiota… Pero es que llevo tanto tiempo mirándote y odio que me ignores así. Llevas meses sin saludarme, ni siquiera. Ya no sé cómo disculparme contigo… –le observé, atónita y muy sorprendida de que él hubiese estado tan pendiente de mí durante aquel tiempo–. Odio que me ignores y ahora estás aquí… No me concentro Becca, por eso tomo esas pastillas. No me siento capaz de leer ni una sola página sin medicación –terminó por confesar.

                     –Tal vez lo que necesitas es descansar, dormir, desconectar… Aunque sé que soy fría contigo, creo que te conozco lo suficiente como para pensar que puedes llegar a sentirte muy presionado por lo que la gente espera de ti… Por eso tienes el ego tan grande –añadí intentando parecer dura.

Bryan sonrió y su expresión se tornó más suave. Me relajé.

                     –Tienes razón… Como siempre –dijo aún sonriente, aunque pálido y consumido.

                     –Escucha, Bryan… Suspendí tres exámenes el año pasado y no necesité pastillas. Me deprimí. Me peleé conmigo misma, con mis padres, y hasta con… Mi novio –se me hacía raro hablarle a Bryan de Paul, de hecho no sabía si el primero sabía de la existencia del segundo.

                     –Tu novio. Ya sé quién es –comentó con indiferencia.

Resoplé.

                     –Deja de autocompadecerte de una maldita vez –dije, comenzando a enfadarme–. Cuando tu gran ego no se sale con la suya entonces te refugias en el absurdo pensamiento de que el mundo está contra ti.

Entonces fui consciente de lo que había dicho. No recordaba haber pensado tanto en Bryan como para haber llegado a aquella conclusión. ¿Tanto le había observado? ¿Tanto había intentado analizarle? No me gustó descubrir aquello.

                     –Te odio, Breaker. Pero te quiero al mismo tiempo, que catástrofe –murmuró él.

                     –Idiota –bufé.

Cogí la caja de pastillas y me la llevé conmigo. Le dejé allí cuando vi que su cara comenzaba a adquirir un color algo más saludable.

Mary parecía al margen del mundo, con sus auriculares, absorta en el libro. Pensé en comentarle lo que había visto, pero pensé que sería una tontería. No pensaba volver a hablar con Bryan. No quise darle más importancia al asunto.

Paul me envió un mensaje aquella noche.

“Mañana te llamo, he acompañado a Estela al hospital porque ha vomitado demasiado. Lo siento. Te quiero”.

Resignada a no hablar con Paul aquella noche, me metí bajo las sábanas y traté de dormir. Sin éxito.

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Y capítulo 6!!! qué tal?? espero que bien jejeje un beso!! os quiero <3 y mil gracias por todos vuestros comentarios!!

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