Capítulo 3: ceguera.

El dedo meñique de mi mano derecha estaba completamente embadurnado de tinta azul cuando terminó la clase de Mr. Coffee. Aquel día, mis apuntes de matemáticas crecieron veinte páginas.

Cuando llegó el cambio de clase, observé todo lo que había escrito y concluí que tendría que pasarlos a limpio aquella misma noche si no quería que se me olvidara lo que ponía sobre el papel. Letra de médico, pensé yo con sarcasmo.

A menudo me preguntaba por qué en el colegio no utilizaban las diapositivas y el fantástico Power Point para darnos clase, como en la universidad. Paul imprimía sus diapositivas e iba a clase con ellas. Claro que él me había dicho varias veces que el Power Point a menudo solía servir de excusa a los profesores más vagos para dar clases horribles en las cuales se limitaban a leer lo que ponía en el ordenador.

“Entonces mejor que no haya diapositivas en el colegio” reflexioné después.

Sólo quedaba una hora de biología. Marcus entró en el aula y todos guardamos silencio al momento. Bryan me miraba desde la otra punta de la clase. No se rendía. En ocasiones yo me preguntaba si no había sido demasiado dura con él. Era cierto que tenía un ego desmesurado, pero… ¿Quién en este mundo no se ha dejado nunca llevar por su ego? Al principio pensaba que él pretendía dominarme de alguna manera, ya que desde que lo conocí, siempre había pretendido tener el control de todo cuanto había a su alrededor.

Pero ahora, con esa actitud de disculpa, mirándome de soslayo constantemente e incluso acercándose a mí para preguntarme dudas de cuándo en cuándo, no me parecía que quisiera obtener nada de mí, salvo redimirse en cierta manera por algo que yo no acababa de comprender. Estaba claro que su actitud de auto humillación poco tenía que ver con su personalidad controladora.

“No me fío”, pensé después. Si yo había decidido apartarme de Bryan era por la manera tan déspota en la que me había tratado el año anterior, y no iba a echarme atrás.

Escuché un clic que indicaba que Watson acababa de poner en marcha la grabadora. Marcus estaba escribiendo en la pizarra lo que parecía el guión de la clase y se disponía a hablar.

Como una revelación, noté de pronto que nuestro nuevo tutor tenía una manera poco natural de desplazarse por la tarima. Me fijé en sus piernas. A simple vista caminaba como cualquier otra persona pero yo había captado algo de irregular en aquellos pasos. Y no sabía exactamente el qué. Tal vez una rigidez en la rodilla derecha o algún cojeo esporádico… Escruté con cuidado su manera de estirarse para escribir un nuevo párrafo en lo alto de la pizarra. El bajo de su pantalón vaquero se levantó un poco, quedando a la vista ambos tobillos por encima de sus zapatillas de tenis. Me llamó la atención que los calcetines fuesen diferentes. El del pie derecho era blanco y se asemejaba más a una media, como las que utilizaba mi madre bajo sus zuecos en el quirófano, y el izquierdo era grueso y oscuro con un logotipo de una marca deportiva que no alcancé a distinguir del todo bien.

Cuando Marcus se puso de puntillas para escribir la fecha en la parte más alta del encerado, pude ver claramente la diferencia entre la piel que quedó a la vista de ambas pantorrillas. Claramente, aquella parte de su pierna derecha era de plástico.

Inspiré bruscamente y contuve el aliento antes de exhalar. No podía creer que nadie más a mi alrededor se hubiese dado cuenta de aquel detalle. Marcus Frankl llevaba una pierna protésica. Repentinamente, un verdadero sentimiento de admiración brotó de mi interior. Recordé a aquella chica que había compartido habitación en el hospital con mi madre, aquella que se había negado a que amputaran su pierna y al final falleció a causa de una terrible metástasis.

¿Acaso Marcus también habría superado un cáncer? ¿O su amputación se debería a un accidente de tráfico o a un traumatismo? Me entró mucha curiosidad, pero decidí no preguntarle nada al respecto por temor a ser indiscreta y a hacerle sentir incómodo.

Se giró, sonriente.

            –Hoy vamos a hablar de la condensación de la cromatina previa a la mitosis. ¿Qué sabéis acerca de la formación de los cromosomas? –preguntó él abiertamente.

Como de costumbre, Bryan levantó la mano y explicó vagamente que el ADN, ayudado por unas proteínas llamadas histonas, se enrolla formando estructuras cada vez más compactas hasta llegar a un grosor máximo de 300Å (Armstrong). Luego vinieron una serie de explicaciones por parte de Marcus muy interesantes que me hicieron pensar que realmente nuestras células tenían una inteligencia propia, ya que empaquetaban los genes que no iban a usar y dejaban libres aquellos que necesitaba para vivir. Como por ejemplo, en el hígado, el gen de la melanina (la proteína que da color al cabello, piel y ojos) estaría completamente condensado y jamás se expresaría, mientras que los genes que se encargan de producir proteínas que degradan el alcohol estarían completamente estirados, como un hilo de lana esparcido libremente por el suelo.

Me pareció una clase fascinante, a pesar de que no dejé de fijarme, ni por un momento, en la pierna de Marcus, preguntándome cómo se las apañaba para caminar de una manera tan natural a pesar de sus circunstancias.

Sonó el timbre y todo el mundo se apresuró a guardar los apuntes en sus carpetas para salir del aula lo más rápidamente posible. Como de costumbre, Mary y yo esperamos hasta que todos se hubiesen marchado para que mi amiga pudiera caminar con holgura, sin chocarse con ninguna multitud de alumnos atolondrados.

Ya habíamos bajado el primer tramo de escaleras cuando me aseguré de que no hubiese nadie cerca y así poderle contar a Mary mi reciente descubrimiento acerca de Marcus Frankl.

            –Su pierna derecha es una prótesis… Me llama mucho la atención lo bien que camina –le confesé a mi amiga.

Ella asintió en silencio. Después la acompañé al pabellón residencial, un edificio nuevo que habían habilitado este año para situar las habitaciones de los alumnos que vivían en el colegio. Subí a su cuarto, dispuesta a pasar una hora con ella, como solía venir haciendo las últimas semanas. Hablábamos, y estudiábamos. Comentábamos cosas acerca de las clases y también de Paul y su madre.

Aquella tarde el tema de nuestra conversación se centró en Marcus.

Cuando Mary cerró la puerta, se sintió a salvo de oídos indiscretos y decidió contestar al comentario que yo había hecho acerca de la manera tan natural de caminar de nuestro tutor.

            –Becca, te sorprenderías al comprobar hasta qué punto las personas somos capaces de adaptarnos a nuestras circunstancias –declaró ella con una sonrisa suave.

Me senté en su cama y me quité los zapatos para poder cruzar las piernas sobre el edredón sin manchar el bonito estampado floral de éste.

La nueva habitación que el colegio le había asignado a Mary Watson era bastante más amplia que la anterior. Su cama tenía unas medidas que bien habrían podido envidiar algunos matrimonios que durmiesen apretados. El escritorio grisáceo no era muy ancho, pero se extendía a lo largo de una pared entera y había espacio para apilar libros, apuntes, bolígrafos…

Me llamó la atención la completa ausencia de cuadros, posters y ninguna clase de decoración. Ni siquiera había un espejo. Me pregunté cómo sería una vida sin poder ver nuestra propia imagen, ni la de los demás.

Desde luego, el físico y la belleza dejarían de valorarse tanto y le daríamos prioridad a otras cosas, como a un tono de voz suave… E incluso posiblemente nos dejaríamos guiar más por nuestra intuición que por nuestro ego.

Después pensé que aquella reflexión resultaba un tanto radical. Me encogí de hombros. No había mejor manera de averiguar si mis pensamientos eran ciertos que preguntarle a Mary, quien me respondería sin lugar a dudas con su aplastante sinceridad.

Yo sabía que a ella le atraía Jackson, pero a pesar de que era un chico más o menos guapo, Mary no podía verlo. ¿Qué era, entonces, lo que había hecho que ella se fijase en él en un primer momento?

            –¿Por qué te gusta Jackon?¿Qué tiene él que te atraiga?

Observé con diversión como el rostro de Watson viraba de la tranquilidad a la indignación. Tenía la costumbre de fruncir los labios cuando algún comentario le tocaba las narices más de la cuenta.

            –Eres demasiado directa, Becca. ¿Qué has visto tú en Paul?

Sonreí. Pero me di cuenta de que lo primero que yo había visto en Paul había sido su sonrisa y su bata blanca. Me pareció guapo, aunque realmente no fue eso lo que hizo que yo me interesara más por él, si no su dedicación a la física y a las matemáticas y su despampanante inteligencia. Además, sentía con él una intimidad difícil de alcanzar incluso con ningún miembro de la familia.

Luego le llamaría por Skype. Sonreí con ternura.

            –Yo le vi la cara. Pero tú no sabes si un chico es guapo o es feo –Mary se había acostumbrado a mi manera de expresarme y yo sabía que a ella le gustaba, en el fondo, que no fingiera tener reparos respecto a su ceguera, para mi amiga su invidencia era una realidad de la que no se avergonzaba delante de mí y no tenía reparos en explicarme todo aquello que yo quisiera saber acerca de su manera de vivir.

            –El mismo año que llegué nueva –Mary comenzó a hablar pausadamente y con aire soñador– pillé una gripe.

            –Ajá –asentí, invitándola a continuar.

            –Falté dos semanas a clase y cuando volví, le pedí los apuntes a mi compañera de al lado, ella me los dejó de buena gana… Pero no se paró a pensar que yo necesitaba otro tipo de escritura o, por lo menos, que me los hubiesen dictado. Aún así le di las gracias y pensé en pedirle a alguno de mis vecinos de habitación un poco de ayuda.

            –¿Y los profesores no te ayudaron? –pregunté extrañada.

            –¡Por supuesto! En realidad mis libros de texto son en Braille y ellos me indicaron las páginas que tenía que leer para los exámenes. Se portaron muy bien. Pero yo quería también saber qué era lo que habían dicho en clase.

Me fascinaba ver que Mary tenía la mirada dirigida hacia mí, a pesar de no verme, me intuía y sabía localizarme con la misma precisión que un radar submarino.

            –¿Y qué pinta Jackson en toda esta historia? –pregunté ansiosa.

Mi amiga esbozó una sonrisa traviesa y mis músculos se tensaron por los nervios.

            –Dos días más tarde se acercó a mi mesa y me dio un puñado de cintas grabadas con una grabadora. Estaban cuidadosamente colocadas en dos cajitas y él me explicó el orden que llevaban. Había grabado todas las clases para mí –murmuró ella con una voz que denotaba nostalgia.

Sonreí idiotizada. Me sentía como en una novela de amor adolescente. Yo ya sospechaba que Jackson era un chico sensible, pero no hasta aquel punto.

            –Ahora ya entiendo. En el fondo sería ideal que todos fuésemos algo ciegos para no fijarnos tanto en la apariencia de la gente y dejarnos llevar más por lo que sus actos dicen de ellos –expresé pensativa, sin miedo a que Mary pudiera tomárselo mal.

            –Becca, el problema es que hay mucha gente ciega que no ve lo bueno que tiene delante de sus narices y no aprecia su vida debidamente –estableció ella firmemente –. Aunque siempre me dará pena no poder ver cómo son las estrellas… Pero las imagino, brillantes.

            –Mary podrías escribir un libro de autoayuda, en serio, te forrarías… –comenté yo intentando aflojar la seriedad de la conversación, que ya empezaba a abochornarme.

            –Jackson me besó hace tres años. La única vez que un chico me ha besado. Pero me enfadé con él porque pensaba que se estaba aprovechando de mí… Después me arrepentí pero era tarde, ya no volvió a acercarse.

Abrí mucho los ojos ante aquella revelación, pero no me atreví a preguntar más.

Entonces alguien llamó a la puerta y Mary se levantó de la cama y gritó a voz en cuello:

            –¡¿Quién es?!

Una voz masculina respondió.

            –Soy Peter, el hermano que más quieres en el mundo y que ha venido a pasar un mes en la ciudad.

Y de pronto vi el rostro más ilusionado que jamás había podido contemplar en la cara de mi amiga. Por un instante me pareció que sus iris nacarados se volvían azules.

Me mantuve rígida sobre la cama mientras Mary abría la puerta, dejando ver a un hombre joven bastante atractivo de cabello muy rubio y ojos llamativamente verdes. Ambos se abrazaron. Y yo me di cuenta de que sobraba en aquella escena tan fraternal. Así que, con la intención de dejarles intimidad a ambos hermanos, cogí mi mochila y volví a ponerme los zapatos.

            –Becca, este es Peter, mi hermano. Me alegro de que al fin le conozcas. Peter, esta es Becca, de quien te hablé este verano en la playa.

Sonreí con educación y le estreché la mano a Peter Watson. Parecía un chico risueño, también sonreía.

            –¿Ya te ibas? –preguntó él con curiosidad.

            –Sí, vuelvo a casa, tengo cosas que hacer –comenté–. Encantada de conocerte –me despedí sonriendo.

            –Supongo que volveremos a vernos. De hecho venía a contarle a Mary que os podría llevar un día al observatorio en el que trabajo, está a las afueras pero seguro que lo pasaríais bien.

Le miré con una sonrisa. Su simpatía fue algo que me llamó la atención de inmediato. La idea del observatorio me pareció muy tentadora.

            –Es un plan estupendo, ya me avisaréis cuando esté todo pensado –dije mientras me iba alejando por el pasillo.

Ambos me sonrieron y se despidieron con la mano. Bajé las escaleras del edificio y en un par de minutos me encontré en la calle de camino a la parada del autobús.

Cuando llegué a casa, dejé la mochila en el suelo de la entrada y me aproximé hacia algo que había llamado poderosamente mi atención: un paquete certificado que había llegado por correo que se encontraba sobre la mesa de la cocina con una nota al lado.

“Es para ti, Becky”, había escrito mi padre –era el único que de vez en cuando me llamaba Becky–.

Me quité el jersey del uniforme y lo lancé al suelo, justo al lado de la mochila. Recogí mi pelo en un moño improvisado y me senté en una de las sillas dispuesta a abrir el paquete con delicadeza. Me dio un vuelco el corazón al leer en el remitente la dirección de la casa de Paul.

Eso hizo que me apresurara más para rasgar el adhesivo que sellaba el cartón para encontrarme con una caja azul de medio tamaño que tenía grabada sobre sí el logotipo de una conocida marca de joyas de cristal.

Entonces vibró mi Blackberry, la cual había dejado sobre la mesa, cerca del paquete. Eché un ojo sobre su pantalla y me sobresalté al ver el mensaje de Paul.

Hoy hace exactamente un año que empecé a darte clase y fue justo cuando me di cuenta de que sentía algo por ti, te amo”.

Me recreé leyendo aquello una y otra vez. Sentí mucho no tenerlo cerca para poder darle un beso. Sin más dilación abrí la misteriosa cajita azul y un hermoso colgante con forma de lágrima de cristal apareció ante mis ojos. La lágrima tenía una base de plata por detrás y al darle la vuelta descubrí que había algo grabado.

Para que no me olvides nunca.

En aquel momento deseé con todas mis fuerzas que llegara el viernes por la tarde para poder ir con Paul al lago y pasear con él… Y también para dejarme llevar por aquellos besos tan intensos que yo revivía cada noche antes de dormir.

            –¡Becca, vístete o llegaremos tarde al hospital! –exclamó mi madre desde la entrada –. La doctora Raj, la neuróloga, me ha dicho que te espera a las siete y media en su despacho y quedan solo treinta minutos. No la hagas esperar.

Desperté de mi ensoñación y subí rápidamente a mi cuarto para sustituir mi uniforme por unos pantalones negros y una blusa blanca. Peiné mi cabello, dejándolo suelto a lo largo de mi espalda y me aseguré de llevar la bata que me había dejado mi madre. Cogí el bolso y ambas nos subimos a su pequeño coche blanco.

Durante todo el trayecto, estuve acariciando la lágrima que colgaba de mi cuello, pensando que hubiese sido fantástico encontrar a Paul en los pasillos del hospital para reírme con él y abrazarle cuando nadie nos viera.

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Perdón por el retraso!! aún tengo resaca literaria por haber terminado "Rozando el cielo" (que por cierto mañana sale a la ventaaaa muajajaja, así como dato).

Espero que os haya gustado este capítulo, trato de mantener la esencia de la historia de Becca y no sé si estoy pecando de lenta.... Aún así espero que os esté gustando tanto como la primera parte :)

os quiero, un beso enorme!!!

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