Capítulo 17: incoherencias

Cuando Mary escuchó la voz de Marcus Frankl saludando amistosamente a su hermano en la puerta de la habitación, se dio cuenta de que algo estaba fallando. Recordó la visita al museo que habían hecho juntos, todas las atenciones que él tenía con ella después de las clases, que siempre le preguntase cómo estaba y que qué tal llevaba el día... De repente todo ello formó un puzzle en su cabeza y apareció la imagen nítidamente ante sus ojos: Marcus Frankl tenía debilidad por su alumna.

"Y eso no está bien. Y lo que es peor es que yo siga alimentando sus sentimientos sin la intención de corresponderlos", se dijo a sí misma. Porque tuvo que reconocerse a sí misma que había sonreído con autenticidad ante cada chiste y había respondido dulcemente cada vez que Marcus le había preguntado por su estado de ánimo. "Grave error ", pensó ella después.

                   —¡Mary! —exclamó su tutor antes de inclinarse sobre ella y abrazarla—. ¿Cómo estás? ¿Te encuentras mejor?

 Ella, ahora que se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo, recibió aquel abrazo con un estremecimiento generalizado. "Esto se tiene que acabar", pensó firmemente.

                   —Estoy mejor... Aún me duele un poco... Pero nada comparable a cuando vine al hospital ayer —respondió Watson procurando no aparentar demasiado entusiasmo por la visita de su tutor.

Marcus se sentó en la cama, al lado de ella y agarró la delicada mano de su alumna, quien notó de nuevo otro calambrazo y una punzada de remordimientos. "¡Dios mío! ¿Roy se habrá dado cuenta de esto antes que yo?", se preguntó de pronto.

Aunque no pudiese verlo, ella sentía la mirada de Marcus posada sobre su rostro (que imaginó que no tendría muy buen aspecto en aquellas circunstancias). De un momento a otro, a Mary le pareció hasta inhumano dejarle las cosas claras a su tutor. ¿Y si le hacía daño? ¿No sería peor continuar haciéndole creer que había algo especial entre ambos? Mary contuvo un sonoro respingo. "¡Oh! ¿Y si realmente lo hay?" se preguntó compungida. "Quizá sea solo una amistad mal entendida." Pensó después, tratando de encontrar una explicación a la extraña conexión que sentía con su tutor. Frunció el ceño, no podía estar enamorada. Ella quería a Roy Jackson, de eso estaba segura.

¿Entonces?

Respiró y decidió tranquilizarse. Se dio cuenta de que Marcus le había estado contando algo durante todo aquel rato en el que ella se había desconectado del mundo para reflexionar sobre sus sentimientos.

                   —¿Perdona, qué estabas diciendo? Estoy un poco despistada —se disculpó.

                   —Decía que a lo mejor lo que te ocurre es que estás estresada porque se acerca la selectividad. A veces el estrés contribuye a los dolores de cabeza. Yo sufro de migrañas desde hace años y se acentúan cuando mi vida está algo revuelta, en épocas de estrés...

Mary asintió. Ella tenía muy claro de donde procedía su estrés en aquel momento. Y no era de la selectividad. Mary supo instintivamente que Peter los debía de estar observando como un Doberman rabioso.

                   —Peter —llamó a su hermano, que se encontraba sentado en una de las butacas para invitados observando con desconfianza al tutor de Mary.

Peter reaccionó. Se incorporó y se acercó a la cama.

                   —Dime preciosa.

                   —Tengo hambre... ¿Crees que puedes conseguirme una manzana? O algo de pan... Me rugen las tripas —pidió ella.

En realidad no tenía hambre. Y Peter Watson lo sospechaba, pero decidió hacer caso a su hermana y salir de la habitación (para quedarse detrás de la puerta escuchando).

                   —Intentaré encontrar algún supermercado cerca de aquí —mintió él—. Tardaré lo menos posible.

Mary examinó nuevamente sus sentimientos hacia su tutor. Quería estar segura de lo que iba a decir y no quería mentir al respecto de lo que ella pensaba. Ella tenía una virtud importante: la de saber distinguir qué procedía de su orgullo y qué no. Por eso se dio cuenta de que la momentánea atracción que había sentido hacia su tutor se debía únicamente a que él había mostrado interés en ella (de no haber sucedido esto, Mary simplemente le hubiese apreciado y querido como una persona especial, como a un amigo, sin necesidad de plantearse cómo sería tener una relación con él).

Marcus continuaba hablando de las migrañas y el estrés cuando ella lo interrumpió. Peter agudizó sus oídos desde el exterior del cuarto.

                   —Escucha, Marcus —comenzó ella.

La otra mano, la que estaba libre de la mano de su tutor, la posó sobre el hombro de éste, para captar su atención.

                   —Sí, lo siento... Sólo quería ayudarte —se disculpó él cuando notó el tono serio de su alumna.

                   —Y me ayudas mucho... —respondió Mary con una media sonrisa—. Pero no te estás ayudando a ti mismo.

Durante un par de instantes sólo pudo escucharse la respiración entrecortada de Marcus y el silencio tranquilo y expectante de Mary Watson, quien ya estaba preparando lo que iba a decirle a su profesor, eligiendo estratégicamente cada palabra que saldría de su boca. Olía a hospital y a desinfectantes de aloe vera cuando Marcus Frankl por fin reaccionó.

                   —¿Qué quieres decir con que no me estoy ayudando a mí mismo? No te entiendo.

Mary sabía que Marcus había entendido perfectamente lo que ella quería decir.

                   —Sí lo entiendes. Ahora estás aquí, dándome la mano e intentando encontrar el origen de mis migrañas y es inútil, Marcus. Te agradezco tu apoyo, pero sabes que es excesivo. Dímelo, ¿eres consciente de ello?

Mary escuchó que su tutor tragaba saliva.

                   —Sí, lo soy.

                   —Soy menor de edad, tu alumna. ¿Eres consciente?

                   —Sí, lo soy.

                   —Y sientes algo por mí. ¿Eres consciente?

                   —Sí, lo soy —la voz quebrada de Marcus comenzaba a romper el corazón de Mary.

Pero ella no debía detenerse.

                   —Eres un buen hombre. Y necesitas una buena mujer. Y yo no soy esa buena mujer. Tengo novio, Marcus... Y le quiero. Te aprecio mucho, significas mucho para mí... Por eso voy a pedirte que te alejes, hasta que entres en razón y puedas verme como lo que realmente soy: una niña que no tiene nada que aportarte, más allá de problemas con el colegio y con mis padres.

Dicho esto, Mary soltó la mano de su tutor, cerró los ojos y se dejó caer sobre la almohada, dando por terminada la conversación.

Marcus contempló a Mary Watson con el camisón blanco únicamente adornado con el logotipo del hospital. Tendida en la cama y con aquel cabello casi plateado esparcido sobre sus hombros le recordó a un hada de cuento, de esas que esperan encontrarse los niños cuando van de excursión al bosque.

No supo qué decir. Watson se había llamado "niña" a sí misma pero había tenido una firmeza y una honestidad muy poco propias de una persona infantil. "Quizás ella tenga razón, debo distanciarme", pensó él.

Entonces vio una pequeña lágrima escaparse hacia la mejilla de su alumna. ¿Acaso estaba llorando?

Actuó sin pensar. Recogió la pequeña gota salada con su dedo y le dio un beso a su alumna en la comisura de sus labios. Después se levantó de la cama.

—Te veré el lunes en clase... Espero —dijo a modo de despedida.

Peter, que había escuchado absolutamente todo, se alejó corriendo de la habitación y se escondió detrás del control de enfermería, pese a las quejas y reticencias de las enfermeras que amenazaron con llamar al guardia de seguridad.

Cuando vio a Marcus salir del pasillo de la hospitalización, se alejó del control, para alivio del personal sanitario allí presente.  Entonces apareció la doctora Raj, que le dirigió una mirada fulminante al hermano de Mary antes de que éste entrara de nuevo en la habitación.

                   —¡Espere un momento, señor Watson! —exclamó ella unos metros más atrás—. Tengo que hablar con usted.

Peter se enclavó en el suelo del pasillo, como si acabase de darle la orden un general de la marina de metro cincuenta y cinco, voz musical y con muy mala leche. No tenía nada que ver con la amable doctora que lo había atendido el día anterior, pese a tratarse de la misma persona.

                   —Sí, disculpe... No la había oído llegar —dijo él ante la apabullante y minúscula presencia de la doctora de ojos grandes y profundos.

                   —Me gustaría saber qué hacía espiando en la puerta del cuarto de su hermana. ¿Sucede algo que el equipo médico tenga que saber? ¿O es sólo que la pobre Mary Watson tiene un hermano un poco cotilla?

Peter, una vez volvió en sí y se dio cuenta de que lo que tenía delante no era un coronel, si no una mujer delicada de melena larga y ojos intimidantes, se vino arriba rápidamente. Aquella acusación, por muy cierta que fuese, se merecía una buena defensa.

                   —Disculpe, doctora, no es usted nadie para opinar sobre los asuntos privados y personales de mi familia.

                   —Sí, si tiene que ver con mis pacientes y su salud. Además, ha estado incordiando a las enfermeras cuando se ha ido a esconder debajo de sus sillas. ¡Es usted un inconsciente! —exclamó Indra.

                   —Le repito que son mis asuntos, usted no tiene que meterse en ellos. Además no es algo que se pueda solucionar con pastillas de esas que recetan ustedes, ¿así que, qué más da?

Echaron un pulso con la mirada. Indra tuvo que reconocerse a sí misma que aquel hombre estaba consiguiendo sacarla de sus casillas más de lo que el resto de las personas –por muy cargantes que éstas fueran– solían conseguir habitualmente. "Yo soy una persona tranquila, soy una persona tranquila, soy una persona tranquila", se repitió mentalmente a sí misma varias veces antes de emitir alguna clase de insulto.

                   —Idiota —susurró ella por lo bajo, muy por lo bajo (si lo hubiese dicho más alto, Peter Watson hubiese tenido un argumento para denunciarle ante las autoridades).

En aquel momento, Mary puso un pie más allá de la puerta de su habitación y extendió su brazo hasta donde suponía que estaba su hermano. Llegó a palpar su espalda.

                   —Peter —lo llamó ella—. ¿Has estado escuchando detrás de la puerta todo este tiempo?

Indra contuvo una carcajada que se apresuró a disimular con una tos perruna forzada.

                   —No... Por supuesto que no —mintió él con naturalidad.

Indra decidió no intervenir. Se limitó a mirar a Peter Watson con una ceja levantada y pasó de largo. Tenía cosas que hacer, como escribir informes de alta y visitar a otros pacientes. Cuando se hubiesen calmado las aguas, volvería a revisar a Mary y a regañar a su hermano si es que lo pillaba espiando de nuevo.

                                               ***

Marcus Frankl dio unas clases mucho más serias y aburridas durante el mes siguiente. Todos lo notamos extraño y alicaído. Mary también parecía distinta. Por supuesto, no tardé en preguntarle qué había sucedido. Estábamos en su habitación aquella tarde del mes de abril, ya cerca de los exámenes finales.

Me di cuenta de que Mary había cambiado su edredón nórdico de colores por uno blanco muy suave. Daban ganas de envolverse en él.

                   —Ni se te ocurra tocar mi nórdico con el uniforme puesto, que lo contaminas —bramó ella—. Estoy escuchando como lo acaricias. Recuerda que no es un perro, es mi cama.

Retiré rápidamente mi mano de su cama.

                   —Entonces, ¿me vas a contar por qué Marcus se ha convertido en una persona amargada de un día para otro? ¿O no tiene nada que ver contigo?

También podía ser que el pobre hombre hubiese tenido problemas familiares, con alguna novia, con algún hermano, que hubiese fallecido alguien cercano a él... Aunque de ser así, no observaría de reojo a Mary durante las clases ni se le oscurecería el gesto al mirar a Roy Jackson. Claro que mi mente femenina siempre buscaba subterfugios para creer lo que yo quería creer.

                   —Vino el mes pasado a verme al hospital —comentó ella—. Le dije que se alejara de mí, que no se estaba haciendo ningún favor a sí mismo y que podría meterse en problemas.

Se me salieron los ojos de las órbitas. Sólo conocía a una persona tan fría como Mary Watson que fuese capaz de decirle eso a un pobre hombre enamorado: mi madre. Vaya par de hielos.

                   —Podrías haber sido más sutil, ¿no crees? Se hubiese enterado igual —le reproché a mi amiga—. Seguro que el pobre jamás ha tenido malas intenciones.

La vi negar con la cabeza.

                   —Becca, cuando una persona está obsesionada con alguien su cerebro filtra la información, de manera que sólo oyen lo que quieren oír. Maquillan la realidad para pensar que tienen todas las oportunidades del mundo con esa persona que anhelan. Es decir, que hay que ser muy clarita y poner las cartas sobre la mesa a tiempo. Si le llego a decir que no le merezco o alguna gilipollez por el estilo, probablemente se hubiese pensado que yo le veía como algo inalcanzable, en lugar de captar la indirecta: no tienes nada que hacer conmigo.

                   —Ya, lo pillo —respondí, siguiendo el hilo lógico de su explicación magistral sobre como dar calabazas con eficacia.

                   —Además, Marcus es una buena persona, no se merece que yo le alimente las falsas expectativas. Seguramente ahora me odie, pero con el tiempo, se dará cuenta de que es más difícil hacer lo que yo he hecho que seguir bailándole el caldo con tal de acrecentar mi ego.

                   —Sí, sufrirá menos... Verá mejor... ¿La realidad? —le pregunté a la maestra—. ¿Y tú no sentías nada por él?

                   —¡Becca! ¡Yo quiero a Roy! —gritó ella indignada—. Si Roy no existiera, quizá hubiese mirado a Marcus y me hubiese planteado otras cosas, pero no es el caso.

                   —Pero te da pena —adiviné—. Por alguna razón no quieres alejarte de él.

Cuando vi una fugaz expresión de tristeza cruzar los ojos cristalinos de mi amiga sonreí con aires de triunfo.

                   —Porque le tengo cariño... Y me da rabia no poder tener un buen amigo como él. Yo también he salido perdiendo, Becca.

                   —Tienes razón —susurré.

Entonces me quité los zapatos y me estiré en un ladito de la cama. No quise contarle a Mary que sólo había hablado con Paul dos veces en todo el mes. Lo achaqué a que su madre estaba cada vez peor y a que eso acrecentaba la discusiones con su padre. No fui capaz de preguntarle por Daisy —hasta me obligaba a mí misma a no pensar en ella, quise fingir que esa chica no existía—. Pero la verdad es que ya empezaba a preocuparme y no sabía como hacérselo saber a Paul sin parecer una egoísta celosa e insegura. No quería presionarle.

Además, ni siquiera le había contado que Bryan y yo estábamos preparando un proyecto juntos. Sabía que se enfadaría, o al menos, que no le entusiasmaría la idea. Y no estaba preparada para tener que darle explicaciones de que Marcus nos había colocado por orden de lista —como si yo hubiese hecho algo malo—.

Sonó mi teléfono y vi un mensaje de Devil. Habíamos quedado dentro de media hora en la biblioteca de Ignature para ponernos de acuerdo de una vez por todas sobre nuestro trabajo para la universidad.

Él quería hacerlo sobre la cirugía plástica de grandes quemados y a mí me gustaban los programas de cribado de cáncer de mama —dos temas casi radicalmente opuestos—.

                   —Es Bryan —le dije a mi amiga—. Me ha dicho que se llevará un par de libros para que los revisemos... Seguro que tienen que ver con la cirugía... Ah... Qué hartura —rezongué.

Mary emitió una risita por lo bajo.

                   —¿Él ya tiene las cosas claras contigo? —disparó Watson, con muy buena puntería.

                   —Creo que se las dejé cristalinas el año pasado. Y ahora solo hablo con él del trabajo... Bueno y cuando descubrí que se empastillaba para estudiar... Pero nada más —expliqué, más a mí misma que a ella.

Mi amiga se encogió de hombros y a mí ese gesto no me gustó ni un pelo.

                                               ***

                   —Si acabamos pronto me dará tiempo a estudiar en casa un par de horas —saludé a Bryan.

                   —Buenas tardes, Rebecca —ironizó él mientras sacaba dos gruesos tomos de su mochila.

Para mi sorpresa aquellos libros no eran de cirugía, si no de medicina interna, por lo tanto encontraríamos una gran variedad de patologías sobre las que podría tratar nuestro proyecto.

Nos sentamos en sillas contiguas y sobre una de las amplias mesas de madera de la biblioteca, comenzamos a revisar un libro cada uno. Mientras, íbamos apuntando en un folio los temas que más nos llamaban la atención, para después revisarlos y, con mucha suerte, decantarnos por alguno.

Bryan pasaba las páginas rápidamente. Parecía nervioso y algo me decía que no estaba prestándole mucha atención al trabajo que teníamos entre manos. Apunté la esclerosis múltiple y los fármacos de última generación que se estaban utilizando para tratarla. Me parecía interesante el balance riesgo/beneficio que generaban los efectos secundarios de cada medicamento. Al cabo de una hora yo ya había seleccionado unos veinte temas posibles para nuestro proyecto y Bryan aún revolvía los capítulos de su libro sin centrarse especialmente en ninguno de ellos.

Acabé perdiendo la paciencia. Puse mi mano sobre su tomo y lo cerré de golpe.

                   —Qué es lo que te pasa, Bryan—dije procurando sonar indiferente. (A pesar de que ese tipo de pregunta simbolizaba todo lo contrario a la  indiferencia).

Me rehuyó la mirada y trató de volver a abrir el libro. Se lo impedí. ¡¿Qué había sido de ese adolescente engreído y aparentemente seguro de sí mismo?! Ahora me parecía estar tratando con una persona herida de muerte emocionalmente: tímido, inseguro, callado y huidizo.

                   —No te pareces en nada a la persona que conocí el año pasado. Estás mal —afirmé sin rodeos—. Y se te nota mucho, así que no intentes disimular.

Entonces Bryan saltó.

                   —¡Sí, estoy mal! —exclamó impaciente.

Uno de los bibliotecarios nos chistó y nos dirigió una mirada de advertencia. Bryan rebajó el volumen de su voz.

                   —Ya se me pasará, ¿vale? Sólo necesito tiempo —respondió evasivamente, como era de esperar.

Puse mi mano sobre la suya.

                   —¿No tendrá algo que ver con esas pastillas? —susurré con un tono demasiado maternal.

El gesto ansioso de Bryan se transformó rápidamente en otro de rabia e ira contenidas.

                   —Deja de hacer eso, Rebecca —advirtió él.

Me sentí desorientada. ¿Hacer qué?

                   —No entiendo —respondí—. Sólo intento saber si estás bien y si puedo hacer algo por ti.

                   —No es verdad. No te importo una mierda. No quieres trabajar conmigo y ni mucho menos ayudarme a nada. Así que deja de fingir —me acusó él—. Podrías pedirle a Marcus que te cambiara de compañero —propuso en tono sarcástico.

Me indigné.

                   —¡También podrías pedírselo tú! —grité, tratando de recuperar ese pedazo de mí misma que parecía haberse perdido en aquella conversación.

Se escuchó otra advertencia del bibliotecario y los murmullos indignados de nuestros compañeros. Ambos fuimos conscientes de que no debíamos continuar allí con nuestra discusión. Me levanté y cogí mi libro. Él hizo lo mismo y caminamos hacia la salida, que daba al patio del colegio.

Ya en el exterior, me senté en uno de los diáfanos banquitos de piedra y deposité el libro a mi lado. Bryan me miró receloso desde lo alto de su metro ochenta. Finalmente, se sentó a mi lado.

                   —Mi problema contigo, Becca, es que eres una persona muy incoherente —me critió abiertamente él.

Parecía más calmado. Parecía.

De nuevo sentí los cuchillos de la indignación rasgar mi estómago.

                   —¿Incoherente yo? ¡Explícate! —le reté.

 Al mirarle a los ojos, yo había esperado encontrar aquellos iris verdes tan ponzoñosos como me lo parecieron la primera vez. Pantanosos, extraños, impredecibles y algo agresivos.

Y me encontré algo aún peor. Una mirada vidriosa, húmeda y ávida de unas palabras amables. Es mucho más difícil hacer frente a una persona que te observa de ese modo que a alguien que pretende ser agresivo.

                   —Dices que no quieres que seamos amigos, me retiras la palabra, apenas me miras cuando te hablo, no quieres trabajar conmigo. ¿Y te sigues preocupando por si tomo o dejo de tomar pastillas? ¿Qué más te da, Rebecca Breaker? ¿Qué te importa si estoy bien o mal? ¿Qué te importa si existo o no existo? Limítate a hacer lo que ya haces: ignorarme. Pero hazlo bien y déjame en paz —dijo sin quitarme los ojos de encima.

Mis emociones escaparon a mi control y de un momento a otro mis ojos se llenaron de tantas lágrimas que fue imposible contenerlas ni aunque hubiese construido una presa de hormigón armado alrededor de cada párpado.

Giré la cabeza, procurando que él no viese que me había hecho daño. Tarde.

                   —¿¡Ves!? —preguntó perturbado—. ¿¡Estás llorando!? No te entiendo. ¿¡Por qué demonios lloras!? 

Al escucharle tan alterado no pude evitar llorar aún con más fuerza. Pura empatía y... Sospeché que, además, estaba sacando fuera de mí toda la ansiedad que llevaba acumulada en el último mes al no haber podido hablar con Paul y también por la cercanía de la selectividad.

                   —Vale, tranquila... Lo siento, perdóname... No quería hacerte daño—Bryan había cambiado radicalmente su tono.

Ahora rodeaba mis hombros con su brazos y me ronroneaba de una manera tierna. Entonces por un momento pensé en lo que sentiría Paul si pudiera ver aquella escena y me separé de Bryan de un brinco.

                   —¿¡Y ahora qué he hecho?! —preguntó él.

Enseñé las palmas de las manos en expresión de "alto".

                   —No has hecho nada malo... Excepto reprocharme cosas que una persona cuerda en tu lugar, agradecería —contesté cuando logré serenarme—. El año pasado te comportaste como un verdadero cretino y me hiciste daño. Eso no quita que siento que es mi deber, como debería sentirlo todo ser humano, ayudar a una persona cuando lo necesita. Y el hecho de que tu estés dopándote para estudiar me hace pensar que necesitas ayuda y mucha.

                   —Pero si has decidido que vas a ignorarme no puedes ayudarme, Becca —me contestó recuperando de nuevo su tono reprochativo—. Además, mucha gente toma pastillas para estudiar.

                   —Te encontré tirado en el baño, medio llorando, pálido como la cera y apunto de consumirte como un nonagenario con una enfermedad terminal. ¿No te parece razón suficiente como para que alguien se preocupe por ti?

                   —No, si tu objetivo es preocuparte una vez e ignorarme el resto del tiempo —me criticó él.

Estaba reprochándome algo, pero no supe exactamente el qué. Había algo que se me escapaba.

                   —Te repito que me hiciste daño, te portaste como un idiota, intentaste humillarme varias veces, me besaste porque te dio la real gana y casi arruinas la relación que yo tenía con el que ahora es mi novio. ¿Pretendes que dé palmas con las orejas mientras hacemos un trabajo juntos, Bryan? Lo que me ocurre es que no confío en ti y cada vez que estás cerca tengo que ponerme una maldita coraza para asegurarme de que no puedes hacerme daño —confesé, dándome por vencida, con la esperanza de que lograse comprender mi comportamiento.

Entonces se adueñó de mí la sensación de que no debería de estar dándole explicaciones a Bryan. "Puede seguir siendo un lobo con piel de cordero" fue uno de los pensamientos que se deslizaron por mi mente.

                   —Sé que me he portado mal... Y te pedí perdón en septiembre, no sé si lo recuerdas —dijo despacio.

Asentí.

                   —Bryan, con todos mis respetos... Creo que el incoherente, estás siendo tú en estos momentos. Intento entenderte y no lo consigo, perdóname —respondí después.

Entonces me clavó de nuevo esos ojos verdes en los que además, tuve la certeza de que había algo de ternura.

                   —Lo que me pasa, es que creo que te quiero desde el año pasado y me frustra saber que no quieres saber nada de mí... Pero me frustra aún más saber que te preocupas por mi problema de las pastillas y no es porque yo te importe en especial, es simplemente por ese maldito instinto médico que tienes.

Me alarmé. Mucho. Y recordé la conversación que había tenido con Mary apenas una hora y media antes.

                   —Lo siento —murmuré—. Si lo hubiese sabido... Quizá... Quizá me hubiese mantenido al margen.

 —No... Da igual. Te has preocupado por mí más que mi padre, mi madre y mis amigos juntos. En el fondo te lo agradezco. Y no te pido nada. Sé que quieres a tu novio y además, yo no soy una buena opción para ti. Como bien dices, puedo hacerte daño. Y eso es lo último que quiero.


Dicho esto, se levantó del banco y recogió los dos libros en absoluto silencio. Cuando ya estaba caminando de espaldas a mí, se giró.

                   —Creo que la idea de la esclerosis múltiple es buena. Si quieres puedo ir buscando información —se ofreció, como si las palabras que habíamos intercambiado antes se hubiesen evaporado sin dejar rastro.

                   —Está bien... —respondí en tono ausente.

Y se marchó.

                                               ***

Aparqué mi huevo coche en la puerta de casa. Sabía que me tocaba estudiar un buen rato, no había tiempo que perder de cara al examen de selectividad. La hora de la verdad se acercaba y mi estrés crecía a pasos agigantados.

Aunque, realmente, en aquellos instantes me encontraba traspuesta por la confesión de Bryan y ni siquiera estaba segura de cómo había logrado conducir hasta casa sin causar estragos, más allá de un par de toques de claxón, en la circulación del extrarradio de Philadelphia.

Cuando entré en casa, vi a mi madre tumbada en el sofá (cosa que venía sucediendo muy a menudo), pero esta vez se estaba sobando la barriga compulsivamente y tenía un gesto en la cara que no me gustó nada de nada.

Absolutamente nada.

                   —¡¿Y papá?! —fue lo primero que pregunté, nerviosísima.

                   —Está arriba, preparando la bolsa de los niños.

"Los niños", había dicho. Aquello me sentó como una patada en la garganta. Empecé a pensar en los partos gemelares, en las cesáreas sin anestesia y me puse a morir. Después escuché la voz de Mary en mi cabeza: "La que va a parir es tu madre, no tú". Respiré profundamente, a riesgo de empezar a hiperventilar y a aumentar el pH de mi sangre.

                   —¡Becca! —me llamó mi padre desde lo alto de la casa.

Subí corriendo y lo encontré en el cuarto que le habían preparado a los gemelos, con sus respectivas dos cunitas amarillas (aún no sabíamos si iban a ser chicos o chicas, o uno de cada porque mis padres habían pedido no saberlo de antemano) y un cambiador de pañales bastante amplio en que cabrían sin problemas los dos enanos a la vez, si es que llegaba a darse el caso de que tuviesen caca en el pañal al mismo tiempo.

                   —Sí, papá... Aquí estoy.

                   —Vale, llévate a tu madre al hospital con tu coche y luego iré yo con todo lo necesario, por si las moscas no es una falsa alarma.

                   —ESPERA... ¿V-O-Y A LLEVAR A M-A-M-Á YO S-O-L-A AL HOSPITAL? ¡¿Y si se pone de parto por el camino?! Oye... ¿Y qué hacemos con Bono? A lo mejor no volvemos hasta mañana...

                   —Rebecca, nadie da a luz dos bebés en quince minutos... El perro se quedará en el jardín, recuerda que le compré una caseta la semana pasada, le he puesto comida y agua de sobra para dos días.

Asentí como un marine y después recé para mis adentros para no tener que atender un parto sin ni siquiera haber empezado a estudiar medicina.

                   —Esperemos que mamá no entre en libro de los Rércords —supliqué en voz alta antes de salir disparada escaleras abajo.

El hospital, nuestro hospital, allí donde Indra estaría viendo a sus pacientes o atendiendo alguna urgencia aquellas horas, ese lugar del que mi madre había sido la princesita de los bisturíes y las vesículas biliares, no estaba lejos.

Conduje haciendo acopio de la poca serenidad que me quedaba, desechando la idea de estudiarme ni una sola página aquella tarde mientras sorteaba las rotondas y adelantaba como una kamikaze por el carril izquierdo de la autopista.

Si normalmente se solía tardar quince minutos en llegar, yo debí tardar unos seis. Y es que, mi madre gimoteando en el asiento de atrás, medio estirada y con una pierna apoyada en el respaldo del copiloto acrecentaron mi miedo a que mis hermanos recién nacidos pudiesen conocer este mundo de mano de las alfombrillas llenas de migas de pan de mi coche.

Aparqué de mala manera en el parking y caminé con mi madre apoyada sobre mis hombros hasta la puerta principal. Las urgencias obstétricas estaban en un lugar distinto de las generales, así que me dirigí a las primeras escaleras mecánicas que encontré para subir a la primera planta.

Registré a mi madre en admisión y pasamos a la sala de espera. Afortunadamente allí había dos ginecólogas muy amigas suyas que hicieron por relajarla y darle confianza mientras la ponían los monitores para ver el registro cardiotocográfico: esa especie de tira de papel que dice si tienes contracciones y si los fetos tienen la frecuencia cardíaca esperable según las circunstancias.

                   —Tienes dinámica, Sandy y el cuello lo tienes modificado, vamos a subirte a paritorio ¿te parece? ¡Becca, ven con nosotras! —me dijo una de ellas, tenía el pelo cortísimo y rubio platino a juego con una gran sonrisa y un rostro relajado.

                   —¡Voy a parir! —exclamó mi madre con los ojos fuera de las órbitas, como si no fuera obvio.

Estuve a punto de aplaudir, pero eso hubiese sido pasarse con el humor negro. Sonó mi teléfono. Mi padre ya estaba en el hospital y me preguntaba dónde podía reunirse con nosotras.

                   —Vamos al paritorio, papá... Creo que es la última planta del bloque C.


                                               ***

Paul llamó al timbre por quinta vez. No esperaba respuesta, pero quería asegurarse de que allí no había nadie. No había coches aparcados: ni el audi de la doctora Breaker ni el minúsculo Nissan de Becca.

Se apoyó en una de las columnas blancas del porche. Sabía que visitar a su novia sin avisar tenía sus riesgos, como que no hubiese nadie en casa al llegar, por ejemplo. Sólo le quedaba esperar a que llegase alguien. También tenía la opción de llamar a Becca por teléfono, pero entonces estropearía la sorpresa y eso era lo último. Sólo llamaría en caso de que pasaran dos o tres horas y todavía no hubiese aparecido nadie por allí.

Entonces escuchó los frenos de un todoterreno negro que se detuvo frente a la casa. Paul frunció el ceño, no recordaba que el padre de Becca se hubiese cambiado de coche.

Del asiento del conductor se bajó lo que a simple vista parecía un hombre de cabello claro y más o menos igual de alto que él.

Caminó hacia el jardín y no tardó en ver a Paul. Ambos establecieron contacto visual y se reconocieron al instante.

                   —Buenas tardes —saludó Paul secamente.

Bryan se quedó momentáneamente bloqueado. Había ido para hablar con Becca, disculparse y aclarar las cosas. Estaba arrepentido de haberla puesto en un compromiso con la confesión que había hecho aquella tarde y pensaba decirle que no se lo tuviera en cuenta, que era el estrés por la selectividad, que lo afectaba a todos demasiado y les confundía.

Pero allí sólo estaba su novio (un novio que en teoría vivía muy muy lejos, por lo que le había escuchado decir a Mary Watson en alguna conversación).

                   —Hola —musitó Bryan Devil, temiendo meter a Becca en un lío—. He venido a devolverle a Becca un libro que me prestó hace un par de días para un trabajo que nos han mandado en el colegio... ¿No está en casa?

Pensó que aquella era la excusa perfecta, hasta que vio la mirada agresiva y malhumorada de aquel chico que sería unos cinco o seis años mayor que él. No le gustó aquel gesto amenazante.

                   —No parece que haya nadie aquí —respondió Paul—. Puedes irte... Si quieres déjame el libro, yo se lo devolveré.

Bryan se dio media vuelta y caminó hacia el maletero. Cogió uno de los dos libros que habían estado revisando Becca y él en la biblioteca y se lo dejó en el alféizar de una de las ventanas que había en el porche, al lado de la puerta principal. Ese libro era del propio Bryan, así que esperó que su compañera se diese cuenta y se lo devolviera (sin comentarle nada a su novio).

                   —Hasta luego —se despidió Devil rápidamente.

Caminó de nuevo hacia el todoterreno y escaló hasta la puerta del conductor.

Paul sacó el teléfono móvil para llamar a Becca. Ya no le interesaba tanto darle una sorpresa, quería saber dónde estaba y qué hacía.


––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––

Holaaa ya he vuelto!! perdón por el retraso, pero creedme si os digo que llevo varios días con este capítulo, ha sido largo de escribir y difícil de expresar, ojalá os haya gustado.

ya solo quedan tres capítulos!!!!! jajaja y pasarán muchas cosas en ellos!! recordad que ya podéis reservar el libro en versión Kindle en Amazon (en todos los portales)


Os quiero mucho! gracias por vuestros votos, comentarios, mensajes, sabéis que los leo todos con mucha ilusión, aunque no los conteste porque no tengo tiempo físico!! ay mi vida es un no parar!! y más desde que tengo perro, gracias a dios ya no se hace pis y caca en casa pero sigue degollando los paquetes de kleenex :)


un beso enormeee!!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top