Capítulo 14: el capullo del siglo XVI.

Su padre y él estaban sentados en el exhuberante sofá de cuero de la salita de cine improvisada que tenían en el despacho. Bryan estiró el brazo y cogió la última patata frita que quedaba en el bol. La masticó con desgana y se la tragó con resignación.

El doctor Steve Devil, su padre, se encontraba absorto en la enorme televisión LED, recreándose en la grabación de su última gran cirugía.

Bryan, quien antes había admirado y adorado el estatus y autoridad de su padre en los quirófanos y fuera de ellos, ahora los aborrecía. No sabía muy bien cuál había sido el momento en el cual se había desvanecido su interés por la medicina, pero calculaba que ya desde mediados del verano pasado, algo había cambiado dentro de él. Algo llamado Rebecca, seguramente.

Por otro lado, Bryan había querido achacar su falta de interés a una crisis pasajera así que durante el mes de julio había tratado de forzarse a leer todos los artículos y libros que su padre le traía, en un intento por no decepcionarlo a él ni tampoco a sí mismo.

Y ahora, observando aquel vídeo de una reconstrucción facial –que seguramente a Rebecca Breaker le hubiese fascinado– dio por sentado que jamás podría ser médico ni cirujano, ni nada por el estilo. No quería.

Tal vez el motivo fuese la humillación que había sentido cuando Becca lo rechazó… O quizá simplemente quería llevarle la contraria a su padre.

O habían sido las malditas pastillas que se había tomado para poder estudiar durante más tiempo y mantener la concentración… Entonces volvía a recordar a Becca en el lavabo tratando de ayudarlo. Resopló.

De cualquier manera, había llegado a la conclusión de que no valía la pena sufrir tanto por una profesión que lo atraía tan poco.

Había tratado de explicárselo a su padre unos meses atrás, pero el doctor Devil estaba tan ensimismado en que su hijo siguiera sus pasos, que no le dio importancia y le dijo que ya se le pasaría. Entre tanto, le compró otra caja de pastillas y le animó a seguir estudiando.

Para Bryan hubiese sido fantástico tener una madre a la que acudir, pero lo más parecido a una figura materna que tenía a su alcance era Margaret Devil, la quinta esposa de su padre quien habitualmente se encontraba demasiado ocupada manteniendo su vida social en el grupo de marujas de padel y martinis como para interesarse en las dudas existenciales de un hijastro al que tuvo que aceptar como parte del contrato.

El vídeo terminó.

                   –Ha sido alucinante –murmuró su padre aún en éxtasis.

Bryan lo secundó con un “sí” raspado y se levantó del sofá.

                   –Voy a estudiar un rato –le dijo a su padre.

Por un lado, si bien Bryan estaba bastante enfadado con la sensación de que no iba a poder decidir a qué dedicarse en un futuro, también agradecía el hecho de tener un padre que al menos se preocupase por él en ese sentido. Porque, a pesar de que el doctor Devil hubiese sido abandonado por la madre de Bryan y se hubiese casado cinco veces posteriormente, jamás había descuidado la relación con su hijo y su educación.

Bryan era consciente de que podía ser peor.

Entró en su habitación y se tumbó en su cama. Y, como siempre que cerraba los ojos, aparecía en su mente la melena acaramelada de Rebecca Breaker para atormentarlo aún más.

Cómo la envidiaba. Ella había tenido claro su objetivo desde el primer momento. Y parecía seguir dispuesta a luchar por ello. En cierto modo la admiraba, pero no solía reconocérselo a sí mismo. Además, odiaba la tendencia que tenía su perversa imaginación a imaginarla tumbada junto a él cada noche para abrazarla hasta la mañana siguiente.

Era terrible. No quería pensar en ello y menos aún durante las vacaciones de Navidad, porque al no poder verla todos los días, la idealizaba todavía más.

Miró la caja de pastillas que había sobre su mesa. No tenía ganas de estudiar, pero sabía que si se tomaba una de aquellas pildoritas, reuniría las fuerzas suficientes como para leerse un par de temas de física.

Después escuchó la voz de Becca Breaker en su cabeza: “Deja de autocompadecerte de una maldita vez. Cuando tu gran ego no se sale con la suya entonces te refugias en el absurdo pensamiento de que el mundo está contra ti.”

De alguna manera, Bryan tenía la sensación de que ella era la única persona que se había molestado en hablarle con franqueza en mucho tiempo. Por eso Becca no dejaba de aparecer por su imaginación de mil maneras distintas.

                     –Joder –murmuró.

                                               ***

                     –¡Otra vez! ¡Venga, Becca! Uno más… En la siguiente ya sale, tranquila… Respira… –me gritaba la matrona mientras maniobraba para sacar al bebé que había entre mis piernas.

Cómo dolía. Parecía una mala regla elevada a la enésima potencia. Jamás imaginé que parir sería algo similar.

Paul sujetaba mi mano. Yo se la apretaba tanto que sentí que por lo menos había fracturado dos de sus falanges y algún metacarpiano. Cuando la niña hubiese nacido, le habría roto todos los huesos de la mano, seguramente.

Chillé otra vez. Se me puso la tripa dura y empujé. Pero entonces Paul me apretó tanto la mano que me hizo abrir los ojos y despertar.

En la chimenea de la cabaña solo quedaban brasas rojizas cubiertas de ceniza que desprendían un agradable calor residual.

Tardé un par de minutos en orientarme. Paul me abrazaba.

                     –Estás sudando y no parabas de gritar. Parecía que te estaban matando –bromeó él.

Me acarició la mejilla y yo suspiré aliviada.

                     –Es peor que eso –respondí–. Estaba pariendo.

Como siempre, mi novio echó a reír en el momento menos adecuado. Después empezó a darme besos en el cuello y al final me sujetó bien entre sus brazos.

Me dejé reconfortar.

                     –Becca, ya verás como tu hermano va a nacer bien, no te obsesiones –susurró en mi oído.

                     –La que estaba pariendo en el sueño, era yo Paul –le recordé–. No mi madre.

                     –Entonces ya verás como el siguiente examen de matemáticas te sale bien.

Eché a reír. En realidad hacer un examen de matemáticas bien podría asemejarse a una especie de parto intelectual. “Con vómito incluido” pensé al recordar mi azaña del año anterior, cuando estuve a punto de desintegrarme en mitad de una ecuación.

Escuché un suspiro al fondo de la cabaña. Elevé la mirada por encima de las mantas y sonreí al ver las cuatro grandes patas estiradas de una magnífica Golden Retriever llamada Telma.

El amigo de Paul la había traído casi a última hora de la noche, cuando, afortunadamente, ya nos habíamos vestido y habíamos doblado cuidadosamente las mantas.

Telma era la madre del cachorro que me había regalado Paul, quien por los mensajes que me enviaba mi madre, ya se había hecho pis en la alfombra por lo menos una docena de veces.

                    

Sentí a mi novio abrazarme con más fuerza. Nos encontrábamos bajo las mantas, sin ropa y completamente pegados el uno al otro. Calculé que debían de ser las cuatro de la madrugada. Respiré profundamente y me dejé envolver por el calor corporal de Paul.

Enrojecí súbitamente al sentir su respiración sobre mi cuello. La experiencia de hacer el amor con él había superado todas mis expectativas. Había sido muy considerado, cariñoso y romántico. No me hizo daño en ningún momento. De pronto, noté que su mano se posaba en mi vientre y me acariciaba. Di un respingo y después dejé caer mi cabeza sobre su pecho. Grabé cada detalle de aquel instante en mi memoria: la suavidad de su piel, el olor de las brasas en la chimenea, el latido de su corazón, la aspereza de las mantas, sus dedos rozando inapropiadamente mi cintura, su rostro bañado por la tenue luz de luna que se colaba por la minúscula ventana y mi sensación de tranquilidad y felicidad plenas.

Entonces todo dejó de preocuparme: la medicina, mi madre, el perro, la madre de Paul, Bryan y sus pastillas, el examen de matemáticas, el futuro, el pasado, el hospital…

Respiré profundamente y cerré los ojos, dejándome arrastrar de nuevo por el sueño.

                                               ***

Mary deslizó sus dedos por encima de la biografía de la primera esposa de Enrique VIII, Catalina de Aragón. Se sintió compadecida por la desdichada existencia de aquella pobre mujer y algo indignada con el que fue rey de Inglaterra, que no sólo rompió la Iglesia Católica y creo su propia variante –la anglicana– para poder separarse de Catalina y casarse con su amante, si no que también fue capaz de asesinar a esta última (Ana Bolena) por no ser capaz de darle un hijo varón –entre otras cosas–. Mary leyó con incredulidad que una de las teorías que postulaban los historiadores consistía en que Ana Bolena hubiese dado a luz un hijo con malformaciones congénitas que en la época de Enrique VIII se consideraban castigos divinos, por lo que dicho rey se sintió de pronto culpable por haber “faltado al respeto a Dios” al causar una división entre sus fieles. Entonces decidió ejecutar a Ana Bolena para “compensar” todo el desastre causado.

                     –Pareces extasiada –comentó Marcus Frankl a su derecha luciendo una gran sonrisa al comprobar el interés de su alumna por los libros de historia.

                     –Enrique VIII está nominado a ser el capullo del siglo XVI, seguido por Ana Bolena muy de cerca –comentó ella muy risueña.

Marcus echó a reír.

                     –No seas dura con el pobre hombre, piensa que estaba locamente enamorado de su amante y los hombres enamorados hacemos tonterías –dijo él.

Mary Watson frunció el entrecejo ligeramente, debía poner los puntos sobre las íes.

                     –No, Enrique VIII fue un hombre egocéntrico, egoísta y sin escrúpulos. Un hombre enamorado no asesina a su esposa. A no ser que sea Christian Grey, claro. Pero eso ya lo hablaremos en otro momento –dijo sumamente indignada.

                     –No seas exagerada, Mary. Christian Grey tiene mucho éxito entre las mujeres y no creo que sea por su capacidad de matar por amor –la provocó Marcus.

A Mary Watson se le chamuscaron algunos circuitos cerebrales de golpe y tuvo que respirar varias veces para responder a aquello.

                     –La culpa no la tiene Grey, ni el marketing, ni la pedorra descerebrada de Anastasia Steel, la culpa es de esta sociedad en la que todo el mundo está insatisfecho con su vida y en lugar de solucionar sus propios problemas, se entretienen soñando con fantasías sexuales, lujuriosas y románticas que no existen.

Marcus se dio cuenta de que no debía tirar más de la cuerda. Sólo había intentado comprobar que Mary tenía, efectivamente, tanto carácter como él había imaginado.

                     –Vale, vale… Tú ganas. Yo tampoco soy fan de la trilogía, que lo sepas.

Ella se encogió de hombros.

                     –Tú puedes leer lo que quieras, a mí mientras no me obliguen a meter en mi cerebro basura mental me conformo.

Marcus esbozó una tenue sonrisa de la cual Mary no se percató. Ahora tenía otro libro entre manos, se trataba de un tratado de medicina hipocrática que pensó que podría gustarle a Becca. Memorizó el título del libro para después buscarlo por Internet y encargarlo en Amazon para su amiga.

Caminaron hacia otra sección. Mary extendió el brazo hacia la estantería y palpó el lomo de varios ejemplares. Entonces encontró un libro de recetas vegetarianas que le llamó poderosamente la atención.

El hermano de Mary, al contrario que mucho hombres, era un artista en la cocina y cuando era niña, Peter siempre la había incluido en todas sus aventuras culinarias: desde hacer la masa de una simples magdalenas, hasta intentar recrear una ensalada de arroz negro y legumbres.

También memorizó el título, con la intención de regalarle un ejemplar a Peter por su cumpleaños.

Marcus disfrutaba de ver a su alumna deslizar sus dedos sobre las páginas, absorta y concentrada en cada párrafo que absorbía. De alguna manera, se sentía identificado con ella. Hacía ocho años había perdido una pierna en un accidente de tráfico. Un hombre que conducía en sentido contrario arrolló el coche de su madre, que se estrelló contra uno de los quitamiedos, con tan mala suerte que éste último se enquistó en la rodilla de Marcus. No hubo salvación posible de medio fémur para abajo.

Su madre tuvo que pedir una segunda hipoteca sobre su casa para poder pagar una prótesis medio decente que le permitiese a él hacer una vida razonablemente normal. Lo cual incluía asistir a las clases en la universidad, trabajar los fines de semana dando clases de matemáticas en una academia y conducir. Con el dinero que él ganaba pudo pagar sus estudios –ya que gracias a su esfuerzo e inteligencia había recibido una beca del Estado que le ayudó también a su financiación–. Hoy en día gran parte de su sueldo se iba en ir devolviendo poco a poco todo el dinero que su madre aún debía al banco.

Y ya sin contar el tema económico, a Marcus también le acompañaban innumerables horas de rehabilitación para adaptar el muñón a la prótesis, para comenzar a andar de nuevo… Fue una odisea. Pero había merecido la pena.

En la siguiente sección que visitaron, Mary pareció sorprenderse. Agarró un tomo pesado, lo abrió al azar y deslizó las yemas de sus dedos por encima de las líneas.

                     –¿Qué es eso? –preguntó Marcus curioso.

                     –Budismo –respondió ella–. En concreto, este párrafo habla del Samsara.

                     –Ah… Del ciclo de reencarnaciones “sin sentido”.

Mary esbozó una media sonrisa.

                     –Bueno, en teoría cada vida para ellos es una oportunidad de alcanzar el Nirvana. Así que algo de sentido tiene.

Marcus encontró un tema de conversación que podría interesarle a su alumna.

                     –¿Sabes? Creo que todas las religiones tienen un pedacito de verdad, y si se juntaran, descubriríamos las verdades que se nos escapan.

Mary se giró hacia él y clavó su mirada invidente en sus pupilas. El azul cristalino, casi transparente, de los ojos de ella sumado a la intensidad de aquel gesto, hizo que a Marcus Frankl se le acelerase el corazón. Desde luego, con aquella frase parecía haber dado en el clavo.

                     –Sí, todas hablan de pecados o karma y de una supuesta vida después de la muerte a la que solo se accede “perfeccionando” el alma. Supongo que algo de verdad habrá en ello cuando todas coinciden en lo mismo –comentó ella.

Marcus se sorprendió al comprobar que ambos pensaban lo mismo al respecto de aquel tema. En realidad, lo que más le llamó la atención fue que una chica de apenas diecisiete años hubiese tenido tiempo suficiente como para reflexionar acerca de las ofertas de salvación de las distintas religiones y sus puntos comunes.

Entonces recordó que tenía trece años más que Mary Watson y sus ánimos se vinieron abajo.

                                               ***

Daisy McCaguen no volvió a presentarse en casa de los Wyne durante el resto de las vacaciones navideñas. Aquellos días fueron espectaculares. La familia de Paul me trató maravillosamente y su padre, que al principio se mostró algo reticente conmigo, acabó por incluirme en la familia como si fuera una hija más. Juntos, adornamos un gran abeto para el día de Navidad, Elizabeth y yo cocinamos juntas unas galletas de jengibre al estilo alemán y aproveché también para ayudar a Estela a ultimar las compras del bebé –creo que fue en ese momento cuando comenzó a despertarse mi instinto maternal, en concreto cuando tuve que elegir entre un chupete con dibujos de patitos y otro con dibujos de ositos dormilones–.

La última noche que pasé con Paul antes de coger el avión estuvimos jugando una interminable partida de ajedrez que terminó con un jaque mate contra mi rey y muy poca paciencia por mi parte.

                     –Algún día serás tan buena como yo –me chinchó él cuando nos metimos en la cama.

Como habíamos cogido la costumbre de hacer, me tumbé de lado y Paul me abrazó desde atrás.

                     –Cuando vuelva a casa me va a costar mucho dormir sin ti –confesé en un susurro.

Ninguno de los dos nos habíamos referido al viaje del día siguiente. Como si no decirlo en voz alta lo convirtiese en algo irreal, algo que no podría suceder.

                     –No vuelvas –me dijo al oído en un tono más que provocador–. Quédate aquí conmigo. Así dormiremos juntos siempre.

Me giré hacia él para poder mirarlo a los ojos. Entonces me besó. Al instante capté la intención de aquel contacto, más posesivo y ansioso de lo habitual. No pude evitar corresponderle con una intensidad aún mayor.

Aún no me había marchado y ya echaba de menos el roce de su barba y su manera de abrazarme contra él. Me enrosqué en su cuerpo y entonces tuve la sensación de que jamás habíamos estado separados antes.

Y de nuevo, fui feliz.

                                   ***

Nada más entrar en clase, el primer día después de las vacaciones, sentí un ambiente extraño. Mary estaba sentada en su sitio, pero Roy Jackson no se encontraba en el suyo. Abrí mucho los ojos al comprobar que él tenía ambas manos posadas en los hombros de mi amiga y que ella, curiosamente, sonreía.

Por supuesto, Kasie y Blazer observaban la escena con un envidioso escepticismo.

Entonces entró Marcus Frankl y dejó su maletín en la mesa del profesor. Cuando vi la decepción en su rostro al contemplar a Mary junto a Jackson auguré que los próximos meses serían muy interesantes.

Y, mientras tanto, Bono seguía haciéndose pis en las alfombras de mi madre.

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Y el siguiente!!! juro que hago lo que puedo x escribir más rápido!!!

espero que os haya gustado!! besitos besitossss 

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