Capítulo 3: Mis inicios en Ignature.

La enorme construcción en la que se erigía Ignature Flies me impresionó desde el primer momento en que la vi.

Se trataba de un edificio rectangular de grandes dimensiones recubierto por cuatro fachadas de ladrillo blanco.

Y, en el punto medio del lado largo de dicho rectángulo, se encontraba armónicamente situado, a juego son su arquitectura, el nombre del colegio dibujado en unas gruesas letras doradas cuyo trazo parecía imitar al de la más refinada de las caligrafías inglesas.

Suspiré.

-        Vas a hacerlo muy bien Rebecca – me aseguró mi madre desde el asiento del conductor.

Nos encontrábamos dentro de su pequeño Volkswagen Golf blanco, que estaba aparcado en una de las calles paralelas a la escuela. No obstante, su silueta se veía dibujada por encima del resto de los edificios.

Contaría con unos seis pisos.

En su momento, me pareció demasiado grande como para tratarse de un simple colegio para superdotados, que, que se sepa, no abundan lo suficiente como para llenar tantas aulas.

Posteriormente supe, que además incluía una residencia que proporcionaba alojamiento a estudiantes procedentes de otros lugares del país.

Quedaban quince minutos para que comenzara el primer día de clase.

Yo estaba nerviosa, pero ilusionada al mismo tiempo. Sin embargo, a mi orgullo le parecía todo un desafío enfrentarse a los duros exámenes que le proporcionaban la fama de exigente a aquel colegio.

 Y, además, la materia que iba a cursar tanto en biología, como en química y matemáticas, le supondría un reto a mi cerebro, lo cual yo agradecería bastante porque me encontraría más motivada a la hora de estudiar.

Sí, yo pensaba todo eso antes de comenzar mis andaduras en Ignature.

Acaricié la falda del uniforme. Su lana granate estampada con cuadrados amarillos me producía bastante rechazo.

Por no hablar del jersey amarillo canario o de los leotardos rojo pastel.

En fin, era un uniforme. Así que, como tal, no se le podía pedir más que cumplir su función: tapar el cuerpo y unificar la apariencia de todos los alumnos.

No le podíamos pedir, obviamente, lo mismo que a un traje de noche ajustado, corto y sexy.

Desde luego que no.

Suspiré de nuevo.

-        Tengo miedo – le confesé a mi madre.

Ella me observó con ternura. Sus iris verdosos ejercían su función de madre, intentando calmarme con su expresión tranquila.

-        Nunca he querido decírtelo porque considero que tu orgullo excede de lo habitual. Pero creo que hoy necesitas saber que eres de las personas más inteligentes que he conocido nunca, que tienes un gran potencial y que entrarás ahí dentro y les barrerás a todos con tus sobresalientes y tus matrículas de honor – dijo entonces ella.

Flipé. Sí, reconozco que no es un término adecuado para utilizar en la literatura. Pero no existe mejor manera de expresar el modo en el que aquellas palabras, y sobre todo, la fuente de la que procedían, me hicieron alucinar en colores.

Nunca, jamás, en la vida mi madre me había halagado de semejante manera.

Siempre fue dura, fría y exigente. Cariñosa hasta cierto punto.

Mi padre siempre me consintió más y me mimó.

Pero ella era un témpano. Desconozco el por qué. Lo que sí sé es que me quería mucho, aunque le costase demostrarlo.

La abracé y susurré un “gracias” cerca de su oído.

-        Anda, vete, vas a llegar tarde – ella como siempre, cortó el contacto físico en cuanto pudo.

Sonreí y me bajé del coche.

Caminé a lo largo de la calle y después giré a la derecha para introducirme en la avenida paralela a la anterior.

Divisé la entrada principal a unos veinte metros de distancia.

Me invadieron unas desagradables mariposas que tuvieron a mal asentarse en mi estómago de donde, por desgracia, no se movieron en casi todo el día.

Una multitud vestida de la misma manera que yo, con aquel mejorable uniforme colorido, se adentraba en el patio del colegio.

Por desgracia, todos ellos se distribuían en pequeños grupos de amigos de los cuales yo no formaba parte en absoluto.

Recapacité. Era lógico que siendo yo una alumna nueva, no tuviese por el momento a nadie con quien estar.

Me uní a todos aquellos alumnos. Imaginé que seríamos unos trescientos en total.

Me pareció una cifra desorbitada. Supuse que habría mucha más gente superinteligente de la que un principio creí que existiera.

En el centro del patio, había sido montada una especie de tarima de madera oscura que tendría una superficie de unos veinte o treinta metros cuadrados y que se elevaba unos cuatro metros por encima del nivel del suelo.

Podía accederse a ella por una pequeña escalinata metálica que había sido colocada en su costado derecho.

Todos los allí presentes nos aproximamos para situarnos entorno a ella.

Escuché que un grupo de chicas cuchicheaba detrás de mí y emitía pequeñas risas nerviosas.

Me pregunté si tendría algo en el pelo o en la ropa que les llamase la atención.

Empecé a estresarme.

A unos tres metros, a mi izquierda había un grupo de chicos, como de mi edad, unos de mayor y otros de menor estatura. Ninguno especialmente guapo ni atractivo.

Dos de ellos me llamaron la atención por la expresividad de su rostro y sus anchas espaldas – todo fuese dicho -.

Y uno de aquellos dos, parecía ser el líder del cotarro.

Y, tuve la pésima fortuna, de que el líder del cotarro no parase de lanzarme miradas con leves toques de obscenidad en sus pupilas.

Nuestros ojos se encontraron por un momento.

Me sonrió y retiré la mirada, abochornada.

Se escuchó el sonido de un carraspeo procedente unos altavoces que parecían estar ubicados alrededor de todo el patio.

Desvié mi atención hacia la tarima y me percaté de que en ella se encontraban unas quince personas.

Supuse que se trataría de los profesores y tutores de las distintas clases.

Era un hombre de cabello gris y barba blanca el que había carraspeado en el micrófono. Comenzó a pronunciar el siguiente discurso:

-        Feliz inicio de curso a todos. Tengo la esperanza de que este año les resulte de provecho para que puedan exprimir al máximo sus tan inusuales y destacables capacidades. Recuerden que valoramos la competitividad sana, la amistad y el trabajo en equipo.  Todos los profesores esperamos que este curso sea fructífero y les permita a cada uno de ustedes estar más cerca de su futura profesión, del sueño que persiguen. Un cordial saludo a todos. Ahora, le cedo el turno a la señorita McAdams que comenzará nombrando a los alumnos de su clase. Como siempre, de menor a mayor curso. Los alumnos de Bachillerato serán los últimos en ser llamados.

Un aplauso sobrevino a sus palabras y unos instantes después ya se encontraba una señora pequeña, enjuta y exquisitamente vestida, ataviada con un moño alto y portadora de unas gafas de pasta rojas, frente al micrófono.

Tuve que esperar al menos media hora hasta que escuché mi nombre salir de los labios de una profesora que sorprendentemente era bastante joven, si no la más joven de todo el claustro, de cabello rizado y oscuro con unos ojos oscuros grandes y penetrantes. Vestía unos vaqueros negros y ajustados combinados con una blusa blanca que parecía muy delicada, como si fuera de seda.

Me sobresalté al escuchar el apellido Breaker y noté cómo el grupo de chicas de mi espalda cuchicheó aún más fuerte, mientras que el líder del cotarro de la manada de al lado, me echó una de sus interesadas miradas.

Sin embargo, decidí hacer caso omiso de aquellas personas para dirigirme hacia la entrada del edificio.

El colegio era fascinante por dentro.

El primer pasillo en el que me introduje gozaba de un aspecto muy aséptico y frío. Su única decoración consistía en cuadros alineados de diversas celebridades científicas, entre las que pude distinguir a Albert Einstein, a Watson y a Crick y al investigador español descubridor de las neuronas, Ramón y Cajal.

Sus imágenes se encontraban fotografiadas en blanco y negro y parecían observarme a medida que avanzaba en mi recorrido, a lo largo del pasillo.

Tuve también la extraña sensación de que querían decirme algo, más bien parecían exigirme que tenía que esforzarme para llegar a ser como ellos, tenía que esforzarme por destacar y por serle útil a la humanidad.

“Estoy demasiado nerviosa, tanto que hasta parece que los cuadros me hablan”, pensé.

Sacudí la cabeza y seguí adelante, caminé hasta situarme detrás de otro grupo de chicas que parecían dirigirse hacia el mismo lugar que yo.

Dos pisos más arriba las paredes habían dejado de ser blancas para pasar a estar forradas en madera oscura. Una madera que le daba un toque bastante retrógrado al interior de aquel corredor.

Aquel pasillo recubierto era, sin duda, el pasillo de los alumnos de bachillerato, y por ende, mi pasillo.

Alguien me adelantó por mi flanco izquierdo propinándome un buen golpe en el hombro. Al girarme descubrí que había sido una chica con un cabello rubio platino natural, esbelta y delicada.

Me enfadé y quise reprocharle el empujón que me había dado. Caminé rápidamente para alcanzarla.

Cuando la vi más de cerca empalidecí.

No me había fijado en el bastón grisáceo que llevaba ni en su mirada anormalmente translúcida.

Sin darme cuenta la había agarrado del hombro para evitar que tropezara con otra chica, entonces se giró y dirigió hacia mí sus ojos invidentes.

-        ¿Qué quieres? – espetó con un tono glacial.

Retiré mi mano de su brazo y no dije nada.

Ella pasó de largo y avanzó, para introducirse, sorprendentemente, en mi clase.

La seguí de lejos.

Cuando llegué a la puerta de mi aula, inspiré profundamente con cierto temor para después asomar mi cabeza por el umbral.

Vi al mismo grupo de chicos que unos instantes antes habían conseguido sacarme de mis casillas en el patio. Y entre ellos se incluía el líder del cotarro.

También vi a tres chicas, de las cinco que habían estado cuchicheando tras de mí durante el discurso del director.

Tragué saliva y entré en el aula.

Vi un sitio libre, en la última fila, justo al lado de aquella chica tan misteriosa de ojos traslúcidos. Decidí sentarme allí.

No quería llamar la atención el primer día. Aún no me sentía segura con la gente, no les conocía y no sabía quién podía ser de confianza y quién no.

Noté que unas cuantas miradas indiscretas procedentes de mis nuevos compañeros se posaban sobre mí.

Maldije mi timidez en un susurro. Con un leve gesto coloqué unos cuantos mechones de mi cabello castaño tras mi oreja y miré después hacia el encerado.

Justo, el aquel preciso momento, entró la profesora en clase y se hizo el silencio.

Aquella mujer, vista más de cerca, parecía agradable e inteligente.

Me pregunté si a los profesores les exigirían el requisito de tener un desorbitado coeficiente intelectual, al igual que a los alumnos.

-        Buenos días – nos saludó ella con una gran sonrisa.

Sus dientes blancos contrastaban con el moreno de su piel y con el negro azabache de su cabello.

Sus ojos vivos y redondos nos examinaron uno a uno.

-        Parece que ya os conozco a todos. Pero, para aquellos que no tenéis el gusto de saber quién soy, me presentaré – sonrió una vez más y me miró fijamente. Me sentí terriblemente incómoda ante la posibilidad de ser el centro de atención justo aquel día -. Mi nombre es Estela Rosemeade y seré vuestra tutora este año.

Dejó de mirarme para observar al resto de mis compañeros. Después me miraba alternativamente, de cuando en cuando, un par de veces por minuto.

Estela caminó hasta la pequeña tarima en la que se encontraba la mesa del profesor y se sentó sobre ella. Después agarró un folleto en el que aparecía el listado de alumnos y dijo:

-        Voy a pasar lista, a ver si así me quedo con todos vuestros nombres.

Con el transcurrir de los minutos, mis músculos dejaron de estar tan tensos y mis manos dejaron de sudar.

Ya me había familiarizado con el nuevo entorno y me sentía más segura de mí misma, a pesar de que muchos aún me observasen con curiosidad, incluido el líder del cotarro.

Entonces la profesora mencionó mi nombre.

-        Rebecca Breaker – dijo en voz alta.

Levanté la mano con timidez y afirmé:

-        Presente.

-        Bien – continuó la profesora -. Rebecca, ¿acabas de entrar este año? No recuerdo haberte dado clase nunca.

Abrí mucho los ojos. Mis manos sudaron de nuevo, pero decidí armarme de coraje y contestar.

-        Sí, este va a ser mi primer año aquí.

Estela asintió en señal de que comprendía.

-        Es curioso – dijo entonces el líder del cotarro desviando nuestra atención desde Estela hacia él -. Eres la primera alumna nueva en Bachillerato desde hace cuatro años.

Enarqué ambas cejas. No sabía qué era lo que le parecía gracioso, pues el chico en cuestión lucía una sonrisa sarcástica que no me daba buena espina.

-        Sí, tienes valor – apuntó la chica de ojos traslúcidos que se sentaba a mi lado.

La situación comenzaba a parecerme incómoda.

Afortunadamente intervino la profesora a tiempo para evitarme un ataque de nervios.

-        Y, Becca, ¿te puedo llamar así, no?

Asentí con la cabeza.

-        ¿Cuál es tu asignatura favorita? – me preguntó ella, con una sonrisa. Se veía que trataba de integrarme en el grupo, después de las toscas palabras de bienvenida de mi compañero.

-        Es… La biología.

La profesora Rosemeade me miró con interés.

-        Muy buena elección. De hecho seré vuestra profesora de biología este año – entonces dispersó su mirada entre el resto de los alumnos, permitiéndome a mí respirar con alivio.

Se escuchó una queja general.

-        ¡Pero si Estela explica genial! Para variar, su tono de voz es motivador – terció la chica rubia de ojos pálidos.

Me giré y la observé con detenimiento.

Si era ciega, ¿cómo tomaba apuntes? ¿Cómo estudiaba? ¿Cómo podía rendirle en clase?

Entonces me fijé en su pupitre. Tenía una grabadora negra bastante grande que estaba encendida.

Después reflexioné. Tal vez, escuchaba, grababa las clases y en su casa, ¿tendría libros en Braille?

Claramente, poseía una sensibilidad excepcional ante el sonido y los tonos de voz de los profesores.

-        ¡Pero sus exámenes son imposibles! – se quejó uno de los chicos de la primera fila.

Estela dirigió su mirada oscura y expresiva hacia aquel chaval, haciéndolo callar de inmediato.

-        Bueno, calma – dijo ella -. Voy a repartiros el horario y las agendas de este curso, que no sé por qué razón son de color rosa cursi... – farfulló algo más y después terminó -: Después podréis marcharos a casa.

Mientras la profesora paseaba entre los pupitres, que se encontraban todos separados, colocados en hileras, de uno en uno, yo me dediqué a mirar a la curiosa chica de la grabadora.

-        Deja de mirarme. ¿Nunca has visto a un ciego? – espetó ella sin dirigir su cabeza hacia mí.

-        ¿Cómo…? No te he dicho nada – me defendí.

-        Es molesto que te examinen por ser diferente, ¿sabes? Además, cuando alguien me presta una excesiva atención lo noto. ¿Tú no notas esas cosas? – su tono áspero viró hacia otro algo más amigable.

-        Sí, ahora me prestan demasiada atención.

Ella se encogió de hombros.

-        Eres la novedad – respondió. Aún no había dirigido su mirada hacia mí. Parecía estar sumida en su propia oscuridad. O en su mundo mágico de sonidos y sensaciones.

Estela caminó por mi lado y depositó un folio con un recuadro en el que venía el horario plasmado y una pequeña agenda encuadernada con una espiral negra y gruesa.

Y sí, era muy rosa, demasiado.

-        Si necesitas algo, no dudes en preguntarme – susurró ella cerca de mí.

En realidad me tranquilizaba saber que podía contar con una de las profesoras, y me hacía sentir mejor, que la profesora fuese ella. Parecía exigente, pero amable y vivaracha.

Demasiado joven como para vérselas con chicos como el líder del cotarro y sin embargo, ni el propio director hubiese sido capaz de hacer callar al chico protestón de la primera fila.

Entonces, antes de darme cuenta, el líder del cotarro se encontraba a mi derecha, arrodillado frente a mi pupitre y observándome con descaro.

-        Me llamo Bryan Devil – me tendió la mano. Pero no respondí a aquel saludo con la mía.

-        ¿Devil? – pregunté con sorpresa.

-        ¿Tienes novio señorita Breaker?

Dos chicas que había unas tres filas más adelante me observaban con sendas caras de circunstancias. Intuí que no iba a ser un buen comienzo el que se me acercara aquel individuo cazador de faldas.

-        ¿Siempre empiezas las conversaciones de esa manera? – respondí con mala leche.

Él pareció sorprenderse. Su mirada verdosa y turbia emanaba cierto complejo de superioridad. El complejo que sufre una persona cuando tiene miedo de enfrentarse a sus propios defectos. Un miedo que suple haciéndose creer a sí mismo que carece de ellos.

-        ¿Y cómo es posible que una chica tan guapa y tan inteligente como tú no tenga a alguien a su lado? – contraatacó él.

Noté que mis mejillas ardieron como boniatos.

Y se me ocurrió la respuesta más friki y más extraña que jamás le he proporcionado a una pregunta.

-        Es que yo me reproduzco por gemación.

Escuché la carcajada de mi amiga de ojos claros a mi izquierda. La mirada turbia de Devil se había transformado en otra ponzoñosa y agresiva.

-        Me gusta la chica nueva – dijo ella.

Sostuvo con su mano derecha su bastón, que deduje, le era imprescindible para poder orientarse.

-        Cállate Watson – le espetó Bryan con desprecio.

Ella mantuvo su semblante gélido, inmutable ante las circunstancias. Aquella chica, que en aquel instante deduje que se apellidaba Watson, se incorporó de su asiento y se acercó a mí.

-        Venga, Becca, te enseñaré el colegio.

Entonces me levanté, dejando al demoníaco Devil arrodillado en el suelo, para seguir a Watson a través del pasillo forrado con madera.

Durante la siguiente media hora, Watson me explicó algunas cosas importantes de Ignature Flies.

Me advirtió sobre que algunas personas eran muy envidiosas y de que procurase mantener mis calificaciones en secreto, pues si resultaban demasiado altas o demasiado bajas, algunos podrían emitir comentarios malintencionados y hacerme pasarlo verdaderamente mal.

Me pregunté si aquello le habría ocurrido a ella alguna vez.

Después me dijo que las matemáticas iban a ser terroríficamente endiabladas y que, por prudencia, tendría que dedicarme a ellas casi desde el comienzo del año.

Y por último, me dijo que Bryan Devil era la clase de persona de la que había que mantenerse lo más alejada posible.

-        ¿Por qué me cuentas todo esto? – pregunté en un arrebato de curiosidad.

Ella, por primera vez, dirigió sus ojos hacia los míos. Y, aunque yo era consciente de que le resultaba imposible verme, me estremecí ante la posibilidad de que me estuviese analizando con aquellos iris turquesas pálidos.

-        Porque me caes bien. Tu voz no es tan chillona ni estridente como la del resto de chicas. Hablas con contundencia.

Me encogí de hombros, era la primera vez que me calificaban como contundente. Tal vez lo habría heredado de mi madre, la contundencia personificada.

Cinco minutos después, Watson se despidió de mí y se dirigió hacia los pisos superiores.

-        ¿Dónde vas? – pregunté antes de verla desaparecer.

-        Oh, yo vivo aquí Becca.

Entonces desapareció escaleras arriba. Me sorprendí al ver que no necesitaba el bastón para subirlas con los ojos cerrados.

Después me dirigí hacia el piso de abajo, descendiendo las escaleras y salí al patio. De ahí, caminé hasta la puerta principal y cogí un autobús que paraba cerca de mi casa.

                                                                        ***

Nada más adentrarme en el salón, vi a mi madre a través de una isla que separaba el comedor de la cocina, que se encontraba cocinando algo que parecían espinacas a toda prisa.

-        Rebecca, tienes que comer rápido. Hoy te vienes al hospital.

-        ¿¡Por qué?! – exclamé con desesperanza. La mañana en Ignature me había dejado rendida.

-        ¿Recuerdas el trato que hicimos? Una semana al mes – zanjó ella.

Engullí las espinacas haciendo de tripas corazón y subí a mi cuarto a cambiarme el uniforme por unos vaqueros más discretos.

Después acompañé a mi madre al hospital, y con alivio comprobé que aquel día le tocaba pasar consulta a algunos pacientes.

Así que antes de entrar en su cubículo, me tendió una bata para que me cubriera la ropa y después me indicó que me sentara al lado suyo.

Entonces llamó al primer paciente.

Aquella noche caí extenuada en mi cama. Y, ni todas las dudas y ni el miedo que me había suscitado mi primer día en Ignature, ni la excitación que sentí en la consulta de la clínica junto a mi madre, lograron mantenerme despierta.

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Espero que os esté gustando!!! (Aviso, tal vez este libro también sea bastante largo jaja)

He presentado esta novela a los premios Watty en español :D

un beso a todos!

votad si os ha gustado :D mil gracias por leer!


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