Capítulo 14: Sólo un año más.

– Es… Alucinante – musité extasiada.

Recorrí aquella habitación pasando mi dedo por la estantería repleta de cintas de vídeo, antiguas grabaciones en VHS.

También había DVDs, pero se encontraban en la pared de enfrente, cuidadosamente clasificados.

– Elige uno – dijo Bryan detrás de mí.

Se me erizaron los pelos de la nuca. El hecho de tener que escoger entre cientos de vídeos de operaciones cardíacas me hacía temblar. ¡Todos, absolutamente todos, me parecían interesantes!

Entonces recordé que la casa de Bryan estaba llena de alumnos de Ignature y que había una fiesta en el piso de abajo, de la cual podría notarse nuestra ausencia.

– Tal vez sea mejor bajar – dije apenada.

Apenas eran las cinco y media y ya retumbaban los altavoces por toda la casa. No, no había logrado convencer a  Watson para que me acompañara. Así que Mary no se encontraba allí.

Yo había optado por tirarme a la piscina y aceptar la invitación de Bryan. Además, no quería ver a Paul en unos cuantos días, ni semanas, ni meses.

En realidad anhelaba tenerlo cerca y gastarle bromas. Echaba de menos todas sus explicaciones del hospital y las de las clases de física.

Echaba de menos sus ojos oscuros, grandes y expresivos, mirándome con cierta expectación.

Pero una rubia furcia había decidido masajearle la espalda justo delante de mí, lo cual me había obligado a abrir los ojos y a asumir que todos los castillos que mi imaginación había construido estaban destinados a derrumbarse tarde o temprano.

Sin embargo, mis notas, y por tanto mis posibilidades de ser admitida en la facultad de medicina, dependían de él y de su asombrosa inteligencia.

Mi dilema era: continuar mis clases con Paul fingiendo ser fría y distante, o prescindir de sus “servicios” y buscarme otro profesor.

Pero tanto la nota de matemáticas como la de física me decían que lo correcto y lo sensato consistía en tragarse determinados sentimientos y continuar estudiando bajo la atenta mirada del semidoctor Wyne.

– No, tranquila, aquí estamos bien – respondió Bryan, sacándome así de mi ensimismamiento.

Entonces alargué el brazo y seleccioné un VHS en cuyo interior se encontraba un trasplante de válvula tricúspide. Entonces vi que dicha operación se encontraba dividida en tres cintas. Seguramente los cirujanos tardaron tanto tiempo en completar el trasplante que no se pudo grabar la intervención completa en un único VHS.

Devil lo introdujo en el aparato de vídeo y subió el volumen del gran televisor de plasma del despacho de su padre.

Noté que mi Blackberry vibraba en mi bolsillo. Colgué automáticamente sin detenerme a mirar quién llamaba.

Las primeras incisiones brotaron en la pantalla. Un poco de sangre iluminó el sendero que había tomado el bisturí.

– Creo que en esta operación tienen que desarticular las costillas del esternón – me dijo Devil cerca del oído.

Me aceleré. No sé si por el aliento de Bryan en mi cuello o por el hecho de ver cómo se descuajeringaban las articulaciones esternocostales.

La persiana estaba sutilmente bajada para que luz natural no se reflejara en el monitor. Devil estaba sentado a mi lado, en un blando sofá de cuero negro, lo suficientemente pequeño como para caber en aquella habitación.

El cirujano explicaba a la cámara cada paso que daba.

Yo me encontraba absorta.

Cuando sucedió lo imposible.

– ¡Becca! – escuché a mis espaldas.

Allí, en el despacho del doctor Devil, con su hijo Bryan, casi a oscuras. Allí alguien había abierto la puerta y había gritado mi nombre.

Me incorporé asustada e impresionada. Sintiéndome feliz y culpable al mismo tiempo.

– Paul – murmuré al verlo a contraluz apoyado en el marco de la puerta.

Rápidamente se acercó a mí y me dio una carpeta llena de papeles.

– Los ejercicios – escupió –. Que pases unas buenas vacaciones.

Nunca jamás lo había visto de esa manera.

Lo vi caminar deprisa y bajar las escaleras. Corrí tras él dejando a Bryan a solas con sus vídeos.

Lo perseguí a través de todas las personas que había allí bebiendo y riendo.

Él cada vez estaba más lejos, tuve que apretar el paso. Finalmente lo alcancé ya en el jardín delantero de la casa.

– ¡Paul! – grité con desesperación.

Él se detuvo, se giró y me observó con cierta expresión de decepción.

– Si no querías que viniera hoy, me lo podrías haber dicho. Era tan fácil avisar… – dijo él con desprecio.

– Lo siento, lo olvidé – mentí. En cierto modo, me gustaba que él sintiera un poquito de eso que sentí yo al verlo con aquella rubia.

– No, Becca. Tú nunca olvidas nada – afirmó él.

Suspiré.

– No. No lo hago – confesé.

Miré al suelo y me di la vuelta. No merecía la pena discutir. Él estaba enfadado  – y con razón –, y  yo estaba deshecha.

Comencé a caminar hacia la casa de Devil, confiando en encontrar en ella un rincón discreto en el que echarme a llorar.

Pero antes de entrar en el vestíbulo, comprobé que Paul me había seguido, porque me agarró el brazo para atraerme hacia su pecho.

Me abrazó allí, en la puerta.

Y comencé a llorar.

Se acercó a mi oído y susurró con seriedad:

– Ella no es importante. Sólo es una compañera algo ligera de cascos a la que le gusta tontear con todos.

Fruncí el entrecejo. Noté mi corazón latir con fuerza y velocidad. Había muchos matices en esa frase.

Muchos.

Muchas implicaciones. Como por ejemplo, el que se hubiese dado cuenta a la perfección de por qué se me habían escapado dos lágrimas delante suyo en la puerta de la biblioteca el día anterior.

Además, ¿por qué él consideraba que tenía que darme explicaciones?

Sin embargo, tenía miedo de conocer sus motivos. Y no estaba preparada para que me rechazara en aquel momento. Decidí cambiar de tema.

Sin mirarle, y aún apoyada en su pecho, pregunté:

– ¿Cómo me has encontrado?

– Tu madre ha llamado a tu amiga Mary Watson. Quien afortunadamente sólo ha querido hablar conmigo para confesarme la verdad. Tu madre aún piensa que estás tomándote un helado, Becca.

Sonreí levemente.

– Gracias – susurré.

– Eres una inconsciente. Al tal Devil le importan una mierda la cirugía, sólo quiere aprovecharse de tus gustos para ya sabes... Es un tío peligroso – me advirtió, también con un tono siniestro.

– Supongo que ambos nos preocupamos el uno por el otro. Tú y yo. – musité.

Noté su mano agarrando la mía.

– ¿Vamos a dar una vuelta? – me preguntó.

Lo miré a los ojos, incrédula.

– ¿A dónde?

– Creo que perdí la apuesta y tengo que enseñarte a conducir. Y hoy hace sol, creo que es un buen día para darte la primera clase.

Mis ojos se iluminaron. Fui yo la que empezó a tirar de él de camino al coche.

– Tengo que pedirle a mi padre su Chevrolet para practicar – le dije cuando nos montamos en su Ford descascarillado.

Él sonrió.

– No hace falta. Aprenderás en éste – dijo señalando el volante de su gran – y antigua – máquina.

Me fijé en sus vaqueros medio rotos. Y en su polo azul oscuro. Me fijé también en su barba, que la había dejado crecer algo más de lo habitual.

Desde el asiento del copiloto pude notar su olor a recién duchado.

Antes de arrancar me dijo:

– Aléjate de Bryan.

– Puedo defenderme bien – respondí yo –. No puedo estar toda mi vida en una burbuja. Además, él sabe perfectamente que paso de su culo.

Paul esbozó una gran sonrisa, pero añadió:

– Bryan sabe cómo llamar tu atención. Y no quiero que nadie te haga daño.

No supe cómo tomarme aquello.

No supe si se preocupaba por mí como lo hubiera hecho un hermano mayor o como un novio celoso.

Por otro lado, me aliviaba saber que aquella chica que le había intentado hacer un masaje no era nada importante para él. Pero, ¿por qué había sentido la necesidad de contármelo?

Paul aparcó en un descampado que estaba surcado por unos cuantos caminos de tierra.

– Bájate y ponte al volante – me dijo mientras él se desabrochaba el cinturón.

Obedecí y en cinco minutos ya estaba arrancando el motor.

– Esto es muy fácil, Becca. Ya has arrancado. Ahora sólo tienes que quitar el freno de mano mientras frenas.

<El pedal del freno está en la izquierda y el acelerador en la derecha. Ambos los pisas con el pie derecho.  El izquierdo lo dejas quietecito en ese lado – me tocaba las piernas para orientarme –.

 

>

Estaba muy concentrada.

Me enseñó que para poner la palanca de cambios en modo de “Avance” había que pisar el freno mientras tanto.

Una vez hecho esto, ya podía pisar el acelerador y mover el coche. Guíe su Ford grisáceo por uno de los caminos de tierra.

La sensación fue indescriptible.

Al frenar con el pedal, elevé la palanca del freno de mano y paré el motor.

– ¿Ya te has cansado? – me dijo con sarcasmo.

– No, es que tengo que asimilarlo. Aún no lo controlo bien – dije.

Paul me observó en silencio. Sin responder. Me encontré navegando en sus ojos de un momento a otro. Fue intenso. Pero al darme cuenta de que se me veía el plumero más de la cuenta, corté aquellas miradas tan llenas de intenciones y arranqué el coche de nuevo.

Me sobresalté al sentir que Paul me acariciaba un mechón de cabello.

– Lo estás haciendo muy bien – dijo con suavidad.

Quise gritarle que no jugara conmigo. Que cualquier señal suya sería malinterpretada por mi parte, sería transformada en planes de boda, hijos y perro.

¡Oh, Dios mío! ¿De verdad estaba pensando en eso?

– Es fácil – dije secamente.

– Oh, olvidé que estoy tratando con su excelentísima Miss Breaker – bromeó él.

Me sacó una estúpida sonrisa.

                                                            ***

Cuando Paul aparcó su Ford en la entrada de mi jardín, apagó el motor.

– ¿Cuándo te vas a Kings? – me preguntó.

– Dentro de tres días – respondí.

Me sentía agitada, convulsionada e inestable. Desde que me había confesado lo de aquella chica, y la manera en que lo había hecho, yo había comenzado a ponerme nerviosa cada vez que me hablaba y me miraba.

Nerviosa en el sentido de que, si él se hubiese propuesto hacer cualquier cosa conmigo, yo habría sido incapaz de negarme.

Curiosamente, me sentía como si fuese suya. De una manera muy extraña.

Como si fuera mi novio, pero sin serlo. Como si tuviera que darle cuentas de todo lo que hago pero sin un motivo concreto por el cuál hacerlo.

– Vendré antes de que te vayas a darte otra clase. Aunque si quieres podemos hacer otra cosa.

– ¿El qué? – pregunté intrigada.

Paul se encogió de hombros.

– Lo que te apetezca. Te voy a echar de menos – dijo entonces.

Me sentí desfallecer. Traté de hacerme a la idea de que Paul sólo pretendía ser agradable.

Traté de no engañarme a mí misma albergando falsas ilusiones.

Entonces se acercó y me dio un beso muy cerca de los labios. Demasiado cerca. Después se distanció sólo unos pocos centímetros. Aún había mucha cercanía.

Vi cómo dirigía su mirada hacia mis labios. Temblé.

Me miró a los ojos.

Y luego se separó del todo y se puso de nuevo al volante. Giré mi cabeza hacia el otro lado, algo decepcionada.

Abrí la puerta del coche y me bajé.

– Hasta luego – le dije.

Él me sonrió con dulzura.

– El próximo día no te olvides de mí – se despidió él.

                                                            ***

Ni que decir que fui directa al baño a vomitar.

Las mariposas de mi estómago se habían transformado en unas nauseas bestiales, muy difíciles de controlar.

Las indirectas de Paul me ponían aún más histérica que el más difícil de todos los exámenes.

– ¿Estás bien? – escuché a mi madre tras la puerta. Sonaba preocupada.

– Creo que el helado me ha sentado mal – mentí.

Entonces ella entró y se arrodilló a mi lado, ayudándome a sujetar mi pelo.

– ¿Qué ha pasado con Paul? – preguntó ella de repente.

Una nueva arcada me sacudió el cuerpo. ¿Llevaba un radar anti-chicos implantado en su cerebro de madre?

– Nada – musité rápidamente.

Ella enarcó una de sus cejas al más puro estilo Breaker.

Respiré profundamente para evitar vomitar de nuevo. Poco a poco se iba calmando mi estómago.

– Cariño, si quieres que deje de venir, puedes decírmelo. Lo entenderé. A mí personalmente me cae muy bien, pero te estoy viendo sufrir últimamente.

Resoplé abatida. Ya no había manera de disimular.

– ¿Tanto se nota? – pregunté con resignación.

– Creo que todos se han dado cuenta, excepto él… Que, siendo sincera hija mía, parece que le tienes abducido. Aunque también sé que es muy mayor y tal vez no sea buena idea continuar con las clases – sentenció ella.

Vomité de nuevo. Después supliqué abrazándome a sus pies.

– ¡No le pidas que se vaya! ¡Si no suspenderé todo! Haré lo que sea, me alejaré de él, lo que sea… Pero no quiero que se vaya.

Ella rió. ¿Qué le parecía tan gracioso?

– No voy a hacer eso. Claro que no. Él seguirá viniendo. Lo que quiero es que ahora que te vas a marchar a Kings, aproveches la distancia para desengancharte de Paul.

La miré confusa.

– ¿Desengancharme?

Ella asintió.

– Es un buen chico. Pero piensa Becca, que cuando él termine la carrera, volverá a trabajar a su ciudad, cerca de su familia. Y eso está a más de mil kilómetros de aquí.

Las náuseas regresaron de nuevo.

Paul no me había contado que venía desde tan lejos. Aunque, tampoco se lo había preguntado.

Calculé que aún le faltaban tres años para terminar la carrera.

– Paul está en tercero, ¿verdad?

Me quedé a cuadros cuando mi madre negó con la cabeza.

– ¿No le has preguntado su edad? – me dijo ella.

Me detuve a pensar. Y me percaté que desde el primer momento yo había dado por hecho que Paul tenía veinte años y que debía de encontrarse a mitad de sus estudios.

– Becca, Paul acaba de cumplir veinticuatro años. Y el año que viene, termina la carrera. Y entonces, se irá.

Esa noche lloré amargamente.

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Bueno, aquí tenemos el siguiente! espero que estéis intrigad@s!!

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