Capítulo 17

Cada cabeza es un mundo y el mundo está lleno de luchas.

Jimin no era la excepción en ese momento. Las mechas encendidas sobre sus velas temblaban, mientras intentaba distraer sus pensamientos al leer uno de los tantos libros que encontró abiertos en la biblioteca del palacio, donde los instrumentos habían decidido estar, para no perturbar más a su amo... o ellos, seguir siendo perturbados.

—Se ha sosegado —Yoongi entró en el lugar, recibiendo las miradas de sus amigos, incluso la del candelabro que no quería saber más del tema.

—Pensé que iba a rugir toda la noche, no es para menos —Hoseok, compadecido, dejó notar su angustia en su regordete rostro.

—¿Por qué tiene que sufrir? —Jimin terminó preguntando, no pudo reprimir más ese reclamo en su pecho—... Ya ha pasado por mucho, ya ha padecido mil penas, ¿Por qué tiene que soportar también esto?... Tal vez... tal vez todo estaría mejor si nunca lo hubiera conocido —dijo, pensando en el dolor que estaba sintiendo su gobernante, empatizando completamente con él—... Todo es mi culpa.

—Jimin, no. No digas eso.

—Es verdad, Hobi. Yo dejé entrar a su hermano y luego sugerí que se relacionara con él... Sé que nunca he estado de acuerdo con el amo y que jamás aprobé su comportamiento agridulce y egoísta, pero eso no quiere decir que no me duela su dolor... y ahora, yo se lo provoqué.

—No es así. De verdad que no, Jiminnie —Yoongi intervino, queriendo tomar entre sus manos de madera las mejillas que el mencionado no tenía—. Tú... solo querías ayudarlo, querías que su pena fuera más llevadera.

—Pero no funcionó, solo lo hice más miserable... y él cooperó por nosotros, para salvarnos. Nunca pensé que este sería el desenlace, debí haberlo pensado mejor. Me siento tan impo...

Pero su oración fue irrumpida por Bomi, la reposapiés consentida del reino, que corrió, desesperada, hasta el ventanal de la gran habitación, tratando de anunciarles que algo sucedía afuera.

—¿Ha vuelto? —preguntó Hoseok.

La ilusión llegó, nuevamente, como un chispazo de electricidad.

Pero, aunque el corazón se les aceleró a niveles cardiacos, no fue precisamente por encontrarse con Taehyung en los jardines, sino por ver un centenar de personas enfurecidas, corriendo por los pasillos en dirección a la puerta principal del castillo, sin ninguna otra intención en sus mentes más que la de atacar.

—¡Intrusos! —exclamó Jimin, sintiendo el miedo emerger.

—¡¿Qué haremos?!

—¡Avisemos al amo! —Yoongi sugirió, sin poder creer lo que veía. Habían pasado muchos años desde que no miraba una multitud de gente, pero ésta, estando así de enojada, no era con lo que deseaba lidiar después de todo—... O hablemos con ellos.

—Pero esas antorchas... ¡Ellos vienen a pelear! —Hoseok tembló al hacer conjeturas, sin embargo, ser realistas era la única opción que tenían.

—¡Pues si quieren pelea, eso es lo que tendrán!

—¡Esperen! —Jimin volvió a hablar, totalmente confundido—, ¡Tienen el espejo del amo! —informó, al notar a uno de los tantos hombres con el objeto, caminando, fuertemente, sin atisbo de detención—. ¡¿Por qué tendrían el espejo del amo?!, ¿Y si algo le pasó al joven Kim? —Yoongi y Hoseok lo miraron; sus rostros brillaron ansiosos ante su pequeña y tenue flama nerviosa.

—Tenemos que averiguarlo.

Después de un breve llamado alarmante, todos los muebles que habitaban en el castillo se reunieron en el salón principal, armándose de valor para enfrentar lo que llegaría. No obstante, aunque creían que eran invencibles, simplemente por recibir la pelea en su propia casa, el miedo predominó cuando unos pesados golpes fueron dados en la gran puerta, destruyendo la madera en pequeños trozos y lanzando astillas por doquier.

Las personas invasoras parecían haber enloquecido, pues actuaban violentamente al exterior, empujando con inmensos troncos y haciendo equipo para derrumbar la entrada.

Al ver eso, Hoseok saltó lo más rápido que pudo hasta poder llegar e ingresar en el ala oeste, con la esperanza de que su gobernante les ayudara a luchar y a ahuyentar a ese montón de personas sedientas de pelea.

—Disculpe, amo.

Jungkook estaba ahí, en su habitación, completamente abatido y sin intenciones de alejarse de su preciada rosa mágica, a la que observaba sin parar y que le recordaba, con intensidad, a su añorado Taehyung y su inmensa hermosura brillante.

—Déjame en paz —pidió, en un hilo de voz que se quebró sin siquiera terminar de salir.

—Pero amo, están atacando el castillo —le informó; sin embargo, sintió su corazón quebrar cuando vio a la bestia sacarse las lágrimas con sus grandes garras, entendiendo la situación más allá de la propia empatía—. ¿Qué podemos hacer? — se limitó a preguntar.

Desgraciadamente, no podía hacer nada para aminorar el dolor del ajeno.

—No importa ya —el príncipe contestó, desalentado, acariciando el cristal que cubría su rosa adorada, a punto de volver a romper en llanto—, déjalos que entren.

¿Cómo iba a hacer eso?

¿Cómo iba a permitirlo?

Ese era su hogar.

Jamás se habían metido con nadie que no fueran los hermanos Kim, y aun así, no les habían hecho daño.

¿Por qué esas personas estaban tan molestas?, ¿Por qué querían destrozarlo todo?

No, no se iba a quedar de brazos cruzados, no cuando su gente peligraba de tal manera.

Por ello fue que abandonó el ala oeste, dispuesto a acatar lo que Yoongi había propuesto en un principio: si las personas querían pelea, pelea iban a conseguir.

—¡Esto no está funcionando! —exclamó Jimin, quién era parte de los muebles que se habían acomodado contra la puerta para bloquear la entrada que estaba, en desdicha, a un par de golpes de ser derribada.

—¡Tengo una idea! —Hoseok dijo al arribar—, dejémoslos entrar.

—¿Qué dices?... ¿Y el amo?

—Él se encuentra indispuesto, pero seguiremos sus órdenes. Nosotros somos su ejército y este es nuestro hogar, es momento de hacernos cargo.

La mirada de Yoongi dio, de inmediato, con la angustiada de Jimin.

Era cierto, si querían defender su hogar, tenían que luchar.

—¿Cuál es tu idea?

Segundos más tarde, las puertas se abrieron de golpe y aquellos pueblerinos que se dedicaban a empujar la entrada, cayeron, desprevenidos, en la alfombra roja del recibidor.

La preciosa luz de la luna se fundió en el interior del sitio y una extraña tranquilidad envolvió al gran salón, provocando, al instante, que los invasores se confundieran al encontrarse con esa inquietante soledad y con un montón de muebles acumulados a los costados del lugar.

Entonces, con cautela y en completo silencio, se dignaron a acceder sin temer demasiado.

Un castillo habitado por una bestia come niños, ¿Por qué razón debería estar custodiado por soldados?

No era posible, ni necesario.

Todo iba a estar bien, solo debían encontrar a la amenaza, que momentos antes ni siquiera sabían que existía.

—¡Ahora! —pero jamás esperaron escuchar esa indicación por parte de un candelabro que se movió y saltó ensimismado, directo a uno de los rostros más desaliñados que había visto en su vida.

La impresión fue gigantesca. Esperaban de todo, menos que un ejército de muebles e instrumentos comenzaran la guerra más extraña de sus vidas.

La cara de un grupo de hombres fue golpeada por un par de percheros, que actuaban cual boxeadores, gracias a sus ganchos; las fregonas trapeaban otros semblantes, los armarios abrían sus cajones, las ollas cubrían cabezas, las sillas lanzaban patadas, el rodillo de pan luchaba como espadachín, las azucareras aventaban tomates y las tazas chorreaban té humeante, mismo que Hoseok se había encargado de hervir.

En menos de un segundo, todo se convirtió en un caos, cada uno de los muebles estaba dando pelea contra la turba humana, sin otro motivo más que defender su hogar.

Y no es que no temieran sus acciones, las herramientas que sostenían los invasores eran peligrosas. Para Yoongi, un simple golpe desafortunado de un hacha en sus engranes, haría que se partiera en dos sin siquiera poder oponerse.

Más no le importaba, toda su gente estaba luchando, él debía poner de su parte igual, aunque el bando contrario se viera dañado por su parte y eso le causara angustia también; ¡Vamos!, todos eran seres vivos, todos podían sentir dolor.

Sin embargo, el no herir a sus oponentes no fue una opción cuando divisó, a lo lejos, a un hombre de sonrisa malévola, arrinconando a Jimin en una esquina del salón, con una antorcha ardiendo a fuego elevado, derritiendo su cera blanquecina a más no poder.

Esa expresión asustada del bonito candelabro jamás la olvidaría, de verdad que no. Y fue la angustia la que lo hizo olvidarse de la ética y deslizarse por las escaleras hasta clavar la punta de unas tijeras en el trasero gordo del atacante, haciéndolo saltar del sorpresivo dolor y huir por el susto inesperado.

Park Jimin le sonrió, agradeciéndole genuinamente por salvar su vida. Pero, aun estando muy perdido en la expresión extrañamente soñadora de su compañero de aventuras, pudo actuar de manera oportuna cuando, tras el mencionado, un joven aldeano estuvo a punto de azotar un trinchete en la cabeza dura de Min Yoongi; así que, rápidamente, lo hizo a un lado y prendió fuego al acero que se calentó al instante, quemando las manos del agresor al contacto.

Entretanto el desorden embriagaba al gran salón, Bogum ingresó en el lugar, desconcertándose al encontrar tal altercado y confundiéndose por ver a todos sus vecinos pelear, muy concentrados, con objetos de uso cotidiano; no obstante, al no tener rastro de nada parecido a una bestia, decidió pasar desapercibido y avanzar a otros sitios, en busca de su peludo objetivo: porque claro que lo hallaría y lo destrozaría por completo, entraña por entraña, hasta poder colgar su gran cabeza en su grandioso muro de cazador, del que estaba enfermizamente orgulloso.

Entonces, muy sonriente, comenzó a abundar en los pasillos del palacio, ignorando, incluso, la extraña carrera que vio pasar a su costado: Bomi corría ensimismada, siendo perseguida por un grupo de hombres que la asustaban al avanzar. Estaba completamente exhausta, pero era muy lista y no se iba a detener hasta ver por concluido su plan.

Y aquel grupo de personas salió huyendo cuando el reposapiés ladró de alegría, pues los había guiado directamente a la cocina, donde todos los cuchillos y demás cubiertos salieron de sus cajones y se lanzaron al ataque, también animando a la estufa a quemar sus adorados guisados y lanzar de su fuego, con tal de expulsar a los malhechores de su preciada cocina.

De esa manera, más temprano que tarde, todo el mundo salió despavorido del palacio, provocando que los sirvientes del reino comenzaran a celebrar pegando vítores de felicidad y sintiendo a la adrenalina ser gratificante.

Esa noche esperaban hacer de todo, menos ganar una guerra, sobre todo sin ayuda de su amo. Por eso Jimin no podía dejar de saltar en su lugar, gritando cosas inentendibles para los ojos que no podían apartarse; Yoongi estaba igual o más emocionado, pero había sido vulnerado y flechado por el espíritu majestuoso del candelabro a su costado, tanto, que no se percató del momento en que lo tomó de una de sus puntas y estampó sus maderosos labios en los cerosos ajenos, esos casi esponjosos que regresaron el beso justo cuando el reloj iba a ejercer su retirada.

Siguieron festejando y lo harían incluso toda la noche porque habían logrado lo inimaginable y acababan de salvarse debidamente, no había forma de que las grandes sonrisas salieran de sus dispersos rostros; más nunca previeron que Park Bogum estaba a punto de entrar en la habitación de su amo, justo en el ala oeste del castillo.

Jungkook nunca había experimentado una tristeza tan grande como en ese instante, ni siquiera cuando fue convertido en el monstruo que ya era: en aquel momento, solo sentía odio y resentimiento para consigo mismo, pero las cosas eran muy diferentes ahora.

Conocer a Taehyung le hizo comprender que, aunque el mundo era habitado, en su mayoría, por personas malvadas y sin otra sed más que la de poder, también había personas genuinas y que irradiaban bondad por todos los poros de sus cuerpos: Taehyung, siendo el ejemplo perfecto y más preciado de ello: tan bueno, que lo ayudó a encontrar la propia compasión que no sabía que existía en su corazón congelado, sin siquiera poner nada de esfuerzo.

Desafortunadamente, otra vez, el pensamiento lo llevó a la depresión.

Solo unas horas habían pasado desde su partida y ya lo extrañaba como si una eternidad entera hubiera transcurrido. No podía entender cómo fue que llegó a querer tanto a un simple niño lector.

Y es que lo adoraba, no había otra explicación.

Su corazón se encontraba tan lleno de Taehyung, que brillaba de un rojo vivo y luminoso, pero a la par, este color se atribuía, además, a lo roto que se encontraba su órgano palpitante, sangrando irremediablemente por los pedazos que jamás se volverían a unir, no con la ausencia del joven más precioso que sus ojos nunca vieron.

Las palabras huecas de todo lo que pudo haber dicho antes de liberarlo, resonaban en su mente con atisbo de dolor, haciéndolo hundirse más en la pena. Sin embargo, el sonido de la puerta de su habitación abriéndose lo hizo volver un poco a la realidad, encontrándose con un arquero que sonrió astutamente en cuanto se atrevió a ingresar.

Jungkook no dijo nada, su mirada melancólica era suficiente para poder entender lo débil que estaba y el afán nulo que tenía para levantarse del diván donde se hallaba reposando. Así que, sin importarle realmente lo que sucediera con ese extraño humano en su alcoba, regresó la mirada hacia el ventanal de su balcón, desde donde observó como el amor de su vida lo dejaba para siempre.

Y ese simple acto de vulnerabilidad fue perfecto para que Park Bogum diera su golpe inicial, encajando una flecha directo al hombro de una melancólica bestia.

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