Beautiful in white.

~Recomendación: escuchar Beautiful in white de 'westlife'~

£~Beautiful in white~£

Viento.

Ágil y grácil viento.

Que arrastra murmullos y transporta secretos.

Ojalá y la llevará consigo, a la pobre rubia que descansaba sentada sobre un aterciopelado sillón, pensando en escapar, con todo y vestido de novia.

¿Estaba mal ser la única mujer en el mundo que odiaba el día de su boda?

Estaba sola, en aquel amplio cuarto anexo al salón de bodas, no quería ayuda de nadie, ni siquiera de su nana Gerda ni de su adorable sobrino Olaf.

Soltó un suspiro, mirando por milésima vez el anillo de diamantes que reposaba travieso en su mano derecha. Era un lindo anillo, no lo negaba, pero no fue lindo quien se lo otorgó.

Se levantó con monotonía y se acercó al tocador, preguntándose que tanto mal haría al consumir el matrimonio. Sin emocion alguna abrió el cofre donde sus joyas estaban guardadas y agarró los tan preciados aretes de turquesa que su madre le había regalado una semana antes de desaparecer entre las aguas.

Su madre, aquella mujer que tantas veces le había relatado el cuento de la pareja perfecta y feliz para siempre, con la boda de ensueño que toda chica merece. Había soñado muchas veces con eso, ella y su madre sentadas mientras organizaban cada mínimo detalle, para el día perfecto.

Después de colocarse ella misma el collar, se escondió entre el vestido un pin con forma de ancla, que su padre le regaló apenas nacer. Siempre le había cuidado de cualquier mal y era el hombre que la llevaría del brazo al altar. Su alma se quebró un poco mas de lo posible, así que se mordió los labios para no romper al llanto. Su reflejo le regreso una mirada triste, sin ganas y apagada como una noche sin estrellas.

Resignada se aplicó el maquillaje, teniendo cuidado y paciencia, aplicando la sombra violeta sobre el párpado y coloreando los labios carnosos de carmesí. No había imperfección existente en su rostro, así que revisó el peinado. Un inocente recogido que dejaba caer media cascada dorada por su espalda.

El vestido ya estaba puesto y era el causante de que ella no se hubiera tirado por la ventana. Le pertenecía a su madre, podía jurar que todavía conservaba aquel aroma a jazmín que la caracterizaba. Era realmente elegante y, en su tiempo, fue costoso, además, sus zapatillas de cristal hacian juego. Tenia un leve escote, adornado con piedras preciosas y un moño que se ajustaba a su delgada silueta, ella le había agregado su 'toque' agregando una suave capa de escarcha y copos que brillaba a la luz, la falda era amplia, voluminosa y suave, de seda y tul, que le daban aquel aspecto de princesa de cuentos. Pero ella no era una princesa, era una reina. La reina Elsa.

Por terquedad por parte de su prometido, una corona brillaba entre el oro de sus cabellos, retadora y presuntuosa, que sujetaba el velo, lleno de copos de nieve y mariposas.

Sus manos y labios temblaban ¿Cómo había llegado a esto? ¿Por qué? Por el ser que amaba.

-Querida, no llores -Le había dicho su padre cuando fue su primera vez en montar bicicleta, cayendo y raspándose la rodilla. Pero ella lo había hecho de todas formas y el Rey había tenido que cargarla en brazos.

Solo que ahora ella esperaba que su prometido mantuviera las manos muy lejos de ella.

Su prima Rapunzel había entrado al cuarto y le había dado bendiciones, un beso en la frente y palmadas de ánimo, diciéndole que todo estaría bien y que al final no era tan malo, la consoló con un abrazo y se fue.

Volvió a verse en el espejo, con un poco más de color en su rostro, menos pálido que de costumbre. Le sorprendía no haber estallado en una avalancha invernal.

Afuera el clima estaba perfecto, la primavera estaba en su máximo esplendor y agradecía que al menos su ¿Novio? Tuviera buena mano para elegir fechas.

22 de marzo, tercer aniversario del deshielo, el día de la boda real.

22 de marzo, el día en el que le dirigió la palabra después de lo que él había hecho a ella y a su hermana hace dos años, en el primer aniversario del deshielo.

22 de marzo, el día en el que le robo el beso, el reino y su libertad, en el segundo aniversario del deshielo.

Asomó la mitad de su cuerpo por la ventana, con esperanzas para alzar el vuelo e irse lejos, pero no, porque no era inmune a la gravedad.

- Dígame, ¿Qué hace aquí?-Le había reprochado cuando aquel hombre pisó Arendelle la segunda vez.

-He venido a pedir perdón, majestad -Fue su respuesta, mientras sonreía con un sentimiento desconocido para la inexperta rubia.

Ahora ella lo sabía y, aquel sentimiento, era amor. Pero no correspondido, jamás.

- Si tan solo le hubiera dicho que lo perdonaba el se hubiera ido - Susurró para si la rubia, mientras la vez en la que ella lo había insultado y él prometió caerle bien, entonces se quedó un año. - Pero de igual forma no importó cuanto tiempo se quedó, le odio -Dijo la chica, apretando los puños, adornados con pulseras.

- Majestad, sé que no le gusto -Comentó él aquella noche que el anillo salió de su escondite.

- No, me temo que no me atrae en lo más mínimo -Le cortó, con una sonrisa -Pero eres agradable, en serio.

- ¿Le parece? - Sin que ella se diera cuenta una cajita azul media noche salió del saco del príncipe.

- Si, veo que no eres tan...Como creí que eras -Se arrodilló frente a ella, sin darle tiempo a nada.

-¿Eso basta para que se case conmigo?

-¡No! -En medio del cuarto, se dejó caer, gritando lo que ella le hubiese querido gritar aquella noche ¿Por qué era tan cobarde? ¿Por qué el le quería a ella? ¿A la Reina de las Nieves? Fueron pocas, pero dolorosas, las lágrimas que salieron de sus ojos.

Hiere, duele, te petrifica, el miedo te corta las salidas. Ella no tenía miedo. Ella estaba aterrada. Era una enfermedad que no la dejaría en paz desde que ella pronunciará la palabra "Acepto"

Se limpio el rimel que se corrió por su rostro y volvió a aplicar el maquillaje, deseando que al volver a abrir los ojos ella volviera a tener ocho años, para así poder cambiar su futuro. Para no haber congelado a su propia hermana.

Y así, ella no estaría frita por dentro en esos momentos.

Ese día estaba cansada, los cónsules y condes estaban aferrados a que el tratado de comercio se cerrará ese mismo día, así que entró a su oficina, sin percatarse de la chimenea encendida, se dejó caer en el sofá, cerrando los ojos...

Unos suaves labios se apretaron contra los suyos, impidiendo que abriera los ojos, obligándola a corresponder con la misma intensidad y dulzura que aquel desconocido le regalaba.

- ¿Tú? - Preguntó después del fuerte beso.

- Te amo, Elsa y no desearía haberte tratado de hacer daño antes.

- Quisiera amarte, de verdad quisiera -Suspiró, de nuevo en el presente, cogiendo por los tallos, forrados de azul, el ramo de rosas rojas que le regaló la princesa Mérida, una de sus amigas más cercanas. Volteó a ver el reloj de péndulo a la derecha de la puerta. Marcaba las 12 del medio día. Faltaba tan poco.

La puerta se abrió sin previo aviso.

- Kristoff -Susurró la rubia, con una sonrisa melancólica. Un rubio triste corrió a su encuentro, abrazandola con dolor, llorando sonoramente.

- Elsa, encontraremos algún modo, no tienes porque hacer esto -Rogó el joven, acariciando sus rizos dorados, la albina negó con la cabeza.

- No puedo arriesgarlos, ella lo hizo una vez por mi, es mi turno. -El repartidor de hielo la volvió a abrazar, su relación era tan cercana como si fueran hermanos de sangre. -Ella regresará a tu lado.

- Ella no quiere que te cases con él -Ojos marrones y ojos azules colapsaron -Elsa...

- Quiero que me lleves al altar tú - Lo tomó de las manos - Solo hazlo.

- Solo por el amor que les tengo a las dos -Un último abrazo sello sus palabras y, con extrema lentitud, caminaron hacia la iglesia.

La multitud era demasiada, la euforia y alegría se contagiaba, pues, por fin su querida reina se casaba.

Algunos decían, que ella soltera permanecería, que el reino herederos no tendría, se imaginaban cualquier cosa. Y para todos fue una sorpresa (agradable y desagradable) descubrir que su querida reina se casaba con nada mas y nada menos que con el décimo tercer príncipe de las Islas del Sur. Algunos detestaron la noticia, no encontraban motivos para que aquella relación se diera y nadie quería sangre sureña circular por el legado de la corona Noruega.

Pero no había más opciones.

El carruaje para la elegante entrada los esperaba, así que sin palabras los dos rubios subieron al carruaje. Fue corto, pero rápido, demasiado rápido para todos.

Campanas, campanas, por aquí, por allá, anunciaban el inicio de la fiesta más grande de Arendelle.

El voluminoso vestido de la reina más hermosa de los siete reinos salió del carruaje, acompañada del repartidor de hielo, que sujetaba la larga cola del vestido. Tenia una débil sonrisa y las mejillas sonrosadas. Las chicas del pueblo gritaron como locas y soltaron suspiros soñadores, ansiosas por presenciar la boda de cuentos que ellas desearían tener.

Las grandes puertas de roble se abrieron, mientras los vitrales de colores le daban color al asunto.

La gente dentro-en su mayoría de la nobleza-se levantó y sonrió al ver a la radiante mujer. Por el pasillo se extendía una gran alfombra roja, adornada con pétalos que dejaban las castañas gemelas de la princesa Rapunzel y Eugine, primos de la reina. El candelabro dejaba caer lentejuelas plateadas y copos azules, sobre las flores a a cada lado de las bancas, unas bellas orquídeas púrpura.

El señor del piano empezó a tocar la marcha nupcial, mientras Kristoff tomaba el brazo de su cuñada con suavidad.

"Todo saldrá bien" se dijo Elsa, mirando hacia el frente, con la cabeza alta y una falsa alegría.

Y ahí estaba él.

Hans.

- Cuida de ella, es muy valiosa, Westergaard - Le advirtió el montañés, con odio concentrado en la voz.

- Lo haré - Respondió con cinismo, ajustando la corbata negra, que combinaba con el smooking de gala. Su flamante cabello rojo estaba peinado con un poco de gel y sus ojos esmeraldas solo tenían lugar para alguien en la habitación.

- Estas hermosa de blanco, Elsa - Acarició sus mejillas, mientras lágrimas de nuevo surgían desde su agitado corazón -Y si una hija nos depara el futuro, en realidad, quiero que tenga tus ojos -Dejó por un momento que su futuro esposo acariciará sus mejillas, pero después apartó su mano y la sujeto, no apretandola, pero si sosteniendola con suavidad. Volteó a verle, con sequedad. El público y el padre los contemplaban emocionados. -Y yo quiero que ella encuentre el amor como nosotros, ella también se verá hermosa de blanco. Como tu te ves ahora.

- Esta bien -Le dio una sonrisa fría - Pero después tu cumplirás tu parte del trato -Cargó una gran cantidad de aire -Y me devolverás a Anna.

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¡Buenas, buenas!

Yo no suelo escribir one-shoots porque usualmente tengo tantas ideas para algo que no entran en uno solo, pero esta fue la excepción.

La idea surgió después de escuchar esta canción y mil emociones surgieron dentro mío. Si este capítulo tiene éxito quizá haga una pequeña historia sobre esto.

¿sintieron algo? ¿Que se imaginaban? ¿Les gustó? ¿Por qué creen que dijo: "Me devolverás a Anna"?

Como siempre, para las que me conozcan, estrellas y comentarios son siempre bienvenidos.

Un saludo.

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