No siempre se gana...
"¡No me detendrán!" rugió Caesar Shark, intensificando su ataque con una furia que desbordaba su ser. "¡Voy a traerla de vuelta! ¡A mi amada, a cualquier costo!"
"No lo entiendes..." dijo Kaiser Regulus con voz firme, pero llena de tristeza. "¡No puedes traerla de vuelta! ¡Ese no es el camino!"
En el plano mental, Liogre asintió con determinación. "Así es. No puedes construir un futuro destruyendo el presente."
Storm Zephyrus se unió, su tono cargado de reproche. "Incluso si lograses revivirla, ¿cuántas vidas más estarías dispuesto a sacrificar? ¿Cuánto más debería sufrir este mundo por tu obsesión?"
Caesar Shark rugió, envuelto en energía oscura. "¡Las que sean necesarias! Primero mi esposa, luego Power Shark y Scissor Shark... ¡Todos ellos! Sacrificaré a cualquiera para recuperar lo que me fue arrebatado."
Pero de repente, un grito resonó con fuerza en el aire.
"¡Caesar!" exclamó Neo Atlas, su voz quebrada por la emoción. Caesar Shark, impactado, se detuvo un instante mientras Neo Atlas continuaba con fervor. "¡No lo entiendes! Dragul te está manipulando. ¡Abre los ojos y mira lo que ha hecho! Este no es el mundo que tu esposa soñaba. ¡He visto las memorias de Killer Shark, y sé que esto no es lo que ella quería!"
Las palabras de Neo Atlas calaron hondo. Una imagen fugaz de su esposa sonriendo apareció en la mente de Caesar Shark. "El mundo cambiará, estoy segura..." había dicho ella una vez, con una fe inquebrantable.
"¡No permitiremos que mancilles la memoria de alguien tan noble como ella con esta locura!" declaró Neo Atlas, alzándose junto a sus compañeros. "¡Lucharemos por el futuro que ella creyó posible! ¡Lucharemos... por el mañana!"
Con un grito de unidad, Kaiser Regulus, Storm Zephyrus y Neo Atlas desataron toda su energía. El Trinity Burst alcanzó su máxima intensidad, superando el ataque de Caesar Shark y golpeándolo con una fuerza abrumadora.
El campo de batalla quedó en silencio por un momento. Caesar Shark, derrotado, cayó al suelo mientras la imagen de su esposa seguía resonando en su mente. Sus palabras finales parecían un eco distante.
Flashback
Hace muchos años, en la prestigiosa Academia del Reino de Gloria, un joven Caesar Shark se encontraba bajo los cuidados de su amigo y compañero, Goadon. Ambos lucían maltrechos tras haber sido severamente golpeados en una pelea contra un grupo de rinocerontes que, al verse intimidados por la imponente presencia de Caesar Shark, habían reaccionado con furia desmedida.
"¡Hay que ver!" masculló Goadon mientras aplicaba con cuidado un poco de algodón sobre una herida en el costado de Caesar Shark. "Esos rinocerontes no se andan con juegos, saben cómo golpear."
Caesar Shark frunció el ceño, conteniendo un gemido ante la sensación ardiente del algodón. A pesar de su tono, Goadon lo miraba con una mezcla de reproche y genuina preocupación.
"Pero mira que eres cabezón," continuó Goadon mientras terminaba de curarlo. "¿A quién se le ocurre acercarse a un grupo de rinocerontes sin pensarlo dos veces?"
"Parecían amistosos al principio," respondió Caesar Shark con un suspiro de resignación. "Incluso les pregunté si disfrutaban de las aventuras... Supongo que no fue mi mejor idea."
En ese momento, dos pequeños estudiantes, un mono y un gato, pasaron cerca de ellos. Saludaron efusivamente al grupo antes de notar los dientes afilados de Caesar Shark. Su entusiasmo se desvaneció en un instante, y huyeron despavoridos. Caesar los vio alejarse, sintiendo cómo el peso de su diferencia se hacía más evidente.
"No me gusta que los niños me teman," murmuró, bajando la mirada hacia un antiguo reloj de bolsillo que sostenía con delicadeza.
"¿Por qué?" susurró, más para sí mismo que para Goadon. "¿Por qué nací siendo un tiburón?"
Goadon lo observó con un destello de firmeza en los ojos.
"No te lamentes por eso," dijo con seriedad. "Ser un tiburón es algo increíble. Eres fuerte, y solo tu presencia basta para hacer retroceder a los enemigos más peligrosos."
"Pero esa misma presencia aleja a todos los demás..." respondió Caesar Shark con tristeza, mientras un ligero temblor recorría sus manos.
En un movimiento torpe, dejó caer el reloj. El pequeño objeto rodó por el suelo, alejándose rápidamente.
"¡Eh, mi reloj!" exclamó Caesar Shark, lanzándose detrás de él con una urgencia casi infantil. Pero en su apresurado intento por atraparlo, tropezó con una roca y cayó de bruces.
Goadon, observándolo, dejó escapar un suspiro exasperado mientras una gota de sudor resbalaba por su frente.
"¿Que alguien tema a este patoso?" pensó Goadon con incredulidad. "¡Ni de broma! Caesar, eres fuerte, pero más que nada, tienes un corazón que vale oro."
Mientras Caesar Shark se frotaba la nuca, adolorido, una voz serena pero firme interrumpió sus pensamientos.
"¿Esto es tuyo?"
Caesar levantó la mirada y se encontró con una figura inesperada: una joven tiburona vestida con un elegante traje rosado, que sostenía el reloj en la mano. Su expresión era tranquila, y sus ojos brillaban con una calidez poco común.
"S-Sí..." tartamudeó Caesar Shark, sintiendo cómo el calor le subía al rostro. Se levantó de prisa, sacudiéndose los restos de tierra y tratando de recuperar algo de dignidad, mientras tomaba el reloj con cuidado.
Goadon, curioso, se acercó al instante, estudiando a la recién llegada.
"Hola," dijo con una sonrisa afable. "¿Eres nueva por aquí?"
Caesar, todavía algo nervioso, no podía apartar los ojos de la joven tiburona. Había algo en su presencia, en esa mezcla de confianza y amabilidad, que lo desarmaba por completo. Y aunque aún no lo sabía, este sería el inicio de algo que cambiaría su vida para siempre.
"Sí," respondió ella con una sonrisa cálida. "Acabo de mudarme cerca de aquí. Me llamo Nereida, pero mis amigos me dicen Neri."
"Mucho gusto, Neri. Yo soy Goadon," dijo él, extendiendo la mano con entusiasmo. Caesar Shark observaba desde un lado, luchando contra el rubor que empezaba a colorear su rostro, aunque cada segundo lo hacía más evidente.
"¿Y tú cómo te llamas?" preguntó Neri, dirigiendo una mirada curiosa hacia Caesar. La pregunta lo desarmó por completo, y su nerviosismo se intensificó.
"Me... me llamo... Ca...Ca..." intentó responder, pero las palabras se le escapaban en medio de tartamudeos. Goadon soltó una ligera risa, sin poder contenerse.
"El tartamudo se llama Caesar," intervino con tono juguetón. "No es que hable mucho con chicas... así que ya te imaginarás."
Con un codazo amistoso, Goadon intentó aliviar la tensión, pero Caesar lo miró ofendido.
"¡Oye!" protestó Caesar Shark. "¡Sí he hablado con chicas!"
"Claro, escualo, como digas..." bromeó Goadon, riendo mientras Caesar, visiblemente avergonzado, intentaba defenderse.
"¡No soy un escualo!" exclamó Caesar, sus palabras teñidas de frustración, justo antes de escuchar la suave risa de Neri.
"Eres muy chistoso, ¿lo sabías?" comentó ella con una sonrisa cálida. "Apuesto a que tienes una sonrisa encantadora."
La observación de Neri provocó que Caesar bajara la mirada, su ánimo decayendo de golpe. Neri, notando el cambio en su expresión, frunció el ceño, preocupada por si había dicho algo inapropiado.
"¿Dije algo malo?" preguntó con sinceridad.
Goadon intervino con tono comprensivo. "No es eso. Verás, aquí a Caesar le tienen miedo..."
"Miedo... ¿de él?" repitió Neri, claramente confundida. Observó a Caesar detenidamente, tratando de entender qué podría asustar a alguien. "Pero si parece un tipo simpático. De todos los tiburones que he conocido, diría que es el único que no actúa como un patán con las chicas."
Su comentario hizo que Caesar levantara la mirada, sorprendido. Neri, percibiendo su reacción, sonrió aún más.
"Anda, muéstrame tu sonrisa," pidió con amabilidad.
Caesar vaciló un momento, pero finalmente cedió. Esbozó una pequeña sonrisa, dejando ver sus dientes afilados. Para su sorpresa, en lugar de retroceder, Neri mostró una expresión aún más alegre.
"¿Lo ves? Tienes una sonrisa hermosa," dijo con sinceridad. Caesar la miró con asombro, sintiendo cómo una cálida esperanza comenzaba a llenar su corazón, algo que no experimentaba desde hacía mucho tiempo.
Antes de que pudiera responder, Neri dio un paso atrás y se despidió.
"Bueno, me voy a casa. Fue un gusto conocerlos," dijo, alzando la mano con una sonrisa mientras se alejaba.
"¡Espera!" exclamó Caesar Shark, impulsado por un repentino arranque de valentía.
Neri se detuvo y giró la cabeza, curiosa.
"¿Te... te gustaría ir con nosotros al festival que se celebra mañana al atardecer? No tienes que venir si no quieres..." Sus palabras salieron atropelladas, revelando su nerviosismo.
"¡Claro!" respondió ella con alegría. "Nos vemos mañana."
Con una última sonrisa encantadora, Neri se alejó, dejando a Caesar Shark de pie, con una leve sonrisa y un rubor evidente en el rostro. Su corazón latía con fuerza, celebrando esa pequeña victoria personal.
Goadon, quien había observado todo desde la distancia, se acercó con una sonrisa traviesa.
"¿Es mi imaginación o el futuro explorador ha sido flechado por una dama?" bromeó, disfrutando del evidente desconcierto de su amigo.
Caesar Shark se sonrojó aún más, intentando defenderse.
"Cla... Cla..." intentó responder, pero terminó suspirando, derrotado.
"¿Tan obvio es?" preguntó finalmente, dejándose caer de espaldas sobre la hierba, resignado a su suerte.
Goadon, siempre listo para molestar, se sentó a su lado. Tomó un puñado de pasto y lo dejó caer suavemente sobre el rostro de Caesar, riendo al ver la expresión confundida de su amigo.
Al día siguiente, cerca del atardecer, miles de bestias de todos los rincones llegaron para celebrar el Festival de la Unidad. Este evento único y ancestral reunía a los gobernantes de las Tres Tribus: la Tribu del Mar, la Tribu Terreste y laTribu del Cielo. Más que una simple festividad, era un recordatorio de la paz y la alianza que mantenían el frágil equilibrio entre los territorios. Sin embargo, aunque la invitación era para todos, las tensiones entre las tribus siempre flotaban en el ambiente.
Caesar Shark avanzaba entre la multitud, llevando un pañuelo que ocultaba parte de su rostro para atenuar su temida apariencia. A su lado, Goadon caminaba con confianza, luciendo un traje ligero que reflejaba elegancia y preparación, listo para actuar si la situación lo requería.
"¿Crees que ella venga?" preguntó Caesar, intentando sonar casual, aunque su voz traicionaba un nerviosismo latente.
Goadon lo miró de reojo, divertido. Antes de responder, Caesar bajó la mirada y añadió en un murmullo:
"No quiero que le teman como me temen a mí..."
Goadon iba a replicar, pero una voz conocida los interrumpió.
"¡Chicos!" Neri apareció entre la multitud, radiante. Su vestido azul marino brillaba como el océano bajo la luz del sol poniente. Con una sonrisa que podía iluminar el lugar, caminó hacia ellos con gracia. Caesar, atrapado por la sorpresa y los nervios, intentó esconderse torpemente detrás de Goadon.
"¿Y ahora qué te pasa?" dijo Goadon, claramente confundido por la reacción de su amigo.
"Es... que..." tartamudeó Caesar, incapaz de articular una frase coherente. Goadon, con una risa traviesa, desapareció ágilmente, dejando a Caesar expuesto ante Neri.
"Tranquilo," dijo reapareciendo detrás de él, con una palmada amistosa en el hombro. "Si es por ella, relájate. Solo sé tú mismo. Aunque eso signifique ser un tiburón nervioso."
"Eso no ayuda..." refunfuñó Caesar, sintiendo el calor subirle al rostro.
Neri llegó hasta ellos con su habitual entusiasmo. "¿Listos para el festival?" preguntó, tomándolos del brazo antes de que cualquiera pudiera responder. Su calidez rompía cualquier barrera, y aunque Caesar seguía algo incómodo, no pudo evitar sentir un leve consuelo en su presencia.
La plaza principal del Festival de la Unidad era un espectáculo deslumbrante. Las banderas de las Tres Tribus ondeaban bajo el cielo teñido de naranja, mientras la música y las risas llenaban el aire. Los puestos de comida y juegos se alineaban a lo largo de las calles, y la energía del lugar parecía contagiar a todos.
Aunque Caesar estaba nervioso al principio, pronto se dejó llevar por la atmósfera festiva. Pasaron horas participando en juegos y retos. En un momento, Goadon, siempre bromista, empujó un enorme Gloria Dog en la boca de Caesar, quien casi se atraganta. Neri, entre risas, rápidamente le ofreció agua.
"¡Deberías tener más cuidado con él!" le regañó con tono juguetón a Goadon, mientras ambos reían a carcajadas, observando cómo Caesar recuperaba el aliento con una sonrisa avergonzada.
Cuando cayó la tarde, la multitud se congregó alrededor de la arena central para un concurso de combate. Goadon, siempre ansioso por demostrar su habilidad, no perdió tiempo en inscribirse. Al quitarse la camisa de su traje, reveló un físico esculpido que provocó suspiros colectivos entre las bestias femeninas de la audiencia.
"¡Muéstrales quién manda!" gritó Neri, animándolo desde la multitud.
"¡Demuéstrales que nadie puede contigo!" añadió Caesar, dejando salir un poco de su lado competitivo.
El oponente de Goadon era un imponente gorila del un Reino Vecino, cuyas rugidos desafiantes resonaban en el aire. Sin embargo, Goadon se movió con la gracia de un maestro. Esquivaba los poderosos pero lentos ataques del gorila con movimientos fluidos, hasta que, aprovechando una apertura, derribó al oponente con un golpe impecable.
La multitud estalló en aplausos, y las bestias femeninas lanzaron gritos de admiración.
"¡Eres increíble!" exclamó Neri, saltando emocionada.
Más tarde, Caesar y Goadon participaron juntos en una trivia sobre las leyendas de las Tres Tribus. Para sorpresa de todos, Caesar, con una calma inesperada, respondió correctamente a cada pregunta, impresionando incluso al presentador. Al final, se llevaron el premio principal: un hermoso collar de conchas marinas que brillaban como estrellas.
Caesar, con manos temblorosas, se acercó a Neri y le ofreció el collar. "T... Toma... Es para ti."
Neri lo miró sorprendida, y luego una sonrisa cálida iluminó su rostro. "Es precioso. Gracias, Caesar." Se lo colocó al instante, y el brillo de las conchas parecía realzar aún más su belleza.
Al caer la noche, los tres amigos caminaron por un sendero hacia una colina cercana. Desde allí, tendrían la mejor vista de los fuegos artificiales que cerrarían el festival. El cielo estrellado era el telón perfecto para un momento lleno de risas, amistad y nuevas memorias, mientras el eco del festival aún resonaba en sus corazones.
"¡Qué divertido estuvo el festival! ¿No lo creen?" comentó Goadon, estirándose con satisfacción. Sus músculos aún estaban tensos por los desafíos del día, pero en su rostro se reflejaba una serenidad genuina.
Neri caminaba a su lado, radiante como siempre. Su vestido ondeaba suavemente con la brisa nocturna mientras miraba el cielo con una sonrisa nostálgica.
"Sí, fue increíble. En mi hogar no solíamos tener fuegos artificiales, pero los volcanes de lava multicolor eran nuestro espectáculo. Aunque, siendo honesta, esto es mil veces más mágico."
Caesar Shark caminaba unos pasos detrás, observando distraídamente su reloj. Su mente, sin embargo, vagaba por pensamientos más profundos. Cuando sintió el cálido toque de Neri en su brazo, se detuvo de golpe. El leve sonrojo en su rostro delataba su sorpresa.
"Oye..." preguntó ella con curiosidad, mirándolo con dulzura. "Dime, ¿por qué sigues usando ese pañuelo? No te lo quitaste en todo el festival."
Caesar dudó un momento, su mirada reflejaba una tristeza contenida. Alzó la mano hacia el pañuelo que cubría parte de su rostro, ajustándolo como si fuera una barrera tanto física como emocional.
"La última vez que vine a este festival..." comenzó, con una voz baja pero firme, "las bestias huyeron al verme. El miedo en sus ojos... era más doloroso de lo que puedo explicar."
Hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas. "Mi apariencia les aterra, aunque jamás les haya hecho daño. Por eso decidí usar esto. Es más fácil así... para ellos y para mí."
Neri lo miró con tristeza, y Goadon, que había estado caminando delante, se detuvo. Al volverse hacia su amigo, su mirada se suavizó en un gesto de comprensión. Caesar fijó la vista en el horizonte, donde los fuegos artificiales empezaban a pintar el cielo con colores brillantes.
"Goadon siempre me dice que no me preocupe por lo que piensen los demás," continuó Caesar, soltando un suspiro pesado, "pero es difícil. No puedo evitar sentirme mal por cómo me ven."
Sus garras se apretaron ligeramente en frustración. "He intentado de todo... demostrar que no soy una amenaza. Pero no importa cuánto haga. Lo primero que ven es un depredador, alguien a quien temer. Nunca ven quién soy en realidad."
El silencio se instaló entre ellos, roto solo por el susurro del viento y el crujir de las hojas bajo sus pies. Pero entonces, algo en Caesar cambió. Alzó la cabeza, y en sus ojos brilló una chispa de determinación.
"Pero eso va a cambiar..." dijo con fuerza renovada. "Cuando cumpla mi sueño, les demostraré a todos que están equivocados. Me convertiré en un héroe al que admiren, y entonces dejarán de temerme."
Una sonrisa sincera asomó en su rostro, una que había estado ausente durante mucho tiempo. Neri lo observó con asombro, conmovida por la intensidad de sus palabras, mientras Goadon asentía, orgulloso.
"¿Sueño?" preguntó Neri, su voz llena de curiosidad.
Goadon intervino con una sonrisa cómplice. "Mi amigo quiere convertirse en un Explorador."
"¿Un Explorador?" repitió Neri, fascinada. "¿Y qué lugares te gustaría explorar?"
Caesar, aliviado por su interés genuino, señaló hacia el vasto océano. Su voz se llenó de pasión mientras decía:
"Quiero ir más allá de todos los reinos. Descubrir reliquias del pasado, desenterrar tesoros olvidados y desvelar los misterios que este mundo esconde."
Neri lo miraba maravillada, cautivada por su fervor. Luego, volvió su atención a Goadon con una chispa de picardía en sus ojos.
"Y tú, Goadon... Apuesto a que tu sueño es convertirte en un gran Maestro de las artes marciales, ¿verdad?"
Goadon sonrió con determinación. "Exactamente. Quiero ser el mejor para proteger a mis amigos. Y, quién sabe, tal vez podría acompañar a Caesar en sus aventuras."
La camaradería entre ellos era palpable. Neri, sintiendo la conexión que compartían, no pudo contener su entusiasmo. Los rodeó a ambos en un cálido abrazo.
"¡Ustedes son increíbles!" exclamó con alegría contagiosa. "Aventuras, proteger a quienes amas... ¡es maravilloso!"
Mientras los fuegos artificiales iluminaban el cielo nocturno con destellos deslumbrantes, Neri se apartó ligeramente, mirando a sus amigos con una sonrisa decidida.
"Yo también tengo un sueño..." confesó, su voz rebosante de sinceridad. "Me encanta pintar. Quiero convertirme en una artista capaz de hacer feliz a los demás con mis obras."
Bajo el espectáculo de luz y magia en el firmamento, los tres amigos compartieron un momento de conexión profunda. Abrazados por un instante eterno, dejaron que sus sueños se entrelazaran, prometiéndose apoyarse mutuamente mientras los fuegos pirotécnicos bailaban en el cielo estrellado.
Con el paso del tiempo, los tres amigos trazaron sus propios caminos, siempre impulsados por su determinación y el apoyo inquebrantable que se brindaban mutuamente. Goadon, con su esfuerzo incansable, alcanzó el rango de Maestro en Combate, consolidándose como uno de los luchadores más formidables y respetados de las tierras conocidas. Caesar Shark, fiel a su sueño de convertirse en Explorador, dedicó su vida al estudio de la historia, la arqueología, la criptografía y la lingüística. Pasaba horas en la biblioteca perfeccionando sus conocimientos de cartografía y navegación, hasta que su pasión lo llevó a ser profesor en la Academia, donde inspiraba a otros con su sabiduría y entusiasmo por los misterios del mundo.
Por su parte, Neri persiguió su sueño artístico con una devoción admirable. Gracias al constante ánimo de Goadon y Caesar, perfeccionó su talento hasta convertirse en una pintora reconocida cuyas obras transmitían emoción y vida. Sus cuadros, llenos de luz y significado, comenzaron a ser celebrados como piezas maestras de su época. A medida que sus caminos avanzaban, la amistad entre Caesar y Neri floreció en algo más profundo: un amor que transformó la vida de ambos. Goadon, testigo de esta evolución, se llenó de orgullo al ver cómo su amigo encontraba una felicidad que lo hacía más pleno y esperanzado.
Una mañana tranquila, el estruendo de una puerta abriéndose de golpe sacudió la casa de Goadon. La entrada intempestiva de Caesar interrumpió el desayuno de su amigo, enviando trozos de comida volando por la cocina.
"¡Caesar, cálmate!" exclamó Goadon, limpiándose el desastre y mirando al tiburón con una mezcla de sorpresa y exasperación. "¿Qué demonios pasa?"
"¡Perdón, Goadon!" jadeó Caesar, claramente emocionado y con los ojos brillando de nerviosismo. "Necesito pedirte algo... algo importante."
Goadon levantó una ceja, todavía perplejo por la abrupta irrupción. "¿Algo importante? Espero que sea bueno, porque acabas de arruinar mi desayuno."
Momentos después, ya sentados frente a frente, Caesar tomó aire antes de hablar, su nerviosismo evidente.
"Voy a casarme con Neri" confesó finalmente, su voz temblando ligeramente.
Goadon lo miró boquiabierto, antes de que una enorme sonrisa iluminara su rostro. "¡¿Qué?! ¡Eso es increíble, amigo! ¡Felicidades! ¿Cuándo es la boda?"
"En unos días" respondió Caesar con timidez. Luego, su voz se tornó más solemne. "Y... quiero pedirte que seas mi padrino."
Goadon quedó momentáneamente sin palabras, impactado por el gesto. Cuando finalmente reaccionó, su expresión reflejaba tanto gratitud como orgullo.
"¿Tu padrino?" repitió en voz baja, antes de sonreír ampliamente. "¡Por supuesto que acepto, Caesar! Ser tu padrino será un honor."
Caesar suspiró de alivio, y una sonrisa sincera cruzó su rostro. "Gracias, Goadon. Tú no solo eres mi mejor amigo; eres como un hermano para mí. No podría imaginar este momento sin ti a mi lado."
Goadon no respondió de inmediato. En lugar de ello, se puso de pie y abrazó a Caesar con fuerza. "Siempre estaré contigo, amigo" dijo, con la voz cargada de emoción. Caesar devolvió el abrazo, y ambos chocaron los puños, sellando una promesa silenciosa de fraternidad eterna.
El día de la boda llegó con un sol resplandeciente iluminando el reino de Gloria. Familiares y amigos de Caesar y Neri se reunieron para celebrar su unión, llenando el aire de alegría y expectación. Goadon, como padrino, no dejó detalle al azar, asegurándose de que todo saliera a la perfección.
Los novios, radiantes de felicidad, intercambiaron votos bajo un cielo dorado mientras las olas del océano susurraban suavemente al fondo. La ceremonia fue mágica, un momento que quedaría grabado en los corazones de todos los presentes. La celebración continuó con risas, danzas y brindis, sellada finalmente por la partida de los recién casados hacia el majestuoso Reino del Dragón Marino para su luna de miel.
Al regresar a Gloria, donde su historia había comenzado, Caesar y Neri decidieron establecerse cerca. Caesar retomó su labor como profesor en la Academia, mientras Neri continuaba pintando, su arte inspirado por los paisajes y emociones que compartía con su esposo. Gloria, un lugar lleno de recuerdos y sueños realizados, se convirtió en su refugio, el escenario perfecto para construir juntos un futuro lleno de esperanza.
Un día, mientras Caesar y Neri salían de una librería con algunos libros para él y provisiones para la cena, un murmullo discordante capturó su atención. Un búfalo y una hiena conversaban, pero lo que decían no tenía nada de amigable.
"Oye, ¿no es esa la pareja de tiburones que vive cerca del mar?" preguntó el búfalo, con una mirada cargada de desconfianza.
"Sí, y la verdad no me siento seguro con ellos por aquí. ¿Qué pasa si se vuelven locos y atacan a un niño solo porque se raspa la rodilla?" replicó la hiena, dejando escapar un tono de miedo irracional.
El aire se tensó como un tambor antes de ser golpeado. Caesar captó el comentario, y algo dentro de él se encendió. Giró lentamente, su presencia imponente se tornó en una declaración de fuerza.
"¡No atacamos solo porque olemos sangre, idiotas!" rugió Caesar Shark, su voz retumbando como un trueno "¡Ese estereotipo es absurdo y completamente falso!"
El búfalo y la hiena se quedaron petrificados. Sus ojos se abrieron como platos, y retrocedieron torpemente, incapaces de sostener su mirada.
"¡Perdón, perdón!" murmuraron al unísono antes de apresurarse a desaparecer entre la multitud.
Neri, confundida pero intrigada, lo observó en silencio. No preguntó nada en ese momento, sabiendo que Caesar necesitaba procesar lo ocurrido.
Cuando regresaron a casa, Caesar estaba notablemente abatido. Su postura habitual, orgullosa y segura, parecía haber sido erosionada por un cansancio emocional. Neri, siempre perceptiva, no tardó en acercarse.
"Cariño, ¿qué sucede?" preguntó, su voz dulce pero firme.
Caesar suspiró profundamente antes de responder.
"Es frustrante..." admitió, con los ojos clavados en los libros que había comprado "A veces siento que este mundo jamás cambiará. La gente sigue viéndonos como monstruos, como si ser diferente fuera una amenaza."
Neri tomó su mano con ternura, dejando que su toque transmitiera apoyo.
"Esos prejuicios son una carga difícil, lo sé" dijo suavemente "Pero debes recordar que tú eres la prueba de que no somos lo que ellos piensan. Si seguimos avanzando y demostrando quiénes somos realmente, el mundo cambiará, estoy segura de eso."
Caesar la miró, y por primera vez desde el incidente, sus ojos mostraron un destello de esperanza.
"Eso es lo que más admiro de ti, Neri" dijo con una leve sonrisa "Siempre ves el lado bueno, incluso en medio de todo esto."
Ella respondió con una sonrisa cálida, pero pronto sus labios se curvaron en un gesto travieso.
"Hablando de cambios... tengo una sorpresa para ti."
Con delicadeza, tomó la mano de Caesar y la colocó sobre su vientre. Él parpadeó, confundido al principio, pero cuando sintió un bulto suave y redondo bajo sus dedos, su expresión cambió por completo.
"¿Neri, tú... tú estás...?" murmuró, sin poder completar la frase.
Ella asintió, radiante.
"Así es, vamos a ser padres."
La alegría de Caesar explotó en un abrazo cálido y protector.
"No puedo creerlo... esto es increíble" susurró emocionado, acariciando suavemente el vientre de su esposa.
Neri, sin embargo, pronto cambió su expresión por una más seria.
"Pero hay algo que debes saber" —dijo con un tono más grave.
Caesar frunció el ceño, preocupado.
"¿De qué se trata?" preguntó.
Neri respiró hondo antes de continuar.
"Como sabes, mi familia materna tiene una línea de peces sierra y tiburones martillo. Aunque yo soy una tiburón blanca, hay una posibilidad de que nuestros hijos hereden esos rasgos."
Caesar asintió lentamente, recordando las peculiares reuniones familiares de los padres de Neri.
"¿Eso importa?" dijo finalmente, su tono lleno de convicción "No importa cómo sean, serán nuestros hijos. Nos encargaremos de guiarlos y protegerlos, sea cual sea el camino que elijan."
Neri sonrió, aliviada por su respuesta.
Nueve meses después, el esperado día llegó. En el hospital del Reino del Dragón Marino, la familia de Neri recibió a su primer hijo: un robusto tiburón blanco al que llamaron Koa. Aunque sería conocido en el futuro como Killer Shark, en ese momento solo era un bebé lleno de posibilidades.
Dos años después, nació su segundo hijo, Kai, un pez sierra con un instinto agudo y una fuerza feroz.Aunque sería conocido en el futuro como Scissor Shark. Finalmente, un año más tarde, la familia creció nuevamente con Hoku, un tiburón martillo cuyo futuro también estaría lleno de grandeza quien sería conocido en el futuro como Power Shark.
Con cada nacimiento, el hogar de Caesar y Neri se llenaba de más amor y risas. Aunque sabían que la vida no siempre sería fácil, enfrentaban el futuro con esperanza, seguros de que juntos podían superar cualquier desafío.
Hasta ese día...
Caesar Shark se encontraba en su sala de estudio, envuelto en el silencio, concentrado en examinar un antiguo fragmento de piedra que reposaba sobre su mesa. El artefacto había sido traído por un explorador de tierras lejanas, hallado cerca de unas ruinas en el Reino del Dragón Marino. Le habían advertido que los grabados serían difíciles de descifrar debido al deterioro por el paso del tiempo, pero Caesar estaba decidido a intentarlo.
"Veamos qué tenemos aquí..." murmuró, su voz perdiéndose en la inmensidad de la sala.
Con manos expertas, comenzó a limpiar la superficie del fragmento. A medida que retiraba la suciedad, empezaron a emerger grabados antiguos que estremecieron al estudioso. Poco a poco, tomaron forma las figuras de tres poderosos guerreros.
El primero, situado a la derecha, era una imponente criatura leonina, muy distinta a cualquier león que Caesar hubiera visto en el vasto Reino de Gloria o en sus numerosas expediciones por otros territorios.
Este león permanecía sobre sus cuatro patas, irradiando una fuerza imponente. Su melena, más que pelo, parecía una llama viva que ondeaba con un brillo sobrenatural, como una tormenta de fuego contenida. En su rostro, cubierto parcialmente por un yelmo negro adornado con bordes dorados y cuernos afilados, se reflejaba una ferocidad incomparable. Incluso en el grabado desgastado, sus ojos parecían arder con una chispa eterna.
Su cuerpo musculoso estaba cubierto por una armadura detalladamente forjada, que se ajustaba a su anatomía y permitía tanto protección como movilidad. Las patas delanteras estaban blindadas con placas pesadas, segmentadas, y rematadas con garras que parecían capaces de desgarrar acero. Las traseras, aunque menos blindadas, sugerían una agilidad mortal. Su cola, igualmente cubierta por partes de la armadura, terminaba en un tridente de hojas negras con filos dorados, que parecía tan funcional como decorativo.
A la izquierda, el segundo guerrero representado era una criatura similar a un tiburón bípedo, como el, con una complexión robusta y una postura desafiante. Su piel azul profundo parecía brillar incluso a través del desgaste del grabado, y su cabeza estaba adornada con una gran aleta dorsal que le confería un aire de majestad.
La armadura de este tiburón era un azul más claro que su piel, con detalles que simulaban escamas metálicas en sus hombreras y guanteletes. Un cinturón ornamentado sostenía un taparrabo gris, y en sus manos sujetaba un tridente dorado que, aunque opacado por el tiempo, mantenía un aura de nobleza.
Por último, en la parte superior del grabado, se erguía un águila de plumaje verde esmeralda, con alas plateadas que brillaban intensamente. Su armadura, detallada con adornos plateados y hombreras en forma de cabezas de águila, destacaba por su diseño elegante y funcional. Estaba representada en una pose de ataque, con las alas extendidas y una expresión feroz en su rostro.
Caesar observó detenidamente las tres figuras, que formaban un triángulo en el grabado.
"Esto es verdaderamente extraño..." pensó, frunciendo el ceño mientras analizaba el patrón.
En el centro de la piedra, las figuras parecían converger, atacando algo... o a alguien. Al limpiar con más cuidado, Caesar distinguió una figura oscura, parcialmente destruida, que parecía ser el objetivo de los tres guerreros.
"¿Una criatura negra?" murmuró, intrigado "Esto debe ser de los albores de la Civilización Bestia... pero la historia que cuenta parece mucho más antigua."
El sonido de pasos interrumpió sus pensamientos. Caesar levantó la vista justo cuando su hijo, Koa, irrumpía en la sala con su típica mezcla de energía y curiosidad.
"¡Papá!" exclamó el pequeño, sorprendiendo a Caesar, quien lo recibió con una sonrisa.
"Ah, Koa, eres tú. ¿Qué sucede?"
"Mamá dice que el almuerzo está casi listo y que vayas ahora mismo" dijo el niño con seriedad, mientras Caesar lo alzaba en brazos y lo sentaba sobre su hombro con cariño.
"Está bien, iré enseguida" respondió Caesar, dejando el fragmento de piedra a un lado por el momento.
Koa, con los ojos brillantes de curiosidad, señaló hacia la piedra.
"¿Qué es eso, papá?"
"Es un artefacto que me enviaron para estudiar" explicó Caesar con tono casual, intentando no abrumar al niño "Parece contar una historia muy antigua... pero ya hablaremos de eso más tarde. ¿No deberías estar preparándote para los exámenes de ingreso a la Academia?"
Koa hizo una mueca de desinterés, llevándose la mano a la nuca.
"No quiero, es que es muy aburrido leer sobre la historia de cada reino y de las tres tribus... Prefiero leer uno de tus libros de aventuras," dijo Koa mientras movía su brazo, simulando empuñar una espada imaginaria. "¡Especialmente las historias de piratas! ¡Son increíbles!"
Caesar arqueó una ceja, sorprendido por la pasión de su hijo.
"¿Qué pasa, papá?" preguntó Koa al notar su expresión.
Caesar sonrió, pero en sus ojos brillaba una leve preocupación. "Sé que te encantan los piratas, Koa, pero no quiero que te obsesiones con la idea de convertirte en uno."
Koa lo miró con confusión, frunciendo el ceño. "Pero en los libros dice que hay piratas buenos. ¿Por qué no puedo ser como ellos?"
Caesar suspiró profundamente. "Lo sé, hijo, pero esos piratas son raros, casi como encontrar una perla en un mar de piedras. La mayoría son bandidos peligrosos, y no quiero que corras ese riesgo."
Koa bajó la mirada, desanimado. Pero antes de que la tristeza se instalara completamente en su rostro, Caesar tuvo una idea.
"¿Qué te parece esto?" dijo, arrodillándose frente a su hijo para mirarlo a los ojos. "Cuando seas mayor, te ayudaré a convertirte en el mejor navegante que haya surcado los mares. Tendrás tu propia tripulación, un barco formidable, y podrás vivir grandes aventuras, como en los relatos. ¿Qué dices?"
Los ojos de Koa brillaron como estrellas, y una sonrisa entusiasta se dibujó en su rostro. "¡Sí! ¡Seré el mejor navegante del mundo!"
"Eso es lo que quería escuchar." Caesar acarició la cabeza de su hijo, ambos sonriendo mientras se dirigían al comedor, fortalecidos por el nuevo sueño compartido.
"Neri, ya estamos aquí," anunció Caesar con una voz alegre al entrar, pero la sonrisa se desvaneció instantáneamente al encontrar una escena alarmante.
Neri, su esposa, estaba tendida en el suelo de la cocina, rodeada de tomates esparcidos y con los ojos cerrados.
"¡Neri!" gritó Caesar, dejando a Koa en el suelo y corriendo hacia ella. La tomó con delicadeza en sus brazos, sus manos temblando mientras trataba de reanimarla. "¡Neri, despierta! ¡Por favor, respóndeme!"
Koa observaba la escena con el rostro lleno de preocupación, sus pequeñas manos apretadas en puños.
"¡Koa, quédate con tus hermanos!" ordenó Caesar mientras alzaba a Neri en brazos. "Voy al hospital. No salgas de casa."
"¿Qué tiene mamá?" preguntó Koa, su voz temblorosa.
"No lo sé..." respondió Caesar, esforzándose por mantener la calma, aunque su tono delataba la angustia que lo consumía.
Con Neri en brazos, Caesar se apresuró hacia su vehículo. El motor rugió mientras conducía a toda velocidad, su mente atrapada en un torbellino de temor y esperanza. Sin embargo, al llegar al hospital, la realidad lo golpeó con la fuerza de un muro.
Los prejuicios hacia los tiburones eran profundos y crueles. Varios médicos se negaron a atenderlos, esquivando sus súplicas con excusas o miradas frías. El tiempo parecía desvanecerse, cada segundo aumentando su desesperación.
Finalmente, un joven médico Golden Retriever se acercó. Su pelaje dorado brillaba bajo las luces del hospital, y en sus ojos se reflejaba una mezcla de profesionalismo y empatía.
"Yo la atenderé," dijo con firmeza, acompañado por un pequeño grupo de médicos que compartían su compromiso por salvar vidas sin discriminar.
Caesar, abrumado por la gratitud, apenas pudo articular unas palabras. "Gracias... gracias."
Horas después, Caesar estaba sentado en la sala de espera, con la cabeza entre las manos. El sonido del tic-tac del reloj era insoportable, cada segundo ampliando el abismo de su incertidumbre.
Finalmente, un médico Toro, de semblante grave, salió por la puerta. Se acercó a Caesar, quien se puso de pie al instante, su corazón latiendo con fuerza.
"Señor Shark..." llamó el médico, su tono grave. Caesar lo miró fijamente, su corazón acelerado.
"Acompáñeme, por favor," dijo el médico Toro, señalando un pasillo. El ambiente se tornó opresivo mientras caminaban hacia una habitación donde Neri estaba acompañada por el joven médico Golden Retriever. Caesar, con la garganta seca, no pudo contenerse más.
"Dígame sin rodeos, doctor... ¿qué tiene mi esposa?" preguntó con voz quebrada, el peso de la incertidumbre reflejado en su mirada.
El médico Toro lo observó con una mezcla de compasión y tristeza, mientras el Golden Retriever, cabizbajo, daba un paso adelante.
"Señor Shark..." comenzó el médico Toro, su voz firme pero cargada de pesar. "Hemos detectado una condición extremadamente inusual en su esposa. No es algo que hayamos visto antes en su totalidad."
"¿Qué quiere decir con 'inusual'?" replicó Caesar, sintiendo que el suelo se desvanecía bajo sus pies.
El Golden Retriever tomó la palabra con suavidad, su rostro visiblemente afectado.
"Hemos identificado algunos síntomas que coinciden con enfermedades conocidas, pero lo que enfrenta su esposa es mucho más agresivo y complejo. Su cuerpo está perdiendo fuerza rápidamente, y aunque podemos tratar los síntomas, no sabemos cómo detener esta enfermedad."
El mundo de Caesar se tambaleó. Las palabras de los médicos caían como cuchillos, cada una perforando más hondo. Su rostro se crispó, y la ira brotó de la desesperación.
"¡¿Qué quieren decir con que no saben?!" rugió, agarrando la bata del médico Toro con fuerza. Sus ojos ardían de rabia, pero era un fuego alimentado por el miedo.
El médico Toro mantuvo la calma, aunque claramente afectado por la intensidad de Caesar. "Señor Shark, por favor, cálmese. Entendemos su angustia."
"¡No lo entienden!" gritó Caesar, soltando al médico mientras sus hombros temblaban. "¡Es mi esposa! ¡Ella no puede... no puede...!"
Neri, desde la cama, levantó la mano con esfuerzo. Su voz, aunque débil, era firme.
"Cariño... por favor, basta."
El llamado de Neri atravesó la ira de Caesar como un rayo de claridad. Su mirada se encontró con la de su esposa, y en sus ojos, más allá del cansancio, había amor y una serena fortaleza. Caesar respiró hondo, tratando de calmar el torbellino dentro de él.
El médico Toro, al notar que Caesar había recobrado algo de control, prosiguió con tono solemne.
"Haremos todo lo posible para aliviar su sufrimiento, pero... debemos ser honestos. No hay cura conocida para esta condición. Le recomendamos que pase el mayor tiempo posible con ella... y que se prepare para lo peor."
Caesar se tambaleó ante esas palabras, como si todo el aire hubiese sido expulsado de sus pulmones. Su cuerpo temblaba mientras caía de rodillas junto a la cama de Neri, su rostro enterrado en sus manos.
"¡No... esto no puede estar pasando!" murmuró, su voz quebrándose mientras las lágrimas caían libremente.
Neri extendió su mano temblorosa y la colocó suavemente sobre la cabeza de Caesar.
"Estoy aquí, cariño... aún estoy aquí," susurró, su voz impregnada de un amor que desbordaba incluso en su fragilidad.
El médico Toro y el Golden Retriever intercambiaron miradas antes de retirarse, dejándolos solos para procesar la devastadora noticia. Caesar, tomando la mano de Neri, alzó la vista hacia ella.
"Vamos a casa," dijo Neri con una sonrisa débil, pero llena de determinación.
El regreso fue silencioso. La tensión en el aire era palpable, como si la propia noche compartiera su dolor. Al llegar, los niños corrieron a recibirlos, con sus risas resonando en la oscuridad, pero la atmósfera pesada les golpeó como una ola invisible. Koa, con ojos llenos de preocupación, fue el primero en hablar.
"Mami... ¿estás bien? ¿Qué dijo el doctor?"
Caesar tragó saliva, luchando por encontrar las palabras. Pero fue Neri quien respondió, esbozando una sonrisa llena de ternura.
"¡No pasa nada, mi amor!" exclamó con una energía que desafiaba su estado. "Mamá solo se sintió un poquito mal, pero ya estoy mejor."
Los niños suspiraron aliviados, abrazándola con fuerza. Koa sollozó mientras Kai y Hoku se aferraban a ella, sus pequeñas manos temblando.
"¡Pensé que te había pasado algo malo!" lloró Koa, mientras las lágrimas de Kai y Hoku rodaban silenciosamente por sus mejillas.
Caesar observaba la escena, desconcertado, mientras Neri le hacía un gesto sutil, implorándole que no revelara la verdad. Sin embargo, Goadon captó la inquietud que se reflejaba en los rostros de sus amigos. Cuando los niños finalmente se retiraron a dormir, Goadon se acercó a Caesar y Neri con una mirada seria y determinada, más intensa que nunca.
"Saben que no pueden engañarme" dijo, su voz cargada de gravedad "Díganme qué está pasando."
Caesar y Neri intercambiaron una mirada cargada de dolor antes de suspirar profundamente. La amarga verdad escapó finalmente de sus labios. La noticia cayó sobre Goadon como un rayo. Sus piernas flaquearon, y se desplomó de rodillas, temblando mientras las lágrimas comenzaban a fluir libremente. Caesar, luchando por contener las suyas, permaneció inmóvil, su rostro endurecido por la impotencia. Neri los abrazó a ambos, su propio dolor apenas contenido, pero con la fuerza necesaria para sostener a sus amigos en su desconsuelo compartido.
Esa noche, el sueño fue un extraño para Goadon, Neri y Caesar. El dolor se instaló como una sombra constante, envolviendo cada rincón de sus vidas. Al amanecer, la atmósfera seguía siendo pesada y sofocante. Neri intentaba mantener una fachada de fortaleza para sus hijos, pero no podía ocultar las grietas de desesperanza que se abrían en su corazón. Caesar, a su lado, cargaba con el peso de la tristeza, sus esfuerzos por disimularlo resultando en vano.
Los días transcurrieron como un desfile interminable de angustia. Goadon, siempre presente, se convirtió en un pilar para la familia, esforzándose por llevar algo de luz a los pequeños. Pero ni siquiera su optimismo inquebrantable logró frenar el avance implacable de la enfermedad.
El Doctor Toro y su colega hicieron todo lo posible, pero los prejuicios de otros médicos hacia los tiburones limitaban los recursos y la ayuda. Esta indiferencia alimentaba la ira de Caesar, quien comenzó a resentir profundamente la falta de humanidad de aquellos que podían haber marcado la diferencia.
Finalmente, llegó el día que todos temían. Neri, rodeada por Caesar, Goadon, el Doctor Toro y el fiel Golden Retriever, yacía en la cama, reducida a un susurro de lo que había sido. Con un esfuerzo que parecía consumir sus últimas fuerzas, llamó a Caesar.
"Cariño..." su voz era apenas un hilo, pero rebosaba amor.
Caesar tomó su mano con delicadeza, sus ojos ya inundados de lágrimas.
"Estoy aquí, Neri" respondió, su voz quebrada.
"Prométeme que cuidarás de los niños..." dijo, su mirada fija en él, buscando consuelo en su promesa "Manténganse juntos."
Caesar asintió, su cuerpo sacudido por el llanto. Neri esbozó una sonrisa débil, una última chispa de luz antes de que su aliento final la abandonara. Sus ojos se cerraron suavemente, y con ellos se apagó una parte del mundo de Caesar.
El impacto fue devastador. Caesar se desplomó junto a la cama, sus lágrimas cayendo como una lluvia torrencial. Goadon, de pie, dejó caer la cabeza, llorando en silencio mientras compartía el dolor de su amigo. Los tres pequeños observaban la escena, sus sollozos suaves y confusos, sin comprender completamente la magnitud de la pérdida, pero sintiendo el peso abrumador de la tristeza.
Días después, el cielo se vestía de gris mientras la familia y los amigos de Neri se reunían alrededor de su tumba. Caesar, junto a sus hijos Koa, Kai y Hoku, permanecía inmóvil, con el rostro bañado en lágrimas. Los pequeños lloraban abrazados entre sí, mientras la tristeza parecía envolverlos a todos como una manta inquebrantable.
Tras el funeral, Goadon volvió a la casa y encontró a los niños cabizbajos, rodeados por sus abuelos, quienes hacían lo posible por consolarlos. Pero el pesar era profundo y denso. Preocupado por Caesar, Goadon se dirigió al estudio. Allí, en la penumbra, lo encontró sentado en silencio, una sombra de quien había sido.
Goadon permaneció en silencio por un momento, solo acercándose y colocando una mano firme sobre el hombro de su amigo. El peso de sus palabras no necesitaba ser dicho; la gravedad del momento ya estaba en el aire.
"Amigo..." dijo Goadon con voz grave, llena de preocupación. "Los niños están devastados. Te necesitan más que nunca. Ellos necesitan a su padre."
Caesar no respondió, sumido en un silencio profundo como una muralla impenetrable. Goadon frunció el ceño, la preocupación por la inactividad de su amigo creciendo con cada segundo.
"Escucha," continuó Goadon con más intensidad, "Neri habría querido verte de otra manera, no como estás ahora." Sus palabras fueron firmes, cargadas de verdad. "Ella quería que siguieras persiguiendo el sueño de ser un gran explorador. La vida sigue, aunque no podamos evitar la partida de quienes amamos. Pero siempre podemos honrar su memoria, mantener vivos sus ideales."
La voz de Goadon se convirtió en un faro de determinación, un punto de claridad en la tormenta emocional que atrapaba a Caesar.
"Ahora, tus hijos te necesitan. Necesitan ver en ti la fortaleza que siempre has tenido. El amor que sentías por Neri. Haz que se sientan orgullosos de ti. Cumple el sueño por el que tanto luchaste. Dales el amor y el apoyo que más necesitan en estos momentos."
Goadon observó a Caesar mientras se dirigía hacia la puerta. Fue entonces cuando Caesar, lentamente, levantó la cabeza. Por un breve momento, se pudo ver un destello de la determinación que alguna vez tuvo.
"Y recuerda esto," añadió Goadon antes de salir, "siempre estaré aquí para ti. Siempre podrás contar conmigo."
Con esas palabras, Goadon cerró la puerta suavemente detrás de él, dejando a Caesar solo con sus pensamientos.
Caesar, abrumado por una rabia salvaje, lanzó al suelo todos los libros y herramientas sobre la mesa. Se levantó de golpe, tirando la silla con fuerza. Sus manos golpearon la superficie con tal fuerza que resonaron en la habitación, mientras su furia se desbordaba.
"¡¿Qué la vida sigue?!" rugió Caesar, su voz cargada de desesperación cruda. "¡¿Cómo puedes decir eso cuando me siento tan solo?!" Su cuerpo se desplomó nuevamente, hundido en la desesperación, su grito ahogado por las lágrimas. "¿Por qué ella? ¿Por qué no fui yo?"
Sollozaba, dejando que las lágrimas fluyeran sin control. El dolor era una ola imparable que lo arrastraba, y su mente clamaba por una oportunidad más de ver a Neri, de tocarla, de sentir su calor una vez más.
De repente, una presencia densa y opresiva comenzó a llenar la habitación, como si la luz misma fuera absorbida por ella.
"¿De verdad harías lo que sea para volver a ver a tu amada?" La voz resonó en el aire, profunda, ancestral, cargada de un tono oscuro y sardónico. Caesar se enderezó, el miedo y la sorpresa surgiendo de inmediato, desdibujando su rabia.
"¡¿Quién está ahí?!" exigió Caesar, su voz temblorosa pero desafiante. La voz era antigua, cargada de un poder palpable.
La respuesta llegó, cargada de sarcasmo mordaz.
"Vaya, quién diría que, con el paso de los siglos, las Bestias se volverían tan altaneras."
Caesar, consciente de la amenaza, se preparó instintivamente. Tomó su Cyclot, recordando las lecciones que había aprendido con Goadon sobre cómo canalizar su poder. Jamás había imaginado que necesitaría usarlo de esta manera.
"Te advierto que no estoy de humor para bromas," gritó Caesar, su voz resonando con firmeza. "¡Muéstrate!"
Una sombra gigante comenzó a formarse ante él, su figura tomando forma lentamente. Era una criatura reptiliana, con una constitución robusta y musculosa que la diferenciaba de cualquier ser que Caesar hubiera conocido. Sus garras, afiladas como cuchillas, daban la impresión de que podían desgarrar todo a su paso. La sombra se erguía sobre sus patas traseras, cada músculo tenso, dispuesto a actuar.
Las alas alargadas se extendían con una gracia aterradora desde su espalda, mientras que su cola se curvaba de forma majestuosa, como un látigo letal. La criatura emanaba una aura palpable de poder, algo incontrolable. Dos cuernos curvados sobresalían de su cabeza, acentuando su aspecto agresivo. Y lo más inquietante de todo: unos ojos rojos, brillantes como carbones ardientes, que destellaban en la oscuridad.
Caesar permaneció inmóvil, incapaz de identificar a la figura que emergía de las sombras, como si la propia realidad se hubiera suspendido en el aire, conteniendo la respiración, aguardando el desenlace de este inquietante encuentro.
"¿De verdad todos ustedes se han olvidado de mí?" La sombra habló con desdén, su voz resonando en la habitación mientras avanzaba con pasos solemnes. Caesar la observaba con atención, cada uno de sus movimientos captando su total concentración. La figura etérea recorría el estudio, sus ojos rojos brillando con intensidad mientras escudriñaba los libros dispersos por el suelo y los que aún descansaban en las estanterías.
"No hay nada... ni un relato que hable de mí, ni mención de mi reino. Me han borrado de la existencia. Me han olvidado por completo", murmuró la sombra, su voz cargada de desprecio y una pizca de incredulidad, sus dedos etéreos acariciando los lomos de los libros.
"¿¡Quién o qué eres!?" exigió Caesar Shark, su voz firme, desafiante, mientras su mirada no dejaba de seguir cada movimiento de la figura ominosa. La sombra lo miró de vuelta, sus ojos resplandeciendo con un aire de superioridad.
"Vaya, tenía razón. Se han vuelto muy desobedientes y altaneros", dijo la sombra, su mirada clavada en los ojos de Caesar con una intensidad gélida. "Para responder a tu pregunta, soy lo que ustedes llamarían un 'enviado de las estrellas'. Soy el primer Gobernante de este planeta."
Caesar arqueó una ceja, esbozando una mezcla de escepticismo y sorpresa. "¿Un enviado de las estrellas? ¿El primer gobernante del Planeta Bestia?" repitió, su tono cargado de sarcasmo. "¿Qué estupideces estás diciendo?", añadió, dejando claro su desdén.
La sombra lo miró, una mezcla de desprecio y furia cruzando su rostro. Caesar, sin inmutarse, mantuvo su mirada fija y desafiante, preparado para enfrentar cualquier revelación que esa entidad pudiera ofrecer.
"He revisado cada libro, cada archivo, de cada reino de las tres tribus del Planeta Bestia, y en ninguno se menciona a seres provenientes de las estrellas o algo que se le parezca", dijo Caesar Shark, su mirada fija en la sombra que dominaba la habitación.
"¿Así que tienen tribus?" La sombra rió con desdén. "Y no solo eso, sino que también poseen reinos", continuó con una burla evidente, su risa cruel resonando en el aire antes de rugir con furia desbordante. "¡Criaturas estúpidas e ingratas! ¡Han olvidado quién les otorgó un propósito cuando no eran más que seres sin mente! ¡Fui yo! ¡Ustedes no son nada más que peones, meros instrumentos para mi beneficio!"
El rugido de la sombra sacudió las paredes del estudio, dejando a Caesar atónito ante la explosión de ira. La sombra, recobrando algo de compostura, volvió a dirigirse a él.
"Ugh..." resolló la sombra, su furia calmándose un poco. "Perdona mi arrebato de ira, pero volvamos a lo importante. Mi nombre es Dragul, y como dije, soy el primer Gobernante de este planeta. Mi legitimidad como líder se remonta al día en que llegué aquí, hace siglos", explicó Dragul, mientras Caesar lo observaba con creciente nerviosismo.
"Como mencioné, no sé quién eres. Nunca he escuchado de alguien llamado Dragul", replicó Caesar Shark, sin apartar la vista de la sombra.
"Eso es porque mi nombre y mi existencia fueron sepultados con el paso de los siglos, pero estoy aquí porque tú eres el que he estado buscando", dijo Dragul, señalando a Caesar con su mano de sombra.
"¿A mí?" preguntó Caesar, confundido, mientras Dragul avanzaba con una determinación ominosa.
"Así es", confirmó Dragul, acercándose aún más. "Necesito un mensajero, alguien en el plano físico que me ayude en mi regreso. Siento que mi resurgimiento está cerca. Mis siervos esperan el momento adecuado para actuar, pero necesito a alguien que los dirija. Y ahí es donde entras tú."
Dragul se apartó y señaló un mapa en la pared del estudio. "Quiero que me ayudes a liberarme de mi prisión, para reclamar mi legítimo lugar como soberano de este miserable planeta", dijo, señalando una porción distante en el mapa.
"¿El Continente Perdido?" preguntó Caesar, intrigado. "¿Es allí donde estás encerrado?" inquirió.
"Sí", confirmó Dragul, su voz profunda y resonante.
"¡Pues allí mismo te quedarás!" dijo Caesar Shark con firmeza, rechazando la oferta. "No pienso ayudar a alguien tan claramente peligroso. Además, si te libero, estoy seguro de que desencadenaré el mismísimo armagedón", dijo Caesar Shark, furioso, dando media vuelta hacia la puerta de su estudio. Pero al ver la negativa de Caesar, Dragul se interpuso en su camino, cerrando la puerta de manera sobrenatural.
"Verás, no puedes rechazar lo que estoy pidiendo..." dijo Dragul, su tono cargado de frustración ante la obstinada resistencia de Caesar. "Necesito a alguien como tú para asegurar el éxito de mi regreso."
Caesar Shark mantuvo su postura defensiva, su mirada desafiante fija en la sombra imponente. "Entonces intenta con otro, porque yo no lo haré", respondió Caesar con firmeza, preparándose para rechazar cualquier otra propuesta.
Dragul se acercó peligrosamente a su rostro, una sonrisa siniestra apareciendo en su rostro sombrío, revelando una boca roja con dientes afilados. "Ya veo..." murmuró Dragul, su sonrisa ampliándose. "Como veo que no te voy a convencer de que lo hagas voluntariamente, ¿qué tal si te ofrezco un trato?"
"¿Un trato?" preguntó Caesar, desconcertado. Sus ojos se encontraron con los de Dragul, llenos de una intensidad desbordante.
"Antes te pregunté si realmente harías lo que fuera por volver a ver a tu amada", dijo Dragul, su tono envolvente, cargado de una retórica seductora. "El amor es algo poderoso y hermoso, lo sé por experiencia. Puedo sentir que el vínculo que tenías con ella era especial. Así que aquí está mi oferta: si me liberas, yo te devolveré a tu amada del más allá."
Caesar se quedó boquiabierto ante la propuesta. "¿De verdad puedes hacer eso?" preguntó, sus ojos reflejando asombro y una mezcla de esperanza.
"Sí, como dije, vine de las estrellas", respondió Dragul, señalando al cielo que ahora mostraba un atardecer colorido y ominoso. "Poseo poderes y tecnología que nadie en este planeta conoce, y aunque otros puedan tener habilidades similares o tecnología, ninguna se acerca a las mías."
Dragul se acercó aún más, envolviendo a Caesar con su cuerpo sombrío. La sensación de su presencia oscura erizó la piel de Caesar, mientras una ola de frío recorría su cuerpo.
"Ayúdame, y yo la traeré de vuelta", dijo Dragul, una sonrisa malvada curvando sus labios sombríos. "Pero eso no es todo. Te daré el poder de vengarte de aquellos que te han causado dolor."
Mientras Dragul hablaba, Caesar Shark sintió una perturbación oscura y siniestra en lo más profundo de su ser. Las palabras de Dragul parecían avivar una llama de odio y resentimiento que había estado latente durante años.
"Percibo ese odio, esa ira que siempre has llevado dentro, dirigida hacia los que te rechazaron por tu naturaleza", continuó Dragul, sus ojos resplandeciendo con una luz maligna. "Ayúdame, y te prometo que los que te menospreciaron y te lastimaron suplicarán por piedad. Ayúdame, y te prometo que nadie volverá a herirte a ti ni a tu familia."
Dragul se apartó, dejando que una aura oscura envolviera a Caesar. Caesar, atraído por una fuerza invisible, se acercó a una foto en la que él y Neri sonreían felices. La sombra de Dragul parecía intensificarse a medida que sus ojos se tornaban rojos, reflejando la creciente tormenta interior de Caesar.
"¿Y qué me dices?" preguntó Dragul con satisfacción, observando cómo la furia se apoderaba de Caesar.
"Lo haré..." dijo Caesar, sus ojos fijos en la foto de Neri mientras la sostenía con firmeza. "Pero solo si cumples tu promesa una vez seas libre..."
Dragul sonrió, complacido con la respuesta. "Sí, lo haré", confirmó, su voz un susurro oscuro en la penumbra. "Ahora ve al Continente Perdido. Allí te esperarán mis siervos."
Con un gesto de sus manos, Dragul convocó una llama roja, de la cual emergió un antiguo libro, desgastado por el tiempo. "Este libro te dirá todo lo que necesitas saber al llegar al Continente Perdido. Allí, mis siervos te indicarán qué hacer y cuándo mover tus piezas", dijo Dragul, mientras su figura comenzaba a desvanecerse en la penumbra.
Caesar, aún sosteniendo la foto de Neri, miró con una mezcla de enojo y determinación. "Todos los que me han lastimado, todos los que siempre me han temido por mi apariencia, ahora me temerán de verdad", dijo Caesar, colgando la foto de nuevo en la pared. "Pronto volveremos a estar juntos, y con la ayuda de Dragul, construiremos un nuevo mundo solo para nosotros."
Mientras la luz del atardecer iluminaba la sala, Caesar Shark colgó la foto de Neri, su corazón latiendo con una mezcla de esperanza y venganza.
Fin del Flashback
"Neri..." susurró Caesar Shark, su voz quebrada por la desesperación, justo antes de ser lanzado por el Trinity Burst de Kaiser Regulus, Storm Zephyrus y Neo Atlas. La explosión de energía destrozó la pared, y el resplandor del ataque se vio claramente desde el submarino donde Big Serow, Morgan, Billsword y Turrock observaban, preocupados.
En el laboratorio, Mantaray y Padressa luchaban por mantener el equilibrio ante el temblor causado por la sacudida, sin percatarse de que Sealance, con su dedo transformado en una hoja afilada, cortaba los cables que lo mantenían prisionero. Mientras tanto, en el campo de batalla, Caesar Shark yacía en el suelo, abatido por el ataque. Kaiser Regulus, Storm Zephyrus y Neo Atlas se separaron de nuevo en Ryo, Liogre, Akira, Killer Shark, Tadashi y Eagle, respectivamente, jadeando por el esfuerzo y cayendo de rodillas.
Leoparmint se acercó con preocupación. "¿Están bien?"
Liogre, Ryo, Akira, Killer Shark, Tadashi y Eagle se levantaron lentamente, asintiendo con esfuerzo mientras trataban de recuperar el aliento.
"Mis datos sugieren que la Forma Trinity consume una gran cantidad de energía", comentó C.O.T.B., observando a Ryo con atención.
"Es bueno saberlo..." respondió Ryo con una sonrisa fatigada.
"Con tiempo y entrenamiento, serán capaces de extender su uso", añadió C.O.T.B., su expresión reflejando una esperanza renovada.
Todos asintieron en acuerdo, mientras Liogre miraba a Killer Shark con seriedad. Respiró hondo, el peso de la batalla y la preocupación por sus compañeros llenando el aire antes de hablar.
"Killer Shark..." dijo Liogre, captando la atención de todos mientras avanzaba hacia él. "Nunca imaginé que diría esto, pero... gracias."
Killer Shark asintió en silencio, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y respeto. Liogre, con un gesto sincero, continuó:
"Escucha, no puedo perdonarte por lo que hiciste en el pasado. Simplemente no puedo..." dijo Liogre, su voz cargada de dolor. Killer Shark bajó la mirada, consciente del peso de sus acciones. Pero entonces vio cómo Liogre extendía su mano hacia él, invitándole a levantar la vista.
"Pero ya no puedo seguir cargando este odio. Tal vez... tal vez haya un camino hacia adelante que podamos recorrer juntos", ofreció Liogre, su tono más suave pero firme.
Killer Shark, con una ligera sonrisa, tomó la mano de Liogre. "Tomará tiempo, pero estoy aquí para recorrer ese camino contigo. Empezaremos de nuevo, juntos."
Mientras Liogre y Killer Shark se estrechaban la mano, Ryo se acercó a Caesar Shark, que yacía en el suelo, derrotado. Ryo se arrodilló junto a él, y Caesar Shark, con la mirada fija en él, preguntó:
"¿Vienes a acabar conmigo?"
"Entonces hazlo de una vez", desafió Caesar Shark, resignado. "Ya no puedo moverme. No puedo pelear. Es tu oportunidad de acabar conmigo con un solo golpe."
Ryo lo miró fijamente, respiró hondo y, sorprendentemente, rompió un trozo de su camiseta para limpiar algunas de sus heridas.
"Oye," dijo Ryo con tranquilidad, "yo también perdí a alguien que era especial para mí. Mi abuelo... murió protegiéndome de un ladrón. Así que, de alguna manera, entiendo lo que estás sintiendo."
"¿Nunca has deseado traer a tu abuelo de vuelta? ¿Nunca has querido que quien te lo arrebató sufriera el castigo que merece?" preguntó Caesar Shark, su mirada desafiante fija en Ryo.
Ryo se mantuvo firme, su expresión dura mientras respondía: "No voy a mentirte. Sí, claro que he deseado traer a mi abuelo de vuelta. Como tú, estuve lleno de rabia. Quería que el que me lo arrebató pagara por lo que hizo, que sufriera el mismo dolor que yo sentía". Su voz reflejaba un profundo dolor y determinación. Liogre y los demás observaban en silencio, sintiendo el peso de sus palabras.
"Pero cada acción tiene sus consecuencias. Aunque hubiera tenido la oportunidad de vengarme, de descargar toda mi ira sobre quien me arrebató a mi abuelo, nada habría cambiado. Por eso, aunque lo tuviera frente a mí y pudiera castigarle, no lo haría", explicó Ryo, con una mezcla de resignación y sabiduría.
Caesar Shark lo miró con incredulidad. "¿Quieres decir que perdonaste a quien te quitó a un ser querido?"
"No exactamente. Hay una delgada línea entre las buenas y las malas personas. Una vez que cruzas esa línea, no hay marcha atrás. Yo nunca voy a cruzarla", respondió Ryo mientras continuaba limpiando las heridas de Caesar Shark, quien lo miraba confundido.
"¿Por qué sigues haciendo esto?" preguntó Caesar Shark, su tono cargado de incredulidad.
"Porque no voy a dejarte en este estado", respondió Ryo, trabajando con cuidado y determinación. Caesar Shark entrecerró los ojos, su expresión endurecida.
"¿Le tienes piedad a un enemigo?" inquirió Caesar Shark, mirando a Ryo con desdén. "Eres muy ingenuo. Si yo tuviera la oportunidad, te arrancaría la cabeza de un golpe."
"Si sigues siendo tan compasivo con tus enemigos, algún día eso te llevará a la tumba", advirtió Caesar Shark, sus palabras llenas de una amenaza latente.
Ryo lo miró fijamente, su mirada firme y desafiante, mientras Liogre y los demás observaban la escena desde una distancia, sus expresiones serias reflejando el peso de la confrontación.
"Mi padre se equivoca..." dijo Killer Shark, captando la atención de todos a su alrededor. "La verdadera fortaleza de este chico radica en su corazón. Puede ser peligroso mostrar misericordia hacia los enemigos, pero eso convierte su corazón en su escudo más fuerte", añadió Killer Shark, mirando hacia donde Ryo y Caesar Shark intercambiaban palabras.
Ryo mantuvo la mirada fija en Caesar Shark, su voz cargada de determinación mientras se levantaba nuevamente. "No puedo perdonarte por las vidas que has arrastrado a esta locura, ni por las que has arrebatado", dijo Ryo con seriedad. "Pero, al final, soy humano." Miró el Tamer Link en su muñeca, que Caesar Shark observaba con atención. "El poder que tengo no está destinado a matar, especialmente a alguien que ya no puede moverse", añadió, con una mezcla de firmeza y compasión.
Caesar Shark esbozó una sonrisa irónica, sus ojos reflejando una tristeza resignada. "Sandeces..." murmuró, mientras Ryo lo observaba, impasible.
"He aprendido a seguir adelante, intentando ser la persona que mi abuelo hubiera querido que fuera. Él me enseñó que todo en esta vida depende de cómo se usa y se vive", dijo Ryo, mirando a Caesar Shark con intensidad. "Así que, aunque tengas el poder que posees, aún puedes usarlo para hacer el bien, para redirigir tu vida hacia el camino correcto."
Caesar Shark miró al techo, una sombra de desdén cruzando su rostro. "Je, tu abuelo no era tan sabio. En esta vida, todos somos solo herramientas. Y como tal, no decidimos cómo ser usadas", dijo, su voz cargada de resignación.
Ryo frunció el ceño, el enojo palpable en su rostro. "¡Eso no es cierto!" exclamó con firmeza. "Eso solo aplica a una armadura o a las armas que uno porta."
"¡¡Por favor, sigues vivo!! ¡¡No eres una simple herramienta!!" gritó Ryo, levantándose con una determinación feroz. Su voz resonó, inquebrantable, mientras sus puños se apretaban con fuerza.
"¡Una herramienta no lloraría por la pérdida de sus seres queridos!" continuó Ryo, sus ojos brillando con una intensidad ardiente. "¡Levántate! ¡Usa cada pizca de fuerza que queda en tu cuerpo! ¡Vive la vida que te queda! Aún tienes mucho por lo que luchar. ¡No es tarde para corregir tus errores! ¡No es tarde para decidir no estar solo!"
Ryo miró a Caesar Shark con una intensidad que parecía atravesar la oscuridad que los rodeaba. En ese momento, el aire alrededor de ellos pareció cambiar. Un delgado rayo de sol se filtró por las grietas del castillo, iluminando a Ryo y Caesar Shark en un resplandor dorado. Afuera, en el submarino, el Capitán Turrock y su grupo observaban asombrados cómo la luz rompía la desolación del lugar, un contraste asombroso con la oscuridad que reinaba minutos antes.
Dentro del castillo, Ryo seguía mirando a Caesar Shark, su rostro una mezcla de angustia y urgencia. "¡No renuncies todavía! ¡Aún puedes recuperar los lazos con aquellos que aún son importantes para ti!" dijo, su voz cargada de convicción mientras la luz iluminaba su rostro, resaltando la desesperación en sus ojos. "¡No renuncies a vivir tu vida!"
Caesar Shark, cuyas sombras internas habían gobernado su alma por tanto tiempo, sintió una chispa de vida renacer en su pecho. Sus ojos, antes apagados, reflejaron la luz que hacía mucho tiempo no proyectaban. Observó asombrado al joven humano frente a él, mientras Goadon se acercaba lentamente, sin atreverse a interrumpir el milagro que comenzaba a suceder.
"Goadon..." murmuró Caesar Shark, al ver a su viejo amigo aproximarse. Soltó un suspiro profundo. "¿Me darás también un sermón como este muchacho, verdad?" preguntó, con una sonrisa amarga.
"No, viejo amigo...", respondió Goadon, con una mirada llena de tristeza. "Estoy aquí porque quería detenerte antes de que cometieras esta locura. Neri nunca habría querido verte así. Ella deseaba que fueras feliz, que vivieras con el corazón en paz."
Caesar Shark apartó la vista, su mirada perdida en el techo mientras las lágrimas comenzaban a rodar por su rostro.
"¿Cómo podría...?" susurró, su voz rota. "No puedo vivir sin ella. La amaba... la amo demasiado." Las palabras salían entre sollozos ahogados. "Ella cambió mi vida por completo. Cuando la perdí, sentí que todo se derrumbaba a mi alrededor."
Mientras Caesar Shark hablaba, Killer Shark, Akira y el resto de su grupo se acercaron, con semblantes serenos, escuchando las confesiones de un guerrero que alguna vez fue indomable.
"Culpé al mundo por lo que me pasó..." continuó Caesar Shark, apretando los puños. "Y en mi rabia olvidé a aquellos que intentaron ayudarme. Me sumergí en la oscuridad... y arrastré a mis propios hijos conmigo. Los transformé en lo opuesto a lo que Neri y yo soñábamos para ellos." Su voz resonó con desesperación. "Fui un tonto... Me dejé manipular por Dragul, cegado por la ira, y ahora... ya no hay vuelta atrás. No tengo tiempo para corregir lo que destruí."
"Aún no es tarde..." dijo Liogre, con una mirada firme pero compasiva. "Podemos ayudarte a encontrar una solución, pero para eso... tienes que dejarla ir." Killer Shark se arrodilló frente a su padre.
"Para sanar, padre...", dijo Killer Shark, mirando a Ryo. "Tienes que dar el primer paso."
Caesar Shark bajó la cabeza, el peso de las palabras de su hijo cayendo sobre él. El eco de la voz de Killer Shark resonó como una verdad amarga: para arreglarlo todo, debía abandonar el odio y el dolor que lo habían consumido.
"Como dijo el muchacho", agregó Killer Shark, con determinación en los ojos. "No renuncies a vivir. Aún hay tiempo para corregirlo todo."
Caesar cerró los ojos, sumido en un abismo de oscuridad en su mente. En ese vacío, una imagen apareció ante él, arrebatándole el aliento. Neri. Se veía tan real, tan palpable, como si estuviera justo frente a él.
"Neri..." susurró Caesar, su voz quebrada, al verla acercarse.
"Caesar..." dijo ella suavemente, mientras posaba una mano cálida sobre su mejilla.
"Lo arruiné todo..." murmuró Caesar, su voz temblando. "Solo quería... quiero tenerte entre mis brazos..."
"Mi amor... siento tanto que mi partida te haya herido tanto", respondió Neri con dulzura. "Pero estoy en paz, en un lugar tranquilo. Kai y Hoku están aquí conmigo."
"Entonces, llévame contigo, por favor..." rogó Caesar, las lágrimas cayendo como torrentes, su corazón roto.
Neri lo miró con infinita ternura, una comprensión que lo atravesó hasta el alma.
"Aún no ha llegado tu hora, mi amor", dijo Neri con suavidad. "Te queda algo muy importante por hacer en este mundo."
"¿Qué cosa...?" preguntó Caesar Shark, su voz apenas un susurro, cargada de desesperación.
"Lo sabrás cuando llegue el momento", respondió Neri con una sonrisa serena, apartando suavemente su mano de su mejilla y dándole un beso suave, casi etéreo. "Hasta entonces, te esperaremos."
Con esas palabras, Neri comenzó a desvanecerse, dejando a Caesar Shark solo en la oscuridad, pero con una nueva chispa de esperanza en su corazón.
Caesar Shark abrió los ojos lentamente, su visión algo borrosa al principio, solo para notar que su hijo, Killer Shark, lo llevaba sobre el hombro. La penumbra de la sala oscura quedaba atrás mientras el grupo avanzaba por un pasillo en ruinas. El peso de la batalla recién librada y las decisiones aún pendientes flotaban en el aire.
"¿Incluso después de todo lo que hice... me siguen ayudando?" preguntó Caesar Shark, su voz impregnada de una mezcla de asombro y culpa, mientras sus ojos se posaban en su hijo.
Killer Shark lo miró con una expresión firme, pero comprensiva, sin perder el paso.
"Todos merecen una segunda oportunidad, Padre," respondió con tono grave. "Yo la tuve. No veo por qué tú no la tendrías."
Goadon, acercándose con sus pasos resonando en el pasillo, se unió a la conversación.
"Eres un viejo testarudo, Caesar," dijo Goadon con una sonrisa burlona. "Pero no te preocupes, los necios siempre encuentran su camino de regreso."
Caesar Shark esbozó una pequeña sonrisa, cubriéndose el rostro con una mano, mientras la mezcla de culpa y alivio lo invadía. La calidez de las palabras de su hijo y el tono jocoso de Goadon le aliviaban el corazón, aunque la tristeza seguía presente.
"Soy un tonto..." murmuró, sintiendo el peso de sus errores.
"Eso desde el día en que naciste," bromeó Goadon, soltando una carcajada que hizo que Caesar Shark riera levemente, aliviando un poco la tensión que cargaba sobre los hombros.
"Ojalá el poco tiempo que me queda sea suficiente para arreglar todo esto..." dijo Caesar, con la tristeza aún resonando en sus palabras.
Detrás de ellos, el resto del grupo los seguía, Ogre caminaba con la ayuda de Leoparmint, aún adolorido por la herida que Caesar Shark le había infligido. Golder y Zhao avanzaban en silencio, sus rostros tensos por la preocupación; algo en el aire les hacía sentir que la batalla aún no había llegado a su fin.
Jan Jan y Mei conversaban en voz baja, preguntándose qué les depararía el futuro cuando regresaran a casa. Más atrás, Salmomancer observaba el recipiente que contenía el mensaje de su maestro Manantis, decidido a cumplir la promesa de usar la magia para hacer sonreír al mundo.
Cerca del frente, Ryo, Liogre, Akira, Eagle y Tadashi avanzaban juntos, sus cuerpos marcados por las cicatrices de la batalla, pero sus espíritus mantenían la determinación. Liogre rompió el silencio, su voz firme pero cargada de gratitud.
"Ya van dos veces..." murmuró Liogre, llamando la atención de Ryo.
"¿Dos veces qué?" preguntó Ryo, visiblemente confundido.
"Dos veces que me has salvado," respondió Liogre, sonriendo con sinceridad. "Dos veces que me has devuelto el valor que había perdido."
Ryo se quedó en silencio por un momento, antes de que una sonrisa cálida cruzara su rostro. Liogre continuó, sus palabras llenas de un significado profundo.
"Gracias a ti, he conocido cosas sobre mi familia que antes no sabía... Y además, me siento libre. Tenías razón, ya no podía seguir cargando ese odio hacia Killer Shark. Ahora que me he liberado de esa carga... me siento mejor... más ligero."
Ryo asintió, la sonrisa en su rostro más amplia.
"Me alegra escuchar eso, amigo. Y recuerda, si alguna vez sientes que el dolor es demasiado, no dudes en decírnoslo. Dividiremos esa carga entre todos nosotros."
Liogre sonrió, agradecido, su amistad con Ryo fortaleciéndose en ese momento.
"Lo haré..." respondió Liogre, justo cuando un crujido metálico resonó en el pasillo.
La gran puerta hacia la que se dirigían se abrió de golpe, alertando a todos. Tres tentáculos metálicos surgieron violentamente de la oscuridad, moviéndose con rapidez y precisión. En un parpadeo, Ryo, Liogre, Akira y Killer Shark fueron capturados por las extremidades robóticas. El impacto hizo que Killer Shark soltara a su padre, quien cayó al suelo, pero antes de que Caesar Shark tocara el frío piso, Goadon lo atrapó con agilidad.
Los tentáculos se enroscaron con fuerza alrededor de las víctimas, levantándolos del suelo. Todos los ojos se dirigieron hacia la entrada, donde una figura emergía de las sombras: Sealance, con una siniestra sonrisa en su rostro, controlando los tentáculos que ahora los apresaban.
"¿Pensaban que podían escapar tan fácilmente?" La voz de Sealance era tan fría como el acero que manipulaba, sus ojos destellando con malicia. "Esta batalla aún no ha terminado."
"¡¿Tú otra vez, cara de espanto?!"
El grito de Mei resonó con fuerza, mientras activaba, junto a Zhao, sus Tamer Link, cubriendo sus brazos izquierdos con poderosas armaduras. Los dos se prepararon para el combate, al igual que el resto del grupo. Goadon se mantuvo a un lado, sujetando a Caesar Shark, quien permanecía arrodillado sobre el suelo, exhausto.
"¡Lo sabía!" exclamó Sealance, su mirada cargada de desprecio, fija en Caesar Shark. "¡Sabía que eras demasiado débil! ¡Siempre lo supe! ¡Al final, te arrepentrias y cambiarías de opinión!"
Con un brusco movimiento de sus tentáculos metálicos, Sealance lanzó a Mantaray y Padressa hacia el grupo. Ambos cayeron al suelo, heridos, pero aún conscientes.
"¡Padressa!" gritó Jan Jan, corriendo a socorrer a su compañero caído, mientras Leoparmint hacía lo mismo con Mantaray.
"¡Eres un maldito!" rugió Ogre, furioso, mientras cargaba su Cyclot.
"¡Flame Gatling!" gritó, disparando una ráfaga de bolas de fuego incandescentes desde su Cyclot. Sin embargo, Sealance las repelió con facilidad, utilizando los tentáculos libres para desviarlas.
"¡Esto no tiene sentido, Sealance!" intervino Salmomancer, su voz resonando con una seriedad implacable. "La batalla ha terminado. ¡Ellos han ganado, y tú te has quedado solo!"
"Incluso Nut se arrepintió al final. Nos ayudó porque comprendió que liberar a Dragul no valía el sacrificio. No importa lo que hagas, Dragul no será liberado. ¡Acepta la derrota!" agregó, mientras ayudaba a levantar a Mantaray y Padressa con el apoyo de los demás.
Sealance esbozó una sonrisa torcida, mostrando sus colmillos afilados.
"¡Te equivocas!" dijo, con un destello de locura en sus ojos. "Ahora que las reencarnaciones de los tres traidores están bajo mi control, ¡nada me impedirá liberar a mi amo Dragul!"
Los tentáculos metálicos se tensaron aún más, sujetando a Liogre, Ryo, Killer Shark, Akira, Tadashi y Eagle. Cada uno luchaba por liberarse, pero el agarre era implacable.
"¿De qué está hablando este loco?" gruñó Liogre, intentando soltarse de las extremidades mecánicas.
Ryo, con los ojos entrecerrados por el esfuerzo, respondió:
"Según lo que hemos descubierto... tú y yo, junto con ellos", dijo, señalando a Akira, Tadashi, Killer Shark y Eagle, que también intentaban liberarse, "Somos las reencarnaciones de los Campeones Legendarios."
Los ojos de Liogre se abrieron de par en par, atónito.
"¡¿Qué?!" exclamó. "¡¿Cómo es posible?!"
El agarre de los tentáculos se intensificó, comprimiendo sus cuerpos con fuerza inhumana. Sus respiraciones se entrecortaron mientras el dolor aumentaba.
"¡Pregúntame cuando logremos salir de aquí!" jadeó Ryo, luchando por respirar, mientras las garras apretaban su pecho.
De repente, las extremidades metálicas de Sealance liberaron cuchillas afiladas. Los gritos de dolor resonaron en la sala cuando las cuchillas se clavaron en la piel de Ryo, Liogre, Akira, Killer Shark, Tadashi y Eagle, haciéndolos retorcerse mientras la sangre comenzaba a manar de sus heridas.
"¡Chicos!" gritó Mei, incapaz de contenerse mientras observaba horrorizada cómo sus amigos sufrían.
Goadon, incapaz de soportar más la tensa situación, decidió actuar. Con un rugido de determinación, cargó su Cyclot. "¡Painless Point!" gritó, disparando un rayo de energía que se transformó en una gigantesca mano, golpeando con precisión el tentáculo que mantenía prisioneros a Ryo y Liogre. Ambos fueron liberados en un solo movimiento.
No muy lejos, Mantaray, tambaleándose con la ayuda de Ogre, reunió el resto de sus fuerzas.
"¡Flood Drill!" exclamó, creando un remolino de agua que se arremolinó con violencia hacia sus enemigos. A su lado, Leoparmint desató su propio ataque.
"¡Shadow Fang!" gritó, liberando una energía oscura en forma de un feroz gato negro que atravesó el aire con rapidez.
Ambos ataques impactaron con precisión en los tentáculos que atrapaban a Akira, Killer Shark, Tadashi y Eagle, destruyéndolos en un destello de energía pura. Con una agilidad asombrosa, Goadon se lanzó hacia ellos, atrapando a los tres chicos y a las bestias en sus brazos, llevándolos de vuelta al grupo. Mientras tanto, la furia incontrolable de Sealance comenzaba a apoderarse de él.
"¡No me van a detener!" rugió Sealance, sus tentáculos temblando de rabia. "¡Traeré a Dragul, aunque tenga que destrozar a las reencarnaciones de los tres traidores para lograrlo!"
El aire se tensó al instante. El villano se preparaba para desatar su poder, acumulando energía oscura como una tormenta amenazante.
"¡Ven e inténtalo, monstruo!" desafió Ryo, luchando por levantarse, pero cayendo de rodillas nuevamente. Algo no estaba bien.
"¿Qué... qué está pasando?" preguntó Ryo, sus piernas fallando mientras Liogre lo sostenía.
Sin embargo, Liogre no estaba en mejor estado; su respiración era errática y su visión, borrosa. Akira, Tadashi, Killer Shark y Eagle también luchaban por mantenerse en pie, pero todos sentían el mismo agotamiento.
"¡No se han recuperado del todo tras usar la Forma Trinity!", explicó C.O.T.B., mientras preparaba su propio arsenal y escaneaba rápidamente las condiciones de sus aliados. "¡Están en estado crítico! ¡No están en condiciones para luchar!"
Sealance, con una sonrisa cruel, alzó sus tentáculos una vez más, listo para lanzar un ataque devastador.
"¡Este será su fin!" declaró con una risa siniestra, sus ojos brillando con la promesa de destrucción. Los héroes, agotados y heridos, lo miraban con una seriedad inquebrantable, sin retroceder ni un paso.
Caesar Shark, observando la escena, sintió una extraña calma apoderarse de él. Las palabras de Neri resonaron en su mente: "Te queda algo muy importante por hacer en este mundo."
Caesar Shark cerró los ojos por un momento, mientras las palabras de Neri seguían resonando. "Lo sabrás cuando llegue el momento." Abrió los ojos lentamente, su mirada ahora firme y decidida.
"¿Esto es lo que querías decir, verdad, Neri?" pensó con determinación. Una chispa de entendimiento lo recorrió. "Este es el momento."
Caesar Shark se levantó con un esfuerzo visible, pero imbuido de una nueva energía. Observó a Ryo, Liogre, Akira, Tadashi, Killer Shark y Eagle, luchando por mantenerse en pie. Sabía que el destino de todos dependía de lo que estaba a punto de hacer.
"Pase lo que pase..." pensó, mientras su mirada se endurecía. "Ellos deben vivir. Deben alcanzar el poder para detenerte, Dragul." Dijo en voz alta, sus palabras impregnadas de una determinación férrea.
Salmomancer y Goadon intercambiaron una mirada de confusión, pero la seriedad en los ojos de Caesar Shark les dejó claro que algo trascendental estaba por ocurrir.
"¿Señor?" dijo Salmomancer, sorprendido, notando el cambio en su viejo camarada.
Caesar le devolvió la mirada, con una firmeza que no admitía duda alguna.
"Salmomancer... necesito que hagas ese hechizo", dijo, su voz cargada de un propósito inquebrantable. Salmomancer lo miró, y tras un breve instante de sorpresa, asintió. Sabía lo que Caesar estaba pidiendo. Lo comprendió con una certeza que lo golpeó en lo más profundo de su ser.
Caesar entonces desvió su atención hacia Goadon. "Amigo mío... también necesito pedirte algo." La voz de Caesar era más suave, pero no menos firme.
Goadon lo miró a los ojos, y por un segundo, ambos entendieron lo que vendría. Un silencio cargado de emociones se formó entre ellos. Goadon tragó saliva.
"¿Estás seguro de esto?" preguntó Goadon, su voz ronca. Sabía que esta petición podría ser la última vez que ambos se dirigieran la palabra.
"Así es", respondió Caesar con convicción, aunque en el fondo también sabía el costo de lo que estaba a punto de pedir. No podía permitirse titubear ahora.
Caesar extendió su mano hacia C.O.T.B., quien, al sentir el contacto, bajó la vista, entendiendo la gravedad del momento. Incluso en su existencia mecánica, la situación lo sobrecogió.
"También te necesito a ti", dijo Caesar, su voz más suave mientras miraba a C.O.T.B. con una gratitud que trascendía las palabras.
Goadon asintió, su corazón pesado por el conocimiento de lo que iba a suceder. Sabía que, tras esta decisión, nada volvería a ser igual.
Caesar Shark levantó su brazo con esfuerzo, canalizando todo su poder "¡Ancient Magiclot: ¡Mirror Prison!!" gritó Caesar Shark, De inmediato, una caja translúcida y brillante surgió del suelo, atrapando a Sealance en su interior. La prisión mágica se cerró a su alrededor, sellando al imponente enemigo, pero el esfuerzo para mantener el hechizo era evidente en el rostro de Caesar. Apenas podía sostener la energía necesaria, sus músculos temblaban por el esfuerzo.
Caesar Shark levantó su brazo con gran esfuerzo, canalizando toda su energía. "¡Ancient Magiclot: ¡Mirror Prison!" gritó con determinación. En ese momento, una caja translúcida y resplandeciente emergió del suelo, atrapando a Sealance en su interior. La prisión mágica se selló a su alrededor, inmovilizando al temible enemigo. Sin embargo, el esfuerzo por mantener el hechizo era evidente: su rostro se contorsionaba de concentración, y sus músculos temblaban por el agotamiento.
Los demás presentes se volvieron hacia él, sus ojos reflejando asombro y desconcierto. Golder y Zhao intercambiaron una mirada cargada de preocupación antes de fijar sus ojos en Salmomancer, quien les respondió con una expresión de tristeza y resignación. Los tres sabían lo que eso significaba.
"Es la hora, ¿verdad?" preguntó Zhao en voz baja, su tono impregnado de pesar.
Salmomancer asintió lentamente, confirmando lo inevitable. Zhao y Golder dirigieron su mirada hacia Ryo, Liogre, Akira, Tadashi, Killer Shark y Eagle. Aunque todos estaban exhaustos y gravemente heridos, se mantenían erguidos con la fuerza de su voluntad. A pesar de estar al borde de la rendición física, sus espíritus seguían intactos.
Liogre, con el rostro empapado en sudor y el cuerpo colapsando por el esfuerzo, dio un paso hacia adelante, decidido a luchar hasta el último aliento.
"¡No importa lo que pase!" gritó, su voz llena de una energía inesperada. "¡No dejaremos que Dragul sea liberado!"
Ryo se unió a él, colocándose a su lado con la misma determinación.
"¡Eso es! ¡Lucharemos hasta el final! ¡No nos rendiremos!"
Pero antes de que pudieran avanzar, Zhao y Golder se acercaron a ellos, sus sonrisas melancólicas. El aire, extraño y denso, parecía envolverse en una calma inquietante, una calma que solo ellos parecían comprender.
"No esta vez, amigos..." murmuró Zhao, su voz temblando de dolor.
De repente, con una rapidez y precisión que dejaron a todos sin palabras, tanto Zhao como Golder golpearon a Ryo y Liogre en el estómago, derribándolos al suelo, dejándolos sin aire.
"¡Zhao! ¡Señor Golder! ¡¿Qué están haciendo?!" exclamó Tadashi, mirando con incredulidad mientras los dos caían al suelo.
Antes de que pudiera reaccionar, Mei y Jan Jan también atacaron, derribando a Tadashi y Eagle con golpes certeros. Ogre y Leoparmint hicieron lo propio con Akira y Killer Shark, mientras C.O.T.B. desactivaba su arsenal y sujetaba a los caídos con sus brazos robóticos, evitando que se levantaran. Goadon se acercó a C.O.T.B., respirando con calma. Sabía lo que estaba por suceder.
"¡Ahora, Salmomancer!" gritó Caesar Shark, su voz llena de urgencia, mientras el viento comenzaba a arremolinarse a su alrededor. Salmomancer, el sabio mago de las profundidades, cerró los ojos y alzó sus manos al cielo, susurrando un antiguo hechizo con una voz que parecía resonar desde tiempos remotos.
"Por el poder de los antiguos magos, invoco el poder de las estrellas... Que el sendero entre mundos se abra una vez más. Que cruce el velo que separa los reinos... ¡y que las estrellas iluminen el camino!" pronunció con firmeza, su voz llena de autoridad.
En ese instante, el suelo bajo Ryo, Liogre, Akira, Tadashi, Killer Shark, Eagle, Goadon y C.O.T.B. comenzó a vibrar. Un círculo mágico, adornado con símbolos arcanos, brilló intensamente a su alrededor. A medida que el conjuro tomaba forma, un haz de luz celestial surgió del centro del círculo, envolviéndolos en su resplandor. El aire parecía cargado de energía pura, y la atmósfera vibraba con una fuerza indescriptible.
Ryo, adolorido y aún recuperándose del golpe inesperado, abrió lentamente los ojos. El resplandor a su alrededor lo cegaba momentáneamente, pero cuando vio el círculo de luz, su expresión pasó de la confusión al asombro. Sus ojos se agrandaron, olvidando momentáneamente el dolor.
"¡¿Qué...?!", exclamó Ryo, su voz llena de incredulidad.
El brillo mágico que los envolvía parecía crecer con cada segundo. Liogre, Akira, Tadashi, Killer Shark y Eagle, al igual que Ryo, miraban desconcertados, luchando por comprender lo que sucedía. El resplandor que los rodeaba era completamente desconocido para ellos.
"¡¿Qué es esto?!", gritó Liogre, sus ojos ardiendo de incertidumbre y miedo.
El círculo seguía brillando con fuerza, y el haz de luz ascendía, imparable. Mientras Ryo, Liogre, Akira, Tadashi, Killer Shark y Eagle intentaban procesar lo que estaba sucediendo, C.O.T.B. y Goadon permanecían tranquilos, observando en silencio. Ellos ya sabían lo que venía, y la comprensión era dolorosa en sus miradas.
"¡Escúchenme bien, niños!" rugió Caesar Shark, su voz grave llena de urgencia mientras mantenía la prisión mágica que contenía a Sealance, quien luchaba con furia por liberarse. El hechizo que lo mantenía prisionero comenzaba a tambalear, pero Caesar no cedía.
"Este hechizo de Salmomancer los transportará junto con Liogre, Killer Shark, Eagle... ¡a la Tierra!" declaró Caesar Shark, su voz cargada de una grave determinación.
Los ojos de Ryo, Liogre, Akira, Tadashi, Killer Shark y Eagle se agrandaron de incredulidad al escuchar la revelación.
"¿¡Qué has dicho!?", exclamó Liogre, sobresaltado. Dio un paso al frente, su rostro reflejando una mezcla de confusión y sorpresa. "¿¡Nos van a enviar a la Tierra!?"
Caesar Shark los miró fijamente, con una mirada imperturbable, sabiendo que la verdad sería difícil de aceptar.
"¡Para que Dragul sea liberado, la sangre de ustedes seis es esencial!" dijo, mientras Sealance rugía con desesperación, luchando por escapar. "¡Pero no es suficiente por sí sola! La liberación de Dragul requiere algo más... una alineación planetaria única que ocurre solo cada cien años. ¡Es solo durante ese evento que la sangre de ustedes seis puede ser utilizada para destruir el sello!"
"Cuando investigaba los planes para el regreso de Dragul, descubrí que esa alineación ocurrirá en seis meses", continuó Caesar Shark, su voz grave con urgencia. "¡Ese es el tiempo que tienen!" añadió con firmeza, mientras contenía el furioso ataque de Sealance. El hechizo de Salmomancer alcanzaba su punto culminante. "¡Que el fuego eterno, las olas del océano y el rugido del viento se unan en este momento...!" dijo, mientras el círculo de luz seguía creciendo con intensidad.
"¡Enlazo la esencia de estos valientes con el destino que les aguarda!" exclamó Salmomancer, su voz retumbando como un trueno mientras el haz de luz se elevaba hacia el cielo, iluminando todo a su paso con una fuerza abrumadora.
"¡¿Están locos?!", gritó Akira, levantándose junto a Killer Shark. "¡No vamos a dejarlos aquí con ese lunático y una amenaza que podría despertar en cualquier momento!"
Sus palabras estaban llenas de ira y desesperación. Sin embargo, el resto del grupo, incluidos Golder, Zhao, Mei, Jan Jan y otros, respaldaban la decisión de Caesar Shark. Las miradas de apoyo hacia su líder eran inquebrantables, aunque el ambiente se encontraba cargado de una tensión palpable.
"Deben hacerlo..." murmuró Zhao, su voz sombría. Caesar Shark continuó explicando: "En la Tierra es el único lugar donde los seis estarán a salvo y donde encontrarán las respuestas necesarias para alcanzar su máximo potencial."
La luz del hechizo de Salmomancer se intensificaba. Ahora, tan brillante que parecía formar una muralla impenetrable, la energía vibraba a través del suelo. Ryo y Liogre golpeaban esa barrera con todas sus fuerzas, pero no lograban romperla.
"¡Debe haber otra forma!" protestó Ryo, su voz entrecortada por la frustración. Liogre y él seguían golpeando la barrera, pero sus puños rebotaban ineficazmente contra la energía mágica.
Liogre, con los ojos llenos de furia, rugió mientras se lanzaba de nuevo contra la barrera.
"¡No me voy a retirar cuando mis amigos y mi planeta están en peligro!" gritó mientras continuaba golpeando la luz mágica. "¡No vamos a dejarlos! ¡Déjennos salir!"
A su lado, Tadashi y Eagle seguían luchando con todas sus fuerzas, sus puños y patadas infructuosos contra la barrera. La tensión era palpable, y la carga emocional de la decisión era casi insoportable. Fue entonces cuando Ogre se acercó lentamente al campo de luz. Liogre se quedó paralizado al verlo.
"Papá..." susurró Ogre, colocando su mano sobre la barrera.
Liogre, con lágrimas brotando de sus ojos, levantó la mano y la apoyó junto a la de su hijo, con Eagle a su lado, un gesto cargado de tristeza y esperanza. Leoparmint, Golder, Mantaray y Padressa se unieron, colocando sus manos sobre la barrera, como si intentaran transmitir su fuerza a través del resplandor mágico. Ryo, Akira y Tadashi también lo hicieron, compartiendo ese momento de unión. Mei y Zhao, aún dentro del círculo, posaron sus manos junto a los demás, uniendo al grupo entero en este último acto de conexión.
"Sé que no quieren hacer esto, papá..." dijo Ogre, esbozando una pequeña sonrisa. "Pero es necesario. Deben volverse más fuertes."
Liogre miró a su hijo, luego a Golder, con el corazón dividido. Golder, siempre sereno, le devolvió la mirada con una sonrisa triste pero llena de determinación.
"Ustedes son nuestra esperanza..." continuó Golder, mirando a los seis elegidos con firmeza. "Los únicos que podrán derrotar a Dragul. Pero para lograrlo, tendremos que separarnos... esta vez, por un largo tiempo."
El eco de esas palabras resonó en el grupo. Liogre apretó los dientes, luchando por contener las emociones que amenazaban con desbordarse. Leoparmint, con lágrimas en los ojos, habló con voz temblorosa.
"Mi rey, nosotros protegeremos el planeta desde aquí," dijo Leoparmint, su voz quebrada. "Usted y Ryo, junto a los demás, tienen una misión importante que cumplir. Lamentablemente, no podremos acompañarlos."
El grupo entero bajó la cabeza en señal de aceptación, incluso Goadon y C.O.T.B., quienes sabían que esta era la única opción viable.
"Pero sabemos que lo lograrán," continuó Leoparmint, con una sonrisa entre lágrimas. "Porque juntos... ustedes seis pueden hacer cualquier cosa."
Killer Shark observaba a su padre con los ojos llenos de angustia, mientras Caesar Shark luchaba por mantener la prisión de Sealance bajo control. El brillo en los ojos de Killer Shark no era solo frustración, sino también un profundo dolor.
"Padre..." susurró, su voz quebrándose mientras sus garras temblaban.
Caesar Shark levantó la mirada, agotado, pero con la dignidad de un rey que se preparaba para enfrentar su destino. "Perdóname..." dijo, su voz baja pero firme. "Te convertí a ti y a tus hermanos en lo opuesto de lo que tu madre y yo queríamos."
Una sonrisa suave cruzó el rostro de Caesar, apenas perceptible a través de su agotamiento. "Pero de algo estábamos seguros, tu madre y yo... Entre los tres, tú siempre fuiste el que haría algo grande."
Las lágrimas comenzaron a acumularse en los ojos de Caesar Shark, no por tristeza, sino por orgullo.
"Ese 'algo' es esto," dijo Caesar Shark, tomando una profunda bocanada de aire. "Quiero que te vayas, hijo. Hazte más fuerte. Lucha por lo que crees, porque llevas mi sangre y el corazón de tu madre."
Con su brazo libre, Caesar Shark extendió su mano hacia la barrera que los separaba, colocando la palma contra la luz brillante. Killer Shark, con el corazón acelerado, respondió al gesto, posando su mano junto a la de su padre, sintiendo el último toque de su piel a través del campo de energía.
"Te entrego mis esperanzas y mis sueños," dijo Caesar Shark, su voz quebrándose por primera vez. "¡Ve y vive, hijo mío! ¡Mi orgullo!"
El silencio que siguió fue ensordecedor. Con una última mirada cargada de significado, Caesar retiró su mano, apartándose lentamente mientras Killer Shark, incapaz de contenerse, comenzó a golpear la barrera con desesperación, intentando atravesarla sin éxito.
"¡Papá!" gritó Killer Shark, sus puños chocando inútilmente contra la barrera. "¡No!" rugió, mientras las lágrimas caían por su rostro.
Zhao y Mei observaban a Ryo, Tadashi y Akira, conscientes de que la separación era inevitable. Ryo, Tadashi y Akira miraban desde dentro de la barrera con el corazón encogido, incapaces de aceptar que debían separarse una vez más de sus amigos, dejándolos a su suerte.
"Separarse es difícil..." dijo Zhao, su voz serena pero cargada de tristeza. "Pero a veces, es necesario para un bien mayor."
Sus ojos recorrían el rostro de sus amigos, una sonrisa triste asomando en su rostro mientras las lágrimas caían silenciosamente. "Por favor, cuando regresen... díganles a nuestros padres que nos veremos pronto."
Mei, a su lado, compartía la misma expresión melancólica. "Este no es un adiós..." dijo con firmeza, su voz llena de determinación. "Es un hasta pronto."
Las manos de todos comenzaron a retirarse lentamente de la barrera, como si cada uno de esos gestos pesados marcara el fin de algo irremediable. Ryo, Liogre, Akira, Killer Shark, Tadashi y Eagle golpeaban la barrera con más fuerza, como si sus golpes pudieran romper no solo la prisión, sino también el destino que los obligaba a separarse.
"¡No, por favor, chicos! ¡Debe haber otra forma!" gritó Ryo, golpeando la barrera con furia. Sus puños eran inútiles contra el resplandor de la barrera de luz, que parecía hacerse más sólida con cada segundo que pasaba. La desesperación apretaba su pecho mientras observaba cómo sus amigos se desvanecían ante sus ojos, atrapados en el resplandor.
El haz de luz, ahora tan brillante que resultaba casi cegador, envolvía todo a su alrededor. Caesar miró a Liogre, Ryo, Akira, Killer Shark, Tadashi y Eagle con seriedad en su rostro, la gravedad del momento recayendo sobre él. "Ahora el futuro depende de ustedes..." dijo con voz firme, el peso de sus palabras marcando la despedida final.
Salmomancer, con los ojos brillando de un azul etéreo, juntó las palmas de sus manos. "Por la fuerza que vincula el tiempo y el espacio, lleva a estos valientes a su destino, a través de las dimensiones", exclamó con una voz llena de poder, apuntando sus manos hacia el haz de luz. "¡Viajen hacia la Tierra!"
La energía se desató con una intensidad feroz, envolviendo a los tres muchachos y a las cinco Bestias en un vórtice cegador. Ryo, atrapado junto a los demás, observaba impotente cómo las siluetas de sus amigos comenzaban a desvanecerse, consumidas por el resplandor mientras flotaban dentro de la columna de luz. Sus rostros se desdibujaban, desapareciendo en la distancia que los separaba, irrecuperables.
"¡Chicos! ¡No!" exclamó Ryo, pero su grito se perdió en el rugido ensordecedor de la luz que lanzaba una onda de energía hacia el cielo. La explosión iluminó no solo el campo de batalla, sino cada rincón del Continente Perdido.
La columna de luz, ahora concentrada en una pura explosión de poder, se disparó hacia el cielo con una fuerza tan intensa que iluminó todo el Continente Perdido. Su destello cegador fue visible a kilómetros de distancia, incluso desde el mar, donde el Capitán Turrock, junto a Morgan, Big Serow y Billsword, vieron cómo el cielo se iluminaba con una intensidad indescriptible. Instintivamente, se cubrieron los ojos mientras la onda de choque sacudía el aire.
Desde su posición en el submarino, oculto cerca de la costa, Turrock y su equipo observaron en silencio cómo la columna de luz desaparecía en el cielo, dejando tras de sí un inquietante vacío. El silencio, abrumador y profundo, seguía retumbando en el aire.
Ubicación:
Tokio, Japón
Planeta Tierra
En la vasta y agitada ciudad de Tokio, la atmósfera parecía inusualmente tranquila ese día. El bullicio habitual había disminuido a un murmullo distante, y un cielo cubierto de nubes grises envolvía los rascacielos, otorgando al paisaje una sensación opresiva. En el centro de este sombrío escenario, el imponente edificio de Tecnologías Q se erguía, con sus frías luces titilando débilmente, como un faro en medio de la oscuridad. Las puertas automáticas se abrieron con un susurro silencioso, revelando a los padres de Ryo, que salían del edificio con pasos lentos y miradas cargadas de preocupación.
El padre de Ryo, visiblemente agotado, se frotó la frente con frustración mientras caminaba junto a su esposa. Sus ojos, cargados por la falta de sueño y la desesperanza, recorrían la calle vacía como si esperaran que su hijo apareciera de la nada, como solía hacerlo, deslizándose sobre su skateboard, despreocupado del mundo.
"¿Dónde pueden estar?" murmuró, su voz áspera por el cansancio. "Han pasado tres meses desde la explosión del Silent Q, y todavía no he podido hacer funcionar esa maldita máquina para encontrarlos..."
La impotencia impregnaba sus palabras, mientras su esposa permanecía en silencio a su lado, su mirada fija en el suelo. Ella también luchaba contra el dolor, pero una oscura sospecha comenzaba a tomar forma en su mente, una que temía verbalizar.
"No están en ningún lado... Es como si se hubieran desvanecido sin dejar rastro..." susurró ella, su voz quebrándose mientras sus pensamientos sombríos se materializaban. "¿Y si... acaso ellos...?"
El padre de Ryo, notando la creciente angustia en su esposa, la interrumpió suavemente, colocando una mano sobre su hombro.
"No pienses en eso..." dijo, tratando de sonar firme, aunque su propia voz temblaba levemente. "Lo último que debemos perder es la esperanza..."
"Puedo sentirlo justo aquí..." murmuró el padre de Ryo, llevándose una mano al pecho. Su voz era baja, pero impregnada de una convicción casi palpable. "No sé si es instinto paternal, pero lo sé... nuestro hijo sigue con vida."
La mujer junto a él alzó la mirada, atrapada entre la esperanza y el miedo. Antes de que pudiera responder, un grito lejano interrumpió sus pensamientos.
"¡Haruto!" La voz resonó en el aire, haciendo que ambos voltearan de inmediato.
Un grupo de figuras avanzaba hacia ellos, atravesando la lluvia que ahora caía en finas gotas. Al frente del grupo, una mujer con un abrigo impermeable caminaba con pasos firmes. Su cabello, recogido en una coleta alta, se sacudía al ritmo de su marcha. Las botas negras salpicaban agua sobre el asfalto mojado. A su lado, una pareja cuyo porte y vestimenta, con un emblema de un clan en sus ropas, delataban un estatus privilegiado. El hombre llevaba un abrigo beige perfectamente planchado, y sus pantalones negros y zapatos de cuero a juego completaban su apariencia impecable. La mujer a su lado, vestida con un abrigo blanco que contrastaba con sus jeans azul oscuro, avanzaba con la misma determinación.
Detrás de ellos, otras dos parejas caminaban bajo paraguas decorados con bordados intrincados. Ambas parejas vestían Tangzhuang, una prenda tradicional china, una de color rojo vibrante y la otra en un profundo tono de vino. Sus atuendos, adornados con delicados diseños y símbolos de honor y tradición, contrastaban con las expresiones sombrías de sus rostros. Eran la madre de Akira y los padres de Tadashi, Mei y Zhao. Cada paso que daban, cada mirada fija en Haruto y su esposa, transmitía una mezcla de resentimiento y frustración. La tensión en el aire era palpable, tan densa como las nubes que oscurecían el cielo sobre ellos.
"¡Ya nos cansamos de esperar! ¡Exigimos respuestas, Haruto, Hana!" gritó Azumi, la madre de Akira, su voz vibrando con una mezcla de rabia y dolor. Las sombras bajo sus ojos evidenciaban noches interminables de desesperación y llanto. Con furia, su mirada se clavó en la pareja.
"¡Han pasado tres meses y no hemos recibido ni una sola noticia!" se quejó, su voz quebrándose por la angustia. "Nuestros hijos han desaparecido, y ustedes... ¡no nos han dicho nada sobre si los han encontrado!"
Con un movimiento abrupto, Azumi se abalanzó sobre Hana, agarrándola por el abrigo, sacudiéndola con una mezcla de impotencia y desesperación.
"¡Díganme qué ha pasado con nuestros hijos!" gritó Azumi, los ojos inyectados en lágrimas de furia. "¡Esto es culpa suya!"
Haruto dio un paso adelante, furioso, pero tratando de mantener la compostura, apartando con suavidad a Hana de la agitación.
"¿¡Qué!? ¿¡Por qué nos acusas de esa manera, Azumi!?" respondió Haruto, su voz cargada de indignación y sorpresa.
Antes de que pudiera continuar, los padres de Tadashi se unieron a la confrontación. Satoru, el padre de Tadashi, avanzó con los puños apretados, su rostro endurecido por la ira.
"¡Era su maldito proyecto!" rugió Satoru, su voz resonando como un trueno, cargada de rabia. "Ustedes estaban a cargo de él. ¡Fue su estúpido experimento lo que causó la desaparición de nuestros hijos!" apuntó a Haruto con el dedo, como si fuera el único culpable. "¡Debieron haber previsto que algo así podría pasar! ¡¿Por qué no los sacaron de esa maldita máquina cuando aún había tiempo?!"
La tensión creció como una tormenta a punto de desatarse. Hana, desesperada, intentaba calmar las aguas, rogando por poner fin a la creciente hostilidad.
"¡No fue intencionado!" exclamó Hana, su voz quebrada, mientras intentaba contener las lágrimas. "Fue un accidente... algo que nunca imaginamos que ocurriría. Estamos tan preocupados como ustedes, Satoru," dijo con sinceridad, sus manos temblando mientras trataba de mantener la calma.
Sin embargo, sus palabras fueron como un eco vacío, sin encontrar respuesta. Satoru dio un paso más hacia ellos, su rostro una máscara de pura furia.
"¡Preocupados! ¡Eso no es suficiente!" gritó, su voz llena de dolor. "¡Nuestros hijos están perdidos, quién sabe dónde, y todo por su culpa! ¡¿Y qué han hecho ustedes para traerlos de vuelta?! ¡Absolutamente nada!"
"¡Estamos haciendo hasta lo imposible por hallarlos!" exclamó Haruto, avanzando hacia Satoru con furia contenida. "¡Ya basta! ¡Como dijo Hana, fue un accidente!"
Pero la tensión solo aumentaba. Satoru, cegado por la ira, no se dejó calmar.
"¡Eso no me importa!" gritó, sus ojos desbordando rabia. "¡Era su proyecto, su responsabilidad!" De repente, su mano se alzó y, ante la vista de todos, lanzó una bofetada en el rostro de Hana.
"¡Incluso su propio hijo fue víctima de su irresponsabilidad! ¡¿Y ahora pretenden decirnos que no fue culpa de ustedes?!" continuó, sin detenerse, su voz cada vez más llena de veneno. "¡Mentiras! ¡Tal vez, si el maldito estúpido de tu hijo no hubiera arrastrado a los nuestros para ver ese maldito proyecto, aún los tendríamos con nosotros!"
Esas palabras fueron la chispa que encendió la rabia de Haruto. El dolor por la desaparición de su hijo, combinado con el insulto a su esposa, fue suficiente para hacerle perder el control. Con un rugido de furia, Haruto se lanzó contra Satoru, golpeándolo repetidamente. Ambos hombres, consumidos por su dolor y frustración, parecían dispuestos a destruirse mutuamente.
El caos se desató. Los gritos de las demás personas llenaron el aire mientras intentaban separarlos. Hana, Azumi y los padres de Mei y Zhao luchaban por contener a los dos hombres, mientras los golpes seguían. La situación parecía desmoronarse rápidamente.
"¡No hables de mi hijo de esa manera, Satoru!" gritó Haruto, lleno de ira, mientras forcejeaba para liberarse de quienes intentaban detenerlo. "¡No metas a Ryo en esto! ¡¿Crees que nosotros no estamos sufriendo también por su desaparición?!"
Hana, también luchando por controlar a su esposo, miraba con desesperación. Sus ojos, llenos de lágrimas, reflejaban el peso de la tragedia que había caído sobre todos. "¡Por favor, ya basta!" rogó, su voz rota por la angustia. "¡Esto no traerá a los chicos de vuelta!"
La madre de Mei, con la misma desesperación, trataba de calmar el caos: "¡Ya cálmense los dos! ¡Esto no nos llevará a nada! ¡Los chicos siguen desaparecidos, y esta pelea no nos ayudará a encontrarlos!"
Justo en ese momento, el Señor Takeo, el CEO de la empresa, apareció en la escena, alarmado por el escándalo que resonaba en todo el edificio. Su presencia imponente y su voz firme cortaron la tensión como un cuchillo, trayendo un respiro de calma momentáneo.
"¡¿Qué es todo este ruido?!" la voz de Takeo resonó con autoridad, imponiendo una pausa inmediata en la confrontación. Su tono severo atravesó el aire como un látigo. "¡Haruto! ¡Hana! ¡¿Qué demonios está ocurriendo aquí?" preguntó, visiblemente molesto, mientras miraba a su alrededor con furia contenida.
Antes de que alguien pudiera responder, una camioneta marcada con el logo de Tokyo Broadcast System (TBS) se detuvo bruscamente frente al edificio. Un reportero y un camarógrafo bajaron apresuradamente, dirigiéndose hacia el grupo.
"Transmisión en vivo desde TBS News," anunció el periodista, con la cámara enfocando la escena llena de tensión. "Nos encontramos afuera de las oficinas de Tecnologías Q, donde hace tres meses una explosión, resultado de un proyecto secreto, llevó a la desaparición de cinco estudiantes de preparatoria. Hoy, los padres de cuatro de los desaparecidos exigen respuestas."
El reportero giró hacia Takeo, Haruto y Hana, apuntándoles el micrófono con intención clara.
"Señor Inukai, ¿qué medidas ha tomado su empresa para evitar que algo como esto vuelva a suceder?"
Antes de que Takeo pudiera articular una respuesta, otra camioneta con el logo de BBC News apareció en escena. De ella descendieron otro periodista y su camarógrafo, avanzando con igual premura.
"BBC News informando en directo. Señor Inukai, se han difundido rumores de que Tecnologías Q estaba involucrada en el desarrollo de armas experimentales. ¿Es cierto? Y, si lo es, ¿cómo se relaciona con la desaparición de los jóvenes?"
La presión aumentaba, y las miradas de todos se volvían hacia los padres, Haruto y Hana, quienes intentaban mantener la calma bajo el fuego de las preguntas. Pero antes de que pudiera darse una respuesta concreta, una tercera camioneta con el logo de Asianet News llegó, sumándose al caos.
"Asianet News aquí en directo," proclamó una nueva reportera, mientras su camarógrafo ajustaba el enfoque hacia la multitud. "Señor Inukai, las familias de los jóvenes desaparecidos, junto con el público en general, están exigiendo respuestas. ¿Qué está haciendo la empresa para localizarlos?"
Takeo respiró profundamente, tratando de mantener la compostura frente a la creciente presión mediática.
"Estamos llevando a cabo una investigación exhaustiva y colaborando estrechamente con las autoridades para esclarecer los hechos," declaró con firmeza. "Quiero dejar claro que los rumores sobre armas experimentales son infundados. Nuestra prioridad absoluta es encontrar a los jóvenes y entender qué ocurrió. Estamos haciendo todo lo posible para traerlos de vuelta a salvo."
Mientras Takeo hablaba, algo extraño comenzó a ocurrir. El cielo, anteriormente despejado, empezó a oscurecerse con una rapidez inquietante. Nubes densas y negras se arremolinaban, formando un vórtice que parecía pulsar con energía.
De repente, el viento se alzó con una furia inusual, levantando polvo y agua del suelo como si una fuerza invisible los atrajera hacia el cielo. La multitud, inicialmente incrédula, pronto se volvió hacia el fenómeno con expresiones de alarma.
"¡Todo el mundo, al suelo!" gritó Takeo, alzando su voz por encima del rugido del viento.
En ese instante, un haz de luz cegador descendió del centro del vórtice, impactando el suelo con una fuerza titánica. El estruendo que siguió fue ensordecedor, acompañado de una onda de choque que lanzó a todos hacia atrás y dejó una nube de polvo envolviendo el lugar.
Cuando la luz desapareció y el ruido se desvaneció, un profundo silencio cayó sobre la escena. Takeo, Haruto, Hana, los padres de los jóvenes desaparecidos y los periodistas se reincorporaron lentamente, sus miradas fijas en la nube de polvo que aún cubría el lugar del impacto.
"¿Qué fue eso...?" murmuró Azumi, aferrándose al brazo de uno de los reporteros, sus ojos abiertos por el miedo.
El polvo comenzó a disiparse poco a poco, revelando una figura tras otra. Allí, tendidos en el suelo, estaban Ryo, Akira, Tadashi, Liogre, Eagle, y Killer Shark. Junto a ellos, Goadon y C.OT.B. observaban el entorno con seriedad.
"Este lugar... no puede ser..." murmuró Ryo, todavía desorientado. A su lado, Liogre se levantaba lentamente, cubriéndose las heridas en brazos y torso, marcas de la brutal batalla contra los tentáculos cibernéticos de Sealance. Observó a su alrededor con cautela, incapaz de reconocer el lugar, pero con la certeza de que ya no estaban en el Planeta Bestia.
A medida que la nube de polvo se disipaba, las siluetas de Ryo, Akira, Tadashi, y las criaturas que los acompañaban se hicieron visibles. El aire se cargó de tensión al emerger sus figuras ante la atónita multitud.
Haruto, aún en el suelo, se incorporó lentamente, con los ojos desorbitados al reconocer a su hijo.
"Ryo..." susurró, incrédulo. Hana, a su lado, se llevó las manos al rostro mientras lágrimas de alivio comenzaban a correr por sus mejillas.
"¡Es nuestro hijo!" exclamó, rompiendo a llorar mientras corría hacia él, seguida de cerca por Haruto.
"¡Akira!" gritó Azumi, sollozando al reconocer a su hijo, uniéndose a la carrera desesperada de Hana.
"¡Y Tadashi!" clamaron los padres del tercer chico, la esperanza iluminando sus rostros después de meses de incertidumbre. Sin embargo, los padres de Mei y Zhao, incapaces de ver a sus hijos entre los presentes, se lanzaron también hacia la escena, con la esperanza de obtener respuestas.
Pero algo detuvo su avance. Los tres chicos permanecían inmóviles, abatidos, con las cabezas gachas. Sus cuerpos reflejaban el peso de la culpa y el trauma acumulados. Akira y Tadashi cayeron de rodillas, al igual que Killer Shark y Eagle, mientras que Ryo y Liogre, aunque de pie, temblaban visiblemente. La angustia en el aire era palpable.
De repente, Goadon dio un paso al frente, bloqueando a los padres con un salto ágil. Su imponente figura, con proporciones humanas pero claramente no humanas, congeló a Haruto y Hana en su lugar.
"¡¿Qué demonios es eso?!" exclamó Haruto, retrocediendo instintivamente al ver a la cabra antropomórfica. Vestía un atuendo extraño pero funcional, y un emblema rojo con la figura de una cabra adornaba su pecho. Su presencia parecía de otro mundo.
"¡Una cabra gigante!" gritó Azumi, completamente aturdida. Antes de que alguien pudiera reaccionar, otra figura emergió de entre la nube de polvo. C.O.T.B. caminó hacia Goadon, su apariencia robótica y alienígena provocando un nuevo escalofrío entre los presentes.
"¿Son los padres del joven Ryo, el joven Akira y el joven Tadashi?" preguntó Goadon, con una voz profunda pero serena, que contrastaba con la hostilidad que inspiraba su aspecto. Los padres intercambiaron miradas nerviosas antes de asentir.
"Así es..." respondió Haruto con voz temblorosa, mientras Goadon giraba su atención hacia las parejas de ascendencia china.
"Y ustedes deben ser los padres del joven Zhao y la joven Mei, ¿correcto?" agregó. Los padres asintieron de nuevo, con una mezcla de esperanza y miedo.
"¿Dónde están ellos? ¿Dónde están Mei y Zhao?" preguntó el padre de Zhao, su voz cargada de urgencia.
La atención de todos se dirigió hacia los chicos y las criaturas a su lado. Killer Shark y Eagle se mantenían al lado de Akira y Tadashi, mientras Liogre permanecía junto a Ryo, con una postura protectora.
"¡¿Qué clase de monstruos son esos?!" exclamó Takeo, incapaz de disimular su asombro.
"¡Un tiburón gigante!" chilló Azumi, señalando con horror a Killer Shark. "¡Por Dios, alguien saque a los chicos de ahí antes de que esas cosas les hagan daño!"
Satoru, mirando a Eagle junto a Tadashi, murmuró, "¿Es... un águila gigante?" La incredulidad lo dejaba sin palabras. Hana, mientras tanto, miraba fijamente a Liogre junto a su hijo.
"¡Eso parece un león!" exclamó, su voz cargada de pánico. "¡Tienen que sacarlos ahora mismo!"
Haruto y Satoru intentaron avanzar, pero C.O.T.B. golpeó el suelo con su puño metálico, creando una barrera entre los padres y los chicos. La multitud se quedó inmóvil ante la demostración de fuerza.
"¡Déjenos pasar!" exigió Satoru, con enojo evidente. Pero Goadon levantó una mano, calmado, deteniendo cualquier intento de confrontación.
"Aún no pueden acercarse," declaró con firmeza. Sus ojos, cargados de tristeza, se dirigieron hacia los chicos y las criaturas.
"¿Por qué no?" preguntó la madre de Tadashi, al borde del llanto. "¡Son nuestros hijos! ¡Están vivos! ¡¿Qué derecho tienen a mantenernos alejados?!"
Goadon suspiró profundamente. "Porque todos ellos... sus hijos y mis compañeros... están profundamente afectados. Han soportado horrores más allá de lo que pueden imaginar."
El silencio que siguió era insoportable. Incluso los periodistas y las cámaras dejaron de grabar, conscientes de la tensión y del peso de las palabras de Goadon.
Todos esperaron, ansiosos, sin saber qué ocurriría después.
Ryo y Liogre cayeron de rodillas sobre la carretera empapada, sus cuerpos temblando incontrolablemente. Sus brazos apenas sostenían su peso, mientras la lluvia, ahora torrencial, los envolvía como si el cielo mismo compartiera su dolor. Los truenos rugían a lo lejos, como el eco de un mundo fracturado por la tragedia.
Killer Shark y Akira bajaron la cabeza, cubriendo sus rostros con las manos, incapaces de detener las lágrimas que brotaban sin control. A su lado, Eagle y Tadashi apretaban los puños, la rabia y la tristeza reflejadas en cada músculo de sus rostros. Ryo y Liogre, con los ojos cerrados y los dientes apretados, dejaron escapar lágrimas silenciosas que se mezclaban con la lluvia que corría por sus mejillas.
"¿Por qué...?" susurró Ryo, su voz rota, apenas audible entre los truenos y el aguacero.
"¿Por qué tuvo que ser así?" añadió Liogre, su mirada clavada en el suelo, su voz cargada de un dolor que parecía imposible de soportar.
Los seis—los tres jóvenes y las tres bestias—rememoraban los últimos momentos en el Planeta Bestia. Los rostros de sus amigos, Caesar, Salmomancer, y tantos otros que se habían quedado atrás, luchando contra Sealance para garantizar su escape. Ellos habían elegido sacrificarse, depositando toda su esperanza en los seis que ahora permanecían arrodillados en la tierra. Sabían que eran la clave para detener a Dragul, pero ese conocimiento no hacía el peso de la pérdida más llevadero.
Las palabras de despedida de sus amigos resonaban en sus mentes, grabadas como un eco imborrable:
"Sé que no quieren hacer esto, papá...pero es necesario. Deben volverse más fuertes."
"Ustedes son nuestra esperanza...Los únicos que podrán derrotar a Dragul"
"Separarse es difícil, Pero a veces, es necesario para un bien mayor.""
"Te entrego mis esperanzas y mis sueños ¡Ve y vive, hijo mío! ¡Mi orgullo!"
"Por favor, cuando regresen... díganles a nuestros padres que nos veremos pronto."
Cada frase perforaba sus corazones, profundizando la herida que la separación había dejado.
Las imágenes de sus amigos, con sonrisas teñidas de tristeza, inundaron sus mentes. Revivían esa despedida una y otra vez, hasta que la carga emocional fue demasiado para Ryo y Liogre. Incapaces de contenerse más, alzaron sus voces en un grito desgarrador que resonó en el aire. Era un grito de dolor, rabia y desesperación, una súplica al vacío que los rodeaba.
Akira, Killer Shark, Tadashi y Eagle permanecieron en silencio, las lágrimas cayendo de sus rostros mientras sus cuerpos temblaban con una mezcla de emociones. Pero el grito de Ryo y Liogre era distinto; su intensidad parecía hacer eco en los cielos, donde relámpagos rasgaban la oscuridad de las nubes, iluminando brevemente la escena.
Los presentes, especialmente Haruto, Hana, Azumi, Satoru y su esposa, miraban con el corazón encogido. Nunca habían visto a sus hijos en un estado semejante, desbordados por emociones que ellos no podían comprender del todo. La impotencia de los padres era palpable, pero ninguno de ellos osó acercarse, temerosos de interrumpir un momento tan crudo, tan visceral.
El mundo parecía haberse detenido en respeto a su dolor. La lluvia seguía cayendo, cada gota un recordatorio del sacrificio y la pérdida. Los relámpagos iluminaban brevemente la ciudad sumida en un silencio que se sentía antinatural, como si incluso la tierra misma llorara junto a ellos.
Continuará....
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top