Capítulo 2

Equipo de trabajo, última jornada.

Zafiro

Transcurrieron doce semanas de dolor y llanto, noches plagadas de recuerdos, trabajo a distancia y planes nuevos, en fase de activación.

Doce semanas de pura agonía, flotando a la deriva en un mar abierto creado por novedosos sentimientos que se enfrentaban a la melancolía como principal indicador de vida.

Doce semanas dónde cada día, cada noche, cada hora, cada minuto y cada segundo acontecido constituía un reto inesperado que combatir, que derribar.

Los primeros días me hundí en un fozo nauseabundo. Era un cuerpo inerte que pululaba por casa, no tenía intención alguna de alimentarme o dormir, solo en llorar, ducharme y trabajar se me esfumaban las horas.

Incapaz, así me sentía durante esos ochenta y cuatro días.

Dos mil diecicéis horas sin tener control sobre mi cuerpo o mis acciones, incluso veí la vida muy lejos sentía que no era capaz de vivirla.

Más adelante, comprendí que si decidí dar aquel paso debía seguir firme y ser mi propio faro guía en el ojo de semejante tormenta.

Tomando esa luz como directriz trazé una serie de planes y fijé una línea, no un destino. Ya no creo en el destino, no como antes, ya no.

La partida de un ser querido trae consigo la aparición de una opción, casi, con igual nivel de importancia, -quizás no ocupe su lugar, pero sí- compense aquella pérdida.

Pues bien, llegó el momento de hacerle frente a la vida y no de dejarme morir, ya tengo suficiente con el corazón desparticulizado y el alma vagando por la soledad; para perder también la envoltura de mi ser, por eso, consumo lo necesario para sobrevivir y duermo un poco más de hora y media diario. Dedico mis horas y neuronas a mi trabajo.

Puede parecer que soy una maniática al trabajo, no es para que ese catálogo me sea asignado, pero sí me dieran a escoger entre mis prioridades, en estos momentos, las tres o las que tengo serían simples: trabajar para lograr mi sueño. Consumir los alimentos básicos para no enfermar. Y dormir o tratar de obligarme a hacerlo, por lo menos, tres horas más de las que ya lo hago. El orden en que se sucedan mis prioridades no modifica mi estilo de vida.

Hacía ya un tiempo había puesto mi carta de renuncia sobre el escritorio de mi jefe; pero el tiempo es relativo: cuando queremos alejarnos de algo, pasa tortugosamente lento y cuando ansiamos mucho ese algo, transcurre a paso de hormiga.

¡Por fin!

Se acabó la cuenta regresiva.

Hoy termina mi trabajo en conjunto, con un equipo como este o eso, espero.

Con energía y vitalidad después de permanecer tan apagada y triste llego a mi centro laboral.

-¡Hey chicos! Buenos días. ¿Qué tal? -saludo a mis, ahora ex-compañeros de trabajo, pues hace un mes decidí renunciar y comenzar con los debidos trámites, por lo que este es mi último día en esta empresa.

-¡Hola hermosa! Muy buenos días. -saluda el gracioso del grupo, el segundo ejecutivo de la empresa.

Y como no en todo grupo tiene que haber:

El gordo calladito, Quintana, así le decimos, ese no es su verdadero nombre. Su nombre de pila es Esteban, Esteban Quintana, un hombre de unos veintitantos años que no se preocupó nunca -y el mismo lo afirma en cada oportunidad que le dan- por su físico, en mi opinión yo diría que ya debería tener en cuenta su salud. Su silencio se compensa por su necesidad de ingerir comida constantemente como una obsesión imparable. A pesar de ello, es un sujeto afable, alguien con quién se puede contar, un buen amigo. Aunque en temas del corazón sabe más que una monja de acciones carnales indebidas.

El podre simpático, Torres, su carisma es tan desbordante que inunda la estancia lúgrube y fría con su sonrisa franca. Se suelta sus chistesitos crudos que suavisan el ambiente. Camilo Torres tiene la misma edad que Quintana pero a diferencia del otro que es bajito, grueso y de tez caliza, la compostura del primero varía en altura; le saca dos cabezas a Terry que es bastante alto y ese bronceado tenue que adorna su piel le hace lucir como un modelo. Su cuerpo fornido y la sensualidad que en ocasiones envuelve sus palabras, parece el hombre seductor que toda mujer quería tener, excepto yo. Posee el perfil perfecto de todo mujeriego -juraría que lo es- de no saber que es de los que buscan relaciones serias. Le he visto y aconsejado cuando sufre por un corazón roto.

El negro normal, Terry, de estatura normal, edad comprendida entre los veinte y veinticinco años, guardaba un atractivo increíble por la combinación de sus ojos verdes con su tez tan oscura como la noche. Como todos tiene sus días buenos y sus días malos. Sus altas y bajas como es común decir. Pero sigue siendo un gran conversador, domina temas de interés general y comparte sus guerras y sus triunfos con nosotros. Eso es algo que se ha convertido en una costumbre, más entre ellos que conmigo, pero como les tocó bailar con la cojita, se adaptaron al bastón. Además, reserva su corazón para quienes considera lo merecen y eso es admirable, saber que algunos hombres piensan.

El nerd sabelotodo, Alex Justo, quién iba a decir que un joven tan apuesto y con lentes, porque ya las gafas de pasta negra le estorbaban para seducir a las posibles conquistas; es el charlatan del grupo, el rompecorazones, el gladeador que vence sin mover un dedo y destruye vidas por pasar a su lado una simple noche de descuido. Muchas han sido las víctimas de sus artimañas, por él y de él aprendí a diferenciar entre el amor y el deseo, entre el amor y el juego. La relación más larga que ha mantenido ha sido con su almohada y quizás la frecuente unas tres veces por semana ya que sale cada noche. Fuera de ello, es agradable pasar tiempo a su lado. Su risa refrescante y seductora se vuelve contagiosa cuando el tonto intenta a través de horrendos halagos seducirme.

Y el tonto, Aníbal, que se cree superior al resto del planeta, quién consideramos jefe. Aníbal Sulow un rubio de ojos claros nunca me fijé mucho en él porque no es de mi interés en ningún aspecto. Conocido como el tonto entre el resto del esquipo de trabajo por su cable a tierra. Aparte de bromas y motes, es un jefe respectable, responsable y su trabajo es confiable. A veces, solo a veces es una persona normal fuera del trabajo y sin decir babosadas que según él son preciosos halagos. ¡Por favor! Que irritante me ponían sus habladurías en ocasiones.

La empresa era pequeña fundada con capital de dos socios o quizás eso fue lo que no hicieron creer.

A pesar del desorden fue bueno trabajar con todos ellos, digo ellos porque la única mujer del grupo venía siendo yo.

Al finalizar la jornada recogí cada objeto de mi poder y lo coloqué en una caja.

Caja que albergaba más que un par de retratos, material de trabajo, computador, infinidad de notas de colores y resuerdos muchos recuerdos que me llevo con gran alegría guardados en mi pecho bajo candado.

Otra despedida dolorosa y triste por una parte pero buena por otra. Los comienzos no siempre son tan malos.

Me despedí de mis compañeros con un fuerte abrazo -como solo los hombres que se estiman en cuantía comparten- y del local que fue mi segunda casa. Dónde volví a vivir o, por lo menos, lo intenté.

-¡Se nos va una diosa! -grita el tonto desde la salida aún estando a diez metros de mí. Ni siquiera el último día es una persona normal, para qué gastar mi tiempo siquiera pensándolo, si la única vez que actuó así, fue porque tenía un traumatismo craneal. ¡Qué lástima! Solo duro una semana.

Fuera de eso, el día transcurrió como cualquier otro.

Me marché para comenzar de cero, una vida nueva, nueva en mi soledad.

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Nota de la autora

De corazón a corazón les entrego esta nueva aventura.

Se despide...

Su autora...

💀💀💀Death💀💀💀

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