21. Cuando tú también lo hagas

Mis párpados se abren con pesar. Tenía la idea y la esperanza de que fuera un nuevo día, y ya de paso, que nunca hubiera pasado lo que ha pasado. Pero sí, ha pasado, nada puede cambiar eso. Ni siquiera es un nuevo día con un sol radiante. Me extraño de inmediato al ver el cielo oscuro y la luna a punto de ponerse llena, encima de todos nosotros.

Miro al rededor de la cama que me ha sido asignada, al parecer, y veo un reloj digital en la mesita de noche que tengo al lado. Son casi las doce de la noche. Perfecto. Hola, insomnio. Respiro y suelto un suspiro que consigue romper solo unos segundos el silencio que hay. Da la sensación de que la habitación es capaz de neutralizar cualquier ruido. En aquel momento, siento mi barriga rugir. Es cierto, he estado horas sin comer, pero es que mi estomago se cerró con el día de mierda que he tenido. Que muchos hemos tenido...

Me levanto de la cama y me dirijo a la puerta. En abrir, me doy cuenta que el silencio no es solo en ésta habitación. La mansión entera sucumbe a un silencio que no me tranquiliza, al contrario. Me ha entrado algo raro, no diré miedo, pero casi. Pero tengo más hambre, así que a la mierda. Sigo los pasillos gracias a la brillante luz de la luna que se cuela por los grandes ventanales. En bajar las escaleras, ya no oigo el silencio ni veo oscuridad. Oigo sonidos débiles rápidos y estéreos, deduciendo rápidamente que se trata de una televisión. Y una luz cálida anaranjada se refleja por el suelo amplio suelo de mármol brillante. Dudo en bajar. ¿Es Alfred? Quizás es Bruce. No quiero que sea Bruce. Decidido, me vuelvo a la habitación. Estoy dando media vuelta con el máximo sigilo posible, pero al parecer no existe alguno.

-¿Diane? - oigo su voz, resonante y cercana.

Me giro sobre mis talones, y lo veo. En el suelo de mármol, reflejándose una luz anaranjada sobre él y con un vaso en su mano. Aún lleva la camisa blanca y los pantalones negros de traje, como si no tuviera intención de irse a dormir en ningún momento de la noche.

-¿Tienes hambre? - me pregunta, y no entiendo cómo lo ha adivinado.

-Sí.

No añade más, solamente me hace un gesto con la cabeza de que lo siga a la cocina, que está a escasos pasos de nosotros. Él ya entrado y yo sigo bajando las escaleras. Parece Hogwarts, esto. En entrar, veo que se encuentra revisando la nevera y la vuelve a cerrar. Ahora abre el congelador y saca una tarrina de helado enorme. Le observo mientras pone helado en dos grandes copas heladeras de cristal, muy elegantes. ¿Por qué pone dos? No quiero que me acompañe. Agarraré la copa y me iré a la habitación, fijo. Termina y guarda el helado donde estaba, y me sorprende de inmediato. Toma las dos copas y se las lleva con tranquilidad. Cabrón, se ha adelantado. Le sigo con prisas. Se ha sentado en el sofá de la sala de estar y deja mi copa en la mesita de cristal de adelante.

-Yo me lo voy a tomar en la habitación - digo, mientras tengo intención de tomar la copa.

-Diane - suelta con prisas -, por favor, tómatelo aquí.

Le miro y él a mí. Sabe perfectamente que estoy más que cabreada con él, y creo que va a intentar disculparse. Mi instinto de orgullosa me diría que me marchara a la habitación, pero la verdad es que quiero saber qué tiene que decir. Tomo la copa, y me siento en el otro extremo del sofá. Tomo la cuchara que hay incrustada en el helado y empiezo a comer.

-¿Qué hacías con Teax en el restaurante? - murmura de la nada, sin mirarme.

-Tener una cita - respondo. No me puedo creer que lo que tenga en mente ahora sea la noche de ayer.

-¿Una cita? - se sorprende sin expresividad alguna, y se encuentra pensativo - ¿Te gustaba?

Me quedo en silencio. La imágenes de la cena y del intento de beso de Teax vinieron a mi mente, y no me siento enfadada, ni asqueada, ni cualquier otra emoción que determine odio hacia Teax. No me siento nada más que apenada.

-No - respondo.Mi rostro ahora debe ser un cuadro porque la tristeza me embauca poco a poco en recordar ésta mañana.

-¿Diane? - me despierta de mis pensamientos - ¿Estás bien?

-Sí.

Pero ahora no puedo pensar en ello, no puedo derrumbarme y darle ventaja a Bruce. Quiero explicaciones, demasiadas, y las quiero ahora.

-¿Qué quieres, Bruce? - espeté, sin mirarle - Para algo me has hecho estar aquí.

Me observa, y me da cosa. Me da la sensación de que sabe lo que está pasando por mi mente en cada momento.

-¿Por qué estás cabreada conmigo?

Vaya... Creo que esa ha sido la gota que colmó el vaso.

-¿Estás bromeando, cierto? - espeté, soltando una irónica carcajada.

-Sí, en realidad sé porqué estás así... - murmura.

-Una llamada - mascullé, la rabia ya se ha prendido-. Una puta llamada, con eso habría bastado.

-Lo sé.

-Me pasé días, jodidos días esperando alguna señal por tu parte estando en el hospital, pero nada - le encaro, ahora mismo quiero decirle todo lo que pienso.

-¿Por qué esperabas? - murmura, tranquilamente, y eso me saca de quicio.

-¿Por qué? Se suponía que éramos amigos, Bruce.

-Te mandé rosas...

Me lo quedo mirando. Me están entrando unas ganas enorme de coger la copa y estampársela en toda la cara.

-Las tiré.

-¿Por qué?

-Mira, Bruce, vete a la mierda.

Dejo la copa sobre la mesita y tengo intención de irme. Lo estoy haciendo, no me detiene, pero en llegar a las escaleras, dice:

-Diane, espera.

-No, Bruce - freno mis pasos, y desde donde estoy, le miro, deseando entender su comportamiento.

-¿No te gustaron las rosas? - pregunta desde el sofá.

No aguanto más. Vuelvo de nuevo hacia él, con prisas, con ganas de darle una buena torta en la cara. Pero no, me quedo quieta mirándole de nuevo. Está quieto y sin expresiones en la cara, eso me inquieta. No sé qué piensa o si va a decir algo.

-¡No te entiendo, Bruce! - espeto - ¡Me sacas de quicio, en serio!¡Una llamada, una visita o lo que fuera!¡Semanas en el hospital y tú no apareces, pero me dejas unas rosas en el piso con un mensaje de mierda como "Mejórate"!¡¿Estabas ocupado con dos mujeres sobre tus piernas y no podías caminar hacia el hospital, o qué?!

Respiro profundamente, esperando no haber despertado a Alfred y que viera éste embrollo.

-¡Además...!¡No... no es solo eso!¡¿Qué cojones, Bruce?!¡De primeras eres un capullo, luego vas en plan "viva la amistad", pero luego vuelven tus prontos de superioridad y de ricachón que puede tener mujer y dinero por doquier!¡Cuando tienes a un amigo no es para tenerlo cuando a ti te dé la gana!¡No soy un juguete con el que jugar!

-Diane, eso lo sé, y no pienso así - dice al fin.

-¡¿Entonces, qué piensas?!¡Porque nunca lo sé!¡Solo te quedas con esa cara de misterio y haces cosas que me desconciertan!¡Un día puedes ir de amable, comprensivo y de buen rollo, pero al otro puedes ir de capullo integral!¡No te entiendo...! No sé quién es Bruce Wayne...

-Sí sabes quién soy - se levanta del sofá, esta vez mostrando alguna emoción, que parece ser arrepentimiento -. Soy todo eso que has dicho.

-No. No lo eres - murmuro, cansada -. Te escondes. No te conozco porque no muestras quién eres realmente, no te dejas conocer.

Me observa, sin saber qué decir. Su ceño está fruncido y la boca entreabierta. No se esperaba ninguna de mis palabras.

-Si solo estás manteniendo ésta "amistad" por los medios, lo siento, pero se acabó.

-No es así - espeta -. A demás, yo podría decir exactamente lo mismo de ti, Diane.

Le escucho, porque esto sí que no me lo esperaba.

-Tal como me has descrito a mí, a la vez lo has hecho de ti. Tienes esa imagen de mujer de negocios, la mujer de hierro... Pero la verdad es que eres muy diferente a cómo te muestras. Eres totalmente diferente, y no lo quieres admitir. ¿Por qué? No lo sé.

Cada vez se acerca más a mí, pero yo no me muevo.

-Somos amigos, y me importas. No, no sé porqué no fui al hospital, lo siento. Pero, ¿podemos constatar el hecho de que hoy casi mueres y casi te pierdo?

No sé porqué el corazón me ha dado un salto cuando ha pronunciado esas últimas palabras. No debería ser así, solo ha sido una muestra de afecto. Simple y amistosa. Creo. Se me queda mirando tal como hago yo con él. Siento su mano apartando un cabello de mi rostro y dejarlo tras mi oreja. Un escalofrío ha recorrido mi rostro. Y ha sucedido, ligera y despreocupadamente. Siento sus labios sobre los míos. No reacciono, ni él tampoco. Solo ha posado los labios levemente, sin siquiera moverse. Pero decido separarme un poco, y acabo alejándome.

-Los amigos no se besan - murmuro.

Me alejo, quiero irme a la habitación y comprender qué ha sucedido.

-Diane - me toma rápido de la mano -, déjame conocerte...

Lo miro, aún con ese desconcertante momento en mi mente, y le digo:

-Cuando tú hagas lo mismo.

En dejar de sentir su agarre, me marcho hacia la habitación sumergiéndome en la oscuridad.

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