19. Desgracia


*Lamento la tardanza, aquí tenéis...*


Mi despertar no ha sido para nada placentero. Estaba teniendo uno de esos agradables sueños que tienes pocas veces en un largo tiempo y de los que desearías no depertar nunca, cuando de golpe he escuchado lo que toda la maldita calle: una sirena a un volumen tan alto que mis timpanos estaban pidiendo clemencia en mi mente, y aún lo están. Llevo un rato intentando averiguar de dónde demonios proviene ese ruido del demonio. Iba a preguntarle a Claire, pero he recordado que hoy tenía el día libre.

Abro y observo por la ventana del baño del piso de arriba, y maldigo al cabrón que ha dejado el coche así, aunque por el tipo de alarma que suena, no parece tratarse de un coche o de una ambulancia. Es más fuerte y resonante, y más pausada. Aún con tal dolor de cabeza, puedo oír quejas de gente a gritos, tanto de la calle como de los edificios.

-Me cago en todo... - mascullo mientras cierro con esfuerzo la ventana para dejar de oír el maldito ruido, aunque sea un burdo intento.

Está bien, intentaré pasar de ello, aunque se me quede incrustado ese infierno en el cerebro de por vida... Voy a la cocina para prepararme un café, y mientras la leche se calienta en el fuego, enciendo el televisor y pongo las noticias. Quiero ver si han dicho algo sobre este espectáculo. Corro al recordar que no quiero un café directamente tostado o quemado. Mi café con leche está listo, y mientras lo mezclo, un temblor acompañado de un fuerte y alarmante ruido. Algo había explotado, y como consecuencia de mi susto, el café ha acabado desparramado y la taza rota, pero no es mi prioridad en absoluto. Corro escaleras arriba para subir al baño y mirar por la ventana. El humo negro que sale de no sé dónde impide ver nada, hasta que se disipa un poco. Ha explotado una pared de ladrillos de la calle de enfrente, pero eso no es lo que más está estallando mi mente. Unos tres coches negros 4x4 y dos furgonetas blancas aparecen de la nada, como si se tratara una escena sacada de una película de acción.

Los vehículos parecen haberse congelado en medio de la calle junto con las ruinas de la pared destruida, y lo único que puede verse en movimiento es la polvera colorada de esas ruinas. Nadie de las personas que puedo observar desde mi ventana hace o dice nada, se han quedado como yo: sin saber qué hacer. El silencio que ha relajado los corazones de todos es efímero. De la nada, un arma alargada y de un negro intenso, aparece de una de las ventanillas de un vehículo negro. La tensión en los músculos se ha hecho presente, y mi instinto de agacharme al instante gracias al pavor ha sido causado por las balas que ha soltado el arma sin dirección fija. Nunca había presenciado el ruido de un arma, solo en las películas. Solo que la diferencia es notoria.

Las balas cesan, pero los gritos de pánico no. No sé porqué yo no grito. Estoy arrinconada en la esquina del baño, sin saber qué hacer o si realmente puedo hacer algo. La verdad, ni me preocupa eso, solo me escondo como cual rata en las alcantarillas. No me doy cuenta hasta que miro hacia el suelo, donde se encuentran mis manos, que observo su temblor. Es el mismo temblor que la de aquella noche. El mismo miedo.

Antes no oía nada, ahora, en toda la calle solo se oyen las puertas de los vehículos y unos pasos precipitados. No puedo evitar observar por la ventana. Me levanto con cautela y sin ruido, podria jurar que lo único que se oye en toda la casa es el latido de mi corazón encogido. Veo hombres parados en la calle, como si esperaran expectantes algo, pero no veo nada. Eso hasta que una puerta del vehículo negro del medio se abre. Su lentitud podría poner de los nervios a cualquiera, eso piensa uno hasta que ve lo que sale tras la puerta. Las caras de asombro y pánico abundan, pero las pocas sonrisas que se ven pertenecen a los hombres que lo acompañan, uno destaca en especial por su corpulento y musculado cuerpo. Cualquiera podría temerle con tan solo mirarle a los ojos. Con tranquilidad, aquel ser que nadie quiere ver, parece estar dando tiempo a asimilar su llegada y toma un megáfono de la misma puerta por la que ha salido.

-Probando... Un, dos... ¡Ah, bien, bien! - ríe con el megáfono.

Escuchando su voz y su risa, el escalofrío es más grande. En ese mismo momento, se va escuchando un zumbido lejano, pero que aumenta dando la sensación de que algo se acerca. Lo que parece ser un helicóptero, y de las noticias. Rápidamente bajo las escaleras, casi me tropiezo y caigo escaleras a bajo por mi desbaratada melena y la torpeza de mis pies fríos. Observo la televisión, y sí, está transmitiendo en directo.

- Dios santo... ¡No puede ser! - exclama la presentadora, pero aunque esté asustada de tan solo ver las imágenes del directo, no tiene idea de lo que es estar en el punto de mira - ¡Es él! ¡¿No se encontraba en Arkham?! ¡¿Cómo no se nos ha informado de tal cosa?!

La presentadora silencia su aguda voz para dar paso a la del psicópata fugado.

- Bueno... A ver... ¿Cómo digo esto...? ¡Ah, sí...! ¡HOLA, GOTHAM! ¡GRACIAS, GRACIAS...! ¡GRACIAS POR ESTE RECIBIMIENTO DE MIERDA! A ver... Tendréis muchas preguntas, lo sé. Yo también. ¿Alguien sabe cómo programar los canales de la televisión para ponerlos en el orden que más te guste? Se lo he preguntado a muchos de estos inútiles que veís a mis lados, pero nadie tiene idea. ¿No?¿Tampoco? Vaya. ¡BUENO, VAMOS AL GRANO!

Es muy difícil, por no decir imposible, saber cómo va a reaccionar este tipo en cualquier momento. Hace nada estaba tranquilo, hablando de mierdas y de golpe parece el ser más cabreado de la Tierra.

-¡Dos palabras, damas y caballeros...! Primera, Diane, y segunda, Gruff. ¿Alguien sabe quién es?

Mi corazón directamente no palpita. Se ha encogido, y a acabado por extinguirse, dejando que el miedo sea lo único que siento ahora mismo. Mis piernas tiemblan, y ya no sé si consciente o inconscientemente. Vuelvo a sentirme de aquella manera: la amenaza está puesta sobre mí, y no puedo hacer nada a parte de intentar esconderme. ¿Pero dónde? No tengo a dónde ir a esconderme más que aquí, un lugar que solo me ha traído desgracia.

-¡DIANE GRUFF, SEÑORES! Claro que sabéis quién es... Los ricachones de mierda os conocéis entre vosotros, preparáis desayunos juntos, eventos de pasta... Esas cosas. ¡Solo... quiero saber una cosa: dónde vive! Vamos, ¡quién me lo diga tendrá premio! Quizás no muera...

Me siento en el sofá. No puedo sostenerme en pie. Ni mis lágrimas contenerse. Si alguna de las personas que están afuera decide entregarme con tan solo diciéndole dónde vivo, se acabó, pero hay algo que estoy pasando de largo: ¡¿qué quiere de mí?!

-¿No?¿Nadie? Vamos... ¡NO TENGO MUCHA PACIENCIA! O si la Señorita Gruff decde salir por su cuenta, salvará a todos los que están en esta calle, pero dudo que lo haga por su cuenta. ¡Así que he traído un incentivo, Diane!

Mi atención está máximamente puesta en la pantalla, e imágenes de personas que tienen importancia para mí aparecen instintivamente. Esto es casi como rozar la muerte y el peligro. El hombre exageradamente musculoso se dirige hacia una furgoneta blanca y de ahí saca bruscamente un hombre, la cual lleva una bolsa que le cubre la cabeza. Lo lleva ante él. Afortunadamente no es mi padre, por el cuerpo del reén, pero sigo teniendo miedo.

-¿Quién crees que es, Diane? Sé que nos estás viendo, sea como sea - dice el psicópata seriamente -. ¡Descubrámoslo!

La bolsa es destapada, mostrando un rostro totalmente inesperado. Debo ser una persona horrible por sentirme aliviada de no encontrarme con ciertos rostros, pero, aunque no me imaginaba para nada este, la preocupación ha incrementado.

-¡Señor Teax...! Dígame, ¿está cómodo con estas ataduras en sus manos?¿No, verdad? Venga, voy a quitárselas.

El rostro de Henry, magullado y con varias ensangrentadas manchas, se ve serio e inmóvil, como si fuera un soldado. Eso me hace sentir aún peor. Nunca me hubiera imaginado que sería tan valiente.

-Vamos, Henry, no seas idiota y ven - le repite.

Henry, con un paso lento, se acerca aún con el rostro frío. De improvisto y a golpes, pone a Henry de rodillas.

-¡¿DÓNDE?!¡¿Dónde vive?!¡¿Ahí?! - no deja de mascullar, casi se oye su chirrido de dientes por el megáfono - ¡No creo que entendáis la situación, imbéciles!¡Sale Diane, se salva Henry y todo el mundo! No sale Diane...

Todos esperábamos que acabara la frase con un final evidente, pero en vez de eso, una casa salió por lo aires con tal facilidad, que casi parecía un montaje.

- ¡Boom! - ríe a carcajadas como si estuviera viendo un espectáculo, mientras que la mayoría suelta algún grito desgarrador o simplemente es sumiso del asombro - Vaya. Había gente. Qué pena. ¡A ver, Henry, te lo volveré a preguntar...!

-No hará falta - le interrumpe Henry duramente -. No te lo diría ni aunque me pusieras fuego en el pecho.

-¿Tiene que ser fuego? - ríe.

En cuestión de un segundo, un afilado y ancho cuchillo es incrustado sin piedad en el pecho de Henry Teax. Este grito no puede ser comprimido, y sale. Aún con mis manos intentando arrinconarlo tras mis labios, el dolor y la rabia salen junto las lágrimas que parecen no cesar nunca. No controlo mi respiración. No sé llorar, no sé respirar. Me tiro en el suelo sin esperanzas de nada. Sintiendo el mismo miedo que aquella noche, la misma petrificación de cuerpo.

-Vaya... ¿Está muerto, no? Ya, bueno. Estaba tan ciego de amor que estoy seguro que de todas formas no me hubiera dicho nada. No pasa nada. Seguro que algún rico que se compre fácilmente me lo dirá. ¡¿VERDAD?!

Lloro y lloro en silencio. No me muevo, hasta que siento una mano tocar mi hombro. Suelto un grito desgarrador que es tapado brusca y fugazmente por la gran mano que intuyo que es de hombre. Adiós, mamá. Adiós, papá. Creo que voy a morir. Aún así, no me resisto en luchar. Mis piernas y brazos se tambalean con una fuerza que no sabía que poseía.

-¡Diane... Diane...!¡Frena, soy yo...!

Quién menos esperaba en estos momento, se encuentra ahora a unos diez centímetros de mi, y no puedo evitar alegrarme. Me alegro de una manera tan aliviadora que no puedo evitar dejar de llorar y lo abrazo con ese temblor que no se despega de mis huesos. Siento sus brazos aferrarse a mi tenso cuerpo.

-Vamos, has de salir de aquí ya - murmura tomándome de la mano con prisas, y casi me levanta a la fuerza. Me lleva hasta el final del pasillo, donde la ventana que lleva a la calle trasera se encuentra abierta, donde, por lo visto, ha entrado.

-Vamos, baja por ahí, no tengas miedo - dice señalando la escalera de emergencias.

Temblorosamente, lo hago, pero siguiéndole. Nada más iniciar hacia abajo puedo localizar un vehículo abajo. En los últimos escalones, me toma de la mano y me dirige a una de las puertas. La abre y me ofrece con prisas el asiento. Una vez dentro, veo que hay un conductor.

-¿Está bien, Señorita Gruff? - es Alfred.

-Alfred, corre, marcha atrás ya - le ordena Bruce una vez está en el asiento del copiloto, esquivando su pregunta.

Alfred le hace caso, y da marcha atrás a la velocidad máxima que puede. No sé a dónde vamos, pero es seguro que me siento más a salvo que en mi propia casa. Unas calles ya lejanas, el vehículo frena. Mi mirada pasa del suelo hacia el conductor y el copiloto.

-Alfred, llévala a la mansión Wayne y ofrécele lo que necesite. Llegaré en cuánto pueda - dice un alterado Bruce antes de salir del coche sin añadir más. El coche arranca, y yo rápidamente me giro para observar desde una prolongada distancia a Bruce. ¡¿A dónde va?!

- Alfred - lo llamo alterada -. ¿A dónde va?

No responde, y sigue conduciendo.

-¡Alfred!

-Tranquila, Señorita Gruff, volverá. Solo ha ido a ver con emergencia a alguien - responde con calma aún con el tono que he utilizado yo -. Túmbese e intente descansar. Tiene mantas bajo el asiento. Está a salvo, Diane.

Miro al suelo aún asimilando todo lo vivido, pensando que hoy iba a ser un día normal como cualquier otro. Pero no. Definitivamente, odio esta ciudad. Y me iré en cuanto pueda.

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