13. Miedo


Está bien, creo que he acabado por perderme. He andado por horas por calles que nunca había visto ni por mapa. Ya está oscuro. Saco mi teléfono del bolsillo de mi chaqueta y veo que son las siete pasadas. Genial, parezco idiota. Quién quiera que me vea, debe estar pensando: "Mira a esa, está perdida y tonta". No oigo casi nada. Solo coches en la lejanía, y creo que ya no me encuentro en mi parte de la ciudad...

-Pues llamaré a John...

Tomo mi teléfono y justo empiezan a caer pequeñas gotas sobre este. Mi mirada se dirige hacia al cielo maldiciéndolo en mi interior. Poco a poco me acostumbro, porque en el fondo me gusta la lluvia. Quizás más que el sol. Estoy tranquila por el frescor de la lluvia y el olor de la humedad, pero mi rostro se inquieta en cuanto oigo una voz que no es la mía.

-¿Quién es John, preciosa?

Me giro inmediatamente sorprendida, encontrándome con un hombre muy poco agradable a la vista. No respondo nada, solo me alejo sin apartar la vista del sujeto solo para asegurarme que se queda ahí, pero algo me impide seguir. he chocado con alguien. Me aparto rápidamente y es otro, supongo que amigo suyo.

-¿Qué queréis? - exclamo sin saber dónde mirar, sintiéndome prisionera, como si de una jaula se tratara.

-Dinero y diversión, preciosa - responde uno soltando unas rasposas carcajadas, seguidas de los otros dos compañeros, que tampoco sus voces son precisamente aterciopeladas.

Intento correr por una via libre sin pensármelo, deseando llegar ya a casa y que esto sea solo otra historia que algún día contaré, pero los tres hombres me rodean y, de momento, eso es solo un mero deseo. Mi acto de necesidad para escapar se basa en un intento fallido de patada al aire.

-¡Pero si es una chica mala...! Ten cuidado no te hagas daño, cariño - se mofó de mí uno de los hombres.

Siento que quiero llorar. Una necesidad que nunca había sentido antes, literalmente: una necesidad. No como otras veces, que puedo llorar por las meras ganas o sentimientos, dependiendo de la situación, pero esta situación requiere necesidad. Así que no he podido aguantar tanta acumulación de lágrimas en los ojos.

-Dejadme en paz... - musito, pero dudo asustada por si mi súplica no ha sido audible.

-¿Qué has dicho, bombón?¿Que te dejemos ir? - sonríe otro descaradamente, acercándose a mi del mismo modo.

Siento mis músculos contrayéndose, mis brazos y hombros comprimiéndose, y dudo que mi rostro muestre algo que no sea espanto. Pensaba que no sería capaz de moverme ni un milímetro, pero al parecer, conservo mis reflejos. He sentido una mano apretada sobre mi cintura, y no he tardado en soltar bofetadas al aire, y con suerte, una o dos le han caído al grosero. Grito, y grito. El control es algo que ya no puedo mantener.

-¡Sujetadla, idiotas! - exclama otro.

"¡Soltadme!¡Soltadme!" quiero gritar, pero siento como si mis cuerdas vocales se hubieran contraído. Lucho por deshacerme de cualquier agarre y contra el ahogo de la lluvia. Nadie podría oírme por estas calles igualmente, porque la lluvia y los truenos lo impiden. La oscuridad del callejón se me hace más intensa.

Quiero escapar. Debo escapar. Ya. En cuanto puedo, corro calle abajo, sin siquiera plantearme si realmente había una salida segura. Y en efecto, no.

-¿A dónde vas, zorra? - espeta a carcajadas uno de los hombres, caminando los tres hacia mí sin prisas.

Mis ojos van de aquí para allá buscando un atisbo de luz, pero no lo hay. Mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad de la noche. Temo por ello. ¿Y si esta va a ser la última imagen que mis ojos y mente recuerden?¿Qué pasa si hoy, esta misma noche, muero...? Quizás sea un extremo exagerado. O no. ¿No es eso lo que decimos los que tememos a la muerte?¿Que la muerte es algo lejano, algo que llegará a su debido tiempo? Bueno, pues yo... siento que se acerca, lo quiera o no.

Voy a morir... Veo cómo los hombres se acercan a mi vaciladamente, porque me ven como una presa fácil con el miedo aferrado a los huesos y las lágrimas que saltan. Pero por dentro... ¿Des de cuando he considerado la muerte algo tan pacífico? Siempre he pensado que es la pesadilla y paranoia de todo ser humano, incluida yo, pero ahora, yo, que estoy viviendo este momento indeseable para todos, no sé si he aceptado la muerte como mi rendición o como un simple hecho.

-Vamos, no nos hagas el trabajo más difícil - se burla uno -. De todas formas, conseguiremos lo que queremos.

Quiero cantarle las cuarenta, como hago de costumbre hacia las personas impertinentes, cuando mi conciencia y mi boca se alían para soltar lo que sea necesario; pero, como en la situación de hace unos minutos, mis músculos no responderían ni para un tsunami.

-Bueno, yo me pido la parte de arri...

Yo misma he vacilado ante mis ojos al no poder creerme lo que acabo de ver. Estos tíos se han quedado igual de estáticos que yo, hasta que sus hormonas de hombres han actuado y no han vacilado ha echarme la culpa a mí con la mirada.

-¡¿Qué has hecho, zorra?! - gritaba uno de los dos, el que más lejos tengo desde dónde me encuentro.

Se acerca a mí, con esa agresiva actitud que me dice sin escrúpulos que algún golpe me voy a llevar. Lo espero, y los únicos músculos que han respondido, han sido los párpados, que se han cerrado a la espera intuitivamente. Pero no ha llegado nada.

Un grito en seco, un golpe... Y, de nuevo, solo se oía la lluvia. Abro mis ojos, ya con desesperación a saber qué demonios está ocurriendo, y porqué lo que debía suceder no está sucediendo. Solo veo al único hombre que queda, pero al miedo e incertidumbre que lleva ahora encima, lo hace irreconocible al de hace unos instantes.

Al patio cerrado en el que estamos los dos, callados a la espera de otro truco de mágia, no llega ningún otro. El hombre me mira con los ojos como platos, y decide abandonarme aquí. Corre por la calle con la que nos hemos adentrado aquí. Le veo irse corriendo. Su figura se hace más oscura, y más débil.

Puedo respirar, aunque aún lo veo. La lluvia que era una molestia, ahora me ayuda. Hasta que veo la forma en la que ha desaparecido el último hombre. Salía del callejón, y una forma se lo ha llevado volando, literalmente. No hay nadie. Solo oigo mi respiración, y mis pulsaciones hacerse notar por mis manos, brazos, piernas temblorosas y pecho.

¿Qué clase de criatura podía hacer eso? ¡Nadie! Desaparecer sin ser prácticamente visto en la oscuridad. Mis piernas empiezas a moverse a paso ligero hacia la salida, pero temo que me pase lo mismo que a aquel hombre que quedaba de los tres.

No oigo nada, pero no por el hecho de que haya silencio, sino que, por la situación que acabo de sentir, mi mente está bloqueada. En su mundo y sin dejar que nada entre ni salga, incluido el miedo. Pensé que todo había acabado, que había vía libre hacia casa. Eso estaba pensando hasta que he dejado de sentir mis pies sobre la resbaladizo acera solitaria. No me he reprimido. Mi garganta se ha dejado de tensar en cuanto he soltado un grito a pleno pulmón.

La lluvia y mi cabello, ya mojado como si me hubiera dado una ducha, se aferran exaustivamente ha mi rostro. Tengo los ojos cerrados porque no me atrevo a abrirlos para nada. Ni para bien, ni para mal. No sé si estoy en el aire, si toco suelo, si hay aire fresco, si hay luz, si lo único que hay es oscuridad...

Mis manos están aferradas a algo frío. En mi mente analizo lo que puede ser, y descubro que es el suelo de piedra mojado. Abro los ojos con atisbos de esperanza. La única dirección en la que me atrevo a mirar es al suelo. Este suelo no es el de la calle. Alzo la vista confusa. Mi mente ahora mismo es un rompecabezas.

Me levanto lentamente intentando no resbalar por culpa de la lluvia. Ya no distingo mis lágrimas de la lluvia, la cabeza me da vueltas y me es casi imposible reconocer nada. Intento averiguar en qué punto estoy. A medida que me giro para observar que me encuentro en la terraza de un alto edificio, más perdida me encuentro.

- Eh.

Grito ahogada del susto. Me giro, y lo que veo, jamás he creído que alguna vez lo vería. O que alguna vez existía.

-¿Se encuentra bien? - su voz grave, raspada e intenta no me dan mucha confianza a pesar de su pregunta.

Mis labios se han abierto ante la sorpresa, dejando entrar el frío de la noche y la lluvia. Lo tengo delante de mí. Dudo ya de si es un hombre, o cualquier otra criatura extraña. Es como si no tuviera rostro, aunque pueda ver sus labios. Es como una masa extensa de oscuridad que destaca en la propia noche. Extrañamente, me siento algo más esperanzada, y menos atemorizada.

No puedo ni articular palabra. Así que me limito a asentir sin pensar con conciencia mi respuesta. Se acerca a mi lentamente, pero no temo, solo me sorprendo.

-¿Tiene el teléfono aquí? - me pregunta, y asiento buscándolo en mi bolso apresuradamente.

Al encontrarlo se lo ofrezco si más. Él mira mi mano, y luego fija de nuevo los ojos en los míos, vacilando ante mi temor. Lo toma con cautela asintiendo. Se da la vuelta alejándose bruscamente unos pocos pasos poniéndose al oído el teléfono.

-Tejado de la 21, en el sector Sur. Ahora - oigo que dice rápidamente.

Cuelga el teléfono con prisa y vuelve a mí con cautela. Entiendo que no quiera asustarme.

-Venga, cúbrase de la lluvia - se acerca a mí mirando al suelo, me toma el brazo sin apretarlo y me arrastra levemente hacia algún sitio -. Aquí estará segura.

Me ha hecho sentarme sobre un banco tapado sobre un tejado que se encuentra justo al lado de la salida y entrada a la terraza.

-Espere aquí hasta que llegue la policía, ¿de acuerdo?

Asiento sin añadir más. Parece alguien que no acepta un no por respuesta. Y no por su voz grave. No puedo apartar la vista de su extraño atuendo mientras escucho mis dientes tiritar, al igual que cada extremidad de mi cuerpo.

-¿Tiene frío? - no espera respuesta para continuar hablando - Aguarde.

En menos de un segundo ha desaparecido, y me pregunto si volverá. No deseo que se vaya. Me ha infundado algo de esperanza on nada. Me ha salvado la vida, y presiento que al Caballero Oscuro le da lo mismo.

Ha vuelto. Lo sé porque lo he visto. De no haberlo hecho, ni me habría enterado. En sus manos lleva algo extenso y acolchado: una manta. En un rápido movimiento me la ha puesto sobre mi espalda. Asomo mi mirada ante la suya, intentando darle las gracias, pero no me atrevo a hablar. Me mira, y no sé qué hacer. Pensaba que se iba a quedar, pero dado a que se ha dado la vuelta y marchado sin decir nada, dudo que vuelva. Me arrepiento de no haberle dicho nada. Ni un mísero gracias.

La presión de mi mente es demasiado fuerte, y el calor que me va invadiendo poco a poco, hace que todo me dé vueltas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top