11. Música

-¿Sabes qué? Todas las reformas que se han hecho en esta casa, han sido por mi culpa - ríe mientras su mirada no deja de ir de un lado para otro en el techo.

Cuando hemos entrado, no hemos tenido prisa alguna en que me enseñase la reforma, porque sabe que esa casa para mí es como un palacio y me parece que es para admirarlo con calma.

-Seguro que eras un niño travieso - río.

-Pues no, al contrario... - su tono de voz es nostálgico, y su mirada está perdida en sus pies. Aunque en la comisura de sus labios se asoma una sonrisa.

-¿Y qué pasó para que fueras un niño diez a... bueno, tú? - bromeo.

Se toma su tiempo. Nuestros pasos no frenan, es como si hubiéramos puesto el motor automático y lo primordial ahora para mí es saber porqué tanto silencio y seriedad. Empiezo a pensar que realmente pasara algo, y grave.

-¿No lo sabes? - me miró por el rabillo del ojo con una ceja alzada, como si me estuviera perdiendo algo que todo el mundo sabe y yo no.

-¿Qué debería saber? Oye, que lo decía de broma, Bruce.

-Pero tienes razón - su vista pasa de mis ojos hacia al suelo de nuevo, como si pensara en cómo decirme algo. Su rostro es ahora más serio de como lo he visto siempre - Algo me cambió. Verás, la familia Wayne era la más prestigiosa de Gotham. Mi padre era un gran hombre, amante de todo lo que hacía; y mi madre era... la mejor.

Observo como sus emociones están a flor de piel contándome esto, y lo aprecio mucho. Intenta sonreír, pero no puede. Ha hecho varios intentos mientras hablaba, especialmente cuando ha hablado de su madre.

- Un día - prosigue -, fuimos al teatro los tres, y cuando ya quedaba poco para el final, quería salir de ahí, porque la obra me daba miedo. Mis padres y yo salimos por la puerta de atrás porque sabían que habrían muchos paparazzis, pero de la nada apareció un atracador. No paraba de gritar que le diéramos las joyas y el dinero, y mi padre le hizo caso. "Podemos calmarnos, solo tómalo todo" decía mi padre manteniendo la calma para que el hombre hiciera igual. Pero no hizo caso. Disparó a mis padres dándose a la fuga.

Me freno en seco, provocando así que él lo hiciera de sorpresa. Intento asimilar la última oración observando el rostro de Bruce, que no sabría cómo describirlo: se encontraba entre la pena y la asimilación.

-Me extraña que no lo supieras - suelta una leve carcajada, pero no suena como tal.

-Eso... es... - murmuro horrorizada - Lo siento mucho, Bruce... Tampoco debí...

-No te preocupes - sonríe frenando mis palabras -. Anda, vamos, tampoco es plan que nos quedemos en el mismo pasillo dos horas. A demás, quiero que lo veas.

-¿El qué?

-Si te das prisa, lo sabrás - toma mi mano sin pararse a pensar nada y apresura el paso.

Me es extraño sentir su tacto directamente a mi mano. Es cálido. En eso, va frenando su paso al llegar a una pared repleta de puertas enormes de madera y deshace el enlace de nuestras manos. Me lo quedo mirando para saber qué puerta es.

-Es esa puerta - sonríe señalando detrás de mi.

Me giro viendo una larga y bonita puerta de madera. Me encamino hacia ella y miro a Bruce para tener el permiso de abrirla, y él asiente sonriente. Así que abro la puerta encontrándome con una sala oscura. Me gusta la oscuridad, pero no a ese extremo. Entonces es Bruce quién enciende la luz, dejándome ver una bonita y rosada habitación con algunos muebles antiguos, aunque la pintura sea reciente.

-Vaya... - murmuro sorprendida - Me recuerda mucho a la época de los cuarenta.

Estoy maravillada con esta casa. Observo con atención lo que parece ser una sala de baile. Hay cortinas rosadas, pero el tono es más claro que la de sus paredes, y la luz es cálida por sus tonos amarillento y anaranjados. Al fondo hay una larga mesa, con un tocadiscos en ella. Dudaba aún de la existencia de los tocadiscos.

-Sigo alucinando - suelto porque sí, acariciando esas cortinas rosadas.

Oigo que cerrarse la puerta por el clac que ha sonado y me giro. Me mira con una sonrisa mientras se quita la chaqueta.

-¿Qué haces? - pregunto confusa, y raramente alarmada.

-Prepararme - responde con evidencia.

-¿Para qué?

Me sonríe cómplice, mientras yo me cruzo de brazos intentando sacarle respuesta con mi mirada retadora. Se acerca a mí sonriente, hasta que me pregunta:

-¿Me concede este baile, Señorita Gruff?

Me ofrece su amplia y fuerte mano con una elegancia que seguramente ha buscado, y obviamene me ha impresionado, pero mis ojos nerviosos de no saber si mirar su mano o sus ojos, acaban mirando a la mesa. Estúpidamente doy una excusa para salir de esta situación:

-No hay música.

Él alza las cejas vacilante y se acerca al tocadiscos. Niego, porque es evidente que se iba a salir con la suya de todas formas. Enciende la música mientras que yo me descalzo de mis tacones.

-¿Es necesario? - ríe.

-Bueno, si quieres que no me caiga o acabemos en el hospital, sí.

Me observa de pies a cabeza mientras mueve sus labios de un lado a otro, y de la nada, también se quita los zapatos.

-¿Y eso es necesario?

-Sí, sino quieres que te pise los pies varias veces. No soy buen bailarín.

- Ni yo - río.

Su sonrisa es vistoriosa mientras me acerco. Suena una melodía que realmente dan ganas de seguirle el ritmo. Toma mi mano y la otra la pone por encima de mi cintura, mientras que yo pongo la desocupada en su hombro. Así sin más, comenzamos unos pasos algo vagos al principio, pero el le cogemos el ritmo.

Intento no mirar a los ojos. Por una parte quiero, pero sus ojos intimidantes me impiden el contacto visual y la valentía para mantenerlo. Me es también incómodo el silencio, así que mi mente está automáticamente buscando un tema de conversación.

-¿Sabes por qué estaba mi padre en la fiesta y luego se fue? - le pregunto sin más y él niega con lentitud sin dejar de posar sus ojos fijos en mi rostro - Para pedirme perdón.

-¿Por la discusión?

-Sí - murmuro apenada -. La discusión era por Henry Teax.

-¿Henry Teax? - espeta con el ceño fruncido.

-Sí, Teax le pidió a mi padre que me dijera que él me invitaba a comer, y yo me enfadé porque sabe perfectamente que me cae fatal ese hombre y... - macullo, y él suelta una carcajada, haciendo que me sienta avergonzada de lo que digo sin saber si he dicho algo que le haga gracia - ¿Qué pasa?

-Me gusta esto - murmura -. Ya me puedes contar con quién sales, y todo.

-Eso nunca - espeto bromeante, y él suelta una nueva carcajada -. Primero, Teax ni es ni va a ser alguien con el que voy a salir. Y segundo... antes se lo diría a mi padre.

-¿Tan mal confidente parezco? - bromea de nuevo frunciendo su ceño.

-El peor - río.

Me observa, todo mi rostro. Como me ha dicho antes en el coche, como si observara un cuadro. Sus labios entre abiertos están, y sus ojos entre cerrados.

-No me conoces - murmura vacilante.

-No, pero ya lo descubriré.

Su mirada se relaja, y sus labios practicamente no me describen nada de lo que siente o piensa, simplemente parece muy serio. Siento mis nervios florecer, y las manos temblar un poco. Es muy probable que lo note, solo rezo que no sea así.

Ahora es distinto. Me atrevo a mirarle a los ojos, puedo disfrutar de ellos y observar su color oscuro intenso. Observo sus facciones, como hace él. He de reconocer que es atractivo. Muy atractivo. La música hace un eco en la sala, pero casi ni me percato de él. No sé qué ocurre, pero lo veo distinto. No él en sí... sino mi forma de verlo.

Su tacto es cálido, y mi rubor aparece cada vez que me repito en la cabeza que su mano está en mi cintura. Sus manos, de nuevo sus manos. Son suaves, pero tampoco me esperaba las manos de un minero, claro.

Al principio creí que era como esos ricos/casos perdidos, pero me ha abierto su corazón mostrando la sinceridad y bondad, algo que francamente no me esperaba encontrarme en Gotham. Supongo que sí que quiere ser mi amigo, pero esto... Me cuesta verle como un amigo.

-Es tarde - murmura Bruce frenando en seco nuestro baile. Despega sus manos de toda extremidad de mi cuepo y se echa un paso atrás con rapidez -. Supongo que querrás ir a casa.

Mi grata sorpresa me impide decir palabra, solo me limito a asentir.

-Haré que Alfred te lleve a casa - dice antes de parar la música.

-¿Ocurre algo, Bruce? - le pregunto al notar su extraño comportamiento repentino, que es mucho más serio.

-No, no. Solo que he pensado que estarás cansada - me sonríe, pero es una de esas sonrisa que no son ni ciertas ni sinceras.

-Claro... Eh... Sí, sí... - murmuro.

Me dirijo hacia mis zapatos con desanimo y me los pongo. Pensaba que había dejado el bolso en algún sillón o algo, pero veo que aún lo llevo colgando. En terminar, Bruce me guía con su mano a la gran sala de estar. Me ha dejado sola un momento, así que vuelvo a mirar a mi alrededor, pero esta vez con desanimo. Oigo pasos e intuitivamente me vuelvo a girar. Es Bruce.

-Ahora vendrá Alfred y te llevará - murmura, sin mirarme a los ojos.

-Es preciosa la sala, me gustan mucho las cortinas rosadas - añado algo incómoda.

-Señorita Gruff - aparece Alfred antes de que Bruce emitiera sonido aún teniendo los labios listos -. Sígame, la llevaré a casa.

-Gracias, Alfred - le sonrío.

Alfred empieza a caminar, pero yo siento que no me puedo ir así sin más. Observo que Bruce ahora está de espaldas, acariciando su cabello hacia atrás con la mano derecha.

-Bruce - murmuro, y se gira sorprendido, pensando que a lo mejor me había ido.

-Hasta mañana, Diane - se acerca a mi.

-Hasta mañana, Bruce - sonrío -. Buenas noches.

Nos miramos sonrientemente tristes, lo veo, y no entiendo como hemos llegado a esta situación. Siento que quiero hacer algo, y así lo voy a hacer: me acerco y le doy un beso en su mejilla. Me ha dado tiempo para observar que ha cerrado los ojos un segundo. Hasta que finalmente lo dejo ahí solo en el silencio.

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