#5: Morior Invictus
Portada variante:
Bruce observaba la Luna desde la ventana de su habitación. El varón se encontraba vestido únicamente con unos pantalones grises que correspondían a su traje, mientras que el resto de este estaba en el armario. El combate contra Ra’s Al Ghul sería dentro de unas horas —específicamente al medio día—, y había un leve nerviosismo recorriendo al vigilante. Pero antes de que pudiera seguir sumergiéndose en sus pensamientos, la puerta de su habitación se abrió para darle paso a una mujer.
—Talía, ¿verdad? —exclamó Bruce, observándola de reojo.
—Así es, Batman —habló la mujer, en tono seductor.
—¿Qué haces aquí?
—Supuse que no podrías dormir —aseguró mientras cerraba la puerta tras de si—. Me debatí mucho sobre si venir en persona o enviar a alguien.
—Estas esquivando mi pregunta —afirmó Wayne, volteándose por completo.
Los ojos verdes de la mujer observó rápidamente el torso del varón antes de volver a verlo a los ojos. La mirada de Talía no sólo dejaba entrever un deseo, sino también desafío.
—Ha pasado mucho desde que vi a un hombre tan vigoroso como tú. Eres un guerrero letal, que aún así se contiene. Eres un claro ejemplo de la virtus romana, pero también tienes todo lo necesario para ser un miembro de la Liga. Tal vez por eso es que mi padre quiere probarte en combate. Pero yo, en cambio, quiero probarte en otro aspecto.
—Ya soy miembro de una Liga, y no me interesa la de tu padre —aseguró Bruce, con firmeza—. Y, sobre ese otro aspecto, ya me imaginaba que venias por eso.
—¿Qué me delató, detective?
—Solo vendrías a esta hora para matarme o para mantener relaciones conmigo. Tu ropa se transparenta demasiado, y puedo ver que no traes algún arma.
—¿Es lo único que ves que no traigo? —cuestionó con una sonrisa desafiante la mujer.
—Noto mucho más que eso.
La puerta de San Romano había caído, y cientos de otomanos furiosos corrían hacia los romanos, como hormigas sobre una araña herida. Y la sangre bañó el suelo, con la Luna observando a los que alguna vez fueron los orgullosos hijos de Marte caer ante los hijos de Alá. Y aunque los primeros habían olvidado a su padre hace mucho, este miraba con pesar la caída de lo último que quedaba de su Imperio.
—¡Giustiniani! —exclamó Constantino XI, viendo como unos soldados genoveses llevaban a rastras a su capitán—. ¿A dónde lo llevan? Las tropas se desmoralizaran.
—Le dieron con una flecha en la garganta —afirmó uno de los soldados—. Morirá si no lo atiende un médico.
—Emperador —habló Giovanni con dificultad, mientras le apoyaba su mano ensangrentada en el pecho—. Sálvese.
Los genoveses siguieron avanzando, pasando por al lado de Constantino que observaba perplejo la sangre en su propia mano.
Batman se encontraba leyendo una serie de manuscritos sobre las diferentes batallas y rivales a los que Ra’s Al Ghul se había enfrentado en el pasado.
—¿Vas a quedarte ahí? —preguntó Batman, sin dejar de leer.
—Eres realmente hábil, detective —afirmó Ra’s, caminando por la biblioteca hasta quedar delante del murciélago—. ¿Disfrutas de nuestros conocimientos?
—Eres muy ególatra —dijo Batman—. Los escritos de tus batallas se encuentran en el centro de la biblioteca. Solo por debajo del Corán.
—Considero que soy merecedor de ese puesto. Excluyendo al profeta Mahoma, me considero el hombre más importante y glorioso que ha pisado la obra del creador.
—¿Y también te consideras un elegido de Alá? —preguntó Batman.
—Me considero más un salvador.
—No me sorprende —dijo Bruce.
—¿Acaso me estas estudiando, detective?
—Te has enfrentado a muchas personas y seres, según tus registros.
—¿No confías en mi palabra?
—No.
—¿No fue tu señor, Jesucristo, quien dijo: “¡Ay los pequeños en la fe; Ay de ellos!”?
—No soy católico —dijo Batman—; solo escéptico.
—Has luchado junto a alienígenas, atlantes y amazonas, ¿y no puedes creer que yo me allá enfrentado a lo que me enfrente?
—¿Quieres que crea que Vlad Tepes si era un vampiro y que luchaste contra alguien que decía ser reencarnación de Thor?
—Eres libre de creer lo que desees, detective. Y por tu hostilidad, supongo que no has aceptado la oferta de ser mi sucesor.
—Aunque envíes a tu hija a mi dormitorio, seguiré firme en mi decisión.
—Es una lastima. Me hubiera gustado tener un heredero de tu nivel. Supongo que nos veremos al mediodía, detective.
Desde lo alto de una torre, Constantino XI observaba con lágrimas en sus ojos como una bandera romana —con una cruz en ella— era cambiada por estandarte de la media Luna islámica. Y en el viento sopló para que esta ondeara, con aires de victoria.
—Emperador —habló un soldado, llegando al lado del monarca—. Hemos encontrado una forma de burlar el bloqueo otomano en el Cuerno de Oro. Podemos escapar en las naves. Debe venir.
—¿Dejar la ciudad sin la protección de su Emperador? —preguntó Constantino—. No. Lo siento, pero yo me quedaré. Dile a la Legión de las Sombras que escape y se preparé para las futuras batallas.
—Nos quedaremos a su lado.
—No —exclamó Constantino, volteando hacia el soldado—. Deben marcharse y sobrevivir. Mi vida siempre estuvo atada a la vida del Imperio. Ve, amigo mío, y cuéntales a todos lo valientes que hemos sido los romanos esta noche —dijo el Emperador, mientras ponía el puño derecho sobre su corazón—. Morior Invictus.
—Morior Invictus —habló el soldado, imitando con pesar la acción de su Emperador.
El Emperador Constantino XI bajaba unas escaleras de piedra, con pesar en su mirada. Podía escuchar los gritos de aliados muriendo y enemigos triunfando. Su ciudad estaba cayendo, pero él seguía en pie. Y al llegar a un patio, se encontró con varios legionarios de las sombras esperándolo.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Constantino—. Ordené que todos se fueran.
—Y la mayoría lo hicieron, Emperador. No por cobardía, sino para prepararse. Pero acordamos con el azar que nosotros nos quedaríamos para luchar -y morir- por nuestro Imperio.
Todos los soldados pusieron su puño derecho sobre su corazón, y a viva voz exclamaron:
—¡Morior Invictus! —Morir Invicto, o Muerte antes que Derrota.
Y bajo la luz de la Luna marcharon. Los últimos hombres de la Legión salieron de las sombras. Bajo el brillante Sol del mediodía, el último legionario de las sombras se encaraba con el primer asesino de su liga.
—Escoge tu arma, detective —exclamó Ra’s, sujetando una espada curva—. Y quítate tu protección extra. Este debe ser un combate honorable.
Batman se detuvo frente a una estantería con varias espadas, de diversas culturas y periodos. El murciélago tomó una gladius romana en perfectas condiciones, y rápidamente se aseguró de que estuviera afilada.
—Buena elección, detective. Aunque muy obvia.
—Igual que la tuya —respondió Batman mientras se sacaba la capa, el cinturón y la camisa—. Cuando quieras, Ra’s.
Constantino XI se encontraba bañado en la sangre de sus enemigos, con una legión formada a sus espaldas.
—¡Emperador! —exclamó una voz potente y firme, no siendo este otro que Ra’s Al Ghul—. Es un honor conocerlo en persona.
—¿Quién eres tú? —cuestionó Constantino, con fatiga.
—Ra’s Al Ghul. Supongo que me conoce.
—Su leyenda le precede, Ra’s Al Ghul. Un guerrero inmortal que se ha enfrentado a los cristianos desde que empezaron las Cruzadas.
—Y sabe todo lo que he logrado.
—Créame que lo sé —aseguró Constantino—. Sé muy bien a lo que me enfrento.
Constantino observó como un gran batallón se formaba detrás de Ra’s, y como varios ninjas se aproximaban desde las alturas.
—He conquistado Jerusalén, y la he defendido de los cristianos. He gobernado Egipto, Siria, Palestina, Mesopotamia, y muchos otros lugares. ¿Y aún así planea enfrentarme?
—Mi ciudad está cayendo —dijo Constantino, sujetando con firmeza su espada—. Y yo sigo vivo.
—¿Morirás por tu ciudad? —preguntó Ra’s, con una pequeña sonrisa burlona en su rostro.
—Moriré por la gente que hay en ella —aseguró Constantino, con determinación en su mirada.
—Que así sea, Emperador.
—¡Legionarios! —exclamó Constantino, alzando su espada—. Morior Invictus.
—¡Morior Invictus! —respondieron los últimos romanos en pie.
Constantino corrió al ataque, y su espada chocó contra la de su feroz enemigo. La gladius de Batman chocaba contra la cimitarra de Ra’s Al Ghul, provocando que los rostros de ambos se aproximaran.
—Te has involucrado en una guerra que a estado aconteciendo desde hace cientos de años.
—Tu me involucraste, Ra’s —afirmó Batman mientras retrocedía.
—Tú mismo te metiste en esto cuando fuiste entrenado por lo que quedaba de la Legión de las Sombras —aseguró Ra’s mientras lanzaba fuertes golpes con su sable, todos los cuales el murciélago logró bloquear—. Eres el último legionario, detective. Eres el último heredero de Roma. Y hoy, finalmente, destruiré los restos decadentes del viejo Imperio Romano.
—Roma cayó hace siglos, Ra’s —aseguró Batman, empujando con su espada a su enemigo para que este se apartara—. Y ahora, es tu imperio de asesinos el que caerá.
Ra’s tomó su espada con ambas manos y avanzó hacia Batman que esquivaba y bloqueaba los golpes. El demonio lanzó un corte descendente que el murciélago evitó al moverse a un costado, y aprovechó aquella situación para darle un rápido corte desde el centro del estómago hasta las costillas izquierdas, aunque no muy profundo.
—Bien hecho, detective. Disfruta este pequeño logró porque muy pron--
Batman se lanzó hacia adelante, chocando su espada con la de Ra’s e interrumpiendo sus palabras.
—Hablas demasiado —vocifero el vigilante.
Ambos se apartaron nuevamente, siendo ahora Ra’s quien lanzó su espada hacia la sien de su enemigo. Constantino bloqueó el ataque con su espada, notándose el esfuerzo en su rostro. A su alrededor, los legionarios se veían superados por los jenízaros y los asesinos que los atacaban de todos los frentes. Los romanos se pusieron en formación circular. Dicha formación era para soportar hasta la llegada de refuerzos, o luchar una batalla cuya única salida era la muerte.
—Eres un guerrero valiente —aseguró Ra’s, mientras Constantino empezaba a devolver los ataques—. Es una lastima que debas morir esta noche.
—¿Crees qué le tengo miedo a la muerte? —preguntó Constantino, lanzando un golpe descendente a la cabeza de su enemigo.
—¿A qué le temes entonces?
—A no retrasar mi muerte lo suficientemente para que la mayoría de mi pueblo escape.
Constantino le propinó una patada al estómago de Ra’s, el cual retrocedió y por poco cae.
—¡No le temo a la muerte! —gritó con furia Constantino—. Soy un romano. ¿Quieres Constantinopla? ¡Mátame para obtenerla!
—Será un placer.
Constantino camino a paso firme, antes de lanzar otro golpe con su espada. Batman dio un salto hacia atrás, teniendo un gran corte sobre su pecho. Ra’s se paro derecho, colocando su mano libre detrás de su espalda mientras levantaba su espada delante suyo.
—Sangre por sangre, detective —afirmó Ra’s, antes de apuntarle con su espada.
Y Ra’s volvió a atacar, mientras Batman se defendía. Sus espadas danzaban con ferocidad mientras el Sol se reflejaba en sus metales. Pero nada había que distrajera a los dos combatientes de su peligroso duelo. En aquel combate, cualquier error era igual a la muerte. Ra’s lanzó un golpe al cuello, el cual Batman logró bloquear al usar el agarre invertido con su gladius. Sin embargo, la Cabeza del Demonio bajo rápidamente su espada. El murciélago se movió tan rápido como pudo, pero no pudo evitar recibir un corte en el brazo. Ambos suspiraron antes de respirar profundamente, y se volvieron a arrojar al combate. Ra’s retrocedió con un corte en el labio que la espada de Constantino le había provocado. Aquel maldito con la carga de ser el último Emperador Romano observó un momento hacia donde los legionarios se encontraban peleando, notando como solo tres seguían en pie. Rápidamente volvió su mente a su enemigo, pues por poco y no logró bloquear un corte a su cabeza.
—Te preocupas demasiado por los tuyos —exclamó Ra’s—. Un líder debe ser capaz de sacrificar a quienes sean para lograr sus objetivos.
—Hablas de un tirano; no un líder.
Ambos se separaron solo para que sus espadas volvieran a chocar con gran ferocidad. Cada golpe parecía ir con más furia que el anterior, y también con más desesperación. Mientras uno buscaba la gloria de conquistar una ciudad inconquistable y sumar otro guerrero a su lista de asesinados, el otro luchaba con desesperación para proteger lo que quedaba de su pueblo y el legado ancestral de este. Y la historia ya dicta, quien resultó vencedor.
La sangre goteaba del cuerpo de ambos guerreros. El gris y negro del uniforme de Batman se entremezclaba con el carmesí de su líquido vital. Ra’s respiraba de forma entrecortada, con varios cortes en su torso y uno en su mejilla. El murciélago atacó con ferocidad, obligando al demonio a defenderse con su espada. Ra’s retrocedía mientras apretaba los dientes con furia. El asesino lo empujó con la espada, logrando que el vigilante se trastabillara. Ra’s Al Ghul lanzó una estocada, logrando cortar un pedazo de piel de Batman —el cual se movió a tiempo para no ser atravesado—. El último legionario alzó su gladius y sin ningún titubeo lo descendió con gran fuerza contra el brazo donde su enemigo portaba su cimarra. El brazo del demonio cayó al suelo, en medio de un quejido de dolor, antes de que el filo del murciélago impactará contra su abdomen. Constantino caía de rodillas, sin su casco y con una de sus manos se cubría la garganta. La sangre escapaba de su herida mientras usaba su otra mano para apoyarse en el suelo.
—¿Ultimas palabras, Emperador? —preguntó con fatiga Ra’s, apoyando su espada en la nuca de Constantino.
Agotado y herido, el último Emperador Romano sonrió con cansancio mientras algunas lágrimas asomaban por sus ojos. No lloraba por su destino, sino por el de su amado pueblo.
—Morior…
—Invictus —exclamó Batman.
La espada del vigilante había atravesado desde el abdomen hasta la espalda de su enemigo. Batman se apartó y retiró el filo del cuerpo del demonio, que cayó al suelo como en antaño lo hizo la cabeza de cierto Emperador.
—Llévenlo a la uno de los Pozos de Lázaro —habló Batman, con firmeza—. Sé que tienen uno en las cercanías. Será mejor que se apresuren.
—Bien jugado, detective —exclamó Ra’s, tomándose del vientre—. Pero debes saber que volveremos a encontrarnos. Esta en nuestro destino.
—Y yo te estaré esperando —aseguró Batman—. Pero te lo advierto, Ra’s. Tengo compañeros. Si lastimas a alguno de ellos, asesinarte será un acto de misericordia en comparación con lo que voy a hacerte.
Batman tomó sus prendas, mientras Nyssa y Ra’s intercambiaban miradas.
—No voy a matarte, si eso quieres —afirmó Nyssa—. Quiero que vivas, sabiendo que existe un hombre que te venció.
Nyssa escupió con desprecio al suelo, justo al lado de su padre.
—Perdiste padre. A pesar de todo lo que me hiciste pasar, no me volviste como tú —aseguró la mujer, antes de ver a Talía—. Espero que escapes pronto de él, hermana.
Y mientras los asesinos se aproximaban a su líder, los legionarios marchaban triunfales.
El Flying Fox ingresaba en su hangar propio, deteniéndose con lentitud antes de que sus motores se apagaran. Cuando su compuerta se abrió, Batman y Nyssa descendieron.
—Finalmente volvimos a tu ciudad —habló Nyssa.
—¿Qué planeas hacer ahora? —preguntó Bruce, quitándose la máscara.
—Debo buscar miembros sobrevivientes de la Legión, y reformarla para las batallas que vendrán. Mi padre no se detendrá, y no voy a dejar a los héroes solos contra él.
—Si en algún momento requieres de ayuda, no dudes en avisarme.
—Lo haré, Bruce. Cuídate mucho, y a tus hijos más.
Poco después, Bruce caminaba por la cueva con ropa normal mientras cargaba la gladius que uso para vencer a Ra’s.
—Es una gran espada —aseguró Wonder Woman, también con ropa de civil—. Aunque, por elección personal, prefiero la spatha.
—No me sorprende —afirmó Bruce, mientras colocaba su espada en una vitrina—. Después de todo, la spatha tiene un tamaño similar a la xifos que sueles usar.
—Estaba preocupada por ti —afirmó la mujer, aproximándose al varón—. Estuve vigilando a la distancia como pediste, al igual que Clark y Iron Man.
—Gracias.
La mujer rodeó con sus brazos el cuello del varón antes de darle un suave beso.
—La próxima vez que debas enfrentar algo así, será mejor que me lleves.
—Lo consideraré.
—Por cierto —habló Diana mientras ambos caminaban hacia las escaleras—. Daredevil se enfrentó al Espantapájaros mientras no estabas.
—¿Cuál es el miedo del hombre sin miedo?
—Se empezó a reír al ser expuesto al gas del miedo. Fue perturbador.
Y mientras ambos se apartaban, la gladius reposaba junto a una moneda con el rostro de Constantino XI, quien defendió Constantinopla con su vida.
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