III

Por la noche, tras la cena, Landon decidió ir a dar una vuelta por la granja pensando en cuál sería su siguiente paso al volver a casa al día siguiente. Lo suyo con Erin, se había acabado. Y de Olivia, ya podía irse olvidando. Pero al menos había aprendido a identificar lo que realmente buscaba en una mujer. La sencillez, la dulzura, el compañerismo, la sinceridad. Una mujer ambiciosa, pero que supiera lo que era el sacrificio en el cuerpo. Dedicada a la relación, pero con sus propias metas personales. Alguien con personalidad, con entereza, con extrema dulzura. Alguien como Olivia, le dijo su mente. Se detuvo junto a la orilla del arroyo y bufó decepcionado consigo mismo. No estaba pudiendo apartar a esa chica de su cabeza. Miró el cauce del agua, tan negra en la noche reflejando en su lecho las infinitas estrellas y el brillo de la luna llena como un precioso lienzo de cristal. Un suspiró tomó sus pulmones, hinchando su pecho, luego lo liberó alargando la espiración hasta agotar el oxígeno, acompañando el ejercicio con un gemido melancólico.

—¿Esos aires melancólicos son porque ya echas de menos tus sirenas y farolas, chico de ciudad? —escuchó a su espalda. Landon dio un respingo y una ligera risa resonó tras las palabras. No hacía falta que la viera para saber que era ella. La buscó en la oscuridad, pero no la veía. Por un momento creyó que lo había imaginado. Un dulce espejismo—. Lo siento, no quería asustarte —siguió hablando. Landon acabó levantando la vista hacia lo alto de un árbol, y allí la encontró—, pero estabas acercándote a mi árbol y peor hubiera sido el susto si mirabas hacia arriba y te encontrabas algo vestido de blanco colgado de las ramas. ¿No?...

Olivia estaba sentada en la robusta rama del árbol con las piernas recogidas contra su pecho. El vestido blanco cubría sus piernas cayendo a los lados y llevaba un jersey ancho de color claro, parecía con ángel encaramado a un árbol.

—¿No te dan miedo los bichos que pueden andar por ahí? —señaló él con un ademán haciendo círculos con los dedos. Entonces un haz de luz se encendió de repente entre sus manos surcando el arroyo con su largo alcance.

—Tengo una linterna —simplificó ella—. Así ahuyento a los bichos. —Landon sonrió con diversión ante su ocurrencia. El esfuerzo que empleó durante varias horas para alejarse de ella, cayeron hasta sus talones en cuanto la escuchó hablarle. ¿Cómo podía hacerlo? Se preguntaba. Solo puede haber una explicación, decidió. Al estar junto a Olivia, sentía como si cayera bajo un bonito hechizo que lo hacía observar embobado a esa chica, y admirar cualquier cosa que ella hiciera, hasta el más mínimo gesto.

—¿Qué haces ahí arriba? —consultó el prendado en la joven del árbol.

—Lo mismo que tú, supongo. Huir de la fiesta —comentó antes de dirigir la mirada hacia el frente como si se sorprendiera por algo.

—¿Quieres que te ayude a bajar? —preguntó preocupado creyendo que algo la había asustado.

—Creo que deberías subir tú aquí —terció a modo de advertencia—. Se acercan a nosotros.

—Ehm… No lo sé. Hace mucho tiempo que no trepo a un árbol. Sería una escena de lo más cómica verme hacerlo —explicó él un tanto avergonzado.

—Pues, yo que tú subiría rápido —apremió ella apagando la linterna—. Ven —llamó pasándole la mano.

—¿Por qué estás tan preocupada? ¿Parece que no quieras que nos vean juntos? —terció él con una risita nerviosa no queriendo creérselo.

—No, no pueden vernos juntos. Por favor, ¡sube! —insistió suplicante mirándolo directamente a los ojos. Esa afirmación caló hondo en él, temía saber a lo que ella se refería. Echó un vistazo atrás corroborando la pronta llegada de los intrusos, entonces  tomando la mano de Olivia con firmeza y encaramándose de una rama con la otra mano, subió al árbol más rápido de lo que cabía esperar de un adulto que hacía años no trepaba a un árbol, y fue a colocarse delante de ella a una proximidad peligrosa.

—Ahora dímelo —pidió en susurros muy cerca de ella—. ¿Por qué no pueden vernos juntos?

La incertidumbre se dibujó en el rostro de la joven y al instante Landon comprendió que había acertado sobre sus razones.

—Hay cosas de mi y mi hermana que no sabes… —empezó a decir, pero él la cortó de inmediato deseando ser sincero con ella.

—Lo sé —afirmó rápidamente. Ella ahora lo miraba desconcertada—. Me lo han contado —simplificó—. Tienes una tía muy comunicativa —confesó agachando la cabeza.

—Tía May —pronunció acertada. Landon observó la pena en su rostro. Parecía avergonzada. Aunque la víctima de la historia era ella, Landon comprendía lo duro que debía ser convertirse en el centro de los cotilleos. Ahora era él quien se sentía avergonzado por formar parte del grupo que cotilleaba.

—Lo siento, no debí escucharla… —empezó a excusarse.

—No. Tranquilo —lo detuvo ella elevando una palma con delicadeza—. No importa. Me alegro de que ya lo sepas y no tenga que contarlo yo —sonrió con tristeza. Landon se estaba resistiendo lo indecible para no tocarla—. No quiero que nos vean juntos aquí, a solas, porque no quiero darles más comidilla para que hablen de mi y mi hermana. Eso es algo entre ella y yo, no un monopolio familiar. Solo que les cuesta aceptarlo —explicó desviando la vista.

—Lo comprendo —aseveró—. Tranquila, no nos verán. Aquí estamos bien escondidos —tranquilizó. Ella levantó la mirada hacia él y esbozó una tierna sonrisa de agradecimiento que a Landon le llegó al alma. Olivia era joven, solo tenía unos veintipocos años. Pero era sin duda la persona más madura y noble que había conocido en años.

Permanecieron allí, hablando entre susurros, mientras vigilaban a los exploradores nocturnos. Quienes, después de soltar frases íntimas como: sabes a caramelo de tofe, o, y tú a mostaza, cuya contestación fue, es que acabo de comerme un perrito, provocando con estas las risas de sus espías involuntarios, los amantes furtivos se marcharon.

—Ya no hay moros en la costa —informó Olivia tras rebuscar con su linterna por el perímetro—. Creo que ya podemos bajar.

—A pesar del tiempo que llevo sin subirme a un árbol, esto me encanta, se está bien aquí arriba. Es divertido —comentó Landon

—Yo siempre lo hago. Era nuestro juego preferido cuando Erin y yo éramos pequeñas —contó—. Después a ella empezaron a gustarle otros pasatiempos y perdí a mi compañera de juegos —contó entre sonrisas melancólicas. Landon no quería que perdiera ese semblante alegre, así que prosiguió con sus recuerdos.

—Yo también trepaba mucho a los árboles cuando era crío. Si había un árbol con fruta, allí iba yo. Hasta que un día me ocurrió algo y le cogí cierto miedo a los árboles altos.

—¿Qué te ocurrió? 

—Nada importante —desdeñó—. Solo que un día se rompió la rama de un árbol donde estaba subido y al caerme, me rompí un brazo. Llevé la férula durante todo un verano. Me cabree mucho con los estúpidos árboles —contó emulando aquel enfado. Olivia se echó a reír y Landon la acompañó, hasta que de súbito, un crujido detuvo sus risas y clavaron las miradas el uno en el otro. Dos segundos después, la rama cedió detrás de Olivia, y antes de que pudieran reaccionar, esta se rompió dejándolos caer como una trampilla que se abría sorpresivamente bajo sus pies.

Tras el susto inicial y el feroz impacto, ambos emitieron quejidos de dolor. ¿Estás bien? Se dijeron al unísono. La respuesta instantánea fue la risa. Una vez más se enfrentaron juntos a un juego de la naturaleza, y una vez más, la risa acabó sanando los golpes.

—Esto es para que te lleves un buen recuerdo del campo —masculló Olivia irónica mientras se incorporaba.

—Créeme, este viaje pasará a mi libro de memorias con una mención especial. Una ruptura, un hundimiento en el lodo y una caída apoteósica de un árbol —citó landon incorporándose también.

Ambos estaban a cuatro patas cuando se encontraron demasiado cerca del rostro del otro. Un instante que borró la sombra del golpe de un soplido. Sus miradas estaban clavadas mutuamente, una prisión de la que durante segundos no pudieron escapar.

—¿No te has hecho daño? —musitó Landon.

—Estoy… Estoy bien —susurró ella. Landon lo vio diáfano, sentía que debía hacerlo, que debía salvar esa mínima distancia y tomar sus labios. Podía imaginarlo, en su mente ya estaba ocurriendo, estaba a punto. Pero tras unos segundos demasiado tensos, Olivia parpadeó varias veces retirando la mirada de la de Landon, y se apartó de él con cautela poniéndose en cuclillas. Landon seguía observándola en la misma posición—. ¿Tú estás bien? —preguntó en un hilo de voz. Él notó su nerviosismo. Y pensó que tal vez ella también quería que pasara, pero debía ser realista, jamás iba a pasar.

—Sí. Estoy bien —contestó. Estuvo a punto de cometer una estupidez. No podía creer lo que estaba a punto de hacer. Debía arreglarlo. Borrar ese momento—. Mi trasero está entero —soltó para aliviar la tensión mientras se echaba atrás a su vez. Y funcionó. Suscitó una risa débil en ella. Una risa que empezaba a convertirse en la música más dulce que Landon había oído nunca—. ¿Y tú?

—Mi trasero también está entero —terció ella bromeando. Landon se echó a reír ante su réplica—. No puedo decir lo mismo de mi árbol preferido —lamentó haciendo un puchero con sus bonitos labios mirando hacia arriba, donde la robusta rama descansaba ahora sobre el tronco en posición vertical.

—Siento haber roto tu árbol con mi trasero tan pesado.

—Bueno, tú has perdido un zapato en el lodo ayudándonos, así que… —se encogió de hombros.

—Yo puedo comprarme otros zapatos. Un árbol tarda toda una vida en crecer. Me  atrevo a decir que tu pérdida es mayor que la mía.

—Vale, tienes razón. Te odio porque has roto mi árbol con tu culo tan pesado —musitó con voz monocorde. El susodicho se echó a reír otra vez—. Deberíamos volver —observó ella—. Nos echarán en falta.

—Claro —accedió él al instante no queriendo llevarle la contraria. Se levantó de un salto pasando la mano a la joven para ayudarla a levantarse.

Caminaron sin prisa lado a lado hacia la casa familiar, con la sola luz de la luna como guía. Olivia removía la linterna entre las manos. Landon tenía las suyas rígidas en los bolsillos. Ambos retenían sus extremidades, forzandolas a mantenerse al margen de ese encuentro.

—¿Qué quiso decir Erin con eso de los cadáveres, ayer en la cena?

—Ah, se refería a mi trabajo. Soy tanatopractor —informó como quien decía, soy profesora, como si nada. Landon la observó con ahínco.

—¿De verdad? —preguntó con respeto. Ella lo observó un tanto divertida.

—No te darán miedo los cadáveres, ¿no?

—Los cadáveres no. Los que no tienen escrúpulos para manipularlos, un poquito —explicó. Olivia esbozó una sonrisa.

—Yo pensaba igual. Hasta que un día comprendí que es una labor que honra al ser humano. Al que emprende su último viaje, y a quien lo preparara para hacerlo con absoluta dignidad —explicó con solemnidad. Landon la escuchó, absorto en su elucubración, maravillado por su entrega. No le estaba siendo fácil no sentir nada por esa mágica chica.

—Sé que te puede sonar absurdo, pero —empezó a contar. Olivia buscó sus ojos—, yo siento algo parecido cuando encuentro un edificio en ruinas, sabes... Sé que lo mío no tiene nada que ver con el último viaje de un ser humano, pero yo lo veo así —hizo hincapié—, trabajo con todo tipo de edificios. Pero cuando encuentro un edificio casi muerto, y quiero decir, uno totalmente abandonado —señaló—, me emociono aún más con el proyecto. Imagino toda la historia que habrá transcurrido entre sus paredes, las vidas que pasaron por allí dejando sus huellas. E imagino que sus cimientos pueden volver a sostener otro centenar de vidas y guardar nuevas historias —de pronto detuvo su monólogo entusiasta y dirigió la mirada a la joven que lo contemplaba con un brillo tierno en los ojos—. Creerás que soy un odiota por comparar ambas cosas —resolvió él.

—Si ser idiota te hace ser un sentimental, sí, eres un idiota —rió ella—. Y supongo que yo también lo soy, porque te entiendo perfectamente. Para algunas personas las casas son sólo casas. Yo creo que una casa, es el hogar de los recuerdos. Como esta —señaló la casa de sus abuelos. Landon contempló lo que estaban ilustrando sus palabras, y con todo lo que le había contado el tío Hank, podía comprender perfectamente la dura defensa que ella empleaba a favor de la casa ante la idea de su hermana de venderla. Aquel era su hogar. El hogar de sus recuerdos—. Mi abuelo construyó esto de la nada y creó una familia enorme a su alrededor. Todos los que trabajan aquí; no solo trabajan aquí. Si no que, esta es su vida —enfatizó deteniendo el paso y miró hacia el grupo de peones que participaban en la fiesta de cumpleaños junto a su familia—. También lo he pensado, sabes. Hace un año sopesé la idea de vender la propiedad como decía Erin y largarme de aquí, como lo hizo ella —mencionó reflejando su pesar de aquel entonces sobre lo ocurrido entre ella y su hermana—. Me preguntaba por qué el abuelo nos hizo esto. Maldije mi suerte de verdad. Hasta que un día, trabajando junto a estas personas, se me abrieron los ojos. Nunca me había implicado tanto con la granja como aquella vez, gracias a eso descubrí que tenía una familia mucho más grande. Recapacité a tiempo —expresó. Landon la contemplaba sin emitir una palabra, comprendiendo cada oración que salía de sus labios—. Nunca se lo dije a nadie —sonrió mirándolo a los ojos.

—¿A nadie? —replicó Landon incrédulo. Ella negó con la cabeza.

—Así que guárdame el secreto, ¿vale?

—¿Qué te hace pensar que no voy a ir corriendo a contarles a todos que estuviste a punto de vender la granja?

—Solo lo sé —formuló ella encogiéndose de hombros. La intensidad de la mirada de Landon la hizo apartar la vista enseguida—. Y tú qué, ¿tu familia tiene una historia tan entretenida como la mía? —señaló con sarcasmo, interesada en su historia.

—Yo no tengo familia. Y apenas tengo historia —rió con tristeza.

—¿No tienes familia? ¿A nadie? —terció ella con afectación. 

—No —admitió con una sonrisa resignada—. Me crió mi padre él solo. Y murió hace unos años.

—Lo siento mucho —dijo ella de corazón. Landon asintió agradeciendo—. ¿Y cómo te llevabas con él? —quiso saber. Landon
se la quedó mirando, por unos segundos se detuvo el tiempo a su alrededor. Estaba rememorando toda su vida al lado de su padre.

—Fue un padre excepcional —respondió mirando hacia sus recuerdos—. Mi madre murió cuando yo era muy pequeño, y él se ocupó de mí. Nos convertimos en los mejores amigos. Y me inculcó su pasión por la arquitectura e hice la carrera. Pero luego cuando quise reinventarme como restaurador, me apoyó al cien por ciento, sabía que todo iría bien si era sensato. Y él me enseñó bien —garantizó.

—Le echas de menos —acertó ella.

—Mucho.

—¿Y nunca se casó o quiso construir otra familia? —consultó ella.

—Salió con muchas mujeres durante años. Alguna hasta llegó a vivir con nosotros. Pero nunca me dijo que quisiera tanto a una como para casarse con ella. A veces, queriendo reafirmar las posibilidades que tenía de rehacer su vida, le recordaba su historia con mamá. Resulta que mi padre fue su segunda oportunidad después de un primer matrimonio que terminó mal —contó—. Solo que mis intentos porque mi padre entendiera que él también podía empezar de nuevo, acababan en una sesión de recuerdos melancólicos sobre su amada esposa. Me decía: hijo, cuando encuentres a una mujer con la que desees estar a todas las horas del día, cásate con ella, porque habrás encontrado un tesoro —sonrió al recordarlo—. Seguía amándola en el recuerdo. Se resignó, y murió solo —musitó agachando la cabeza. Unos pasos se acercaron a él y levantó la vista encontrando su verde mirada cargada de ternura centrada en él.

—No murió solo, Landon —terció ella apoyando una mano en su brazo—. Te tenía a ti. Además —miró a los lejos—, estoy segura de que si no se volvió a casar, es porque simplemente no encontró a nadie que reemplazara a tu madre —volvió a observarlo—. Él era feliz, a su manera —simplificó elevando un hombro y abandonando su toque. Landon la contempló sin poder contener sus pensamientos y sentimientos, exacerbados por ese momento tan íntimo y único que con nadie más en toda su vida, ni con sus novias, ni con sus amigos, había tenido jamás.

—Eres una mujer increíble, Olivia Uptom —soltó—. Lo mejor de este fin de semana, ha sido conocerte a ti —expresó. Ella esbozó una sonrisa tímida.

—También me agrada haberte conocido. Al fin apareció por aquí un citadino que no es un estirado —bromeó ella.

—¿Quieres bailar? —preguntó él de pronto.

—¿Qué? —profirió ella sorprendida por la petición.

—No querrás bailar conmigo delante de todos, así que te lo pido aquí, donde solo nos verán las estrellas y la luna —mencionó mirando hacia ellas—. Ellas no nos juzgaran —arguyó estirando la mano hacia ella. Olivia lo observó emocionada por la belleza de sus palabras. Dejó la linterna en el suelo, y con una sonrisa, se acercó a él aceptando su mano.

Sonaba Angie de los Rolling Stones cuando Olivia posó la mano sobre la de Landon. Él atrajo su mano y la envolvió con la suya depositandola sobre pecho. Ella apoyó la otra mano en el hombro de Landon y descansó la mejilla encima de su corazón, ocultando la sonrisa que surcaba su rostro en ese instante. Landon deslizó su otra mano por la cintura de la joven hasta detenerse en su espalda por encima del jersey. No quería abusar de su propia cordura tocando la piel desnuda que Olivia ostentaba en la espalda con ese vestido. Por último, Landon acomodó su cabeza junto a la de ella, mientras la guiaba en un vaivén que los envolvía en un hipnótico momento. Podrían continuar así una canción más, o toda la vida, y ellos seguirían envueltos en el embrujo de ese dulce acercamiento. Pero cuando Mick Jager cantó la última frase, dónde le decía a Angie que nadie podrá decir que no lo intentaron, Olivia se apartó de él con delicadeza y lo miró a los ojos un momento, sin decir nada, sin mostrar nada. Landon la observaba embelesado, como si mirara una pieza de diamante, o más bien, dos esmeraldas. Olivia estiró los labios en una tenue sonrisa apartando la mirada, y luego simplemente recogió su linterna y se fue, cubriéndose el pecho con el jersey y envolviéndose con sus propios brazos. Landon lo entendía, de repente él también tenía frío.

A lo lejos, una mirada aguileña contemplaba aquel acercamiento con gesto meditabundo. Ideas y sentimientos surgieron al ver a su hermana y su reciente ex novio, juntos, bailando en la oscuridad, escondidos de todo el mundo.

Antes de la medianoche, conscientes del trabajo que les esperaba al día siguiente, la abuela puso fin a la reunión y los mandó a todos a la cama, no sin antes exhortarles a recoger la vajilla y la basura y dejarlo todo en su sitio. La abuela los tenía a todos muy bien educados. Luego, poco a poco, cada uno fue recogiéndose a sus aposentos. Pero a pesar de la orden de ir a la cama, a unos más que a otros les estaba costando dormir.

Landon, contemplaba el techo de su habitación ensimismado, como si allí estuvieran dibujados aquellos ojos verdes y la sonrisa dulce que los acompañaba. Sabía que se le acababa el tiempo a su lado y esa certidumbre no le permitía descansar.

Olivia, daba vueltas y más vueltas en su cama tratando de borrar la noche que acababa de vivir. Pero por mucho que se obligara a no pensar en él, no podía evitarlo. Landon era un hombre maravilloso. Una persona increíble, con la que jamás podría estar. Reía con tristeza al reconocer el juego cruel del destino contra ella. Le hacía conocer a un hombre bueno, pero le prohibía acercarse a él envolviendolo en una alambrada cubierta de púas.


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