II
Después de que los gallos anunciaran el alba, Landon depositó su bolsa de viaje al pie de la escalera que bajaba de las habitaciones. Quería despedirse de la familia y agradecerles su amabilidad antes de marcharse, así que fue a echar un vistazo a la cocina para comprobar si había alguien levantado para el efecto, pero no halló a nadie, ni un solo ruido por la casa. No obstante, escuchó unos silbidos y llamados de atención lejanos que venían de fuera de la cocina. La puerta estaba abierta, solo había una sobrepuerta de tejido de alambre fino por el que entraba la luz ambarina del amanecer y la fresca brisa matinal.
Landon se acercó a la puerta para echar un vistacito por si veía a alguien, pero al llegar a la puerta de malla, no pudo por menos que quedar maravillado ante la belleza de ese lugar. No lo había visto hasta ese momento puesto que la ventana de su habitación daba a la fachada delantera. Soltó una exhalación ante lo que se estaba perdiendo. Empujó la puerta de malla y salió a la terraza. Oteó ese paisaje con la ilusión de un niño que contemplaría un parque de atracciones. Estaba embelesado.
Delante mismo suyo, tenía un patio dispuesto por varias estancias de descanso de diferente tipo, unos eran bancos de madera junto a mesas de aspecto rústico al aire libre y sillones de mimbre con cojines bajo sombrillas. Más abajo, se encontró lo que convertía a ese lugar en un paraíso. La finca tenía un arroyo que partía el terreno dos. Soltó una risa maravillada ante lo que veían sus ojos. Siguió mirando a su alrededor y vio que todo el patio estaba sembrado de árboles inmensos. Alguno incluso era portador de un columpio y otro de una cuerda para mecerse a lo Tarzán, o al menos es lo que él haría.
Al extender un poco más su campo de visión, observó que al otro lado del arroyo se alzaba un inmenso establo pintado de rojo, rodeado de hierbas altas bañadas por el dorado del sol que despuntaba. Más adelante, vio a dos jinetes que azuzaban al ganado hacia las colinas para llevarlas a pastar, era de ellos de quienes provenían los silbidos y las voces. Observabar aquel lugar y oír esos sonidos tan propios, transportaban a Landon a un estado de serenidad absoluta de la que no quería salir.
Se dirigió hacia el otro lado del arroyo como atraído por un hechizo. La imagen era tan idílica que no se creía que podría ser real. En cuanto cruzó el puente por encima del arroyo, divisó a más gente trabajando. Algunos eran peones, pero entre ellos estaba la familia entera de Erin. Los trabajadores transportaban cubos de a dos y echaban el contenido en un contenedor más grande. Rose se encargaba de controlar cuando llenaban los bidones de leche y luego los tapaba. Landon fue acercándose más al establo y comprobó que había una hilera como de diez personas ordeñando las ubres de las vacas. Entre ellos estaban la abuela y Paul. Otros dos peones iban retirando a las vacas con las que acababan. Uno de ellos pasó delante él con uno de esos magníficos animales.
—Buenos días, señor —saludó el hombre joven con un dedo en su sombrero.
—Buenos días —saludó Landon maravillado por lo que sus ojos veían.
—¡Eh, Landon! —llamó Rose al divisarlo—. Buenos días. ¿Qué haces levantado tan temprano? —consultó la mujer con una afable sonrisa. Mientras se acercaba a ella, Paul también reparó en su presencia y lo saludó levantando la mano mientras se acercaba a su mujer.
—Buenos días —contestó él—. Es que tenía la intención de marcharme pronto. Pero antes quería despedirme de vosotros.
Las caras descuadradas de los padres de Erin a punto de preguntar por sus razones, de súbito cambiaron de dirección al oír la interferencia de una radio sonando en la mano de Paul, este detuvo a todos de hablar antes de contestar.
—¡Dime!
—Papá, encontré a Brandy —dijo una voz femenina. Tras un sonido de interferencia, Paul habló.
—¿Sí?... ¿Dónde estás? —apremió este. Volvió a resonar la interferencia tras la que ella volvió a hablar.
—En el estrecho del arroyo. Ha dado a luz, pero está atrapada en el lodo, ¡tenéis que venir ya! —exigió. Landon al fin la identificó como la voz de Olivia. Otro sonido de interferencia después, Paul contestó.
—¡Iré de inmediato! ¿Dónde están los muchachos? —preguntó a su mujer.
—Están con el ganado —anunció preocupada.
—Jo, mierd —masculló antes de echar a correr hacia el interior del establo. Pero se detuvo un segundo y se volvió hacia el invitado—. Landon, ¿puedes venir conmigo, por favor? Necesitaremos ayuda —pidió. Él, espoleado por la alarma en la voz de Olivia y la angustia en los ojos de ese hombre, se prestó de inmediato a ayudar.
—Por supuesto —acató y echó a correr tras Paul a través del establo.
El hombre cogió al vuelo una cuerda envuelta y se la echó al hombro. Al salir por la puerta, se detuvo y cogió dos juegos de llaves. Landon lo siguió hasta un amplio y alto cobertizo donde se guardaba maquinaria de la granja y tres quads.
—¿Sabrás llevar de estas no? —comentó el hombre tirándole uno de los juegos de llaves.
—Podré apañármelas —simplificó.
—Así se habla, chaval.
Landon siguió a Paul adentrándose en la zona de pastaje del ganado, sorteando a los animales que poco o nada se movían a pesar del estridente sonido del motor de ambos vehículos. Fueron colina abajo siguiendo el cauce del arroyo hasta llegar a una zona arbolada donde maniobrar esas pedazo máquinas se dificultaba, pero ninguno cejó en su empeño. Más adelante, Paul detuvo la moto junto a un caballo atado a un árbol y bajó a toda prisa por una pendiente llevándose la cuerda. Landon hizo lo mismo deteniendo su quad, pero al llegar al límite de la pendiente, observó el panorama y se quedó bloqueado.
Olivia estaba allí abajo, sentada en la hierba, cubierta de manchas de sangre desde la camisa hasta las botas, con lágrimas en los ojos y un caballito recién nacido en sus brazos. La madre del caballito estaba tumbada en el barro, forcejeando para sacar sus patas traseras del lodo, una tarea cada vez más inútil visto donde estaba metida. Paul llegó hasta Olivia y le dio un apretón en el hombro diciéndole: buen trabajo, cariño. Lo has hecho muy bien.
—Landon, hijo, ven aquí, necesito tu ayuda —este atendió de inmediato y bajó por la pendiente sin poder quitar ojo de Olivia.
—¿Estás bien? —consultó dando a su vez un apretón en el hombro de la joven. Solo entonces, fue como si ella reaccionara.
—¿Landon?...
—Vamos —llamó Paul pidiendo que lo ayudara a atar a la yegua con la cuerda. Así lo hicieron—. Ahora voy a atar esto a la quad para tirar de ella y sacarla, pero tú tienes que empujar a la yegua desde atrás, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —acató.
Una vez atado el animal a la máquina, Paul comenzó a acelerar. La cuerda atada alrededor de la yegua, detrás sus patas delanteras, comenzaba a tensarse demasiado adentrándose en su piel. El animal relinchaba protestando por el dolor. Olivia sollozaba por la escena desgarradora. Landon empujaba al animal desde sus cuartos traseros tratando de levantarla y que así se despegara del lodo. Los esfuerzos estaban quedando en nada a medida que pasaba el tiempo.
De súbito, Olivia dejó con cuidado al potrillo en la hierba y subió la pendiente con determinación. Ató el sobrante de la cuerda a la otra quad y comenzó a acelerar a su vez. Los motores echaban ya humo, la piel de la yegua estaba cada vez más lastimada, Landon ya estaba sofocado por el esfuerzo de empujar algo que no se movía, cuando, por piedad divina, las patas traseras del animal comenzaron a ceder. Con la moral renovada, Landon empujó más fuerte mientras las quads iban subiendo y sacando a la yegua del barro. Él reía visualizando la pronta victoria. Pero por desventura, justo en el hueco de donde salieron las patas del animal, Landon apoyó sus pies. De súbito se sumergió en el agujero que sin piedad lo envolvió de inmediato hasta la cintura.
—Joder —masculló.
Arriba, padre e hija festejaban por su logro en equipo, cuando venían a liberar a la yegua de la cuerda, se encontraron con que otro había ocupado su lugar en el lodo.
—¡Joder! —masculló Paul. Olivia se cubrió la boca con las manos.
Sin pensárselo, bajaron ambos corriendo hasta él. Paul de un lado y Olivia del otro, cogieron a Landon de los brazos y su costado y tiraron de él. Landon removía sus pies tratando de despegarlos del fondo que lo tenía retenido con el efecto ventosa. Paul y Olivia tiraron y tiraron apretando los dientes mientras los tres gritaban por el esfuerzo, hasta que al fin se oyó el característico sonido de la ventosa despegándose. Olivia y Paul se echaron hacia atrás atrayendo a Landon hacia ellos con todas sus fuerzas. De súbito, como ocurrió con la yegua, las piernas de Landon quedaron libres y por la inercia, padre e hija cayeron al barro de espaldas, con Landon encima. Le hicieron sitio en medio y Landon se volvió reposando la espalda como ellos. Con las respiraciones tocadas, permanecieron allí un minuto para recuperarse.
—Te falta un zapato —comentó Paul. Los otros dos miraron hacia allí. Y sin más se echaron a reír. Con los cuerpos flojos de energía, la risa los invadió durante largo rato.
Tras un momento de descanso en el que dejaron a la yegua alimentar a su bebé. Paul ordenó a su hija llevarse la quad y al potrillo junto a Landon, y él se llevaría a la yegua atada a su caballo al paso. Olivia acató enseguida. Cogió al potrillo en brazos y lo acomodó en su regazo sentada a horcajadas sobre la quad. Ella emprendió la marcha conduciendo la máquina con una sola mano y sujetando al potrillo con la otra. Era una imagen que él observaba con absoluta fascinación.
—¿Pero qué han hecho contigo? —protestó Erin al ver a Landon entrar a la cocina cubierto de barro y con un solo zapato.
—Es un héroe, Erin. Ayudó a salvar a Brandy —alabó Rose.
—Sí, esos son los restos de la batalla que tuvo luego con el barro —mencionó Olivia con gracia.
—Para eso hay empleados, mamá —reclamó Erin—. Pero mira cómo te han dejado —señaló el estropicio.
—No exageres, Erin. Necesitábamos ayuda y Landon no dudó en prestarse. Es todo un caballero —alabó Rose sonriendo con gratitud hacia él.
—Sí. Ha sido toda una aventura —expresó Landon con genuina alegría.
—¿Una aventura? —increpó Erin incrédula—. ¿Y dónde está tu zapato?
—Atrapado en el barro, a ese ya no lo pudimos rescatar —comentó Olivia bebiendo un vaso de agua.
—¿Y a tí que te ha pasado? ¿Te ha explotado un cadáver encima?
—Más bien una placenta —aclaró Olivia a su hermana a sabiendas del asco que le daría la imagen. Erin construyó un mohín de asco ante ese comentario suscitando la risa de los tres.
—¿Dónde está? —exclamaba Matilde entrando a la cocina—. Aquí está el valiente muchacho de ciudad que rescató a mi Brandy —exaltó al encontrarlo. Vino directa hacia él y le dio unos besos en las mejillas—. Gracias —pronunció con cariño—. Mi viejo Larry habría estado encantado de ver a un citadino guerreando en su granja.
—No ha sido nada, señora… —la abuela lo detuvo diciéndole con la mirada que la llamara de un modo más personal—. Matilde… —pronunció él. Ella volvió a señalar con el índice en alto—. Abuela —dijo él al fin sonriendo—. Lo hemos hecho entre los tres —concedió dirigiendo una mirada hacia Olivia.
—Bueno, ya es suficiente. Landon, te acompaño arriba para que te quites toda esta mierda de encima —zanjó Erin tomándolo del brazo. Pero Landon se rehusó.
—Erin, no hace falta que me acompañes —retiró su brazo de entre las manos de su ex novia con delicadeza, marcando una súbita contrariedad en el bello rostro de la chica.
—Oh, Landon, no te preocupes, después de lo que ha pasado, os dejaré dormir hoy en la misma habitación. Incluso en la misma cama —susurró la abuela con picardía cubriéndose la boca.
—No. No es eso, es que… —pausó. Rose agachó la mirada al comprender de inmediato lo que ocurría. Olivia miró a su madre con ojos entornados.
—Tranquilo, no soy una vieja antigua —desdeñó Matilde.
—Abuela —interpeló Erin—. La verdad es que Landon y yo cortamos ayer —anunció ella para alivio de Landon—. Por eso no quiere que le acompañe arriba.
—Bueno, es a lo que iba esta mañana, cuando pasó, lo que pasó —explicó Landon poco elocuente.
—Pero, ¿por qué? —solicitó la abuela acariciando la mano de Landon entre las suyas—. ¡¿Qué le has hecho?! —soltó de sopetón mirando a su nieta.
—¡¿Pero qué?! —masculló la otra enseñando las palmas. Sin poder evitarlo, Landon echó una mirada hacia Olivia que se removía claramente incómoda.
—No importa lo que ha pasado. Eso no nos incumbe, mamá. Él sólo quiere marcharse y debemos respetar su decisión —aclaró Rose también para el alivio de Landon.
—Oh, no. No, no, no —negó la abuela en rotundo—. Tú no te marchas de aquí. No sé lo que habrá pasado entre vosotros. Pero después de lo que has hecho por mí Brandy, ahora eres mi invitado de honor. ¿No irás a hacerme un desplante marchándote, no, muchacho? —la abuela lo miraba expectante, al igual que Erin y su madre. Todos, menos Olivia. Ella miraba se miraba los pies con expresión adusta. Landon echó una mirada hacia Erin, buscando la respuesta en su rostro. Él no quería hacer una grosería a la familia marchándose sin más, pero debía saber lo que Erin pensaba.
—Sí, Landon. Quédate. No pasa nada —accedió esta con excesiva amabilidad, algo muy impropio en ella—. Sin rencores. Eres un héroe —señaló agrandando los ojos.
—¡Sí! —festejó la abuela—. Ahora ve a ducharte y cambiarte. Olivia, acompañale arriba y límpiate también —ordenó. Esta echó a andar arrastrando los pies como una niña a la que mandaban a hacer los deberes.
Landon subió por las escaleras detrás de Olivia con su equipaje en una mano y el zapato que le quedaba, junto al calcetín embarrado en la otra. Caminaba tras ella en silencio, meditando sobre la razón por la que ella adoptó de pronto esa actitud taciturna. No pensaba preguntárselo, aún no tenían suficiente confianza, pero la inquietud le reconcomía por dentro.
Ella avanzaba hacia el fondo del pasillo donde tenía su habitación, Landon se detuvo delante de la puerta de la suya. Cuando se disponía a abrirla, la voz de la joven llamó su atención.
—Landon… —Él atendió—. No sé si he dicho o hecho algo que provocara que cortaras con mi hermana, pero si fue así, lo lamento, de verdad —expresó afectada—. Ayer dije cosas que quizá debí callar, vuestra relación no es de mi incumbencia...
—Tranquila. No has tenido nada que ver. Erin y yo simplemente, no somos compatibles. Tenemos intereses muy diferentes. Y así no se puede sostener una relación. Aunque tampoco es que la tuviéramos —terció al final.
—Aún así...
—Olivia —interumpió—, tú tan solo me hablaste de ella. Has hecho algo que ella misma nunca fue capaz de hacer —tranquilizó. Ella se lo quedó mirando atribulada, hasta que vencida por la fuerza de la mirada de Landon, agachó la suya. Y él, no podía entender que dos personas tan estratosféricamente diferentes, pudieran ser hermanas.
—Gracias por lo que has hecho hoy —recordó ella—. Y siento lo de tus zapatos —señaló—. Te compraré otros.
—Oh, no. ¡Qué dices! Tengo otro par en la bolsa. No importa. Es más, lo guardaré como recuerdo de este día —sonrió mirando el zapato. Olivia sonrió de una manera tan dulce que Landon sintió un inesperado golpe en el pecho al observarla. Allí, a contraluz de una ventana, exactamente con ese aspecto, cubierta de sangre y barro, y con mechones de la coleta caídos sobre su rostro, era la mujer más encantadora que había visto jamás.
—Vale —dijo ella entre suaves risas—. Será mejor quitarse esto de encima —señaló—. Te veré luego. Me alegro de que te quedes. —Dicho esto, lo dejó solo en el pasillo con sus pensamientos.
Tras ponerse presentable, Landon bajó a la cocina y se encontró a las mujeres con un tremendo trajín en la cocina, a falta de Erin, a quién, según dijo la abuela, mandó al pueblo para hacer unas compras y de paso, que se oreara un poco. Landon no pudo evitar emitir una risa ante la mueca cómica de la abuela al referirse a su temperamental nieta. Las mujeres estaban preparando un centenar de platos de picoteo para recibir a la familia y demás invitados que llegarían esa tarde, además de otros platos más elaborados para la cena de cumpleaños. Con tremendo agrado Landon se sumó a la tarea de preparar algunos platos siguiendo las estrictas recomendaciones de la abuela y de Rose. Olivia le dedicaba una sonrisa comprensiva cada vez que la abuela lo corregía llamándole la atención con apelativos como: niño, hijo, muchacho y otros cuantos, cualquiera menos su nombre. Al parecer la abuela dejaba de ser la ancianita cariñosa cuando estaba trabajando, pero era una jefa de cocina muy profesional, a la par que ejercía de mentora para él. Una muy exigente.
Unas horas más tarde, la abuela los envió a él y a Olivia a colgar unas luces en el jardín. Olivia lo guió todo el tiempo mientras él movía la escalera una y otra vez para subir y colgar la guirnalda de luces en las ramas de los árboles.
—Es una mujer que impone —describió a la abuela tras la disculpa de Olivia.
—Es extraordinaria —comentó ella mientras daba cuerda a Landon para seguir colgando las guirnaldas en las ramas—. De joven trabajó de enfermera para la Cruz Roja, ¿sabes? —Landon la observó con sorpresa—. Fue destinada a frentes increíbles. Sus historias te pueden dejar patidifuso —contó—. Mi abuelo decía que su ex novia era el hombre más duro que conoció jamás —rió al recordar las ocurrencias de su abuelo.
—¿Ex novia?... —preguntó él intrigado volviéndose hacia ella.
—Oh, sí —exclamó ella al darse cuenta—. Mi abuelo la llamaba así, porque había dejado de ser su novia para convertirse en su mujer. Era algo entre ellos dos, una parte de su historia. De cuando le pidió matrimonio —desdeñó ella a modo de explicación sin intención de quitarle su importancia.
—¿Y cómo lo hizo? ¿Te lo dijo? —quiso saber Landon notando la ternura en los ojos de la joven al recordarlo.
—Sí —admitió Olivia sonriendo hacia aquel recuerdo—. Le dijo, nena, ¿quieres ser mi ex novia? —remedó la voz de un hombre antes de echarse a reír. Landon rió con ella y volvió al trabajo—. Mi abuelo era un graciosillo, no abandonaba su humor ni en momentos que requerían seriedad. Mi abuela le llamaba la atención a veces y otras solo se echaba a reír con él —contaba—. Era bonito verlos —agregó suavizando el tono de voz—. Aprendieron a reírse juntos de lo mismo —añadió mirando al vacío—. ¿Tú qué piensas? —preguntó tras unos segundos. Landon nuevamente observó expectante—. ¿Crees que la clave de una relación tan sólida y larga pueda deberse a la capacidad de reírse juntos de lo mismo? —consultó con aire meditabundo.
—Sí —combinó él asintiendo. Ella lo observaba atentamente—, pero también de desear lo mismo, de amar lo mismo. Creo que la clave está en encontrar a alguien que quiera lo mismo que tú —expuso él mirandola también. Y durante un instante, Landon sostuvo la mirada de esa mujer que lo estaba traspasando sin que él pudiera detenerla. Había algo en ella que lo atraía como un imán a un bloque de hierro. No sabía si eran sus palabras, su voz, su actitud, su belleza o simplemente esa sonrisa que parecía poder aliviarlo todo. Pero lo que sí sabía era que ese era un terreno peligroso al que no debía acercarse. Olivia era la hermana de Erin, y esa era la realidad a la que debía ceñirse. Por tanto sonrió débilmente y apartó la mirada de ella para volver a centrarse en la tarea de colgar las guirnaldas.
Olivia siguió hablándole de la granja y contando alguna historia de su familia. En un momento dado ella pasó a preguntarle sobre su vida en la ciudad, mostrándose encantada de oír sus ajetreadas historias de citadino.
—Siempre he querido ir a Broadway —mencionó ella—. Me encantaría ver un espectáculo de esos.
—¿Nunca has ido? ¿Ni visitando a tu hermana? —preguntó él intrigado. La joven de pronto perdió el brillo en su mirada y Landon lamentó haber mencionado a Erin. Se sintió estúpido al no haber supuesto que si no hacían más que discutir en casa, cómo iban a estar haciéndose visitas sociales.
—No. Solo es que, no he tenido ocasión —respondió ella entre sonrisas que no llegaban a sus ojos.
A pesar del desliz de Landon, ambos acabaron a las risas, propiciadas por el trabajo laborioso de desenredar la extensa guirnalda de luces de los infiernos. En un instante, todo el mal rollo se había esfumado. Siguieron con el trabajo entre risas e historias hasta que el último foco fue colgado. Al acabar, Landon fue a dejar la escalera en el cobertizo y Olivia entró en casa aún con la sonrisa pintada en la cara.
—¿Te gusta? —increpó Erin con tranquilidad recibiendola en la cocina. Estaba apoyada de espaldas en la encimera mirándose la manicura. A Olivia se le borró la sonrisa como de una cachetada ante la incisiva pregunta de su hermana.
—Es muy agradable —se limitó a decir.
—Vamos, Oli. Hace mucho que no le sonreías así a un tío —observó Erin con una sonrisa irónica. Olivia no podía creer que su hermana estuviera insinuando que ella estaba interesada en su demasiado reciente ex novio.
—¿Y cómo podrías saberlo si nunca nos vemos o siquiera hablamos? —aseveró Olivia apoyándose a su vez en la encimera de en frente, lejos de su hermana. A las provocaciones podrían jugar las dos. Erin borró su sonrisa irónica.
—Mamá y papá siempre hablan de ti cuando me llaman —dijo a modo de explicación elevando un hombro.
—Aha… —emitió—. Pero tendrías información más detallada sobre mí si me llamaras directamente. O si por lo menos contestaras alguna de las tantas veces que te he llamado yo —sugirió recordándole.
—Ya, es que, siempre que llamas, estoy en el trabajo, así que… —excusó agachando la mirada. Olivia entendió esa respuesta. Asintió lentamente y se dispuso a marcharse de la cocina.
—Somos hermanas, Erin, y siempre podrás contar conmigo. Tú solo, solo contesta la llamada la próxima vez —expresó.
Erin cerró los ojos para ocultar que esas palabras penetraban en ella como el vinagre en una herida abierta. Tras un suspiro corto elevó la mirada hacia ella, pero Olivia ya no estaba.
A partir de las cinco de la tarde, un tropel de gente llegó a la granja. Landon quedó gratamente sorprendido por la acogida que le dieron a pesar de no tener idea de quién era él o en calidad de qué hacía acto de presencia en la fiesta. Aunque la abuela zanjó el tema contando que se trataba de un amigo de Erin de Nueva York y que le debía la vida de una de sus yeguas más queridas, explicación a la que siguió la historia de cómo ayudó a salvar al animal. Después de eso, todos se le acercaban para corroborar la historia y él contaba los detalles con pelos y señales, se lo estaba pasando muy bien burlándose de sí mismo.
En su círculo citadino, como le gustaba decir a la abuela, todos eran o muy reservados o sus historias se basaban en sus peripecias en el campo de golf. Aunque tal vez era culpa suya por frecuentar reuniones y fiestas de ricos o empresas inmobiliarias que le invitaban para cerrar tratos o porque, por alguna razón, él les caía bien. Él no tenía muchos amigos y los que tenía, estaban casados, no podía pedirles que fueran ha hacer senderismo todo un fin de semana como antes, o quedar en su casa para tomar unas cervezas hasta las tantas, ellos podrían ir, sí, pero estaban tan felizmente casados y algunos hasta ya tenían hijos, así que poniéndose en su lugar, Landon decidía no molestar.
Quizá, empujado por ese panorama tan solitario, se había lanzado inconscientemente a la búsqueda de la mujer ideal. ¿Pero cómo iba a encontrar a la mujer ideal si ni siquiera sabía lo que estaba buscando? En medio de esa incertidumbre conoció a Erin, y la idealizó en esa vida que él no sabía que estaba envidiando a sus amigos. Debía reconocer que se encontraba en una etapa vulnerable y forzando una relación, que obviamente no iba a funcionar. Erin pudo haberse equivocado, pero solo él era el culpable de que fuera tan lejos. Y eso que las señales estaban claras. Erin nunca le había dicho que vivieran juntos, ni tan siquiera se quedaba con él todo un fin de semana, y si tenía un día libre, siempre tenía algo más importante que hacer. Ella no estaba preparada para la vida que él pretendía tener.
Landon estaba sentado en un banco, con la espalda apoyada en la mesa, observando la relajada fiesta que lo rodeaba, mientras oía las melodías de fondo que salían de la cadena de música que ayudó a Olivia a instalar en la terraza. Sonaba Billy Idol con su Dansing with myself, parte de la playlist de rock de los ochenta de la que ella se declaró como una seria seguidora. Tenía una alegría genuina cuando canturreaba las letras de las canciones que ya iban sonando desde su móvil mientras unían los cables al alargador del interruptor. Con una conexión USB, su móvil se convirtió en el DJ de la fiesta a través de un par de altavoces bastante robustos. Recordaba su soltura cuando sonó You shook me all night long, y seguía su letra con exagerados gestos propios de Brian Johnson. Landon no hacía más que reírse, encantado de verla disfrutar de algo tan simple como la música durante una tarea tan sencilla como el de instalar una cadena de música. Ella no lo sabía, pero con ello acababa de crear un momento inolvidable para él. Olivia era fascinante en su sencillez. Estaba en medio de estos pensamientos mientras la observaba a los lejos atender a los invitados de su abuela con un vestido blanco que le daba un aspecto adorable, cuando un par de jovencitas de unos trece o catorce años se interpusieron en su campo de visión entre sonrisas y una emoción mal disimulada.
—Hola —dijo una sin dejar de sonreír.
—Hola —saludó él con aire divertido ante la repentina irrupción de las muchachas.
—Yo soy, Violet. Y esta es mi prima, Alison
—Hola —saludó la de al lado.
—Encantado, chicas. Yo soy Landon. ¿En qué puedo ayudaros? —ofreció con amabilidad. Las dos jovencitas se dedicaron una mirada cómplice antes de sentarse en el banco junto a él. Landon trataba de reprimir la risa que suscitaba en él el evidente interés de unas niñas en un hombre.
—Estamos haciendo una encuesta sociológica. Te hacemos unas preguntas para saber un poco más de ti que eres el miembro más reciente de la familia —explicó Violet con elocuencia abriendo un cuaderno de tapa morada que traía abrazado contra su pecho.
—Es un chismógrafo —soltó Alison con una alegría incontenida.
—Sí, en resumen, es eso —señaló Violet—. ¿Quieres oír las preguntas? —preguntó la niña con expectación en los ojos. Landon soltó una risa suave al comprender su intención. Él también fue un adolescente.
—Claro —aceptó—. ¿Por qué no? —las chicas soltaron un chillido de alegría.
—Puedes ir contestándolas, si quieres —ofreció. Landon solo asintió—. ¿Cómo llegaste a esta familia? —formuló Violet como primera pregunta.
—Ahm, a través de Erin —contestó con seriedad.
—Ah… —emitió la chica—. ¿Y de qué os conocéis, Erin y tú? —expresó esta vez. Landon apretó los labios para no sonreír ante la mirada excesivamente curiosa de ambas chicas.
—De Nueva York. Del trabajo —simplificó. No iba a dar detalles a estas niñas. Aunque parecía que era eso mismo lo que estaban buscando.
—Y, ¿habéis salido alguna vez?
—No, somos amigos nada más —se encogió de hombros—. ¿No tienes que escribir las respuestas? —señaló Landon entornando los ojos como quien no entiende lo que ocurre.
—Oh, sí —aceptó la joven y se puso a apuntar algo—. Muy bien, dinos, ¿tienes novia? —formuló ahora como quien no quiere la cosa.
—No. Estoy solo ahora mismo —en cuanto dijo esto, Alison, la otra chica, soltó una exclamación anhelosa que pronto ahogó al recibir la mirada represora de Violet.
—¿Y estás buscando a alguien? ¿O te gusta estar solo? —preguntó Violet olvidándose nuevamente de apuntar las respuestas a sus supuestas preguntas predeterminadas.
—No me desagrada estar solo —declaró él—, pero estoy abierto a conocer a alguien —expresó con franqueza y una pizca de provocación. Ambas jovencitas sonrieron abiertamente ante su respuesta.
—¿Y cual es tu tipo de chica? —preguntó Violet.
—Pues, tiene que ser divertida, lista, amable…
—Ya, ya… —detuvo la joven—. Digo, físicamente —aclaró Violet echándose el pelo atrás. Alison a su vez atusó su blusa, una pequeña pieza de tela que enseñaba demasiado. Landon por su parte se puso a pensar. Esa pregunta lo había cogido desprevenido. Mientras las chicas esperaban ansiosas que describiera a alguna de ellas, él paseó la vista por la fiesta, buscando a ese alguien en concreto. No tenía que preguntarse nada, ni esforzarse en encontrar la descripción correcta. La tenía delante mismo, sonriendo con gracia, riendo con su familia, meneando la coleta de color del campo sembrado de trigo del que escapaban los mechones más cortos adornando su precioso rostro.
—Pues tiene los ojos verdes —empezó a decir distraído mirando hacia ella—. El pelo dorado. Una sonrisa encantadora. No se maquilla mucho, pero siempre está preciosa. Es fuerte, pero aún así tiene un aspecto delicado...
Alison se percató del ensimismamiento de Landon hacia algún punto delante suyo, y siguió la dirección de su mirada encontrando la fuente de su inspiración. De inmediato dio unos toques a su prima que observaba a Landon con cierta decepción ya que para empezar ellas eran morenas.
—Está describiendo a Olivia —susurró a su prima. Violet miró hacia donde Olivia estaba bailando con un bebé en brazos y demostró esta vez con más evidencia su decepción.
—Típico —obvió Violet acompañada del asentimiento de su prima a su espalda.
—¿Típico? ¿Cómo que, típico? ¿Porque es rubia? —rebatió Landon sin arrepentirse de demostrar ante las chicas que le agradaba Olivia.
—No. Las morenas también podemos ser el tipo de algun chico —defendió Violet—. Lo digo porque es típico que todos los chicos se enamoren de Olivia —refunfuñó poniendo los ojos en blanco.
—¿Todos se enamoran de Olivia? —preguntó él con falsa sorpresa.
—Sí —admitió Violet mientras Alison asentía nuevamente detrás de ella—. Al parecer tiene algo irresistible para los tíos. No sé lo que será, porque yo le veo bastante sencilla —calificó mirando hacia su prima a los lejos.
—Yo creo que es muy guapa —alabó Alison a su vez mirando a Olivia—. De mayor quiero ser como ella —deseó.
—Sí, sí, es guapa —comentó Landon sumándose al momento de observación del raro espécimen de mujer que tenía delante.
—Que sí. Que lo es. Pero es injusto. Porque para atraer a un chico, las chicas normales nos tenemos que arreglar mucho, ella no tiene que hacer nada más que sonreirles —reclamó al aire.
—No tenéis que arreglaros demasiado —rebatió Landon—. Una chica es más guapa al natural —observó—. Y el que no lo vea es un estúpido, por tanto, no vale la pena. Así se descartan a los imbéciles —aconsejó. Alison asentía admirando sus palabras. Violet seguía mirando a su prima.
—Lo que no entiendo, es que a Erin, siendo tan guapa, le dejen todos los tíos —comentó Violet.
—Eso es porque es una bruja —calificó Alison. Landon prorrumpió en una risa ante tan decidida descripción.
—Ten cuidado, que sus antenas de bruja pueden captarte y te echará una maldición —se burló Violet.
—No creo, se estará mirando al espejo para arreglarse y salir a buscar a otro tío que la deje —rió Alison.
—Vamos, chicas, no seáis crueles —pidió Landon tras reír con ellas de sus ocurrencias.
—Tú no sabes como puede ser ella cuando está cabreada —expresó Violet.
—Sí, solo fíjate en lo que le hizo a su propia hermana con su prometido —soltó Alison. Landon las observó patidifuso.
—Sí, eso no se hace.
—Yo no te lo haría —dijo Alison a su prima.
—Yo a tí tampoco —aseguró Violet.
—Esperad, esperad. ¿Decís que Olivia estuvo prometida? —formuló Landon preocupado—. ¿Pero qué ha pasado?
—Es como lo que has dicho tú. El tío era un imbécil —determinó Alison claramente ofendida. Y justo cuando Violet iba a decir algo, una fuerte voz llamó a ambas chicas haciéndolas enderezarse de inmediato.
—¡Eh! Os llama vuestra madre. Id a comer algo ahora —ordenó el hombre.
—Sí, tío Hank —acató Violet—. Adiós Landon —se despidió. Alison solo movió la mano.
Landon se quedó con la espina de la curiosidad atravesada en la garganta. Tal vez allí estaba la respuesta a todo ese conflicto interno de las hermanas.
—¿Te estaban incomodando las niñas? —preguntó el hombre acercándose a él. Era Hank uno de los hermanos de Paul. Eran tres los hermanos Uptom. Hank, Valerie y Paul.
—Por supuesto que no. Estaban hablando de sus cosas de adolescentes —desdeñó él.
—Ya. De chicos —obvió—. Estos jóvenes no hablan de otra cosa a esta edad. Lo sé, yo también lo fui —aseveró el hombre sentándose en el banco junto a Landon con su cerveza en la mano. Hank, era tremendamente diferente a su hermano, así como Paul era un dedicado hombre de familia que apenas bebía y tenía un aspecto muy pulcro a pesar de su tipo de trabajo, Hank no podía estar sin sostener una cerveza en la mano, con una barriga que llegaba a todas partes antes que sus manos y una barbas en la cara que poco o nada le importaba llevar—. Así que amigo de, Erin, eh —observó—. Eso es un eufemismo muy socorrido para, están saliendo, pero aún llevan poco tiempo.
—Bueno, sí que estuvimos saliendo. Pero no funcionó —aclaró sin especificar cuándo dejó de funcionar.
—Ah… Así que ahora sois solo amiguitos —observó el hombre sin terminar de creérselo—. Lo entiendo, soy mayor, pero no tanto. Sois lo que ahora se llama, amigos con privilegios —comentó sugerente. Landon lo observó con la intención de aclararlo pero Hank lo detuvo—. Tranquilo, entiendo eso. Erin es una chica con mucho carácter. Vale para unas cosas y para otras no. Las relaciones no parecen durarle nunca por eso mismo. Y los novios de Erin caen mejor a la familia que la propia Erin —añadió entre risas—. Nada que ver con su hermana —reflejó. Landon miró hacia ella nuevamente dejando de lado la reivindicación que iba a hacer. Era oír mencionar a Olivia y ya estaba levantando la cabeza como un suricato en guardia—. Olivia es un pan de Dios. Siempre está dispuesta a ayudar a todo el mundo. Después de lo que le pasó, hará cosa de un año, se ha venido a vivir aquí con mi madre, solo durante un tiempo, hasta que se sintiera mejor —Landon paró las antenas. Ahí estaba otra vez la mención de eso que le pasó entre su hermana y su prometido—, pero mi madre ha mejorado tanto de ánimos desde que Olivia se vino aquí, que la muchacha decidió quedarse con ella —Landon seguía esperando que Hank contara algo más sobre eso que le pasó a Olivia, pero no pintaba que su curiosidad fuera a ser subsanada—. Además, la finca se quedó sin administrador y la carga fue a parar toda sobre mi hermano, así que ella se puso enseguida a trabajar codo con codo con sus padres a pesar de tener su otro trabajo. Es una chica valiente y fuerte, sabe que esta herencia no les vino gratis a ella y su hermana, y aprendió rápido a meter la mano en el estiércol —Landon asintió levantando las cejas ante la apropiada variación de "manos en la masa"—. Mi padre quería enseñarles algo con esta herencia. Lo malo es que solo Olivia parece haberlo aprendido —comentó dando otro sorbo a su cerveza.
—¿Cómo es que una propiedad así fue a pasar a las nietas antes que a sus hijos?... Si no es una impertinencia preguntar —apuntó Landon mientras seguía observando a Olivia. No iba a preguntar lo otro. Así que, ¿por qué no enterarse de otras cosas?
—Oh, no, impertinencia, dice —desdeñó—. Nuestro padre nos dejó la parte del negocio de la familia a Paul y a mí, y a las chicas la propiedad. Yo no tengo hijos, así que me pareció bien. Quiero a esas niñas como si fueran mis hijas.
—¿Y cual es el negocio familiar? —curioseó más. Hank le dedicó una mirada interrogante.
—¿Es que Erin no te ha contado nada? —Landon solo negó encogiéndose de hombros—. Vendemos leche y sus derivados, todo con calidad orgánica, nada de eso de enchufar químicos en las vacas ni ordeñarlas con aparatos. Aquí todo es manual y artesano. Mi padre siempre lo quiso así. Ahora ves muchas menos cabezas de ganado que hace dos décadas. Antes ordeñábamos más de tres mil vacas al día, había mucho trabajo, mucha demanda. Pero con el tiempo mi padre fue bajando la producción ya que nos empezaba a tentar la idea de industrializarnos. Ganar más dinero trabajando menos. Pero no, el viejo Larry recapacitó a tiempo —recalcó—. Nos pusimos todos de acuerdo en que renunciaríamos a proveer a nuestros insaciables clientes para convertirnos en una marca —contó con una sonrisa orgullosa—. Mi hermano y yo estamos en este negocio desde que empezó a salirnos pelos en la cara. Nosotros lo hicimos posible junto a nuestro padre. Así que este es nuestro patrimonio. La empresa está a nombre de Paul y mío —explicó—. Pero nuestro padre también nos dejó una herencia a nosotros —apuntó—, no en dinero, sino en forma de enseñanza. Todo lo que esto representa —señaló abarcando la granja entera—. El legado de mi padre consiste en saber, que si quieres algo en la vida, tienes que trabajarlo —rió con añoranza bebiendo un sorbo de cerveza.
Hank siguió hablando con orgullo de todo lo que su carismático padre les enseñó. Landon acabó pensando en el suyo y en tantas de sus enseñanzas. Entre las historias de su juventud por las praderas de Auburn detrás del ganado, se acercó a ellos una mujer. Era la esposa de Hank. Una mujer delgada con peinado acomodado y un vestido largo por debajo de las rodillas ajustado a su estrecha cintura. Hablaba con su marido con la altivez de una mujer que claramente era la dominante en la relación. Hank pronto acató su orden camuflada en un ruego inocente para que fuera a por una bebida para ella. Su nombre era May. Se sentó en el lugar que antes ocupó Hank con los pies recogidos bajo el banco y las manos unidas sobre su vientre.
—Eres un invitado de Erin, me han dicho —empezó la mujer. Landon pronto quiso dejar claro su relación con ella.
—Somos amigos nada más. No nos acostamos, ni siquiera nos enrollamos, bueno, ya no. Por si lo estaba pensando —vaticinó rápidamente. La mujer lo miró un tanto sorprendida.
—No, no lo estaba pensando —desdeñó elevando un hombro. Landon asintió incómodo apartando el rostro.
—Vale —aceptó y apretó los labios para no decir más tonterías.
—Entiendo que salieras con ella. Es una mujer preciosa —empezó a decir la mujer—. Pero menos me extraña que cortaras con ella —aseveró—. No puedo imaginar cómo es en una relación de pareja, pero considerando lo que hizo con su hermana, me atrevo a pensar que es una persona sin escrúpulos —negó la mujer meditabunda. Ahí estaba otra vez, pensaba Landon, la mención de eso que ocurrió. Pero seguramente tampoco me enteraré por ella, auguró. En el fondo, Landon comenzaba a lamentar esa opinión tan mala que concebían sobre Erin. Tuvo que haber hecho algo muy malo para que la tacharan así, pero aún así, era triste. De pronto, tal vez por providencia divina, las palabras fluyeron de la boca de May captando la atención de Landon como un gato que perseguía un punto de luz.
—¿Sabes lo que ocurrió aquí hace un año? —preguntó. Landon la miró expectante meneando la cabeza—. Oh, que adorable, y aún así no preguntas —sonrió negando—. Estarás queriendo entender los motivos de tanta enemistad.
—No. Estoy bien —desdeñó Landon con una mueca relajada—. No es asunto mío —zanjó mirando a lo lejos.
—Vale. Te lo contaré —anunció la mujer. Landon se volvió hacia ella enseguida dispuesto a escuchar. La mujer solto una risa relajada ante la tremenda curiosidad de su oyente—. Hace un año, Erin se pasó de la raya con su hermana —empezó—. Estábamos en pleno funeral de mi suegro. Erin pilló una borrachera enseguida, estaba fastidiadísima porque se iba a cumplir lo que el abuelo les había prometido. Heredar la granja y con ella, sus responsabilidades —explicó—. Erin odió la idea desde la primera vez que se le planteó el tema. Le había dicho a mi suegro en su tiempo, que prefería el dinero, y el abuelo le dijo que nanai, que el dinero sería para la abuela si él moría primero y viceversa, y harían con él lo que quisieran —contó. Landon escuchaba atento, volviéndose poco a poco pasto de la ansiedad por los rodeos que tomaba la mujer al contar la historia—. Total, que el abuelo murió y la suerte estaba echada. Ella no quería quedarse aquí para nada. Para Erin esto es un pueblo muerto y este negocio, un juego de paletos. Nunca cambiaría su éxito en la gran ciudad por venir a ordeñar vacas —expresó con reprobación—. Así que, tras pillarse la cogorza de su vida, va y se acuesta con el entonces prometido de su hermana en el granero mientras su abuelo aún no había sido siquiera enterrado —contó grandilocuente. A Landon se le desencajó la mandíbula—. Lo peor de todo, es que los pilló la misma Olivia en plena faena. Iba a buscar a su prometido para llevarle un trozo de tarta y se llevó la sorpresa de su vida. Ella trató de aguantar el tipo por respeto a su abuela. Pero cuando el cabrón de Henry vino tras ella para darle alguna estúpida explicación, Olivia explotó. Le plantó un buen derechazo en el careto en medio del salón lleno de gente y le ordenó que se largara. Cuando Erin apareció allí con el pelo revuelto y la ropa a medio vestir, todos encajamos las piezas, Henry iba parecido —obvió—. Mi suegra apareció para saber lo que ocurría. Les dijo unas verdades sobre su atroz falta de respeto y de inmediato echó a Henry. A Erin le regaló una cachetada tan fuerte que creemos le despejó el resto de la borrachera que le quedaba. Matilde estaba muy decepcionada con Erin, no la echó a ella también solo porque era miembro de la familia, pero Erin se largó poco después por propia iniciativa. Eso no se se hace a una hermana —negó con una mueca de inconformidad tajante con los labios—. Y menos a la pobre, Oli —Landon no se creía lo que oía. ¿Habrá sido capaz Erin de dañar hasta ese punto a su hermana?—. Yo decía que hasta allí llegó la relación de Erin con su familia. El acontecimiento desde luego merecía esa opinión —recordaba—. Pero poco a poco la fueron recuperando. Olivia es demasiado buena para apartar a su hermana de ella. Además de que el idiota de Henry no se merecía tanta importancia. Total, se la pegaba a Olivia con cuanta falda pillaba. Lo de Erin fue solo la gota que superó el borde de la paciencia de mi sobrina.
Landon observó a Olivia a lo lejos. La historia era demasiado surrealista, pero desde luego no era increíble. Lamentablemente de Erin, podría esperarse cualquier cosa. Y lo que encontraba inaceptable, es que ese tal Henry fuera capaz de hacer daño a alguien tan noble como Olivia. Es un tremendo gilipollas, pensó hastiado. Landon notó cómo esa ligera inclinación y la gran admiración que sentía hacia ella, subía de nivel. No podía dejar de mirarla, de asombrarse con ella. Se dio cuenta de que se estaba acercando peligrosamente a sentir por Olivia cosas que no podría controlar. Y le daba miedo escudriñar para descubrir lo que era.
Agachó la mirada a regañadientes. Pero después de oír esa historia, no tenía más remedio que apartar la vista. Estaba claro que cualquier idea de acercamiento con Olivia quedaba vetada para él. No la conocía desde hacía mucho tiempo, pero sabía lo que pensaría al respecto de salir con el tipo que cortó con su hermana hacía solo dos días, o lo que es peor, el tipo que se estaba acostando con su hermana hasta hacía dos días. No podía. No debía.
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