3: Discusión
La tensión entre la reina y la princesa seguía creciendo a medida que se anunciaba un tercer embarazo. Las murmuraciones y los susurros en la corte no tardaron en propagarse, preguntándose si este nuevo bebé llevaría la sangre Targaryen en sus venas, o al menos alguna característica distintiva de la familia real. Para Rhaenyra, esta situación era frustrante, pues sabía perfectamente quién estaba detrás de estas intrigas.
—Es Alicent.—Dijo Rhaenyra con voz agotada.—Es ella quien persiste en manchar mi nombre para asegurar el trono para sus propios hijos.
Harwin Strong, quien sostenía a Lucerys en sus brazos, escuchaba atentamente todo lo que decía su amante, con una expresión de preocupación en su rostro.
—¿Con qué cara cuestiona la legitimidad de mis dulces niños?—continuó Rhaenyra, con indignación en sus palabras.—Cuando su hija es una...
Estaba a punto de decirlo, deseaba hacerlo con todas sus fuerzas, pero eso también sería un insulto a sus propios hijos. Daella era solo una niña inocente que no merecía ser arrastrada a las peleas de sus padres.
—Tengo que hablar con ella.—anunció Rhaenyra, levantándose y colocando su mano sobre su poco abultado vientre.
—Nyra, entiendo tu enojo, pero confrontarla solo le dará la satisfacción de saber que te está lastimando.—la detuvo Harwin con su voz calmada y reconfortante.
Los ojos de la princesa se llenaron de lágrimas, mostrando la carga emocional que llevaba consigo. Estaba cansada, agotada por las tensiones y responsabilidades que venían con su posición como heredera al trono. Ser madre era un trabajo duro, aún más cuando su amor por Harwin había llevado a concebir hijos que no eran de su esposo.
Con un suspiro pesado, Rhaenyra se dejó caer en su asiento, sintiendo el peso de sus decisiones sobre sus hombros.
—¿Qué más puedo hacer, Harwin?—Preguntó con voz temblorosa.—Amo a nuestros hijos, pero... ¿fue un error?
Harwin se acercó y se sentó a su lado, colocando una mano reconfortante sobre la suya.
—No, Nyra.—respondió con suavidad.—No fue un error. Nuestro amor es real, y nuestros hijos son la prueba de ello. Estoy aquí para ti, pase lo que pase.
Las palabras de Harwin fueron como un bálsamo para el alma de Rhaenyra mientras por sus mejillas corrían aquellas lágrimas que antes amenazaban por salir.
—Gracias.—Susurró, secándose las lágrimas con la mano libre.
Los dos se abrazaron con ternura, encontrando consuelo el uno en el otro pues estaban poniendo sus propias vidas en juego al amarse en secreto.
Sin embargo, los agobiantes rumores continuaron, y Rhaenyra no tuvo otra opción que dirigirse a los aposentos de su madrastra. Ahí estaba la mujer, sonriendo a su hijita, quien reía con sus criadas las cuales halagaban uno de sus nuevos vestidos.
—Mi preciosa Daella.—murmuró a su niña.
—Majestad.—anunció uno de los guardias, interrumpiendo el momento.
La sonrisa no abandonó el rostro de Alicent, no cuando tenía a su felicidad dando vueltas frente a ella con un hermoso vestido verde que había mandado a confeccionar. Con un asentimiento de cabeza, permitió que Rhaenyra entrara, pero no sin antes tomar la mano de la niña.
—Pueden retirarse.—pidió a los demás en la habitación, quedándose a solas con Rhaenyra.—¿Qué te trae por aquí?
—Quiero que te detengas.—anunció la furiosa madre.—Eres tú quien insiste en poner en duda a mis príncipes.
—Rhaenyra.—respondió Alicent con aquella voz profunda.—No me culpes a mí por tus errores. ¿Qué culpa tengo yo de que la gente no sea ciega? Pueden ver la realidad.
—Oh ¿La realidad?.—soltó Rhaenyra una risa llena de sarcasmo.—La realidad está en tus propias manos, teniendo a una hija sin el pelo plateado ni ojos violeta, sin un dragón.
La pequeña Daella hizo un puchero, mostrando su disgusto por el tono de voz de las mujeres. Pronto, su madre acarició su mano tratando de calmarla.
—Mi hija no tiene nada que ver en esto.—habló de forma protectora. —Ella es una princesa como sus hermanos. Los dioses escogieron hacerla parecida a mí, yo no tengo culpa de eso. A diferencia de tus... hijos, que no comparten similitud contigo o con Laenor.
—Crees tener el derecho de juzgar a otros, pero no puedes ver tus propios errores.—confrontó Rhaenyra, harta de las acusaciones y abusos.—La sangre de tu hija no es mi sangre.
—¿Y la sangre de tus hijos? Debería darte vergüenza.—Respondió Alicent con el mismo tono de voz.—Poner el apellido Targaryen por los suelos, hacernos ser la comidilla de los lores y aún así creer tener el derecho de seguir concibiendo niños sin la sangre de tus antepasados.
Las mujeres se miraron intensamente, con el odio que se tenían reflejado en sus miradas. Alicent continuó su discurso, esta vez bajando un poco más su tono.
—Tener un hijo así es un error, tres es un insulto.
Rhaenyra iba a contestar, pero la pequeña Daella rompió en llanto. No sabía qué sucedía, pero no quería más de aquello. Los gritos cada vez se escuchaban más, inquietando a su madre.
—Las dos bien sabemos que cuando Daella crezca y no reclame un dragón como los demás, otra vez las voces se escucharán y tendrás que dar la cara.—dijo Rhaenyra, antes de marcharse, dejando a la reina tratando de calmar a la princesa.
Rhaenyra se retiró, dejando atrás el cuarto lleno de tensión. Se sintió abrumada por la rabia y la frustración. Caminó por los pasillos del castillo, con el corazón latiendo con fuerza y la mente llena de pensamientos turbios.
Mientras tanto, en los aposentos, Alicent abrazaba a Daella, tratando de calmarla entre sus brazos. La pequeña aún lloraba, sus ojos llenos de lágrimas mientras su madre la miraba con angustia. Alicent sentía el nudo en su garganta, sabía que la discusión con Rhaenyra había afectado a su hija, pero no podía evitar sentirse justificada en expresar sus preocupaciones.
—Shhh, mi amor, tranquila.—murmuraba Alicent, acunando a la niña.—Todo estará bien, mamá está aquí.
Pero en su interior, Alicent sabía que las cosas no estarían bien. Las tensiones entre ella y Rhaenyra estaban llegando a un punto crítico, y la paz en la fortaleza parecía cada vez más inalcanzable.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top