Entre copas y estrellas
El ejército francés tenía el control de la isla, lo que la convertía en un lugar peligroso. Aun así aquella construcción de barro y roca que se ocultaba entre el follaje de una descuidada plantación de tabaco seguía estando en boca de todos. Era conocida por corsarios y desconocida para soldados.
Aquel día, las últimas gotas de lluvia repiqueteaban sobre el tejado, las luces del atardecer habían quedado atrás y todos los clientes se hallaban sentados a las mesas, cantando canciones obsoletas y haciendo rechinar las patas de las sillas. Algunos candelabros sobresalían de las paredes y la luz de sus velas era la única iluminación, junto a la de la amplia chimenea de piedra. Fuera, el viento aullaba y su sonido se juntaba con las voces y gritos que venían de sus clientes, en especial, con los de Andrea y Max, una pareja de filibusteros que no paraba de instigar al viejo borracho que en un tiempo pasado fuera su capitán, pero que, tras perder el orden de sus recuerdos debido a su avanzada edad, había olvidado pagarles sus recompensas.
En la mesa grande también se producía jaleo: el joven Peter comentaba que un nuevo capitán había llegado a La Cueva y que estaba buscando tripulación. Marian, Mathew y Gabriel habían acordado zarpar por la mañana con intención de conocerlo en persona. Aisha se quedó con ganas de indagar, no podía detenerse a hacer preguntas o conversar: al igual que su compañero, el buen Henry, estaba ocupada correteando de un lado a otro, llenando jarras y atendiendo la cocina. El jaleo y el estrés siempre eran buena señal, sinónimos de paz y calma. En cambio, cuando se producía el silencio, cuando había paz y todo parecía quieto, llegaban los problemas.
Por suerte, aquel día había demasiado ruido.
Hasta que la puerta se abrió. Fue entonces cuando se hizo el temido silencio.
Todos los huéspedes dirigieron sus miradas al umbral y los puños a las armas que portaban. Aisha, que en aquel momento sostenía una amplia jarra, se quedó paralizada durante unos instantes: no podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Había cuatro figuras, dos de ellas armadas y con gesto a la defensiva, pero sus ojos solo podían verle a él.
La jarra cayó al suelo.
¡Allí estaba su pequeño Anthon! Tan guapo como siempre, con el cabello despeinado y derrochando esa inteligencia que le hacía tan especial. Pasó de los restos de cerámica, corrió hacia el muchacho y lo estrechó entre sus brazos. ¡Llevaba tanto tiempo sin verlo! Para su sorpresa, el joven sollozó en su hombro y se tambaleó, como si no pudiera mantener el equilibrio. Fue entonces cuando se dio cuenta de que su pequeño aprendiz ya no estaba entero.
—¡Santo cielo, pequeño! ¿Se puede saber qué ha pasado? —Se giró hacia June, enfurecida—. Prometiste que cuidarías de él. ¿¡Cómo has permitido esto!? —Luego se fijó en que la fiera guerrera también estaba herida y presentaba aires de derrota. Se aguantaba a sí misma como podía; se había rapado el cabello, mudado sus ropas a unas sencillas y tenía nuevas cicatrices. También notó que cada mes sin verla había pesado como un año de vida.
—Si hubiera obedecido mis órdenes, no estaría así.
Y, a pesar del tiempo sin verla, seguía con la sensibilidad en el culo y la culpa en los ojos. La hubiera zarandeado ahí mismo de no ser porque Anthon se interpuso entre ambas.
—Estoy bien. No te preocupes, Aisha, solo es temporal.
¿Temporal? Le tocó la frente y, tras comprobar que no tenía fiebre, lo miró angustiada.
—Cielo... Eres médico... Sabes que las piernas no crecen de la nada.
—Confía en mí. Hay una mujer que puede ayudarme.
Sus ojos bailaron hacia June, quien negó con la cabeza y se encogió de hombros reteniendo una mueca de dolor. ¿Qué les habría pasado? Parecía que viniesen de la guerra.
Si bien, con su llegada todos los inquilinos se habían agitado, al ver el recibimiento que les había dado, supieron —o creyeron— que no suponían una amenaza. Bajaron las armas y volvieron a sus canciones y discusiones.
La cirujana convidó a la comitiva a sentarse alrededor de la mesa más apartada y le pidió a Henry que les sirviera. Le hubiera gustado ofrecerles algo mejor, la madera estaba carcomida y algunas de las sillas estaban cojas. En cualquier caso, ¿qué sentido tenía invertir en un sitio que, pronto, no sería más que cenizas?
También se fijó en sus acompañantes, una mujer alta y esbelta, de piel oscura como el carbón, y el pelirrojo al que recordaba como el amante de Tarik. Aunque nunca llegó a intimar con él, le llamó la atención. Tanto ese muchacho, que estaba lleno de magulladuras, como el pequeño Anthon —porque por más que hubiera cumplido los veinte, ella seguía viendo a su niño— tenían los ojos tristes y permanecían uno junto al otro sin llegar a derribar fronteras. Aisha fue capaz de percibir que su unión consistía en la ausencia de un tercero.
—¿Y Tarik? —preguntó—. Tengo ganas de abrazar a ese mamonazo. ¿Margaret? ¿Y Elliot? ¿Qué tal está el maldito granuja?
—Margaret está al cargo. No ha podido venir —contestó June—. Tarik nos traicionó —añadió después, y se descubrió un poco el torso para mostrarle los vendajes. Desde luego, en su ausencia, habían pasado demasiadas cosas. ¿Tarik había traicionado a June? Quizás el apocalipsis era inminente.
—Y Elliot ha muerto. —Anthon rompió el curso de la conversación y lo llenó todo con un silencio incómodo.
Ella había sido testigo del nacimiento de esa amistad. Elliot era un buen chico y le había arrancado más de una sonrisa a Anthon, cosa complicada, teniendo en cuenta que su pequeño podía llegar a ser demasiado serio. Se complementaban y tenían una amistad perfecta.
Pensar en el dolor que debía sentir hizo que le entraran ganas de llorar. Llevaba un año sin verlo. Ahora, se lo devolvían tullido, tocado y hundido. Tuvo que hacer acopio de voluntad para retener las lágrimas.
—Lo siento, cielo. —Lo besó en la frente y le abrazó de lado, apretujándolo contra el pecho que meses en tierra le habían otorgado—. ¿Cómo ha sido?
—Una infección —contestó él, seco como la mojama.
Por mucho que disimulara, Aisha sintió su pena. Quería a Anthon de una forma que pocos podían entender, algo que para él no había supuesto un impedimento. A ojos de todos, ella era como una madre adoptiva.
La realidad, solo la sabían June y ella.
Su compañero, que recién había recogido los restos de la jarra anterior, se acercó con una nueva y rebosante de ron, confeccionada en arcilla y decorada con varias cenefas. El hombre lucía una sonrisa afable, el cabello recogido en cola y su rostro, imberbe a la par que maduro, parecía más redondo que de costumbre.
—Os presento a Henry, mi socio —les dijo.
Él clavó en ellos sus ojos café, como si les inspeccionara.
—¿Son quiénes creo que son? —preguntó con un atisbo de preocupación.
—Luego te lo contaré todo.
Henry asintió y se limitó a servir la bebida. Para sorpresa de Aisha, su pequeño también pidió que le llenaran la copa.
—Pero si no bebes, cielo... —le recordó.
—Hoy sí.
Se la tragó de golpe.
Luego, Henry se hizo cargo del negocio y los demás le contaron a Aisha todo lo sucedido en la isla: la misión de Jacques, cómo Anthon había perdido la pierna por estar donde no debía estar...
—Tenía que saber cómo estaba Anne —se defendió él, abochornado, cuando le lanzó una mirada reprobatoria.
También lo del abordaje al negrero y cada una de las bajas que sufrieron. Finalmente, le explicaron una historia surrealista sobre cómo el caníbal y el intendente se habían aliado. Definitivamente, el mundo tocaba a su fin.
Por último, June pidió a los muchachos y a Alika que las dejaran a solas.
Un año en tierra le había sentado bien. Su maestra había cogido peso, rellenado el mandato de sus huesos, apenas tenía ojeras y se la veía enérgica, como antes de enfermar. Anthon se alegró por ello.
La posada olía fuerte, a humanidad y, pese al serrín, predominaba el aroma etílico junto con una molesta nube de humo. Los muchachos buscaron otra mesa en la que sentarse. Alika parecía incómoda, miraba una y otra vez en derredor y no mencionaba palabra alguna. Tal era su silencio que incluso pareció volverse invisible a ellos mismos.
—No hables con nadie —le advirtió Anthon a Cillian. El poeta era demasiado ingenuo y temía que lo enredaran para alguna apuesta a los dados. Los juegos en lugares como ese no solían terminar bien. Si no, que se lo contasen a Óscar.
—¿Qué hay entre Aisha y tú?
La pregunta indiscreta le sorprendió. Incluso le pareció enfermiza.
—Es mi maestra.
—Parece tu madre.
—¿Y a ti qué te importa? —Se encogió de hombros y recordó las veces que su buen amigo le había dicho lo mismo, aunque en tono distinto. Aún le costaba creer que no estuviera allí. Agarró la copa y le dio un par de vueltas. Se imaginó surcando aquellas pequeñas olas que se habían formado en el interior. Dio un sorbo y ofreció un brindis—. ¡Por Elliot y por todos los compañeros que hemos dejado atrás!
—Por Elliot —repitió Cillian no muy convencido.
La ahora ex-esclava tomó su bebida e imitó el gesto.
—Me hubiera gustado conocerlo, se nota que vosotros estabais muy unidos —dijo.
Anthon asintió con una sonrisa.
—Te hubiera caído bien. —Después observó cómo el poeta, distraído, también perdía la mirada en el interior de la copa. Se quitó las gafas y las limpió para verlo mejor, aunque al momento se le volvieron a empañar. Finalmente, optó por la comodidad de las formas.
—¿Has tenido alguna otra crisis? —indagó.
—¿De qué hablas?
Solo tuvo que mirarlo a los ojos —y eso que no lo veía— para que el pelirrojo entendiera que no tenía escapatoria. Anthon conocía todos los secretos de la tripulación, los que le contaban las lenguas y los que contaban los cuerpos. La ansiedad de Cillian fue visible desde los inicios, había empeorado mucho e intentó quitarse la vida. Nada aseguraba que no volviera a hacerlo, en especial, tras el motín. Algo había cambiado en él. Estaba enfadado con el mundo, huraño e insoportable, pero no iba a dejarlo solo. Se llevó la mano bajo la camisa y acarició la carta que Elliot le había dejado.
Entretanto, Cillian lo miraba como si le hubiera insultado.
—¡No soy tan débil cómo os pensáis! —exclamó.
—No he dicho que lo seas, pero con todo lo que ha pasado es normal que necesites ayuda...
—Tú no eres Elliot. No pretendas serlo. —El pelirrojo dejó la bebida en la mesa y se puso en pie—. No puedes sustituirlo. ¡Nadie puede sustituir a los que se van!
Se marchó corriendo como un adolescente en plena rabieta. Anthon quiso seguirlo, pero cuando fue a dar el primer paso, se equivocó de pierna y cayó de morros contra el suelo. Alika le ayudó a levantarse.
—Su proceso es complicado —explicó, mientras lo reclinaba sobre sus hombros—. Tú vas a necesitar mucha paciencia.
La caída hizo que todos los comensales se giraran, unos con burla, otros con preocupación, en especial Aisha, quien desplantó a June para correr hacia él.
—¿¡Se puede saber por qué no tiene un bastón!? —le gritó a la capitana. Se lo arrebató a Alika de los brazos para ser ella misma quien lo sostuviera.
—¡Es temporal! —insistió él, de nuevo. ¿Y qué si era una locura? Pensar que podía recuperar la pierna le daba fuerzas para seguir, para no dejarse llevar por el dolor imaginario que seguía sintiendo, para no caer en la autocompasión y seguir adelante. «Es temporal», se decía cada mañana. Y no pensaba dejar de hacerlo. Margaret y Anne estaban técnicamente muertas. Él lo sabía. Sabía que no había pulso bajo el pecho de la contramaestre ni temperatura arrapada a la piel de la inglesa. Y ahí estaban, vivas. ¿Por qué no iba él a recuperar su pierna?—. Es temporal... —repitió una vez más, en voz baja.
Las tres mujeres le miraron con lástima, algo que él detestaba. ¿Acaso no había demostrado su valía?
Aisha negó y volvió a reclamarle a June.
—¡No lo pidió! —alegó June—. No he tenido tiempo de pensar en esas cosas, ¡el médico es él!
—¡Nadie tenía que explicarte eso! —Aisha podía entender que hubiese estado agobiada, pero, a esas alturas, ya debería saber la importancia de prestar atención a los detalles básicos antes de que pasaran a mayores. Ella misma sabía muy bien que si estaba cocinando y le traían un herido urgente, antes de atenderlo, debía apagar el fuego.
El viejo Raven, sentado a la mesa de al lado, llevaba más cerveza de la que ningún cuerpo podía soportar. Sin pensarlo, la cirujana agarró su bastón de cerezo, que estaba reclinado sobre el respaldo de la silla, y se lo ofreció a su pequeño.
—¡Es mío! —se quejó el viejo.
—¡Pero si te pasas el día ahí sentado! ¡Tu culo necesita un cojín, no un bastón!
Raven quiso protestar de nuevo, mas todos los clientes se echaron a reír y, finalmente, rojo de birra y vergüenza, se limitó a dar otro trago.
—Cuídalo bien —advirtió después a su pequeño.
Anthon quiso negarse, aunque no le sirvió de nada y, al final, se marchó resignado y haciendo sonar el suelo a sus pies.
Luego, Aisha se volvió hacia June.
—No debí dejarlo a tu cuidado. Me necesita a mí. —Ella y Henry tenían una misión, un propósito importante que llevar adelante, sin embargo, tampoco quería volver a alejarse de su aprendiz—. El cirujano que secuestrasteis, ¿sigue vivo? —preguntó. Siendo June, y sabiendo a lo que se dedicaba aquel hombre, era cuestión de tiempo que se deshiciera de él.
—Morirá en cuanto partamos.
—No lo mates. Te aseguro que vas a necesitar un médico, porque ni yo ni Anthon iremos contigo.
El médico miope agradeció el bastón, aunque se resignaba un poco a tener que utilizarlo. Él era joven, ¡y tullido!, ¡y con bastón de viejo! Si su amigo estuviera ahí, ¿con qué insecto lo compararía ahora?
Dejó a Aisha y a June discutiendo adentro. Estaba molesto y, además, él no pensaba meterse entre ellas. Debía encontrar al poeta antes de que hiciera cualquier otra locura. Por suerte, apenas salió pudo verlo sentado en el suelo y con la mirada fija en el mar.
Y borroso.
Volvió a colocarse las lentes. Por arte de magia, las formas cobraron estabilidad. Alzó el cuello y contempló el cielo. Parecía que estuvieran bajo una gran cúpula, la misma que les acompañaba a todas partes. Se preguntó si aquel cielo que tenía encima sería el mismo que el de la isla. A veces dudaba de ello. Observó cada estrella... Necesitaba memorizarlas. Debía aprender que navegar era mucho más que coser heridas y amputar miembros. Pensó en la promesa que hiciera en un lecho de muerte y en lo mucho que le costaría cumplirla. ¿Aceptaría Cillian la propuesta que debía hacerle?
Nota de autora:
Espero que no os haya molestado mucho este capítulo, pero tenía muchas ganas de mostraros los puntos de vista de Aisha y Anthon. No es más que una excepción, aunque sí es cierto que su trama tendrá mucho peso en la tercera parte de nuestro viaje. Me reconozco jugadora de rol, y una de mis partes favoritas en las partidas es la de la taberna, así que necesitaba meter una, pero como os he dicho, esto es un pequeño extra de transición, no un capítulo como tal (por lo de que no muere nadie, no hay sangre, etc... Le he dado vueltas para ver si podía arreglar eso, pero no me encajaba). Tranquilos, en la tercera etapa correrá la sangre XD. Un saludo: nos vemos en septiembre.
Edito para comentar que este extra está dedicado a Sakura: ¡¡Anthon ya tiene bastón!!
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